En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Nuestro equipo de investigación, en la Universidad de Oviedo, está de enhorabuena en las últimas semanas. Lo que hemos venido sosteniendo en un plano hipotético en los últimos años se evidencia empíricamente en acontecimientos recientes. Así, hemos visto a la patronal de sectores como el agrícola clamar contra las inspecciones de trabajo o a la hostelería almeriense hacer llamamientos en prensa porque no logra encontrar personas dispuestas a someterse a condiciones de precariedad para cubrir vacantes. El más importante y rotundo de todos ellos proviene del ámbito de la construcción, que en Asturias hace una petición a la administración pública para coaccionar a las personas desempleadas para que cubran puestos en su sector. El motivo por el que valoramos especialmente esta sucesión de acontecimientos se relaciona con nuestra hipótesis de partida: la precariedad laboral es un hecho estructural de existencia generalizada. Lejos de ser condición fortuita o coyuntural, resulta imprescindible para el sostenimiento de cada vez más sectores laborales, superponiendo el margen de beneficios al interés de alcanzar una vida digna a través del empleo. Por ello, la precariedad no supone un fenómeno laboral, sino vital: empujar a situaciones de subsistencia a las personas implica que cada vez más una mayor masa de trabajadores se vea abocada a acceder a condiciones tanto indeseables como indeseadas.
El nuevo milenio ha sido un progresivo proceso de desempoderamiento en el ámbito laboral, en términos legales y normativos, pero fundamentalmente psicológicos
Nuestro grupo de investigación se caracteriza por ser amplio e interdisciplinar. Provenimos de la psicología, la sociología, las relaciones laborales, el trabajo social, la educación… un abanico conceptual que concluye en una ramificación de líneas e intereses de investigación: desde trabajos de género a las condiciones de exclusión, la juventud y el acceso al mercado laboral o la salud mental. Compartimos dos puntos; uno es el de partida, sujeto al interés por los condicionantes de la precariedad laboral y sus efectos. Este es deliberado y estructurado. Sin embargo, también hemos llegado a un segundo, a una conclusión común a la que nos han ido conduciendo los resultados independientemente de las ramificaciones en las que ha transitado nuestra investigación: la renta básica. Aunque parece que la continuidad entre la precariedad laboral, la exclusión social y la renta básica universal e incondicional se pueda dar por supuesta, el camino resulta más lógico que directo.
El núcleo de las relaciones laborales posmodernas estriba en la flexibilidad y la desregulación. Se extiende de manera generalizada en el mercado laboral, pero de forma intensificada en sectores de baja cualificación como los mencionados antes. La flexibilidad, entre sus muchos efectos, impulsa la fragmentación del colectivo de personas trabajadoras, lo que lleva a que la relación entre la persona y el mercado laboral sea individual, y por ende absolutamente desigual. El nuevo milenio ha sido un progresivo proceso de desempoderamiento en el ámbito laboral, en términos legales y normativos, pero fundamentalmente psicológicos, que ha concluido en la única certeza de que las relaciones laborales se han precarizado progresiva y deliberadamente. El modo en el que ello ha tenido lugar se explica mediante dos elementos: la individualización como el hecho cultural que acabamos de mencionar, y la empleabilidad como herramienta discursiva y psicológica para sostener esta deriva.
El concepto de empleabilidad supone la legitimación de la desregulación. Aplicando las reglas del mercado a las relaciones laborales, el sujeto se convierte en un activo productivo antes que en una persona. De este modo, la empleabilidad crea un espejismo bajo el cual la única herramienta de intercambio en el mercado laboral es cultivar y desarrollar las capacidades. Así, la empleabilidad representa el activo del que cada persona dispone y, por ello, su aparente garante de éxito en la carrera profesional. Esta relación implica una doble dirección para simular una relación justa: el mercado laboral cuida y desarrolla procesos para seleccionar a los sujetos más talentosos. Primera dirección. Segunda: cada persona, ahora dueña de su propio desarrollo, estará en disposición de aspirar y seleccionar la organización acorde a lo que puede ofrecer. La lógica de la flexiseguridad se enarbola de este modo como valor competitivo que, sin embargo, únicamente tiene lugar entre iguales. Hasta el momento, de las dos vías de relación solo hemos visto el desarrollo de la primera. Así, la empleabilidad ha sido una herramienta de disciplina, ya que las paupérrimas condiciones de vida de una persona se superponen a lo excepcionalmente competente o formada que está, esfumándose su posibilidad de elección frente al empleo. Esta postura, conscientemente ingenua respecto a las condiciones macro de un mercado laboral cada vez más pequeño y deslocalizado, no se preocupó por solucionar ninguno de sus problemas estructurales, sino que simplemente dibujó una legitimidad discursiva para trasladar estas problemáticas de la esfera de la política pública a la esfera psicológica íntima.
Han comenzado a sonar las alarmas que auguran la necesidad de cambiar las reglas del juego con medidas coercitivas para que la gente ocupe puestos que no desean
Este proceso, que ha sido aceptado y manufacturado por un crisol amplio de perspectivas políticas y agentes interesados, ha recibido un golpe de realidad fácil de predecir: en España hay un 25% de la población en riesgo de pobreza y/o exclusión social, una cifra que crece hasta una de cada tres personas cuando la edad se comprende entre los 16 y 29 años. Esto se relaciona con el hecho de ser uno de los países de la UE que encabezan la pobreza laboral (12,7% en los últimos datos, 2019), y una tasa anual de empleo temporal en un 20,4% en 2020, lo que nos coloca solo por detrás de Montenegro en Europa. La persona que se acerca al mercado laboral serpenteando entre el coaching de baratillo y la orientación laboral cruelmente bienintencionada se topa con algo tan real como la supervivencia en términos materiales. No hay nada más material que no disponer de un modo para pagar el techo bajo el que deberías seguir viviendo. En este marco, las opciones para, gracias a la empleabilidad, elegir tu puesto de trabajo se aproximan a cero, y se antoja fácil comprender cómo se aviva el fuego de la precariedad. Volvamos por un instante al inicio: la precariedad como hecho institucionalizado. Si el paradigma de la empleabilidad que acabamos de desentrañar cimenta la política activa y la legislación laboral de nuevo cuño, su único resultado asegurado es la precariedad laboral.
La hipótesis sobre la inviabilidad del paradigma de la flexiseguridad la observamos en los titulares previamente enunciados. El momento actual representa un marco en el que, no sin carencias, se han protegido las condiciones materiales de una parte significativa de población mediante el Ingreso Mínimo Vital, los Ertes o la subida del Salario Mínimo Interprofesional. Políticas que han aportado una certeza vital suficiente para que los sectores laborales más precarizados estén siendo cuestionados por la población que tradicionalmente podría acceder a ellos. La vía en la que las personas eligen donde no trabajar se ha activado tímidamente, y han comenzado a sonar las alarmas que auguran la necesidad de cambiar las reglas del juego con medidas coercitivas para que la gente ocupe estos puestos que genuinamente no desean ni merecen ocupar. Ante este escenario se evidencia nuestra premisa: el marco de la flexiseguridad solo es válido en tanto que se precarice.
La precariedad laboral presenta una situación en primer lugar material, con lo que en un contexto individualizado el único modo de garantizar libertad de elección tiene lugar mediante la cobertura material de condiciones de vida digna. Un a priori irrenunciable que levanta interés por la renta básica universal como una herramienta fundamental para combatir la precariedad a golpe de certeza material.
-------------------
José Antonio Llosa es miembro del equipo de investigación Workforall, Universidad de Oviedo.
Nuestro equipo de investigación, en la Universidad de Oviedo, está de enhorabuena en las últimas semanas. Lo que hemos venido sosteniendo en un plano hipotético en los últimos años se evidencia empíricamente en acontecimientos recientes. Así, hemos visto a la patronal de sectores como el agrícola clamar contra
Autor >
José Antonio Llosa (Workforall)
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí