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Ha trascendido el descubrimiento de la tumba más antigua de África, un lugar en el que se han hallado, o buscado, pocas, o donde, por fuerza, nuestros antepasados optaron por otras posibilidades funerarias que no dejaron restos arqueológicos. En todo caso la tumba tiene unos 78.000 años. Se trata de un sapiens en postura fetal, en el interior de una fosa. Su cabeza reposaba en una suerte de almohada. Alguien dispuso todo eso, creando tal vez un rito funerario, una idea densa y singular de lo que es la vida y la muerte. No lo sabemos. Hay tumbas más antiguas en Eurasia. En Israel se encontró la tumba neandertal más antigua –unos 120.000 años–, pero también la tumba más antigua sapiens –de hace entre 90.000 y 130.000 años–. Hay, no obstante, indicios de enterramientos anteriores, más antiguos que el propio sapiens y el propio neandertal. Si bien sería arriesgado llamarlos enterramientos. Se trata de depósitos. Alguien llevó cuerpos a un punto determinado de una gruta, y los arrojó al vacío oscuro. Ese alguien no fue un animal, no fue una corriente de agua, sino un igual. Se ignora el sentido de esa acción, por fuerza premeditada. En Sudáfrica, por ejemplo, se encontraron unos 15 cuerpos de Homo naledi –su hallazgo, importante, en 2014, ayer, supuso el descubrimiento de algo que podría ser el primer Homo, o el último australopithecus, no está claro–, en la Cámara Dinaledi, un punto subterráneo inaccesible en el que los cuerpos muertos fueron arrojados por cuerpos vivos, hace cerca de 400.000 años. Sea como sea, en esos depósitos, y en aquellas tumbas, independientemente de la intención inicial que los inspiró, aparece siempre, en cada caso y de manera constante, el objeto favorito de la humanidad. La humanidad. Es decir, el cuerpo. Al punto de que los cuerpos encontrados han sido tratados con alguna deferencia.
Remotos homenajes al cuerpo inerte, hablan de la muerte, claro. Pero también son un punto al que llega una vibración débil, residual, de otro temblor aún mayor y en verdad fabuloso, descomunal, antiguo, que alude también al cuerpo y que, por fuerza, tuvo que ser entendido e inventariado cuando se decidió, o no se pudo evitar, dar un trato al cuerpo fallecido del igual. Como la muerte, ese temblor es fruto de la observación del cuerpo. Concretamente, de otro cuerpo, vivo. Es lo contrario a la muerte. Es algo también innegociable e incomprensible e imparable. Es otra rendición. Es el culto al objeto favorito. Es el deseo.
Ha trascendido el descubrimiento de la tumba más antigua de África, un lugar en el que se han hallado, o buscado, pocas, o donde, por fuerza, nuestros antepasados optaron por otras posibilidades funerarias que no dejaron restos arqueológicos. En todo caso la tumba tiene unos 78.000 años. Se trata de un...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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