Dos en la carretera (III)
No levantes el puño, Pedro
Al fin llegamos a la tarima. El candidato estaba completamente despeinado, le faltaba un trozo de la chaqueta, pero no dejaba de sonreír. Por la puerta y con un halo de luz a su espalda apareció Bernie Sanders
Willy Veleta 31/07/2021
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[En el capítulo anterior, Iván Redondo espera a Pedro Sánchez y a su tropa en una gasolinera extremeña y se suma a la misión: conseguir los votos necesarios para ganarle la Secretaría General a Susana Díaz. Van de camino a unas cabañas en Cádiz.]
Estábamos en Mérida y Pedro quería ir a la agrupación del partido para conocer a los militantes y soltar un mitin. Antes, nos reunimos en un bar, en una esquina, para no llamar la atención.
– Pedro, elige bien tus palabras, los militantes son más de izquierdas que el órgano del partido, es nuestro momento de demostrar qué nos diferencia de Susana– le dije.
– Pedro, tu socio prioritario, si ganas y quieres formar gobierno, es Ciudadanos. Puedes hacerte el perroflauta para conseguir estos votos, pero a esta gente la tendrás que defraduar más adelante– replicó Redondo mientras le daba un bocado a un bocata de jamón.
Adriana saltó en seguida: “Pedro sé tú mismo, tú eres el pueblo, tú eres uno de ellos o de ellas”.
– Oye ¿si suena La Internacional levanto el puño?
– Ya les he dicho a los chicos de sonido que cuando entres en el escenario suene Sweet Child of Mine, déjate de Internacional– le tranquilicé.
De repente, entró Suárez Illana (nunca me acuerdo de su nombre de pila), se acercó a la mesa, sacó un objeto raído y soltó: “Es la peluca de Santiago Carrillo, se la dejó a mi padre y nunca se la devolvió, de hecho a veces mi padre se la ponía y le imitaba”.
– ¿Qué quieres?– le espetó Iván Redondo impaciente.
– Quiero regalarle a Pedro la peluca. Para que te dé suerte en este viaje, España te necesita, para mí eres lo más parecido a mi padre que hay y habrá en política, Pedro. Susana es una Isabel Tocino, no llegará lejos. Nuestro futuro está en tus manos. Póntela.
Pedro agarró la peluca con cara de asco, sacó una bolsa y como si fuera un cirujano la introdujo con sumo cuidado antes de meterla en la mochila.
– Haré buen uso de ella, no te preocupes, ¿nos dejas solos?
– Sí, me vuelvo a Madrid, solo era eso.
– ¡Qué creepy es este tío, es como el de Psicosis!
– ¿Alfred Hitchcock?– preguntó Redondo.
– No joder, Anthony Perkins– sentenció Pedro mientras daba un trago a su Coca Cola.
Era hora de dirigirse al salón de actos Largo Caballero. Redondo prefirió quedarse fuera. Adriana fue a por unas botellas de agua.
– Pedro, en unos días vas a conocer a Bernie Sanders, estar en la playa, tomar unos espetos... Ahora toca lidiar con los que te van aupar a la Secretaria General.
– Lo de Bernie Sanders… no sé qué me puede aportar ese hombre. Por cierto, nunca te lo he dicho, pero no me gusta que me toquen el brazo ni que me abracen, no me gusta el olor corporal de la gente, me aturde tanta atención y tanto grito.
– Es el precio que tienes que pagar para estar en la Moncloa y cambiarlo todo.
– Yo no quiero cambiar nada– me confesó mientras entrábamos ya en el salón de actos.
Empezó a sonar a todo volumen la canción de Guns and Roses con la que Pedro había conocido a Begoña en un chiringuito de Cádiz hace años.
La gente empezó a tocar el brazo de Pedro, a tirarle de la chaqueta de lino. Una señora se encaramó a una silla y se lanzó literalmente sobre él como si fuera un cantante de rock saltando desde el escenario sobre la multitud. Por suerte, la agarré a tiempo, antes de que cayera al suelo y antes también de que besara a Pedro en la mejilla.
Al fin llegamos a la tarima. Pedro estaba completamente despeinado, le faltaba un trozo de la chaqueta, pero no dejaba de sonreír.
Sonó La Internacional, me miró… Le indiqué con los ojos que no levantara el puño. La gente con la mirada le decía: “Levanta el puño, coño”.
Pedro levantó el puño justo cuando sonaba el “en pie famélica legión”. El público se volvió loco. El candidato se empezó a colocar el pelo con la mano que no tenía levantada. No paraban de gritarle: “Guapo, guapo, torero”.
