1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 1150 Conseguido 56080€ Objetivo 140000€

MEDITERRANEANDO. UN ROAD TRIP POR LOS PIGS (V)

¡Pongan más piedras en el Pachnes, malditos!

El autor pasa unos días en Anopoli y en sus tabernas, donde come estupendamente y conoce a varios personajes de novela picaresca

Steven Forti 24/08/2021

<p>Un cartel lleno de balazos cerca de Hora Sfakion (Creta, Grecia).</p>

Un cartel lleno de balazos cerca de Hora Sfakion (Creta, Grecia).

MARÍA ELIZALDE

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Me contaba mi abuelo que en mi valle, allá por el Trentino, se peleaban para ver quién tenía el campanario de la iglesia más alto. Cada pueblo decía que era el suyo. Llegaron incluso a pegarse durante alguna fiesta. Un día los de Aldeno añadieron a escondidas unos diez metros más a su campanario. Sanseacabó. La iglesia quedó un poco descompensada, pero nadie podía negarles que su campanario era el más alto de todo el valle. Cosas que pasan en las tierras del Concilio de Trento. En Creta, en cambio, siguen peleándose por saber quién tiene la montaña más alta de la isla. Según se dice, el Timios Stavros, en el Psiloritis, tiene 2.456 metros, mientras que el Pachnes, en las Montañas Blancas, tiene solo tres metros menos. Los de la provincia de La Canea no se lo creen y, por si las moscas, cuando suben al Pachnes llevan piedras para que la cumbre supere, tarde o temprano, el Psiloritis. Se cuenta que alguna guerra de clanes puede haber empezado también por esto.

Mientras Atenea me estaba acariciando la frente, KITT nos había llevado al otro lado de las Montañas Blancas hasta llegar a Hora Sfakion, un pequeño puerto en la costa meridional de Creta. Desde ahí, los Aliados habían evacuado a más de 10.000 soldados en la primavera de 1941, tras la invasión de la isla por parte de los nazis. Antes de que nuestro Virgilio de andar por casa se percatara del monumento que recordaba esa hazaña, Atenea le dijo que siguiera por la única carretera que había. “Os voy a llevar a un sitio donde veréis algo de la verdadera Creta”, añadió. KITT no puso reparos y siguió canturreando una tras otra todas las canciones románticas que conocía de Ioannis Parios. Podría haber sido peor. Después de unos cuantos kilómetros entre barrancos, curvas y cabras llegamos a Anopoli, una aldea recostada en una pequeña meseta a la sombra del Pachnes. Los carteles en las carreteras estaban llenos de balazos. “¿Tradición local?”, pregunté. “Algo por el estilo”, contestó Atenea.

Cabras en el camino hacia Anapoli / María Elizalde. 

Aparcamos en una plazuela donde se erguía la estatua de un hombre barbudo y armado con apariencia muy noble. “¿Y este quién es?”, dije espontáneo. “Ioannis Vlachos, mejor conocido como Daskalogiannis, es decir ‘Juan el Profesor’”, contestó KITT que, al ver una estatua, se estaba poco a poco animando. “¿Y Wikipedia qué dice de él?”, volvía a preguntar para picarle. “Era el hijo de un armador de por aquí”, replicó el cabrón sin inmutarse. “Entró en contacto con agentes rusos que le animaron para que organizase una rebelión contra los otomanos. En 1770, Daskalogiannis cumplió con el trato y consiguió controlar parte de la zona de Sfakia: llegó incluso a acuñar moneda. Pero los rusos nunca enviaron la flota que le habían prometido y, al cabo de poco tiempo, los turcos sofocaron la rebelión y le capturaron. Lo llevaron a Candia, la actual Heraklion, lo torturaron, lo despellejaron vivo y lo ejecutaron”. “Nunca te fíes de los rusos”, sentenció Atenea, que algo de estrategia militar debía saber. “A los indepes tampoco les ha ido tan mal”, añadí yo.

La estatua de Ioannis Daskalogiannis en el pueblo de Anopoli // M.E.

