DOS EN LA CARRETERA (IV)
No quiero ser un Hernández Mancha
De repente, el camionero se acercó a nuestro coche, con la cabeza ensangrentada…, con chaqueta y corbata. No sabíamos si salir corriendo o tirarnos al suelo
Willy Veleta 7/08/2021
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
[En el capítulo anterior: Primer mitin de Pedro Sánchez durante su periplo para conseguir los votos de la militancia y volver a ganar la secretaria general del partido. Aparición estelar de un exaltado Bernie Sanders y dudas de Pedro a la hora de levantar el puño mientras sonaba La Internacional.]
Eran ya las once de la noche, la militancia nos invitaba a quedarnos en Mérida a dormir, pero Pedro seguía en sus trece: “Qué pesaos, que yo no duermo en cualquier colchón, seguimos para Zahora y ya está. Además, yo conduzco mejor de noche”.
Le expliqué a Bernie la historia de Pedro y los colchones. “We have to go to the mattresses (tenemos que ir a los colchones)”, dijo el senador estadounidense.
– ¿Go to the mattresses? – preguntó Pedro extrañado.
En ese momento, el colchón de Rajoy no era lo que sobrevolaba la cabeza de Pedro, he de decir.
– Sí, es una cita de El Padrino, significa “We have to go to war” (tenemos que ir a la guerra) – se lanzó a responderle Bernie en spanglish.
A Pedro le encantó la idea. No íbamos a cruzar el Ebro ni tomar Belchite, pero íbamos camino de un cónclave, con varios asesores, para lanzar la última ofensiva que nos permitiera entrar en Ferraz de cabeza y luego en la Moncloa.
– I´ve never driven stick shift (Nunca he conducido con cambio manual) –soltó Bernie empeñado en conducir.
– You are nuts, Bernie, let me drive, dude (Estás pirado, Bernie, déjame conducir, tronco) – se abalanzó Pedro sobre él.
– I am not The Dude. I am gonna be your mentor (No soy El Nota. Voy a ser tu tutor).
Pedro ocupó el asiento del copiloto e intentó explicarle cómo funcionaba el “clutch” (embrague), cuando a Bernie le dio por meter la primera a pelo…
Iván Redondo gritó de dolor en el asiento de atrás al escuchar cómo rascaba la marcha. Pedro se tapaba los oídos, y tuve que intervenir: “Bernie, quit it man, we gotta get to Zahora before dawn (Déjalo, Bernie, tenemos que llegar a Zahora antes del amanecer)”.
Pedro sacó la peluca de Carrillo de su mochila y se la puso a Bernie mientras intercambiaban el asiento sin salir del coche.
En un alarido que nos extrañó a todas, Bernie empezó a gritar: “¿Y Paracuellos, qué?”.
Bernie, con la peluca de Carrillo, gritando cualquier cosa en español casi consiguió que Pedro se meara en los pantalones, de la risa.
– ¿Dónde está Andreu Nin?
Cómo Bernie sabía de Paracuellos o de Andreu Nin es algo que no quisimos preguntarle. Era tarde y nos temíamos una larga historia.
Ya estábamos en ruta.
Pedro puso en bucle Sweet child of mine, Bernie dormía, y yo empecé a leer Lluvia de agosto, un libro sobre la muerte o asesinato de Buenaventura Durruti.
– Estás obsesionada con Durruti –me dijo Redondo mirando hacia la ventanilla–. Si crees que, con referentes como ese pistolero y el abuelo este americano que nos has traído, Pedro va a llegar a Moncloa, lo llevas clarinete.
– Es que no vamos a llegar a Moncloa, al menos nosotros, tú igual sí.
Redondo se quedó helado.
– Yo con Peter al fin del mundo.
Pedro nos escuchó.
– ¿Berta, por qué dices eso? ¿Cuál es la meta entonces? A mí no me líes.
– La meta es Moncloa, pero no tenemos tiempo para llegar, al menos ahora…, no estás preparado, te queda mucho por aprender, pequeño saltamontes. Cuando llegues, va a saltar por los aires todo el sistema. Pablo Iglesias será un Hernández Mancha a tu lado.
– ¿Quién es Hernández Mancha? –preguntó Iván Redondo.
– Un Al Gore andaluz –soltó Bernie con mucha gracia y mucho acento de Vermont.
– Desde luego le quitáis a uno las ganas de conducir, de pedir votos... ¿Entonces este viaje para qué coño sirve? –dijo Pedro ligeramente decepcionado.
– Este viaje es fútil, terminará con el descanso del guerrero y ahí se forjará todo – le respondí convencida de ser lo más parecido a Arya Stark aconsejando a Jon Pedro Stark Sánchez.
– ¿Fútil? – preguntó Redondo.
– Es un viaje iniciático que nos pondrá en la órbita necesaria para cambiarlo todo en un tiempo –añadí dándome cierta importancia.
– Berta no me jodas, es ahora o nunca, ahora o nunca.
Zahora, dos kilómetros, decía la señal. Pedro no paraba de mirar hacia atrás para rebatirme lo del viaje fútil, iniciático.
– Hazme caso, Pedro, tienes talento, pero eres un candidato de cartón piedra, sin moldear, producto de la factoría Ferraz de crear candidatos que no aportan nada. Mira a Oscar López, Patxi López, Odón Elorza, Rafael Simancas.
– Do you really want to be a Patxi López? (¿Realmente quieres ser un Patxi López?) –intervino Sanders.
– Vamos a coger el toro por los cuernos, cargarnos todo el aparato del partido y colarnos en la Moncloa en cuanto podamos, pero más pronto que tarde… Hacedme caso – gritó Pedro, contrariado con mis teorías apocalípticas.
– Tu tiempo llegará –le insistí.
– ¿Dónde está Nin? – volvió a saltar Bernie atusándose la peluca de Carrillo.
– Pedro, atento a la carretera, joder –le tuve que gritar.
– Dentro de unos años tendré arrugas, no seré el mismo Pedro, ahora es mi momento, joder.
Y de repente, todo se fundió a negro, un ruido ensordecedor de hierros, cristales y frenazos.
Nuestro Peugeot, el Peugeot de la primera cita entre Begoña y Pedro, se quedó clavado en el asfalto. Un camión que venía de frente se había cruzado y empotrado contra una farola.
La farola, aún iluminada, había caído sobre el capó de nuestro coche. La luz le daba directamente a Pedro en la cara.
Los airbags le llenaron la cara de polvo al candidato. Bernie, con la peluca de Carrillo, parecía de uno de los tres chiflados.
– A tomar por saco el coche. No arranca. Aquí se acaba nuestro periplo. Adiós a las armas –se lamentó Pedro con voz de ultratumba.
Bernie salió por su propio pie y fue a interesarse por el camionero.
– He is ok, just some scratches (está bien, tiene algunos rasguños) –informó Bernie tras inspeccionar al camionero desde fuera.
Pedro estaba conmocionado.
– No, sin mi coche, no. Este viaje no lo haré sin mi coche. O en mi coche o no seguimos. No quiero vehículos de cortesía ni un Rolls Royce de Franco. Se acabó.
Iván Redondo, al fin, reaccionó:
– Pedro, ese camión venía hacia nosotros, era un kamikaze. En el último momento se ha debido arrepentir. La silueta del conductor me parece familiar.
– Tú sí que has visto películas, vamos no me jodas, Iván. No ves tres en un burro y ahora vas a ver en la oscuridad, y desde el asiento de atrás, al conductor del camión –le contestó Pedro que recuperaba poco a poco el sentido común.
De repente, el camionero se acercó a nuestro coche, con la cabeza ensangrentada…, con chaqueta y corbata.
No sabíamos si salir corriendo o tirarnos al suelo.
– ¿Lo escuchan? Es el silencio de la noche. Alguien me pagó para que me estrellara contra vosotros y acabara con vuestra farsa, pero no he sido capaz. ¡Quiero gobernar contigo! ¡Eres el Kennedy que necesita España, yo seré tu Lyndon Johnson!
– Fuck, LBJ killed Kennedy (Lyndon Johnson mató a Kennedy) –gritó Bernie.
Y Albert Rivera desapareció sin más. Doscientos metros más adelante, un coche le recogió a toda prisa. Dentro pude ver a alguien que hacía aspavientos y le recriminaba algo. Adiviné una larga melena, poco más, pero suficiente.
– Aquí se acaba mi corta carrera política, seré un Roca Junyent, un Oscar Alzaga, un Hernández Mancha –volvió a lamentarse Pedro.
– Un Ángel (pronunciado Einyel) Gabilondo –continuó como si conociera la política española al dedillo.
– Ni de coña Pedro, resurgirás, no lo dudes, pero más auténtico. Ahora eras un cero a la izquierda, una cara bonita… –le dije sin pestañear.
– Ha ganado Susana, larga vida a la reina.
Fueron las últimas palabras de Pedro antes de caer desplomado, boca abajo, en el asfalto.
Dos días pasó en la UCI del Hospital Universitario Puerta del Mar (Cádiz) y dos meses en la habitación 206. El equipo médico habitual dudaba de si volvería a andar o pensar con fluidez.
Lo primero era necesario, lo segundo, una incógnita e íbamos a trabajar en ella.
Bernie y yo nos mantuvimos a su lado. Redondo se fue con Pablo Casado, o con Susana Díaz, no recuerdo. Le borré de mi mente en el momento en que le vi partir corriendo del lugar del accidente, en dirección a Madrid.
Pedro salió en silla de ruedas del hospital, con gafas de sol y la peluca de Carrillo para no ser reconocido. Nadie le reconoció, salimos de madrugada y por la puerta de atrás.
En un Dodge Dart destartalado, comprado en un desguace con unos dólares que había traído Bernie, llevamos a Pedro a las cabañas de Zahora que regentaba un amigo nuestro, Ramiro.
Ya en las Casas El Camino y con un viento de poniente que te dejaba tieso, desayunamos con la noticia: Susana Díaz había conseguido la secretaría general del PSOE por mayoría absoluta, allanaba así su asalto a la Moncloa.
–––––––––--
En el próximo capítulo: tras unas elecciones de infarto, que Pedro Sánchez ve desde una hamaca junto al mar, Susana Díaz consigue la presidencia gracias a los votos de Pablo Casado y Albert Rivera. Pedro Sánchez y su nuevo entorno comienzan a forjar un nuevo líder. Dos jovencitas serán las padawan de Pedro y harán de él un nuevo hombre. Y sí, habrá aparición estelar de Pablo Iglesias.
*Los sucesos y personajes retratados en este relato no son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales no es pura coincidencia.
[En el capítulo anterior: Primer mitin de Pedro Sánchez durante su periplo para conseguir los votos de la militancia y volver a ganar la secretaria general del partido. Aparición estelar de un exaltado Bernie Sanders y dudas de Pedro a la hora de levantar el puño mientras sonaba La Internacional.]
Eran ya...
Autor >
Willy Veleta
Es nuestro reportero multimedia, en Lou Grant hubiera sido "Animal". Donde hay una manifestación por la Sanidad Pública, por l@s pensionistas o contra los fondos buitres allí estará micrófono en ristre. Ha trabajado en todos los canales de TV privados de este país (e incluso en la CNN en Atlanta). Confiesa que en CTXT se siente como en casa. No sabemos si es por la pizza de los miércoles. Todavía estamos esperando que le den un premio de Periodismo por sus coberturas en CTXT sobre memoria histórica.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí