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Una de las primeras y más elementales lecciones de la economía laboral es la distinción entre oferta y demanda de trabajo. Dice la teoría, heredera de la originaria concepción del valor por parte de los economistas clásicos, que quienes venden su fuerza de trabajo son oferentes de la misma y los contratantes, en su defecto, demandantes de dicha fuerza. Es una de esas lecciones que cuesta entender, donde realidad e imaginación se cruzan yendo en direcciones opuestas, en donde el mundo que se proyecta, más que un anhelo, un deseo porque así sea, se convierte en un dolor, una brecha abismal entre la teoría y las vivencias diarias, un cierto desencanto.
No por incongruente e intangible en el día a día deja de ser menos cierta. Pero es lunes y te quedas solo en casa. En la aplicación de Infojobs hay una sección muy grande titulada “Mis ofertas”. Ya es la tercera página de búsqueda de empleo en la que te registras para inscribirte en una nueva vacante. Sabes que es nueva porque cuando has abierto el ordenador, a las 8:30 de la mañana, te ha llegado un correo de LinkedIn avisándote de ello: “1 new job for …”. Unos días después, cuando ya no te acuerdas, te llega otro correo: “Cambio en el estado de tu candidatura. No seleccionado”. No te frustras, para ese entonces no recuerdas ni los requisitos (que, por supuesto, no cumplías por el bucle de no tener experiencia): es simplemente la notificación de lo ya conocido, la actualización de lo existente; sorpresa sí fue cuando hace unas semanas llegaste hasta la quinta fase de un proceso de selección (y al acabar te mandaron un correo plantilla agradeciéndote las semanas de entrevistas).
Improductividad e incapacidad
Estar, ser en paro en una realidad donde el trabajo, y el no-trabajo, te definen como sujeto social puede hacer confundir el rechazo del mundo laboral con la incapacidad para sobrellevar el resto de ámbitos que conforman la vida. Lo sabemos por los informes de sensibilización que relacionan el desempleo con la salud mental con conclusiones entre amenazantes para el futuro y escalofriantes para el presente. Lo sabemos por Lino, que se sentía inútil yendo a las entrevistas de trabajo en Los lunes al sol. Lo sabemos por cómo se dispararon las tasas de antidepresivos en las zonas obreras del norte donde el porvenir de la comunidad dependía de una sola fábrica. Lo sabemos por el familiar que quedó en paro y arrastró una depresión durante meses.
El modelo de acumulación capitalista, en su apropiación de la fuerza de trabajo, ha necesitado siempre categorizar los cuerpos en función de su posición en la escala productiva y sus características anatómicas. La administración de los cuerpos, la biopolítica, como toda forma de dominación, históricamente ha necesitado, en términos de Derrida, un afuera constitutivo para la propia creación de la norma (un ejemplo ilustrativo es cómo el colonialismo originario necesitaba siempre de la animalización de los otros, convertirlos simbólicamente en bestias a civilizar). Es decir, ha necesitado excluir a determinadas personas y realidades a quienes ha considerado como abyectas, para construir los límites de lo normativo: las condiciones para que una vida sea vivible (en su concepción butleriana).
En el mercado laboral actual, después de décadas neoliberales de intensificación y abaratamiento de la fuerza de trabajo, son los afueras, a quienes se excluye, quienes realmente representan el centro y no la periferia de la norma. Pero los cuerpos siguen clasificándose en función de su potencialidad productiva, no como consecuencia de las propias ineficiencias que el propio capitalismo crea. Y a quienes quedan fuera, muchas veces quebrados mentalmente por los propios trabajos previos (algunas veces incluso con mutilaciones físicas), se les define como improductivos. Es así como la búsqueda de empleo, en permanente rechazo, construye sujetos que se autoperciben como inútiles. Se confunde improductividad laboral con incapacidad para manejar el resto de esferas que construyen (y reproducen) la vida. Donde la progresiva pérdida de placer derivada de la irrealización personal, motivo fundante de la dominación en el trabajo, deviene en una situación de permanente anhedonia.
