Eloy Fernández Porta / Ensayista
“La norma no prevé la transgresión: hecha la transgresión, se hace la ley”
Pablo Caldera 5/06/2021
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Eloy Fernández Porta (Barcelona, 1974) acaba de publicar un nuevo ensayo con dos títulos intercambiables: Nomography y Las aventuras de Genitalia y Normativa. En el centro está el tema de la norma como mástil de la subjetividad. Con su agudeza habitual, Fernández Porta analiza distintos vértices del sistema cultural –de Balenciaga a Desigual, de American Psycho a Richard Hamilton– para concluir que la norma es aquello que aparece como la pregunta fácil de todas las situaciones. Cuando estamos perdidos, acudimos a ella o la inventamos.
Empecemos por algo que quizás no debería sorprenderme tanto, pero lo hace siempre que te leo: la acuñación de neologismos, tanto concretos y tipográficos como €®0$ o ©0$A$ hasta disciplinas que podrían ser motivo de estudio científico como “nomografía” o “saforología”. Percibo una forma de pensamiento nominal, como en el caso de Afterpop. ¿Se te ocurre primero el concepto y luego el contenido, o es más bien al revés?
Antes que la definición terminológica hay un contenido, sí, pero está en un estado magmático: percepciones, iluminaciones, anotaciones y una idea general nebulosa de cómo se define una condición cultural. De modo que el término me resulta clarificador a la hora de organizar las ideas, las delimita, me sirve para resaltar algunas y excluir otras. La neología es una de las artes del ensayo, yo soy muy lector de escritores neologistas como Julián Ríos, con quien tengo pendiente de publicar un libro de conversaciones. Generar un término es añadir una palabra al mundo y con ella vienen resonancias y ondas expansivas.
Repasando los términos, te puedo decir que Afterpop surgió en la última fase de redacción del libro, antes de que se me ocurriera ya había todo un corpus redactado; algo parecido ocurrió con Homo Sampler. En cuanto a saforología, viene del catalán fer safor, exagerar o pasarse tres pueblos. En ese libro (L’art de fer-ne un gra massa), que está dedicado a Oriol Vilanova, desarrollé una lógica del exceso y la grandilocuencia a partir de ideas dominantes en la historia del arte, como la de genio, de manera satírica. De modo que en un momento determinado vi cómo ese término podía servir para designar un área de conocimiento nueva, la que se ocupa de los excesos y las demasías.
El término “nomografía” es el título de la publicación en inglés de tu libro, que llegó a Inglaterra y a Estados Unidos antes de publicarse el manuscrito original en Anagrama.
La edición inglesa surgió de una propuesta del director de la colección Theory Redux de Polity Press, el ensayista belga Laurent de Sutter, autor del reciente Narcocapitalismo (Reservoir Books). Hacía tiempo que me propuso un texto sintético, de unas ciento veinte páginas, como Xenofeminismo de Helen Hester, uno de los títulos más conocidos de la colección. Y casi simultáneamente Silvia Sesé me propone para Anagrama hacer otro texto, de modo que la propuesta en estéreo la desarrollo en castellano, si bien para ayudar al traductor hice una segunda versión en “español internacional” en la que intenté eliminar los localismos y los juegos de palabras, que son parte de mi estilo. En cuanto a la diferencia en los títulos, se explica porque la colección de Polity Press está basada en libros que proponen un término. Pero mi cabeza el libro tiene los dos títulos. Siempre le cuento a mis alumnos que la mejor manera de leer un libro es imaginar un título que al autor no se le había ocurrido.
La publicación de los dos libros estaba programada para ocurrir simultáneamente, pero el parón de la industria editorial en España por la pandemia retrasó mucho el plazo de publicación, lo que implicó que saliera en octubre en Gran Bretaña y en noviembre en Estados Unidos. Eso fue curioso, pues me permitió ver la recepción del libro al revés de como la sueles ver.
Creo que introduces la disciplina de la “crítica de la moda” como un paso más allá de la crítica de arte. En esa balcanización de los estudios de la que hablaba Harold Bloom, la moda siempre ha tenido para ti un papel central como física y metafísica de la corporalidad. Como digo, le das más peso en el análisis cultural que a la poesía, que está analizada “superficialmente” en el buen sentido: tu análisis no atiende a la medida de los versos ni al ritmo ni a la prosodia, sino a un elogio de la superficie, de lo que está.
Lo que dices puede ser cierto en cuanto a los textos en castellano, en cambio tengo en catalán un texto de cincuenta páginas que es una lectura atenta del Autorretrato en espejo convexo de Ashbery, publicado en Llibres del Segle. Hay momentos de mi trabajo en los que sí me he aproximado a la poesía de una manera algo más tradicional, aunque en particular al poema narrativo, que es mi forma lírica favorita y la que más juego me da para explayarme.
Por lo que respecta a la moda, se podría considerar un área de conocimiento que lo engloba todo, pues tanto las corrientes de pensamiento como las tendencias estéticas y los movimientos literarios tienen su tiempo y su obsolescencia planeada y por tanto forman parte de una dinámica de la moda, y esto no es porque los decidan los mandamases del sector cultural, sino porque las propias lectoras mantienen una relación promiscua con los objetos culturales. La lectora es una figura polígama moderadamente, y en cambio mantiene historias de una sola obra con una miríada de creaciones, libros, discos, series, o como quieras llamarlo. Por tanto, no es esa entidad denominada “el mercado” ni sus servidores más notorios los que determinan el devenir-moda de las ideas y de las obras, sino que es nuestro propio comportamiento. En lo que respecta a la ropa, como muchos lectores de estudios de género he echado en falta con frecuencia comentarios más específicos sobre cómo se viste y qué ropa se lleva. Judith Butler, pensadora absolutamente central para mí, hace una extraordinaria lectura de las dinámicas de configuración de género, de familia, de orientación sexual y sociabilidad que tienen lugar en el ball room en su célebre texto Gender is burning. Pero no soy el único lector apenas sorprendido de que en un mundo en el que es disfraz es tan decisivo haya tan pocas descripciones de los atavíos que se van poniendo los miembros de la escena. De ahí que en este libro haya dedicado un capítulo a una de las manifestaciones del reglamentismo en la ropa, a la estética normcore, y que la haya intentado explicar no como una corriente que tuvo lugar hace siete años, sino como una invariante a lo largo de la historia de la producción de ropa y de los significados que vienen con ella.
Todo se articula en torno al vacío irradiador de la norma, también las doctrinas de conocimiento. Si no he entendido mal, una de las consecuencias del afán regularizador y de su goce es que todo sea intercambiable, como en el liberalismo: las posiciones en la cama, las identidades sexuales, incluso el “noble arte de la poesía” y los mass media. Eso se resume en una frase muy en alza en la cultura popular y en la opinología, que es la muletilla “esto es como todo” o “como todo Dios”, que tú utilizas. Decía Fernando Castro ayer en una conferencia que la frase de Joseph Beuys “todo hombre puede ser un artista” había pasado de ser algo vanguardista y sorprendente a ser paradigma de lo neoliberal. En este sentido, ¿se ha convertido la singularización en la norma del neoliberalismo abstracto?
Ayer mismo leía un pasaje del último libro de Castro en el que hablaba al hilo de estas cuestiones de la dinámica entre exceso y sujeción: estamos todos condenados a cometer y mostrar excesos en el comportamiento público y la vida social, tanto excesos emocionales como corporales, si bien el comportamiento excesivo ha de estar formulado en unos códigos, con unos metamedios y contextos de recepción que nos hacen sujetos en el sentido más radical y grave: un proceso de sujeción a la trama metamediática de superproducción de afectos y subjetividades. De todo esto podemos, en parte, echarle la culpa al neoliberalismo y a la deriva del capitalismo tardío, claro.
En el mundo laboral, la creatividad es ya un imperativo y no meramente una opción. Con ello viene una cierta crisis de espectadores: se va extinguiendo la raza del contemplador puro
En cuanto a la frase de Beuys, me gustaría matizarla diciendo que lo que se ha generalizado acaso no sea tanto la figura del artista sino la noción de creatividad: sé creativo, pasó de ser un imperativo que solo tenía que cumplir el artista a, con el desarrollo de las artes aplicadas, el diseñador de moda o el cocinero. El diseñador se convierte en un creador, el cocinero sube de rango de las artes aplicadas al Arte con mayúsculas es invitado a la Documenta y se convierte en un performer. En el mundo laboral, el lema de la creatividad es ya un imperativo y no meramente una opción o un extra. Con ello viene una cierta crisis de espectadores: se va extinguiendo la raza del contemplador puro que no crea, de modo que en muchos casos da la impresión de que tendríamos que poder conquistar otro planeta e importar espectadores de allí.
