Catástrofe
Después del fuego, el infierno
El pueblo de Batres teme que la despoblación que vive desde hace años se incremente tras el incendio
Israel Merino Batres (Madrid) , 25/08/2021
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Una mujer con un vestido desgastado se fuma un cigarrillo en la puerta de su casa, en la calle de la Iglesia. “A nosotros nos evacuaron de los primeros cuando empezó a arder todo”, asegura entre calada y calada. “Mi madre es mayor. Había que irse. Por ella y por el resto. Nos fuimos a Serranillos. El humo lo inundaba todo. El ambiente era rojo. Parecía que las llamas estaban en todas partes. Pasamos mucho miedo. Claro que temimos por nuestra casa. No se quemó. No perdimos nada, pero podríamos haber perdido mucho”. A su alrededor, Batres. Un pueblo de los que llaman despoblado y que ahora se ha convertido en una aldea rodeada por un infierno negro que hace unos días era un infierno de llamas naranjas de hasta veinte metros. “Fíjate lo que ha quedado. En fin. Es lo que hay”. Antes de meterse de nuevo en su casa, se asegura de aplastar bien la colilla en un cenicero amarillo. No puede permitirse ni media brasa más.
El río Guadarrama baña Batres, una pequeña localidad con 1.800 habitantes y dos núcleos urbanos. A caballo entre los términos municipales de Arroyomolinos y Navalcarnero, el núcleo que está más cerca del segundo, a solo 37 kilómetros de la Puerta del Sol, se vio envuelto en el peor incendio forestal declarado en la Comunidad de Madrid en lo que llevamos de verano. Probablemente, no haya otro igual. Suena esperanzador decirlo.
En la avenida de los Olivares, la pequeña –pero a su modo, gran– avenida principal de Batres, los dos únicos bares del pueblo están cerrados. En las persianas de metal, hay un bando pegado con celo en el que se explican los pasos a seguir para solicitar una indemnización por los daños causados por el incendio. Advierten también de que se endurecerán las sanciones a aquellos que se pasen de listos con el fuego.
La tiendecita que corona el bodegón está cerrada. En el parque, una mujer con los brazos tatuados en tinta azul juega con sus hijos. Son pequeños y ella joven, muy joven: “Creo que entendieron muy bien que nos teníamos que ir de casa”, me explica. “Tienen dos y cinco años”. También los evacuaron cuando el incendio se volvió incontrolable.
La mujer lleva una blusa blanca que deja pasar el poco aire fresco que se mueve en el valle del Guadarrama a las cuatro y media de la tarde. Su acento no se parece demasiado al del resto de batreños. “Vivía en Madrid. El padre de mis hijos me dejó. Me mudé con mi novio aquí. Ya sabes. Es que no hay”, dice sin decir nada, solo haciendo con los dedos el gesto del dinero.
“Es muy diferente vivir aquí a hacerlo en Madrid. Hay que coger el coche todos los días para ir a cualquier sitio. Además, no suele haber gente en la calle. Es difícil acostumbrarse. Solo hay viejos”, termina de decir mientras reprime una risilla.
Batres es uno de los últimos pueblos de la Comunidad de Madrid. No solo por su posición en el mapa –prácticamente limita con la provincia de Toledo–, sino por su situación en la mente de los dueños de los despachos. Es una de esas aldeas que tan místicamente llamamos España vaciada.
“No es solo que Batres tenga pocos habitantes, es que está perdiendo los que tiene. Nos estamos despoblando”, asegura en conversación telefónica Víctor Manuel López, el alcalde del municipio. “El incendio nos ha rematado”.
Según las investigaciones que el Seprona está llevando a cabo, el incendio se originó en el barranco del Moral de Batres sobre las cuatro de la tarde del domingo 15 de agosto. ¿La principal hipótesis? Pues que, al igual que la mayoría de los incendios que se declaran en España en verano, fue provocado por el hombre, por el vecino, por nosotros. “Aunque creemos que ha sido por un descuido. Al menos no ha sido intencionado”, matiza López.
Para sofocar el fuego, que llegó a provocar llamas de hasta veinticinco metros de altura por estar sumergido Batres en un gigantesco paraje forestal, entraron en juego 50 dotaciones de bomberos de la CAM y 15 medios aéreos del Ministerio.
El fuego se volvió peligroso cuando, después de arrear el monte y las granjas de la zona, empezó a asediar el pueblo. Llegó a las casas, llegó a la arbolada de la entrada del pueblo y, en este macabro caso, asedió el castillo, como si de un invasor armado y peligroso se tratara. Un castillo del siglo XV que, aunque se salvó, no pudo proteger su secadero de tabaco declarado patrimonio, que se achicharró. Además, quemó campos de cultivo, una granja y mató a varios animales.
