Hoy estoy aquí porque me ha pasado algo que creo que debe ser contado. Como reportero, me veo en la obligación de que todo el mundo conozca esta historia. No me la pienso guardar para mí.

El miércoles, día 18 de mayo, a raíz de lo sucedido con Marruecos, la organización neonazi Bastión Frontal convocó un acto frente a su embajada, en la calle Serrano de Madrid. Todo muy normal, de momento (dentro de lo poco normal que es, claro). Como buen autónomo que pelea por colocar temas aquí y allá, cogí mi cámara y fui a cubrirlo, a ver si pillaba algún plano chulo que poder venderle a La Sexta, televisión en la que he colaborado alguna vez. 

En la manifestación hubo consignas xenófobas, cargas policiales e, incluso, insultos a los compañeros periodistas que, cámara en mano, estaban ahí buscándose las lentejas (el equipo de TV3 tuvo que salir escoltado por la Policía). Aunque me joda admitirlo, supongo que esto también es algo normal.

Pero la normalidad duró poco. Cuando acabó la manifestación, como es habitual, llamé a mi contacto de la tele, le pasé los vídeos que había grabado y subí un par de cortes a mi cuenta de Twitter en busca de que el hilo consiguiera llegar a otros productores multimedia que quisieran pagarme por la emisión de las imágenes. Y así fue. El hilo se viralizó, llegó a mucha gente y tuvo cierto impacto. Tanto, que además de ofertas para publicar mis vídeos, también me empezaron a llegar amenazas. Y esto sí que no es normal.

Aunque cada vez estoy más acostumbrado a recibirlas, estas eran inusuales. Diferentes. Venían todas, vía MD de Twitter e Instagram, de cuentas fake con perfiles relacionados con Bastión Frontal. Como antes decía, estoy acostumbrado a estas mierdas, así que empecé a aplicar mi protocolo habitual: mofarme, vacilarles, bloquear y denunciar. Nada, lamentablemente, fuera de la normalidad de cualquier periodista. Pero hubo una que me provocó un escalofrío.

A las once de la noche del miércoles 19, a través de un mensaje privado de Instagram, me llegó una captura de pantalla de una ubicación de Google Maps. Era un mapa de una calle de Madrid. Concretamente, de mi calle. Era mi piso. Mi residencia. Mi puto hogar. Joder, os reconozco que se me heló la sangre cuando lo vi.

Minutos después, esta cuenta siguió mandándome datos privados míos. Me mandó mi número de DNI y me envió, para terminar la jugada, una foto de la casa donde vivía con mis padres de pequeño, en mi pueblo.

Al tío de la cuenta le pregunté, intuyendo su respuesta, que qué coño quería de mí. Me dijo, intentando extorsionarme, que tenía cinco minutos para subir un vídeo a mi Twitter posicionándome a favor de Bastión Frontal y pidiendo perdón a la organización por haber grabado los vídeos. Si no lo hacía, mi castigo sería que BF difundiría mis datos personales. 

Como es obvio, le dije que no lo iba a hacer. Que no iba a agachar la cabeza. Podéis amenazarme todo lo que queráis, podéis presionarme para que haga mil cosas; podéis estar más fuertes que yo, podéis tener entrenamiento militar y saber cómo reventarme el cráneo a patadas, pero nunca, y os lo juro por la tumba de mis muertos más frescos, nunca pienso dejar que nadie me extorsione con el fin de coartar mi libertad.

Cuando se acabó el tiempo, el tipo de la cuenta anónima me aseguró que había difundido mis datos a todos sus amiguitos neonazis. Literalmente, dijo que “hasta los camaradas de Casa Pound”, un grupo neonazi de Italia, “tienen tu DNI”. Para terminar, me volvió a mandar la ubicación de mi piso, además de una foto en la que salía con la cara magullada por una agresión que sufrí hace dos años, y me aseguró que “la próxima vez sería peor. Nos vemos en las calles”. Evidentemente, todo esto ya está denunciado en una comisaría.

¿Y ahora qué? ¿Qué pasa? ¿Sigo mi vida con normalidad? ¿No salgo de mi piso? ¿No cojo el metro? ¿Dejo mi trabajo? Pues no. Seguiré trabajando, seguiré cubriendo manifestaciones neonazis y seguiré escribiendo, con todo el gusto del mundo, todos los reportajes y crónicas que me encarguen.

Si me estáis leyendo los de Bastión, ahora apelo a vosotros. Queréis legitimaros amenazando a periodistas y a sus familias, pero así no funcionan las cosas. Queréis amedrentarme, pero no lo conseguiréis. Como no voy a parar de trabajar, os voy a dar un consejo: si algún día me encontráis cinco de vosotros en el metro, aseguraos de que sea ya un cadáver cuando terminéis conmigo, porque solo así voy a dejar de hacer lo que hago.

Desde aquí, también quiero hacer un llamamiento a la prensa, en especial a los curritos que se juegan su integridad física: tened cuidado, por favor, pero no dejéis nunca de hacer vuestro trabajo. Que nos os amedrente nunca nadie. Vuestro curro vale oro.

Y que esto, lo de amenazar a periodistas, no se convierta en algo normal.