En ese sentido de ser creativos, me viene a la cabeza algo que no está en el libro, y es la escuela primaria como una forma de construcción normativa y de asimilación de la misma norma. Dices que “la polaridad entre fuerzas normalizadoras y dispositivos subjetivantes debe ser invocada para constituir un yo”. ¿Es la escuela esa institución normativa por excelencia? ¿Lo es la familia?
Educar es manipular, como decían los viejos pedagogos. Y desde luego, por mucha nueva pedagogía que le echemos, el sistema educativo nunca dejará de ser una máquina de producción de ciudadanos pro, y yo soy parte de eso. Precisamente porque llevo 25 años dando clase, también te diría que entre lo que el docente cuenta en el aula y lo que se aprende y se lleva a la realidad hay una asombrosa diferencia. Cualquiera que se dedique a la docencia constata continuamente cómo hay otros inputs, otros saberes y otros modos de organizar el conocimiento en el mundo digital que, si bien a veces ayudan, en muchos otros casos entran en conflicto con lo que se pueda explicar.
Educar es manipular, como decían los viejos pedagogos
Yo formo parte de la generación que accedió a la escuela a finales de los 70, la primera generación de la normalización lingüística, entendiendo por normalización el proceso que se trata de llevar a cabo para compensar la catástrofe que supuso la prohibición de la enseñanza del catalán durante el franquismo. La cuestión de la norma estuvo, por tanto, muy presente en mi infancia. Uno de los personajes de cómic más conocidos era una niña que vestía un peto azul que se llamaba Norma. En la televisión catalana, los programas de máxima audiencia en viernes a última hora de la noche eran programas de debate sobre cuestiones éticas en el que se incluía un cortometraje de diez minutos en el que se trataba el tema en cuestión del debate, y en el cortometraje tenías que ir localizando errores de expresión lingüística en los personajes. Eso formaba parte del juego de la normalización lingüística, con el que no soy crítico: no fue otra cosa que un intento de reparación de una gran barbaridad.
Por lo que respecta al libro, estas experiencias sí que me dieron una familiaridad muy directa con lo reglamentista y con la orden, así como una idea de que la norma no es solo rígida marmórea, no es solo un texto grabado en piedra, sino que es metamórfica y ocurre en la vida cotidiana y es enunciada de manera nerviosa y convulsiva constantemente.
Lo que cuentas me recuerda a una anécdota de mi infancia en un colegio concertado de Vallecas. En mi clase de quinto de primaria había un cartel que mostraba a una plétora de niños con distintas tonalidades de piel que rezaba: “Todos somos iguales / todos somos diferentes”. Ese segundo término de la proposición le servía a mi profesor, que estaba anclado en el franquismo (aunque te hablo de la primera década de los dosmil) y era un racista consagrado (algo normal en el cole concertado de aquella época), para poder discriminar entre “alumnos buenos” y “alumnos malos”: continuamente volvía a ese lema buenrollista de que todos somos iguales pero diferentes. Me parece que eso define muy bien la tensión que marcas entre la singularización y la normatividad, difícil de romper.
Aún en los tiempos en los que estamos, en los que por fortuna y gracias al trabajo de muchas personas hay una razonable autoconciencia en relación con el racismo estructural, no por ello dejan de transmitirse modos de construir jerarquía y subalternización porque, y este es uno de los argumentos del libro, actuamos como si eso de las jerarquías cayera del cielo y fueran órdenes divinas o mandatos del presidente. La cosa se vuelve más complicada cuando asumimos que todos y todas establecemos jerarquías entre cuerpos y formas creativas y productivas, que atañen al atractivo y a la belleza, y que lo hacemos cotidianamente y porque las garantías y los órdenes tienen una dimensión cognitiva: permiten indexar la realidad entorno, establecer gradaciones y distinciones y hacer que el mundo sea un poco menos difícil de leer. Lamentablemente, estas personas son mayoría, las que prefieren leer el texto del mundo en diagonal que enfrentarse a un texto desjerarquizado que puede ser ilegible.
Actuamos como si eso de las jerarquías cayera del cielo y fueran órdenes divinas o mandatos del presidente
En el libro me sorprende la escasa referencia directa a Foucault. Es cierto que Foucault, en el curso Les Anormaux, parte de Canguilhem y este sí es un pensador recurrente en Genitalia y Normativa. Si asimilaste su teoría de la confesión en tu anterior ensayo, En la confidencia, dejando claro que la sexualidad es aquello de lo que se habla y no de lo que se calla. En la tradición foucaultiana, lo queer parecería el reverso de la norma, entendido a la manera de Sejo Carrascosa, que dice que “queer es siempre paradoja / no metáfora”, pero tú afirmas que dentro de las comunidades queer se establece una tensión, una dicotomía entre asimilarse y singularizarse.
Hay libros que para uno han sido tan importantes que a veces se olvida de traerlos a colación porque han pasado a formar parte de su sentido común. En Las aventuras de Genitalia y Normativa solo hay una referencia a ese libro, si bien algunas otras, las de Canguilhem o las de Butler están escogidas a la luz de Los Anormales. Para mí es una de las obras más decisivas de Foucault.
Mi propia lectura de textos de teoría queer me ha permitido ver la diferencia entre autores que reclaman lo queer como excepción radiante, empezando por El deseo homosexual de Hocquenghem y llegando hasta el No future de Lee Edelman, y algunos otros que desde una línea distinta ponen objeciones a esa definición, primero porque la consideran esencialista, y en segundo lugar porque la perciben como un imperativo o como una demanda de secularizarse. Algunos teóricos han hablado de cómo una discoteca gay podía convertirse en un espacio sumamente jerarquizado en términos de valor del cuerpo, entre cuerpos excelentes, mediocres e infollables. Pedro Lemebel dice algo parecido en Loco afán: se va a California y en un local se encuentra rodeado de chavales bodybuilders vestidos con ropa militar, algo que para él es una aberración viniendo de la Chile de Pinochet, y habla de cómo a él lo miran por encima del hombro, viendo en él al sudaca, al cuerpo no musculado y a la mariquita, mientras todos ellos, los dueños de esa mirada, son más que hombres, hipérboles del cuerpo compacto. Son lecturas como estas las que me previenen de la tentación muy frecuente de describir o de abordar genéricamente lo queer como un supuesto espacio de libertad y expresividad desjerarquizado y fuera de toda norma. Lo queer es un hábito, y todo hábito, para decirlo con Bourdieu, va a generar normas. Y no porque lo diga uno del PP, sino porque los propios agentes sociales tienen esta dimensión normativa compulsiva. Yo hago parte de mi trabajo con artistas, que tienen una enorme capacidad de transitar entre norma y excepción, pero lo que hacen no me parece extrapolable al resto de la sociedad. Además, sería de muy mal gusto que yo, como cuarentón hetero, tranquilo en mi posición normativa filogay, les dijera a los sujetos queer que tienen una responsabilidad moral de encarnar una revolución, que Chueca está mal porque es el dólar rosa. Eso sería una posición asquerosamente paternalista.
Me interesa la asimilación de la normalidad en base a los parámetros que estudias, como por ejemplo los códigos de vestimenta de las fiestas privadas. ¿Cómo puede uno reconocerse a sí mismo como normal?
Esto se podría plantear de dos maneras: para empezar, diría que en el despliegue de nuestra subjetividad todas tenemos momentos normativos y momentos excepcionales. Hay personas que hacen casa en la excepción y determinan con su modelo y su influencia que otras personas las sigan, pero no hay casi nadie que esté asentado en ninguna de esas dos posturas. Una de las razones es que, en muchos casos, la norma no prevé la transgresión ni la antecede, sino que sucede al revés: hecha la transgresión, haciéndose la ley. La transgresión es originaria, la ley va a rebufo y tiene que mutar y adaptarse a ella. Por otra parte, para prohibir una práctica o su representación figurada, es indispensable ofrecer una descripción siquiera somera de tal práctica, y esa descripción es un saber informativo. Hay esta doble faz de la ley que es siempre incompleta, que es insinuante, una ley que busca a su culpable, y que es a su vez informadora o informativa.
Sostienes que la subjetividad del individuo posmoderno se construye axiológicamente en Twitter y Change.org. ¿Son formas de construcción de relación, de vínculo? Tú llamas “doctrina relacionalista” a esa clase de asociación que persigue el vínculo por el vínculo, como valor en sí mismo. ¿Crees que estas redes sociales siguen esta doctrina?
Podríamos entender change.org como la culminación de la cultura de la queja, y desde luego es un modo de socialización reglamentista o legalista. Como otras redes sociales, está sujeta a eso que llamo “la doctrina relacionalista”, es decir, la creencia ciega en el valor del vínculo per se en su relevancia para generar identidad y en su dimensión sociopolítica. Nunca en la historia ha habido sujetos más relacionalistas que nosotros porque hemos logrado subsumir todas las áreas de conocimiento en la ética de las relaciones personales, convertidas en la cuestión central. Cuando se habla de sexualidad, uno se pregunta por qué lo llaman sexo cuando se están refiriendo a la dimensión ética de la doctrina relacionalista, es decir, a modos, convenciones de comportamiento socialmente aceptadas.
Hemos logrado subsumir todas las áreas de conocimiento en la ética de las relaciones personales, convertidas en la cuestión central
Ahí se construye un sujeto hipervincular y sometido por decisión propia a sujeciones mayores de las que existían antes, un sujeto que vive rodeado por su propio inconsciente, porque todos sus temores están objetivados en forma de haters, de policía moral de internet. En ese sentido podríamos hablar de una crisis reconocida en canciones: en los 80 todo el mundo cantaba Cada loco con su tema de Serrat; en los 90 Depende de Jarabe de Palo, canciones que celebran el relativismo y el valor del criterio personal sobre todos los demás, importante en la lógica socialdemócrata. Las canciones de hoy son Opinión de mierda de Los Punsetes, que habla del relativismo como una trivialidad, como algo banal y, más recientemente, Policía moral de Pantocrátor, que muestra cómo la opinión puede ser represiva. Ahí vemos cómo el sujeto autosuficiente que imaginó la socialdemocracia se ha derrumbado en favor de un “totalitarismo relacionalista”.
Para acabar, hablemos de las listas, ese deseo friki de catalogar en base a subjetivos criterios calidad: podríamos hablar de las mejores exposiciones del año en Artforum, en el sentido de la creación de un canon por expertos, pero también el cinéfilo anónimo que goza listando en Filmaffinity. Dices que no es el director del museo, sino su público, el que legitima los movimientos subculturales. La página de cine feminista Another Gaze, que está en alza desde la cuarentena, ha decidido no hacer listas o recopilar películas porque les parece que sería reproducir el criterio masculinista del canon. ¿Te parece este un ejemplo de desnormativación?
Yo en mi tesis dediqué un capitulito a hablar de narraciones breves que han sido elaboradas en forma de listado de cualquier objeto del mundo, y el referente más remoto que encontré fue en Los cuentos de Canterbury, el célebre cuento de la Comadre de Bath, citado como antecedente feminista, que está articulado en torno a una enumeración de los amantes que ha tenido a lo largo de su vida, de los cuales a cada uno de ellos ha agotado. Es muy interesante que esta referencia sea anterior a la enumeración de amantes que aparece en el Don Juan, donde en un pasaje se dice que a una mujer se le aproximó para seducirla por el puro placer de añadirla a la lista. Las listas de afectos personales y las listas de gustos estéticos están estrictamente relacionadas. En efecto, el modelo de lista canónica entra en crisis en relación con el proceso de transformación de todo el mundo en artista que he comentado antes, eso lo explica muy bien Fontcuberta en La furia de las imágenes, cuando habla de que National Geographic no puede hacer la lista de las 5 mejores imágenes del año, porque en un ámbito en el que todo el mundo se comporta como un fotógrafo de naturaleza, ¿tiene de veras legitimidad un jurado de expertos de veras para ver en la enésima foto de un atardecer en el Amazonas una virtud que un amateur no vería, en un momento en el que el amateur ya se comporta como un profesional?
Yo creo que no nos libraremos de las listas porque el sujeto se construye de manera axial, pero también de manera indexal, de modo que es posible que vayamos a evolucionar en la línea que han seguido medios como Pitchfork, que hace unos años pasó de sacar las listas de lo mejor del año a sacar la lista de lo mejor del semestre, lo que nos lleva a la lista de lo mejor del mes, de la semana o del día. Eso está creando ya una condición indexal proliferante, en la cual la participación del prosumidor como creador en la elaboración de esas categorías será cada vez más visible.
Eloy Fernández Porta (Barcelona, 1974) acaba de publicar un nuevo ensayo con dos títulos intercambiables: Nomography y Las aventuras de Genitalia y Normativa. En el centro está el tema de la norma como mástil de la subjetividad. Con su agudeza habitual, Fernández Porta analiza distintos vértices...
Autor >
Pablo Caldera
Pablo Caldera (Madrid, 1997) es graduado en filosofía e investigador en epistemología y cine en la Universidad Autónoma de Madrid. 'El fracaso de lo bello' (La Caja Books, 2021) es su primer libro.
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