El mismo domingo 15 por la noche, ante el avance de las llamas y la imposibilidad de controlar lo que en este siglo se ha vuelto incontrolable, hubo que desalojar el pueblo. “Yo me volví inmediatamente de Asturias y dejé a mi familia ahí, que estaba de vacaciones”, cuenta también el alcalde.
Otros vecinos empezaron a pelear contra el fuego como podían: mangueras, garrafas de agua, palanganas, recipientes, botellas incluso. Cualquier cosa era buena para impedir que un monstruo achicharrante de cientos de grados quemara lo poco que muchos tienen. Los hubo que estuvieron muy cerca del desastre.
Un hombre de 40 años, un día después de que se declarara extinto el fuego, barre el porche de su casa. El fuego, literalmente, le quemó las puertas de su hogar. De su pequeña finca, salieron ardiendo las periféricas de pino y parte de su porche. Su casa está muy cerca de la arbolada que abraza el castillo y que ya no es arbolada, sino ramas y árboles muertos.
“Cuando ves el fuego cerca, no sabes bien qué pensar”, me cuenta sin soltar el cepillo ni un minuto. “Esto es lo único que tengo. He trabajado mucho. He luchado durante años para tener un trocito de tierra en el que caerme muerto. Y mira en lo que se podría haber convertido”, dice señalando su recogedor, que cargado de un polvo negro que se incrusta en todos los rincones de las casas.
Su drama y su miedo son humanos. Como los de todos los habitantes del pueblo, que a media tarde se encuentran en sus casas, refugiados del picante sol. No hay nada que hacer en sus calles. El tema de conversación es el incendio y muchos tienen ya ganas de apagar el fuego, por lo que prefieren no hablar. Como Romero, un hombre de mediana edad que siempre ha vivido con un pie colgando fuera de los límites de la pobreza y que ahora ha perdido parcialmente su pequeña granja. Han sido, en este caso, los propios trabajadores del ayuntamiento los que lo han ayudado con pequeñas aportaciones económicas. En Batres están intentando que se vuelva cuanto antes a la normalidad.
El fuego ha respetado a los muertos, pero no mucho. Las llamas se quedaron a pocos centímetros del cementerio. Tiznaron de oscuro la tapias del camposanto, que antes era del color blanco de la cal.
Esas mismas llamas que por poco destruyen las casas bajas de colores claros que se levantan en aquel pequeño paraje del valle del Guadarrama. Esas pequeñas casas que forman un pequeño núcleo urbano del que muy poca gente se acuerda. Está cerca de Madrid, pero no lo suficiente. Está lejos de Madrid, pero no lo suficiente.
“Ahora toca pelearse con la Comunidad”, vuelve el alcalde. “Nuestro objetivo es que declaren Batres como zona catastrófica. No queremos menospreciar a pueblos que están en situaciones peores que el nuestro, pero consideramos que esto es la España vaciada. Al menos, la España despoblada. Y no tenemos recursos. Solo con nuestro dinero no podemos hacer nada”.
Como suele pasar en estos casos, son los propios vecinos y las pequeñas administraciones locales las que se están encargando de todo. Necesitan fondos. Necesitan fondos de la Comunidad para poder paliar los efectos de unas llamas que han estado a punto de arrasar todo. Si no es que lo han hecho ya.
Un paseo por el municipio es lo único que hace falta para entender ciertas cosas. Su nombre es Batres, pero podría tratarse de Navalacruz. Está al sur de Madrid, pero podría estar en Ávila. Han ardido unas 200 hectáreas, pero podrían haber sido 17.000.
Siempre es lo mismo. Siempre es un pueblo destrozado. Casas muy juntas y muy bajas que estaban aisladas de todo, y que ahora lo estarán más. Antes, las aislaba el monte, los árboles, la despoblación, la falta de recursos. Ahora, las aislará un manto kilométrico de polvo negro que se mete en tus pulmones y te provoca una tos intensa si respiras más fuerte de lo que debes. Alrededor de Batres, todo está devastado.
Según los peritos del ayuntamiento, los daños materiales del incendio ascienden a 200.000 euros. 200.000 euros para un ayuntamiento con un presupuesto anual de poco más de un millón y medio.
Ahora, la prioridad de la administración municipal es arreglar el entuerto. Buscan ayudas de arriba, de otra administración que pueda evitar que, después del fuego, no se vean encerrados en un infierno del que no puedan salir. El infierno burocrático.
Una mujer con un vestido desgastado se fuma un cigarrillo en la puerta de su casa, en la calle de la Iglesia. “A nosotros nos evacuaron de los primeros cuando empezó a arder todo”, asegura entre calada y calada. “Mi madre es mayor. Había que irse. Por ella y por el resto. Nos fuimos a Serranillos. El humo lo...
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