Subordinación simbólica y el discurso neoliberal del trabajo
Antes, por tanto, de tener un trabajo, la relación de dominación ya está constituida. Si la diferenciación de los cuerpos conduce a la exclusión y estigmatización de los parados, encontrar un empleo significa acabar con ese letargo de frustración personal. La anhedonia, el hastío generado a partir de la confusión entre improductividad e incapacidad (entender el trabajo productivo como la única actividad que realiza al ser), parece disiparse al empezar uno nuevo. Quien te contrata no te produce desconfianza, sino gratitud. Una salida a los demonios. Esa sensación, sumada al mal recuerdo de estar en paro, conduce a la paulatina aceptación de lo existente, a la domesticación simbólica que no es más que la renuncia a la queja, a la negación, a la organización y la protesta. Si tu jefe te sacó de un callejón oscuro, no conviene enfadarle mucho por muy malas condiciones que tengas en tu trabajo.
Cambiamos de puesto no por el deseo de encontrar uno mejor, sino por cumplir el deseo negado de un buen empleo, una cierta estabilidad vital
Durante el proceso (de sorprendente parecido a la experiencia de K. en la novela de Kafka que toma este mismo nombre), los sujetos se han acostumbrado a la impostura continua. A aparentar ser lo que no son. Escribir mil cartas de motivación para conseguir un trabajo del que solo les interesa las mismas cosas que no son incluidas en la candidatura: las condiciones laborales. Mostrarse ilusionados en entrevistas que siempre acaban en un “os contactaremos si seguís en el proceso de selección”. Ser permanentemente actores, despojarse de su identidad siempre incierta por lo que tiene de inestable.
A propósito del amor, Bauman decía que muchas de las relaciones que se construían en tiempos líquidos como el nuestro no solo se rompen por un miedo al compromiso, a perder cierta “libertad”, sino también por la idea de que la siguiente será mejor que la anterior, haciendo individuos expertos en relaciones efímeras pero no en tener una estable. Algo parecido pasa con el trabajo, pero de forma distinta: cambiamos de puesto no por el deseo de encontrar uno mejor, sino por cumplir el deseo negado de un buen empleo, una cierta estabilidad vital que acabe con la permanente incertidumbre de nuestras vidas, la necesidad de una identidad fija. Sin embargo, el discurso hegemónico fetichiza, y proyecta como modelo de conducta, seres adaptativos, resilientes, resolutivos, proactivos. Le encanta hablar de personas arriesgadas, abiertas a experiencias, dinámicas: sumisas en definitiva.
Todos estos atributos, propios del discurso managerial, poseen su reverso en el resto de ámbitos y lugares ajenos al trabajo. La misma moneda; dos caras distintas. Ser resilientes en el trabajo significa renunciar a la queja. Ser proactivos equivale a acabar agotados para el resto de cosas de nuestra vida. Abiertos a experiencias es negar el derecho al arraigo. Adaptativos en el trabajo, que nuestra vida quede supeditada a él.
Cambio en el estado de tu candidatura
Es domingo y el fin de semana te lo has tomado como descanso para encontrar trabajo. No por ti, sino porque el resto descansa y no responderán a tus solicitudes. Mientras intentas escribir el último párrafo del artículo, te salta una nueva notificación en el móvil. Ventana emergente. Un nuevo correo en tu bandeja de entrada. No conoces la dirección del emisor, no te sorprende; desde que buscas trabajo te escriben muchas sin tu consentimiento. La abres. “Te informamos que tu candidatura se ha clasificado como No Seleccionado para el puesto. Por favor no respondas a este e-mail automático”. No todo el mundo descansa en fin de semana.
Una de las primeras y más elementales lecciones de la economía laboral es la distinción entre oferta y demanda de trabajo. Dice la teoría, heredera de la originaria concepción del valor por parte de los economistas clásicos, que quienes venden su fuerza de trabajo son oferentes de la misma y los contratantes, en...
Autor >
Pepe del Amo
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