Había llegado la hora de cenar y nos metimos en una taberna poblada de los incombustibles del pueblo. Campesinos y ganaderos, quemados por el sol, con sus barbas largas y pantalones militares que tomaban cervezas y fumaban Karelia. Kostas, el dueño, nos acogió con una sonrisa, un litro de vino rosado de la casa, unas excelentes costillas de cordero y un plato de brian, verduras asadas de su campo acompañadas por mizithra, un sabroso queso fresco de estas tierras. Luego llegó el turno del galaktoboureko –el tradicional pastel de leche griego– y, obviamente, del raki. En Anopoli se estaba muy bien: decidimos quedarnos unos días. Incluso KITT parecía relajado. Se hizo amigo de dos motoristas alemanes que llevaban dando vueltas desde principios de mayo. “Han hecho más de 17.000 kilómetros, pasando por Ucrania, el Cáucaso y Turquía”, nos contó todo excitado. “¿Lo hacemos también nosotros?”, preguntó animado como un niño. “Quizás el año que viene”, le contesté mientras un meltemi extrañamente suave nos refrescaba del sofocante calor del Mediterráneo oriental. Nada parecía poder estropear ese idilio.

Atenea nos llevó por caminos en los que no encontramos a nadie. Un día bajamos hasta la playa de Agios Pavlos que toma el nombre de una pequeña iglesia bizantina dedicada a San Pablo. Se dice que, ahí, el barco que llevaba el apóstol a Roma en el I siglo d.C. tuvo que parar por una tormenta.

La playa de Agios Pavlos. Al fondo se ve el pequeño pueblo de Agia Roumeli // M.E.

Toda esa costa cretense está surcada por profundas y largas gargantas. KITT quería ir a la más famosa, la de Samaria. “Ahí se regugió el rey Jorge de Grecia para que no lo capturasen los alemanes en mayo de 1941”. “¿Te has vuelto incluso monárquico?”, le solté. “¿Te imaginas a Juancar caminando dos días por los Picos de Europa para salvar el pellejo? ¡Quiero verlo! En España se van al exilio en avión para acabar en un resort de lujo en Emiratos Árabes”, me contestó bravucón. En eso tenía razón. “Lo siento KITT, pero a Samaria no podemos ir. Está cerrada por riesgo de incendios”, dijo Atenea. “Pero iremos a otras dos gargantas, igual de bonitas y mucho menos turísticas”, añadió.

En la de Imbros pasaron, cansadas y famélicas, las tropas aliadas bajo el fuego de los Stukas alemanes para llegar a Hora Sfakion. “Entre ingleses, australianos y neozelandeses, había también unos setenta republicanos españoles”, nos contó Atenea mientras bajábamos por la garganta. “Resulta que, tras haber escapado a Francia en 1939, se alistaron en la Legión Extranjera francesa. Los llevaron a Siria y, de ahí, se sumaron a las tropas británicas de la CreForce. Algunos consiguieron ser evacuados a Egipto, otros acabaron en los campos de concentración, después de ser capturados por los nazis”. KITT tomaba apuntes.

Otro día nos llevó por un camino mucho más largo. De Anopoli bajamos hacia Loutro, una especie de pequeña Portofino cretense, y continuamos hacia el oeste por la costa, pasando por Fenix. “Aquí basta con que levantes unas piedras para toparte con algún antiguo pueblo. Minoico, micénico, helenístico, romano o veneciano, vete a saber”, comentó Atenea, mientras miraba hacia la isla de Gavdos. “Hace un tiempo, esta se llamaba Ogigia. Era la isla de Calipso”, nos explicó suspirando. “Tuve que convencer a mi padre para que le dijera a la ninfa que dejase salir a Odiseo rumbo a Ítaca.”