– Compañeros, compañeras… mi viaje es un viaje de compromiso, de ilusión, una parada de avituallamiento en mi camino a la Moncloa. Con todo mi respeto a la compañera Susana…
La gente comenzó a abuchear.
– Susana, Ferreras… la misma M es– gritaban.
– Como os decía…, la compañera Susana representa el pasado, la inmovilidad, el centro…, pero nosotros somos la izquierda.
Yo escuché a un señor cerca de mí criticando: “Joder pues para ser la izquierda, le ha costado un quintal levantar el puño”.
– Cada voto cuenta, quiero llegar a Ferraz con un saco de votos que represente el cambio, el futuro... sin lastres de otros partidos, solo con los votos del partido socialista.
– Con Rivera, no– gritó el señor del andador que nos habíamos cruzado horas antes en un semáforo. La gente no entendió el grito. Yo sí.
Pedro iba a continuar con su sarta de tópicos cuando por la puerta y con un halo de luz a su espalda apareció Bernie Sanders.
– Hold it, hold it (espera, espera)… Sorry I’m late (perdonad que llegue tarde) y se lanzó a cantar en español y en inglés Viva la Quinta Brigada.
– ¿Berta, quién es ese tío?
– El próximo presidente de los EE.UU.– le contesté sin titubear.
– No me jodas, está zumbao.
– Viva la Quinta Brigada, no pasarán, the pledge that made them fight, adelante is the cry around the hillside… Bernie seguía a lo suyo mientras se acercaba a la tarima.
– Tenemos un invitado de honor– anunció Pedro. El senador americano Bernie Sanders, gran defensor de los derechos civiles y de la justicia social.
Empezó a sonar Sweet Child of Mine, se cortó… volvió a sonar La Internacional.
Pedro levantó el puño, el otro… Bernie se puso de rodillas (como pudo) y empezó a gritar La Internacional en inglés mientras yo le hacía el gesto con los dedos de “corta, corta” al de sonido.
El público no entendía nada.
– ¿Quién es ese mequetrefe?
– ¿Se ha escapado del asilo?
En la puerta divisé a Iván Redondo, arrancándose mechones de su recién comprado pelo.
Pedro prosiguió.
– Antes de compartir mesa y mantel con vosotros, y vosotras… os quería pedir un favor. ¿Alguien conoce algún taller de Peugeot en la zona, que sea de fiar y sea barato?
La señora que había saltado sobre él le gritó: “Yo te llevo donde haga falta”.
Salimos por la puerta de atrás camino al restaurante. Nadie había entendido la pregunta, pensaban que era una broma interna o un chiste sin gracia.
– Berta, no te lo había dicho, pero el coche no tira, ha saltado el testigo de motor, estoy acojonado.
– No te preocupes, le pido pasta prestada a Bernie y alquilamos uno– le dije mientras sorteábamos militantes camino a la cena.
– Este viaje lo hago con mi coche o no lo hago, es mi amuleto, mi talismán, este coche me llevará a La Moncloa…
– Kerouac, para llegar a La Moncloa hay que llegar antes a decenas de agrupaciones.
Iván, que nos había estado escuchando todo el tiempo, intercedió: “Suárez Illana me ha dejado un sobre, nada sospechoso, con diez mil euros. Podemos comprar otro coche, igual, mismo modelo, mismo color”.
– Lo haremos con mi coche o no lo haremos.
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En el próximo capítulo:
Aparatosa cena con los militantes, con invitado sorpresa incluido. Viaje hacia las playas de Cádiz de madrugada. ¿Qué puede salir mal con un coche medio averiado?
[En el capítulo anterior, Iván Redondo espera a Pedro Sánchez y a su tropa en una gasolinera extremeña y se suma a la misión: conseguir los votos necesarios para ganarle la Secretaría General a Susana Díaz. Van de camino a unas cabañas en Cádiz.]
Estábamos en Mérida y Pedro quería ir a la agrupación del...
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Willy Veleta
Es nuestro reportero multimedia, en Lou Grant hubiera sido "Animal". Donde hay una manifestación por la Sanidad Pública, por l@s pensionistas o contra los fondos buitres allí estará micrófono en ristre. Ha trabajado en todos los canales de TV privados de este país (e incluso en la CNN en Atlanta). Confiesa que en CTXT se siente como en casa. No sabemos si es por la pizza de los miércoles. Todavía estamos esperando que le den un premio de Periodismo por sus coberturas en CTXT sobre memoria histórica.
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