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Mi prima era la chica más divertida ya en la niñez. En aquella época coincidimos mucho en bodas. Los niños éramos allí legión, lo que nos hacía incontrolables. Jugábamos, reíamos, gritábamos, nos ensuciábamos sin límite alguno. Los adultos, en vez de intentar el orden, nos contemplaban con un orgullo y emoción que sólo comprendo hoy. Ella, mi prima, fue, en todo ese sentido, una gran compañera de juegos. Su cara, ya de pequeña, sólo encajaba y era ella misma cuando reía. Lo hacía muy bien, por lo que era un placer imparable hacerla reír. Cuando creció se fue a Londres, a hacer camas y a estudiar. Cuando nos reencontramos era bellísima, como todas las mujeres de mi familia, si bien una absoluta desconocida. Hasta la primera vez que rió. Lo retomamos ahí. Periódicamente quedamos para cenar. Siempre intento hacerla reír con la boca llena. Y siempre lo consigo. La gente que nos ve cree que somos una pareja veterana y curtida, que en su día tocó unas teclas mágicas, supongo. En realidad somos algo más profundo e improbable. Niños, personas absolutamente fieles a su infancia.
Esta semana, y por eso he empezado a escribir estas líneas, mi prima me ha enviado una foto, tomada por ella. Y un mensaje compungido y apesadumbrado, en un tono que jamás había unido a ella: “No lo sabía. No me lo puedo creer”. La foto es de una exposición. Se trata de plafones con la biografía de personas represaliadas por el fascismo. La foto era, concretamente, trazos de la biografía de un antepasado común, el que nos une. Es una historia incalificable, que finaliza en una cámara de gas. Yo la conocía. La escuché en la niñez, en Francia, en una conversación en la que nadie me presuponía. Fue formulada en pocas palabras, como yo lo haría ahora. Me afectó notoriamente. Era una historia que lo invalidaba todo. Hacía incomprensible todo. Tras escucharla, no era razonable estrechar la mano de nadie, confiar, comer o beber. Esperar o tener expectativas. El mundo entero cambiaba de nombre y forma. Supongo que, por eso mismo, nunca nos la explicaron en su desmesura. No nos la explicaron porque no era explicable. Y no explicaba nada. Salvo lo inexplicable. No merece la pena hablar de lo inexplicable, porque con ello solo se formula su sombra, y no es bueno vivir en la sombra, ese domicilio sumamente oscuro. No explicarnos esa historia era, por tanto, algo más y más importante que protegernos. Era educarnos. Prolongar nuestra inocencia y, con ella, la alegría. Era una voluntad férrea de no mutilar nuestra inteligencia. Sabían que un día encontraríamos ese mensaje en una botella. Pero se procuró que lo encontráramos en la playa soleada, y no en el naufragio. No creo que haya otra forma mejor de educar que aquella. Anteponer el culto a la vida sobre cualquier otro culto. Eso, y las bodas repletas de niños imparables, ahora que lo pienso, fue la mejor y más organizada y meticulosa y blanca venganza.
Yo le contesté a mi prima que ya lo sabía. Y le propuse ir el próximo finde a la playa, a darle un crujo a la vida. Nuestra piel quedará cubierta por la sal y el sol, y comeremos –ya lo estoy viendo– en un restaurante que nos enloquece, en el que nos reciben con dos besos, y en el que ella lo deja todo pringado de vino cuando bebe y, en ese trance, la hago reír. Ella contestó: “oh yeah”. Unas horas después me envió un video, de ella misma, con una peluca de rubia-platino, haciendo tonterías. Era la chica más divertida ya desde la niñez. Recibimos, en fin, una muy buena educación. Y un mensaje salvaje en una botella. La rellenamos. Y nos la bebimos. Los malos, que todo lo calcularon, jamás lo calcularon.
Mi prima era la chica más divertida ya en la niñez. En aquella época coincidimos mucho en bodas. Los niños éramos allí legión, lo que nos hacía incontrolables. Jugábamos, reíamos, gritábamos, nos ensuciábamos sin límite alguno. Los adultos, en vez de intentar el orden, nos contemplaban con un orgullo y emoción...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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