TRABAJADORES ESENCIALES (VI) Meritxell Tornés, hostelera rural
“Necesitamos más educación medioambiental y una concienciación de nuestro propio comportamiento”
Gorka Castillo 23/08/2021
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Meritxell Tornés (Olot, 1975) es probablemente la hostelera más dinámica de Abaurrea Baja (31 habitantes), un pueblo escondido entre pinos y encinas centenarias a las puertas de la Selva de Irati, Navarra. Casada con Mateo y con un hijo de 6 años, Olai, dejó Catalunya hace 12 años un poco hastiada, inconformista, convencida de que lo mejor manera de cambiar su vida era abandonar la trinchera de la desgana y lanzarse a la aventura. Llegó hasta aquí y peleó duro. En 2020, a punto de inaugurar su hostal Sarigarri llegó la pandemia. El cielo se oscureció. Calibró la tormenta y no dudó. “No quería hipotecarme y esa ha sido la clave para salir adelante”, confiesa. La casa está en un paraje imponente que comparten, hermanados, los valles de Aezkoa y Salazar entre caminos revirados que se vuelven fantasmales en la oscuridad. “El turismo rural ofrece muchas posibilidades y ha crecido, quizá porque ahora hay más necesidad de huir de las aglomeraciones para desconectar”, asegura. Respira profundamente y añade: “El turista de sol y playa no desaparecerá y lo respeto, pero a mí me parece horroroso”. Meritxell es una fuerza tranquila que aún conserva una suerte de infancia en la mirada. Observa el paisaje desde el balcón de Abaurrea y habla deprisa. “La ventaja que proporciona el entorno es la paz. Estás en plena naturaleza y cada día puede ser distinto al anterior. Es un sector que tiene futuro”, sentencia convencida.
En la mitología vasca, la Selva de Irati es el reino del Basajaun, el dueño y protector de los bosques y de su naturaleza. ¿Tanta magia esconde esta zona?
Sí, tiene algo especial. El otro día me comentaron unas chicas que este lugar transmite energía positiva. Y es verdad. Cuando llegué hace 12 años me iba una vez a la semana a Pamplona para ver gente, ir al cine, a una pizzería, pasear, estar en la ciudad. Mi familia me llamaba cada dos o tres días preguntándome preocupada: “¿Estás bien, Meritxell?”. Estaba muy bien. Cambié un estilo de vida por otro mejor porque Irati me ha dado la paz que necesitaba.
¿Cómo llega una catalana de Olot a un pueblo navarro de tan sólo 30 habitantes?
Quería cambiar de aires. Aproveché que mi hermano andaba por aquí y que mi padre Joan y su mujer Nuria ya habían empezado con este negocio. Vine un poco a la aventura, a echarles una mano. Tuve suerte, encontré trabajo en Jaurrieta, que está aquí al lado, y me quedé. Han pasado 12 años desde aquello. Ahora que lo pienso, ufff, me parece alucinante. ¡Cómo pasa el tiempo! Buscaba dar un giro a mi vida y vine a Navarra, a Jaurrieta, en el valle de Salazar. Está claro que acerté. Desde el principio, la gente del pueblo me acogió muy bien y no me resultó difícil integrarme. Conocí a mi marido Mateo y tengo un hijo, Olai.
En 2020, justo antes de comenzar la pandemia abrió su negocio, un pequeño hostal rural rodeado de bosques y montañas. ¿Pensó que todo se venía abajo?
