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La primera escuela de negocios es la ESCP Europe. Fue fundada en 1819, en París. En su día fue considerada un exotismo, un adorno no necesario, una educación a la que se accedía en otro punto. La escuela aún está en funcionamiento y tiene sucursales en Londres, Madrid, Turín y Berlín. En 1871 se creó en Le Havre una segunda escuela de este tipo. La Escuela de Negocios de Normandía. Hoy tiene campus, además de en Le Havre, en Caen, Dublín, París y Oxford. En 1881 apareció la Escuela de Estudios Superiores de Comercio, en París y, también, la Escuela de Negocios Wharton, en Filadelfia. En 1898 aparecen escuelas de ese tipo en Alemania –la Handelshochshule–, y en Suiza –la San Galo–. En 1900 se funda la Escuela de Negocios Amos Tuck, en Hanover, New Hampshire, la primera en ofrecer un título MBA, una suerte de revolución en la disciplina. En 1922 la Escuela de Negocios Booth –en la Universidad de Chicago–, ofrece el primer doctorado en la materia, así como el primer MBA para ejecutivos. Diez años después, y a partir del crack de 1929, ya es difícil establecer un árbol genealógico, y un orden e itinerario, en la creación de escuelas de negocios. Se multiplican por doquier y sin orden aparente, en un número que hoy supone, en todo el mundo, una cantidad que oscilaría entre las 8.000 y las 17.000 escuelas. Es decir, un número incalculable, inverificable e incomprensible, como sucede, por otra parte, con los objetos presentes en la vida cotidiana. ¿Cuántos tenedores, o zapatos, o paredes, o puertas hay en el mundo?
La pregunta a la que aboca el crecimiento exponencial de esas escuelas es, en todo caso, esta: ¿por qué ese tipo de escuelas, creadas costosamente, con pausa y parsimonia desde principios del XIX, se disparan desde la segunda y tercera década del siglo XX? La respuesta es sorprendentemente sencilla. Por la aparición de una sospecha, redoblada en la crisis del 29. Una sospecha que no solo invalida a estas escuelas, sino regiones amplias e importantes de la realidad. La sospecha: una empresa puede funcionar sin directivos y, más aún, sin propietarios. Esa sospecha, acuciante, no acaba con las escuelas de negocios, sino que incrementa su número en la segunda mitad del siglo XX. Y con él, el consiguiente aumento inaudito de directivos, dotados de un vocabulario nuevo, complejo, diferenciador, frente al que es preciso ser iniciado a través de una formación. Es así que, frente a una sospecha, se responde con la certeza de un vocabulario. Es un vocabulario que hoy prima en la política y, en algunos aspectos y puntas, en la publicidad, en la vida cotidiana. Si lo comprendemos es que, por tanto, lo hemos estudiado y aprendido. Eso significa que hemos ido a una escuela de negocios. Eso explica que, hayamos estudiado otra cosa, o no hayamos estudiado nada, hemos estudiado eso. Se nos ha enseñado eso.
Y eso nos ha hecho olvidar la sospecha.
La primera escuela de negocios es la ESCP Europe. Fue fundada en 1819, en París. En su día fue considerada un exotismo, un adorno no necesario, una educación a la que se accedía en otro punto. La escuela aún está en funcionamiento y tiene sucursales en Londres, Madrid, Turín y Berlín. En 1871 se creó en Le Havre...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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