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Llegamos al poblado. Era parecido a los dos anteriores. Hombres y mujeres y niños segregados. Nunca veríamos los momentos de unión. No nos daría tiempo. Los niños, como siempre, eran tratados con una mezcla de cariño y desapego. El desapego hacia los niños, supongo, fue la primera medicina, cuando no existían medicinas y los niños, indefectiblemente, morían. De aquel poblado recuerdo el color azul. De vez en cuando, un objeto, un adorno, eran azules. Recuerdo también que estuvimos hablando con un grupo de hombres y alguna mujer. Si bien hablar es decir mucho. Un traductor nos iba traduciendo lo que consideraba. Hablaban mucho, traducía poco y no veía mucho interés en traducir lo que nosotros decíamos. Tal vez en eso último tenía razón. Recuerdo que uno de los hombres tenía la mitad de la mano mutilada por un animal. Pero lo que recuerdo con absoluta nitidez y perplejidad fue un último hombre, que se acercó hasta nuestro grupo. Era un hombre ausente, pero, a la vez, consciente de algo lejano, si bien de manera profunda y continua. Nos veía y oía sin vernos u oírnos. Tenía una expresión que nunca había visto. Y que no he vuelto a ver. La expresión de estar de vuelta y de paso, pero con una intensidad que la hacía diferente y única. Era una suerte de indolencia cósmica. Sus movimientos, a su vez, eran diferentes a los de los otros. Sobrios, lentos, precisos. Para sí mismo. Llevaba un tocado diferente al resto. Concretamente, ningún tocado. Estuvo un rato con nosotros y se fue a otro punto con todo lo que llevaba: esa actitud densa. Pregunté por él al grupo. El traductor se dignó a traducir mi pregunta. Estuvieron un buen rato hablando. Finalmente, me respondió sobre la identidad de ese hombre. Lo hizo dudando, ensayando varias respuestas. “Es diferente. Es divinidad. Es… ¿Dios?”. Él sabía lo que era, pero tenía serios problemas para traducirlo al idioma que utilizábamos. De manera que prosiguió. “Ese hombre vivió algo que nadie puede vivir y seguir vivo. Eso lo transformó en Dios”. La conversación –la nuestra– finalizó aquí.
Ignoro qué pudo vivir aquel hombre, qué intensidad le quemó la membrana de la mortalidad y le hizo Dios. Como sucede aquí, allí la vida estaba calculada para limitar la exposición a la tensión y al abismo. Es nuestra capacidad y portento como especie. Y es universal. Por ello, me cuesta imaginar una experiencia cuyo calor y presión nos transforme en diamante, nos arranque nuestra especie de nuestra alma, y nos convierta en dioses. Por muy intensa que sea, no puedo calcularla. Menos aún ahora, cuando ya las he vivido casi todas. Quizás el amor, en su forma más absoluta, provoca la vivencia de la divinidad. Pero eso es cegador e insostenible, ajeno a nosotros, de manera que, de una forma u otra, rompemos esa amenaza de inmortalidad cuando se produce, canalizándola lejos del abismo y la tensión, y hacia el recibo y la anécdota. Debe de ser, por tanto, otra herida más innegociable y opaca. Quizás el odio. Si bien aquel hombre carecía de odio, o de cualquier otro sentimiento, si exceptuamos cierta lastima hacia nosotros, el odio es lo más parecido a ese acceso a la inmoralidad que he visto por aquí. El odio, la identidad al rojo y amenazada, desencaja los ojos y crea el grito, y nos convierte en dioses menores. Libres, poderosos, furiosos, del Antiguo Testamento. Hacedores de explosiones y castigos contrarios a nuestra especie. De otro mundo. Un mundo negro y sangriento.
Llegamos al poblado. Era parecido a los dos anteriores. Hombres y mujeres y niños segregados. Nunca veríamos los momentos de unión. No nos daría tiempo. Los niños, como siempre, eran tratados con una mezcla de cariño y desapego. El desapego hacia los niños, supongo, fue la primera medicina, cuando no...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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