No, eso nunca. Resultó un poco difícil. Llegó justo cuando empezaba pero, bueno, lo hemos sacado adelante gracias a que no nos cargamos de créditos que, visto con perspectiva, ha resultado clave para poder aguantar. Eso lo tuve claro desde el principio: no quería hipotecarme. Todo lo que pueda hacer por mi cuenta, lo hago por mi cuenta. Y así he decorado el hostal con muchos materiales que he encontrado por ahí. Con hojas, maderas, ¡qué sé yo! A mi gusto. Y ha salido adelante. Lo único que echo en falta es tiempo. La suerte para mi es que Abaurrea, con lo pequeño que es, tiene una buena conexión a internet. Esa fue, y sigue siendo, una ventana al mundo porque este pueblo no es precisamente un lugar de paso para la gente. Para nada. Aquí no entra la carretera y si no te fijas bien, ni lo ves. Gracias a internet he hecho, creo, una buena publicidad (risas) del hostal y ahora por suerte está lleno. También ha sido fundamental la ayuda de mi familia, que ya había trabajado aquí con anterioridad. Mi padre y mi hermano me abrieron el camino.
Llevar un hostal sola te quita muchísimas horas. Cuesta evadirse
Guarda como un tesoro los libros de reseñas que le escriben los viajeros. ¿Qué le dicen?
Muchas cosas bonitas. Para mí es una de las cosas más emocionantes de mi trabajo. Hay veces que lees una sola frase y te pones a llorar porque ves que, pese a las dificultades que ha traído la pandemia, valoran tu esfuerzo, tu sacrificio, lo que haces. Porque hay días muy duros, ¿eh? Trabajo todo el día. De mayo a noviembre es un no parar. Sin un día de fiesta. Cocinas, limpias, organizas, piensas en excursiones, atiendes a la gente por si quiere tomar algo. Así es todo el rato, con los fines de semana incluidos. Llevar un hostal sola te quita muchísimas horas que normalmente dedicas a ti misma. Cuesta evadirse, no puedes ir al río ni a pasear, tienes que organizar los pedidos que vienen de Pamplona, hay que estar pendiente todo el rato de los requerimientos de los clientes, si les falta algo, si quieren algo. En fin, que es muy sacrificado. Necesitas paciencia y sociabilidad. A mi me compensa. Aunque es verdad que este año me he hecho un juramento sagrado: desaparezco todos los días de 2 a 5 de la tarde para estar conmigo misma, con mi hijo, a contemplar o a leer tranquilamente. Luego, claro, ves una dedicatoria que te hace un cliente diciendo lo bien que se ha sentido y te da un subidón brutal. Son detalles que para la autoestima no tienen precio porque significan que lo estás haciendo bien.
También habrá tenido algún visitante extraño.
¿Cómo de extraño?
Por ejemplo, alguien que haya intentado irse sin pagar, una persona que no encaje en este entorno.
Nooooo (risas). Bueno, una vez vino un matrimonio pensando que llegaban a un centro turístico rodeado de comercios y cosas por el estilo. La señora no paró de protestar, incluso contra su marido por haberla traído a un pueblo tan pequeño e incómodo para sus gustos. Pensaba que aquí cerca había un Decathlon y unos grandes almacenes. Estaba cabreada porque la pobre no sabía ni donde estaba. Fue una experiencia muy molesta para ellos pero también para mí porque al final este hostal es mi propia casa. Al final, les invité a que se fueran de forma amable y educada. Les ayudé a encontrar un sitio en Donostia y ni siquiera les cobré el resto de la estancia. Entiendo que este entorno no tiene que gustarle a todo el mundo. Hay quien prefiere el bullicio y las compras. Lo respeto pero fue un alivio que se fueran.
Ha venido gente hasta de Dubái.
Esa es la magia de internet (risas). Era una pareja de cordobeses. Querían escapar del calor del desierto y se han venido a Abaurrea para conocer la Selva de Irati y disfrutar de la naturaleza. Para mi tiene un valor impresionante que haya gente que elija esta casa, el hostal, para pasar sus vacaciones. Luego hay que ganárselos con las cenas, con las excursiones o con mi manera de ser. Es duro pero muy gratificante.
La magia de los metabuscadores de viajes online. ¿Cómo funcionan?
Servicios como Booking son vitales para nosotros porque nos hacen propaganda. Esa es la verdad. Sin embargo, el precio de las comisiones que nos cobran es alto, sobre todo para pequeños hostales como el mío aunque, repito, el anuncio que ponen en su página es mi carta de presentación. Si además recibes una buena valoración, lo notas más. Así es esto.