Seguimos hasta Marmara, una minúscula bahía que se encuentra en la desembocadura de la garganta de Aradena. “Esto parece el Gran Cañón”, dijo exultante KITT. Subimos toda la garganta, entre esqueletos de cabras que habían caído desde las alturas, matorrales punzantes y enormes rocas que se habían desprendido hace siglos. Sudados y exhaustos, llegamos a un puente de hierro que conectaba los dos lados del cañón. “¿Y eso?”, pregunté. “Lo construyeron los hijos de una especie de Amancio Ortega de por aquí, Paul Vardinogiannis. Se lo había prometido a los habitantes de Agios Ioannis, el pueblo donde nació, para que no se quedara aislado”, contestó Atenea.

La garganta de Aradena con el puente de hierro que conecta el pueblo de Agios Ioannis a Anopoli // M.E. 

Una vez arriba, KITT se puso a arrancar higos de unos árboles como si no hubiera un mañana. Aradena es hoy un pueblo fantasma. Higueras y olivos han crecido dentro de las casas derruidas. “Aquí os quería traer”, dijo nuestra diosa con ojos de mochuelo, una señal de sabiduría y perspicacia para los antiguos. “Está abandonado desde finales de los años cuarenta. Las dos familias principales se mataron  a tiros entre ellas. Aquí tenéis el cementerio de una de ellas. Ahí, el de la otra”, nos explicó. “¿Guerra entre clanes?”, preguntó KITT. “¿Vendetta cretense?”, añadí yo, pensando inmediatamente en Sicilia. “Esto es lo que cuentan”, musitó Atenea. “Pero creo que la fecha no es casual. Esto pasó en 1947, en medio de la guerra civil griega. Posiblemente, una de las dos familias era comunista y la otra monárquica. De hecho, uno de los pocos supervivientes se escapó a Tesalónica. En Macedonia, sobre todo en las montañas fronterizas con Albania e Yugoslavia, los comunistas controlaban todo el territorio”.

Volvimos a Anopoli con una extraña sensación. Solo el vino fresco de Kostas pudo devolvernos un poco de serenidad. A la mañana siguiente, KITT estaba otra vez nervioso. Sin decirnos nada, nos llevó hacia el este: quería ver el monasterio de Preveli que, junto al de Arkadi, es el más famoso de Creta. “Aquí se levantó la primera bandera griega en la insurrección de 1821. Además, en el verano de 1941 se refugiaron unos cuantos centenares de soldados ingleses, australianos y neozelandeses que no habían logrado escapar de la isla”, nos explicó. “Los monjes los escondieron durante meses en sus celdas hasta que unos submarinos llegaron a la bahía de ahí abajo para llevarlos a Egipto”, añadió indicando una singular playa con palmeras, colonizada en la actualidad por los turistas. Antes de llegar al monasterio hay un extraño monumento de un soldado y un monje que llevan fusiles.

Monumento de un soldado del ejército británico y un monje armados en Preveli // M.E.

Estábamos hambrientos y buscamos una taberna. En Grecia, y en Creta especialmente, es casi imposible comer mal. No sabíamos a dónde ir, así que KITT echó un vistazo a Google para ver lo que había en los alrededores. “En Lefkogeia está la taberna de un tal Stelios, valorada con un 4,6. Comida casera y rica, por lo que dicen en los comentarios”. “Vamos, pues”, contesté. Nunca comimos tan mal. Por suerte, nos trajeron una botellita de raki que nos ayudó a digerir. Toda esa parte de la costa de la isla está abarrotada de turistas ingleses, alemanes e italianos así que nos escapamos lo más lejos posible. Tras subir y bajar por carreteras empinadas, acabamos en Lentas, otro pequeño pueblo costero. Todo parecía haber quedado en los años ochenta. “Necesito una cerveza”, exclamó KITT. Nos metimos en el Ostria, un bar construido con trozos de madera en una playa en las afueras del pueblo. No había nadie, solo un señor barbudo con una barriga imponente, cubierta por una camiseta con el careto de Che Guevara. Estaba durmiendo en una cama tendida en medio del bar al aire libre. “Tomad lo que queráis. Si no tenéis dinero, ya me lo daréis cuando podáis”, nos dijo con los ojos aún cerrados. KITT se hizo inmediatamente amigo de Babis, así se llamaba el hombre. Empezaron a hablar de la revolución cubana y de Camilo Cienfuegos, cuyo retrato estaba colgado de un enorme tamarindo. Atenea me enseñó a jugar al tavlí, el backgammon griego, mientras Babis nos ponía viejos casetes de Dionysis Savvopoulos. Cuando sonó Adeia Mou Agkalia, la versión que hizo de Into My Arms de Nick Cave, Atenea me besó dulcemente los labios. ¿Qué más se puede pedir que ser besado por una diosa en un bar de un comunista libertario griego en una playa aislada en el sur de Creta? Algo más tarde, Babis vino con un pote lleno de argila y empezó a esparcírnosla en la cara, canturreando alegre. “Eso bueno para piel”, nos dijo en su inglés macarrónico. Al contrario de los otros mortales, Babis, que había descubierto el secreto de la felicidad, podía atreverse a masajear la cara de una diosa.

El bar Ostria regentado por Babis cerca de Lentas // Steven Forti.

“Vamos a la taberna de Manolis”, dijo KITT. “Si es como la de Stelios, vas tú solito esta vez”, le solté. “Esta es buena de verdad. Me la aconsejó Babis”, contestó el cabrón. Dicho y hecho. Babis no se equivocaba. La moussaka estaba deliciosa. Además, Manolis era otro personaje de novela picaresca. Pelo largo recogido en una coleta, larga nariz aguileña, barba de monje, risa a flor de piel. Nos contó que antes había sido camionero y que iba mucho al País Vasco. “En Ventimiglia he fumado la mejor marihuana de mi vida, my friend”, me soltó mientras no paraba de llenarnos los vasos con el inacabable raki. “El otro día me partí el pie”, nos dijo mientras se quitaba un zapato y nos enseñaba un pie hinchado, cubierto por una venda deshilachada. “El médico me dijo que debía estar seis meses en la cama. ¿Y cómo hago con la taberna? Le dije que mi medicina lo cura todo”, añadió mientras nos obligaba a otro brindis de ese aguardiente cretense. La noche se alargó cuando se sumaron a la mesa Ulrich, un señor alemán que decía haber trabajado con Tarkovsky, y su compañera, una bailarina francesa pelirroja que había vivido en Barcelona. Ulrich era majo y culto, pero era antivacunas y estaba obsesionado con todo el tema de la dictadura sanitaria. Al vigésimo brindis de raki, KITT estuvo a punto de desmayarse, así que nos fuimos a dormir.

“¿Y la visita a la cueva de tu padre en el Psiloritis?”, farfullé totalmente borracho mientras me agarraba al brazo de Atenea. “Zeus está siempre dando tumbos por aquí y por allá, transformándose en sátiros, ancianos, matronas, ríos, nubes o lo que sea para ligar con alguna ninfa o alguna muchacha. ¿Sabes que decía Ovidio de él?”. “Ni idea”, contesté. “Quis enim deprendere possit furta Iovis? Es decir, ¿quién podría jamás pillar a Zeus durante sus aventuras amorosas?”. No dije ni mu. Pensé solamente que si era él quien me pillaba a mí liándome con su hija me castigaría con una pena peor que la de Tántalo o la de Sísifo. “No te preocupes. Yo también soy una diosa. A ti no te va a tocar ni con una pluma, bonito. Solo tienes que portarte bien”, me dijo Atenea, que sabía leerme en el pensamiento. En ese instante, caí rendido en los brazos de Morfeo.

Me contaba mi abuelo que en mi valle, allá por el Trentino, se peleaban para ver quién tenía el campanario de la iglesia más alto. Cada pueblo decía que era el suyo. Llegaron incluso a pegarse durante alguna fiesta. Un día los de Aldeno añadieron a escondidas unos diez metros más a su campanario. Sanseacabó. La...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Steven Forti

Profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Consejo de Redacción de CTXT, es autor de 'Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla' (Siglo XXI de España, 2021).

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí