Iban Zaldua / Escritor
“Estábamos más tranquilos cuando solo los poetas escribían autoficción”
Xandru Fernández 19/06/2021
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Iban Zaldua, de los Zaldua de Donostia, cosecha del 66, estrena esta primavera Panfletario. Manifiestos, decálogos y otros artefactos a favor (y en contra) de la literatura (Editorial Pepitas de Calabaza). Un libro que es más que la suma de sus partes, siendo estas, como son, del género de lo incisivo con incursiones en lo desternillante. En él examina Iban algunos de los fenómenos más llamativos de la burbuja literaria en los últimos tiempos, como el auge de la autoficción o la tendencia a considerar la literatura vasca una curiosidad sociopolítica sin más trascendencia que la de ilustrar eso que él llama, con cariño, “la Cosa”. Digo yo que será con cariño, pues de un tipo que todavía en 2021 lleva camisetas de B-52's solo se pueden suponer cosas buenas.
La verdad sea dicha, Iban: me has fallado. Tu libro está lleno de recomendaciones para escribir prólogos, contraportadas y necrológicas, pero nada de entrevistas. Propongo ir haciendo sobre la marcha un catálogo ad hoc: cómo entrevistar a un escritor. Se me ocurre que una regla básica sería que el escritor al que entrevistes no seas tú mismo. Vamos a asegurarnos de que no eres Xandru Fernández: ¿quién es exactamente Iban Zaldua?
Me parece una regla prudente, aunque dudo que sea eficaz, porque, como con las necrológicas, tengo la sospecha de que las entrevistas siempre se las hace uno a sí mismo. Aunque para ello sea condición necesaria que el entrevistado sea otra persona, claro. Quizá la única manera de entrevistar realmente a otras personas sea, al final, entrevistarse a uno mismo. Haciendo uso de la ficción, por tanto. Y supongo que eso es lo que soy, por lo menos en esta entrevista, un escritor de ficciones, sobre todo de ficciones breves. Y, más aún, un lector, y, por lo tanto, un crítico literario, con tendencia también a la brevedad en ese campo. Pero un crítico literario sin título de filólogo o máster en teoría literaria, es decir, un crítico civil, o un crítico partisano, si prefieres. Es decir, poco o nada.
La autoficción me preocupa como síntoma, como expresión de la inflación del ego que caracteriza esta etapa del capitalismo tardío
Ya hemos aclarado el asunto de tu identidad, pero me da que no es suficiente. Cualquier lector hipotético de esta entrevista, alguien que digamos que no es vasco ni está bien informado sobre la literatura vasca, ¿crees que te leerá con algún tipo de prevención, partirá de algún prejuicio sobre lo que tú eres en tanto que escritor vasco que escribe en euskera? En otras palabras, ¿cuánto hay de vasco en Iban Zaldua?
Siempre hay que leer con prevención, porque el origen geográfico o el origen social de los autores y las autoras, por supuesto, importa. Lo que ocurre es que tengo la impresión de que tendemos a aumentar nuestros prejuicios hacia los productos culturales no bien descendemos en la pirámide nacional o en la escala social, cuando tendría que ser más bien al contrario. Lo sospechoso es que consumamos tanta literatura o cine estadounidense, no tanto el hecho de que, muy de vez en cuando, llegue a nuestras manos una novela escrita por una escritora indonesia o una serie producida en Estonia. Pero la cosa funciona al revés, porque la “denominación de origen” suele convertirse en un elemento, por utilizar el lenguaje económico, de “diferenciación del producto”. Lo que es, al mismo tiempo, algo positivo para el creador “minoritario” que consigue acceder a un mercado más o menos global, y un handicap para otros escritores o artistas del mismo origen, porque en el campo cultural, como en la película Los inmortales, solo puede quedar uno, o unos pocos, salvo si perteneces a una de las culturas europeas con imperio en el pasado o en el presente. Esa es una de las fuentes de la sospecha de que hablaba. Dicho esto, sí, por circunstancias de la vida que no me parecen demasiado extraordinarias, escribo principalmente en euskera, aunque luego suelo autotraducirme al castellano, algo que, por cierto, no está muy bien visto en según qué círculos del mundo cultural vasco. Y no sé contestarte cuánto hay de vasco en Iban Zaldua, porque eso implicaría asumir que existe un tipo ideal de vasquidad, algo en lo que no creo demasiado, porque hay tantos tipos distintos de vascos como de españoles o murcianos, por suerte, y pese a los clichés del nacionalismo y el antinacionalismo, que son los que más se empeñan en reducir todo a tipos ideales o diabólicos. Tendría que ser muy específico, y contarte que soy un vasco de San Sebastián, nacido en pleno desarrollismo en una familia castellanoparlante, con un abuelo en el bando de los perdedores y otro en el de los ganadores de la Guerra Civil, que aprendió euskera en una ikastola, que militó de joven en Euskadiko Ezkerra y participó en el movimiento a favor de la insumisión, que es profesor de historia... Tendría que ser muy prolijo y, por lo tanto, muy aburrido, me temo.
Una regla fundamental que tiene que cumplir la entrevista literaria es que quede muy claro que el entrevistado ha hecho recientemente algo que merece la pena conocer. Tú acabas de publicar Panfletario, un libro que recopila, según el subtítulo, “Manifiestos, decálogos y otros artefactos a favor (y en contra) de la literatura”. ¿Por qué debería nadie leer este libro? ¿No crees que no están los tiempos para metaliteraturas?
Pues no lo sé, pero el que avisa no es traidor, y yo me quedo muy tranquilo avisando de que esto es eso, un libro metaliterario, y si alguien lo compra o lo coge prestado en una biblioteca, ya sabe a lo que se expone, a leer un libro sobre literatura, sobre la pasión o la obsesión de la literatura, y las taras del mundo literario. Un libro guerrillero de un lector partisano, como he dicho antes. Ya sé que no es un argumento muy publicitario, en los tiempos que corren, pero qué se le va a hacer, me gusta la literatura, me apasionan los libros, y como me parece que, al contrario de lo que se piensa, leer no es algo solitario, sino una actividad social, y lo social necesariamente implica discusión y debate, de vez en cuando produzco textos en ese sentido. Luego los reúno en un volumen y esto es lo que sale, por ejemplo.
Otra regla: el entrevistador debe demostrar que se ha leído el libro del entrevistado. Como me lo he leído dos veces, te haré dos preguntas en lugar de una: ¿de veras detestas tanto la autoficción o es solo una manera de literaturizar tu “yo”? Y la siguiente: lo de regalar “productos de la tierra” en pago por asistir a un taller literario o a cualquier evento cultural, ¿es una particularidad del hecho diferencial vasco?
Ja, ja. No es que deteste la autoficción, de la que, como en todo, hay bueno, regular y malo, más de estos dos últimos que de lo primero, claro. Lo que detesto es el hecho de que se imponga como moda literaria, es decir, como especie invasora, y que, de repente, todo tenga que pasar por ese esquema, tanto las novelas, como los cuentos, los ensayos y casi hasta los prospectos de los productos farmacéuticos: con lo tranquilos que estábamos cuando lo autobiográfico, es decir, la autoficción se limitaba casi exclusivamente al campo de la poesía lírica... Y me preocupa, por otra parte, como síntoma, como expresión de la inflación del ego que caracteriza esta etapa del capitalismo tardío. Como si el acto de escribir, de escribir para publicar no fuera ya suficientemente egotista. Nuestras circunstancias personales, salvo contadas excepciones, no son tan interesantes. Hay que mirar más hacia fuera, creo yo. En cuanto a lo de los productos de la tierra: pues quizá sea así, quizá tenga que ver con nuestra deriva turistificadora y con esa obsesión tan masterchef que tienen algunos vascos con las cosas de comer y de beber, no sé. Es verdad que no me suelen invitar a tantos bolos fuera de Euskal Herria, con lo que quizá ahí haya pecado de generalizar, aunque también me han regalado productos de la tierra en España o en otros países, aunque más como complemento del pago que en sustitución de la totalidad del mismo, que es de lo que me mofaba un poco en mi panfletillo…
La regla de oro de toda entrevista: no trates de brillar a costa del entrevistado pero tampoco permitas que el entrevistado brille más que tú. Eso último es fácil porque siempre puedo quitar las respuestas que me parezcan más ingeniosas, pero lo primero es una tentación que no por difícil de cumplir es más fácil de evitar. Así que ilumíname: ¿cómo has hecho para frenar las ganas de convertir cada punto de cada decálogo en un relato? Porque es evidente que ese, el relato, es el terreno donde te sientes más cómodo.
Bueno, no he conseguido evitarlo tanto, y el propio libro es prueba de ello, porque, junto a los textos de carácter más bien ensayístico, hay cuentos también metaliterarios, que pueden servir de coda o de complemento a las cuestiones que planteaba en los decálogos o los panfletos anteriores. De hecho, tenía muchos más: en mis libros de relatos siempre hay unos cuantos “meta”, y tengo uno entero en euskera dedicado al tema, Idazten ari dela idazten duen idazlea, que traducido sería algo así como “El escritor que escribe que está escribiendo”, del que, de hecho, provienen algunos de los que he incluido en Panfletario. Pero tampoco quería abusar y solo he recopilado los que me parecía que tenían que ver más con los temas sobre los que me interesaba discutir. Pero, sí, sobre todo soy escritor de relatos, por razones sobre las que cambio de opinión de cuando en cuando, y tiendo a reflexionar de esa manera, escribiendo pequeñas ficciones. Y luego, además, escribo panfletos sobre literatura, que son, en este caso, la espina dorsal de este libro.
Desconfío de la novela histórica como subgénero literario, en la medida en que no es, al contrario de lo que suele pretender, una buena vía para aprehender la historia
En uno de esos relatos a los que te refieres, un escritor vasco viaja al pasado para perpetrar un fraude y acaba alterando drásticamente la historia de Euskadi y de España. No es la única máquina del tiempo que aparece en estas páginas y tampoco es el único viaje en el tiempo que aparece en tus relatos. ¿Tienes tantas cuentas pendientes con el pasado?
Mi primera respuesta iba a ser ¿quién no las tiene? Pero, una vez más, igual estoy generalizando: cada vez que escucho declaraciones de gente como Felipe González me doy cuenta que hay quien no tiene ningún problema con su pasado, por muy turbio que haya sido o muchos bandazos que haya tenido que dar. En todo caso, el pasado me interesa mucho, está claro, ya he dicho antes que soy profesor de historia, y eso implica, en mi caso, que me apasiona lo que sucedió, pero también lo que pudo suceder, las líneas temporales alternativas, me da igual si nos estamos refiriendo a cuestiones macrohistóricas o a vidas personales. Y, por otra parte, y quizá también porque soy historiador, desconfío profundamente de la novela histórica como subgénero literario, en la medida en que no es, al contrario de lo que suele pretender, una buena vía para aprehender la historia, sino, en general, todo lo contrario. De manera que puede que la abundancia de máquinas y vórtex temporales o de ucronías en mis cuentos se deba a eso, a que la ciencia-ficción sea mi manera de evitar los peligros, los abusos en que suele incurrir la narrativa histórica. Bueno, y porque los viajes en el tiempo, las paradojas temporales y todo eso, en sí, molan, ¿verdad? Ya sé que a ti también, Xandru, que eres, como yo, fan del universo Marvel…
Y cada día más, habida cuenta de que hay quien lo considera un desdoro... No voy a dar nombres. Por cierto: otra regla que merece la pena cumplir en toda entrevista, creo, es la de manejar con cuentagotas el name dropping. La verdad es que es una regla que habría que cumplir en cualquier actividad relacionada con la literatura. Aparte del tuyo, me he propuesto citar en esta entrevista tan solo dos nombres de los que me han venido a la cabeza leyendo Panfletario: Borges y Lem. A Lem lo mencionas a propósito de su Vacío imaginario, un libro construido a base de prólogos de libros que no existen, pero yo me he acordado mucho, también, de los Diarios de las estrellas. ¿Tiene algún sentido afirmar que Panfletario es, como Vacío imaginario, un libro de ficción, o hay que insistir en calificarlo de “colección de ensayos”? ¿Hasta dónde llega la pretensión de distinguir géneros literarios?
Me alegra mucho que menciones Diarios de las estrellas, la compilación de las aventuras del cosmonauta Ijon Tichy, porque siempre he defendido que es la mejor obra de Lem, por encima de Solaris, y porque es, seguramente, una de las razones por las que me dedico a escribir: mis primeros relatos fueron plagios más o menos descarados de historias de Lem. No sé cuántas veces devoré, durante mi adolescencia, aquellos dos volúmenes de Bruguera Libro Amigo, que aún conservo y están al borde de la desintegración. Hace pocos años los volví a leer, con un poco de miedo, porque ya sabes lo que pasa con las lecturas de juventud, que muchas veces se nos caen de las manos cuando las retomamos con unos cuantos años y unos cuantos libros más a nuestras espaldas, y qué va, me siguieron pareciendo un prodigio. Y, sí, Lem es un buen ejemplo de lo que dices, sus cuentos o sus novelas tienen mucho de ensayo disfrazado, a veces, y sus supuestos ensayos están llenos de ficción; hace poco me leí Provocación, cuyo texto principal es la reseña de un libro, por supuesto apócrifo, de un tal Horst Aspernicus, pero que, por muy ficticio que sea, al final está muy por encima de muchos textos que se presentan como ensayos “serios” sobre el Holocausto… De manera que, de acuerdo, quizá en estos tiempos, tan líquidos e híbridos, ya no tenga tanto sentido distinguir entre géneros. Pero reconozco que a mí me da seguridad seguir marcando límites, un poco al menos. De hecho, al contrario de lo que me ocurre con Lem, las pretensiones ensayísticas de muchos escritores de ficción actuales suelen parecerme bastante débiles y cómodas, una manera de evadirse de la responsabilidad de pensar más profundamente, de documentarse más y de consignar al final del libro una bibliografía como Dios manda. Panfletario, en ese sentido, y aunque también contenga textos de ficción pura, tiende más al ensayo, o, de acuerdo, seamos rigurosos, al ensayito; lo que el flamenquito sería al flamenco, vamos.
Digas lo que digas, se te nota un fino olfato de lector de poesía. Hay una cierta sobriedad narrativa que traduce el efecto métrico de la poesía. Es lo que me hizo acordarme de Borges, pero también la tentación de desdibujar la frontera entre la invención literaria y la autonomía de la obra y de los personajes, que viene a ser la traducción metafísica de los viajes en el tiempo, ¿no? Como en “Duvrescu, o La fortuna es ciega”.
No sé qué decirte. Es verdad que, con la edad, me sorprendo leyendo cada vez más poesía. Pero no en cantidades que podrían considerarse significativas o peligrosas, así que puede que estés equivocado. En todo caso, mis problemas no son tanto con la poesía en cuanto género, sino con los poetas, o, más bien, con muchos poetas y su pretensión de estar haciendo algo “más allá de la literatura”, un mecanismo de autodefensa que puedo entender, pero del que me da la impresión que suelen abusar un poco. Y, por otra parte, sí, la manera que tiene Borges de afrontar el hecho poético me parece modélica, porque consigue, sin dejar de ser complejo, parecer cristalino, en lo que al lenguaje se refiere. Es algo que, en euskera, también consiguen escritores que me han influido, de distinta manera, como Bernardo Atxaga o Xabier Montoia. Finalmente, sí, a mí, a estas alturas, me resulta muy difícil mantener esa ficción dentro de la ficción de la autonomía de la obra y los personajes, tan decimonónica, y en la que se apoya la mayor parte de la novela de consumo actual. No soporto, por ejemplo, a los novelistas que empiezan a contarte que, en un momento dado, sus personajes “cobraron vida propia” y se les “escaparon de las manos”: venga ya, si el control siempre lo tienes tú. La tramoya está allí, la literatura también es la tramoya, y a veces es sobre todo la tramoya, y creo que es mejor que todos, escritores y lectores, seamos conscientes de ello. Quizá no todo el rato, pero no está mal que nos los recuerden de vez en cuando.
En “Siete motivos para escribir sobre la Cosa»” fantaseas con la hipótesis de que el “conflicto vasco” (la Cosa) sea la gran aportación de la literatura vasca a la República Mundial de las Letras. No te voy a preguntar sobre la Cosa (otra regla de la entrevista: no hacer preguntas previsibles), sino sobre el concepto de “aportación”. ¿Deben las literaturas minoritarias, como la vasca (o la asturiana, aún más minoritaria), justificar su existencia en función de un tema estrella, una peculiaridad histórica o una excepcionalidad política? ¿O tienen la posibilidad de defenderse solas frente a las grandes literaturas coloniales?
Bueno, la idea de que La Cosa fuera nuestra aportación estrella no es mía, sino de Jokin Muñoz, uno de los escritores que mejor ha tratado el tema y que, por desgracia, hace unos años dejó de publicar y se unió, aparentemente, a la cofradía de los bartlebys, espero que no para siempre. Supongo que en algún momento llegué a pensar como Muñoz, aunque creo que me desengañé pronto: lo que nos ha pasado a los vascos no es tan importante para el resto del mundo, no tanto como nos gustaría, al menos; a fin de cuentas, el nuestro es un país pequeño. Aunque para nosotros, sin duda, sea algo crucial, claro. Lo que yo añado al desiderátum de Muñoz es la paradoja de que, vía el éxito de Patria, quizá al final sea la literatura vasca en castellano la que se lleve el gato al agua, en vez de la literatura vasca en euskera. Esta última parece que tiene más éxito exportando productos literarios con un cierto label de tipismo folklórico o turístico. A mí me sigue pareciendo un contrasentido que el escritor vasco que más éxito tiene fuera de nuestras fronteras, a la par o por encima de Atxaga, sea Kirmen Uribe, y no, por ejemplo, Ramon Saizarbitoria, cuya obra es, sin duda, literariamente mucho más sólida, pero no tan “peculiar” desde el punto de vista “nacional”. Y ahí es donde veo yo el quid de la cuestión de tu pregunta: la única posibilidad de defenderse que tienen las literaturas que tú denominas “minoritarias”, aunque solo lo sean por su número de hablantes, de lectores o de escritores, es acentuando sus rasgos típicos, vendiendo peculiaridad, es decir, asumiendo la versión del “orientalismo” que le corresponda históricamente, si se me permite reciclar el concepto acuñado por Edward Said. Porque, claro, las grandes literaturas coloniales se han arrogado toda la universalidad, y no nos dejan a las periféricas más que una cierta alteridad: cuanto más inofensiva y Amélie, mejor. La escritora exyugoslava Dubravka Ugrešić ha dicho cosas muy sensatas sobre este dilema, quizá irresoluble, en algunas de sus obras. De manera, Xandru, que puede que no haya escapatoria de la literatura de la “patria querida”, sea esta la del cachopo o la del bacalao al pil-pil. En ese sentido, supongo que La Cosa podría funcionar en el mismo sentido: soy consciente de ello, y de los peligros que conlleva. Pero, con todas sus incomodidades, prefiero a La Cosa como tema estrella, a la literatura folklórico-gastronómica con denominación de origen que amenaza con dominar el trocito del panorama cultural en el que se nos permite meter el hocico.
Iban Zaldua, de los Zaldua de Donostia, cosecha del 66, estrena esta primavera Panfletario. Manifiestos, decálogos y otros artefactos a favor (y en contra) de la literatura (Editorial Pepitas de Calabaza). Un libro que es más que la suma de sus partes, siendo estas, como son, del género de lo incisivo...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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