¿Cree que la pandemia está cambiando la forma de hacer turismo?
No te podría decir si la causa es la pandemia pero el turismo rural ha crecido. Ofrece muchas posibilidades. Quizá ahora hay más necesidad de huir de las aglomeraciones y estar a tu aire. Necesitamos desconectar. Lo veo. Cada vez viene más gente. Supongo que las vacaciones de sol y playa no desaparecerán nunca pero el turismo rural aporta unas ventajas indiscutibles. La más evidente es la paz que proporciona el entorno. No son lugares masificados, estás en plena naturaleza y cada día puede ser distinto al anterior. Creo que este es un sector que tiene futuro. Por aquí llegan personas que vienen a hacer la Transpirenaica, una ruta entre Irún y Girona que en bicicleta puede recorrerse en una semana. Es una aventura. Pero también vienen senderistas durante cuatro días y familias que llegan a quedarse hasta 12 días. Entre tres personas nos apañamos para organizar comidas, limpiar las habitaciones, hacer las entradas y salidas. Me vale con esto. No necesito más.
El turismo rural te permite disfrutar de lo que haces. El masificado, no
Pero el turismo de masas es un buen negocio.
Vamos a ver, ¿qué es un buen negocio? En mi opinión, no lo es porque el turismo de sol y playa, siempre masificado, no es un buen turismo y, al menos a mí, me parece horroroso. ¿Cuál es la ventaja? ¿Los chiringuitos abarrotados que te sirven paella? Yo no quiero tener un hostal más grande. Mira, a Otsagabia, que está a 15 kilómetros de aquí, llegan turistas que a los pocos días están agobiados por el trasiego que encuentran durante el verano. Ya no te digo lo que pueden sentir los que van a Benidorm. El turismo rural te permite disfrutar de lo que haces. El masificado, no. Sea en agosto o en octubre. Esa es nuestra ventaja.
Los incendios forestales son la gran plaga destructiva del verano. Hace unos días se desató uno en Ávila que ha arrasado miles de hectáreas. ¿Puede ocurrir en Irati?
Es algo que no quiero ni imaginar. Es que esto es muy frondoso. Creo que, además de la tragedia natural que provocan, generan una tristeza profunda en todos los habitantes de la zona afectada. Eso sí que sería la ruina porque tenemos una economía rural que vive del turismo gran parte del año. De todas formas, existe un control bastante grande por parte de las autoridades. Para entrar a las Casas de Irati, en el corazón de la selva, se cobra una tasa de seis euros que repercute exclusivamente en el mantenimiento de los bosques, en su limpieza y protección. Y aunque mayoritariamente la gente que lo visita es cuidadosa, siempre hay quien desparrama la basura, abandona botellas, tira papeles y colillas en cualquier lado. Necesitamos una mayor educación medioambiental y una concienciación de nuestro propio comportamiento. Incendios como estos son un drama.
¿Ha pensado en volver algún día a Catalunya?
No volvería a vivir en una ciudad o un pueblo grande, como Olot. Estoy muy a gusto en Abaurrea. Echo de menos la familia, es verdad, pero no creo que vuelva. Aquí, soy superfeliz.
¿Hay algún lugar especial en Irati que siempre recomiende a los viajeros?
La Cueva de Harpea, sin duda. El camino empieza en la fábrica de armas de Orbaitzeta y está muy cerquita de la frontera con Francia. No sé lo que tiene pero me da un buen rollo de la hostia. Es de esos lugares donde me gustaría que, cuando muera, tiraran mis cenizas. De verdad, me parece un sitio idílico, de película.
Meritxell Tornés (Olot, 1975) es probablemente la hostelera más dinámica de Abaurrea Baja (31 habitantes), un pueblo escondido entre pinos y encinas centenarias a las puertas de la Selva de Irati, Navarra. Casada con Mateo y con un hijo de 6 años, Olai, dejó Catalunya hace 12 años un poco hastiada, inconformista,...
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Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
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