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Vamos a versionar, como si esta columna fuera una banda tributo que toca en las fiestas del pueblo. Odio a los equidistantes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La equidistancia es el peso muerto del columnismo y opera potentemente en la historia. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Tutto Gramsci. Ahora, los matices: creo que nuestros equidistantes contemporáneos no han renunciado a imponer su voluntad, sino que la hacen valer precisamente a través de su equidistancia. Ojo: la complejidad en el discurso no puede denominarse equidistancia. La moderación, en la mayoría de ocasiones, tampoco.
Los equidistantes no son el peso muerto de la historia, no abdican de su voluntad: la imponen de una forma tanto más brutal, porque se disfrazan de jueces imparciales ante todos los fenómenos e insisten mucho en la posibilidad de criticar a los hunos y los hotros como si el victimario se pareciera cada vez más a sus víctimas. Les parecen igual de malos los que señalan que el discurso de odio es la antesala de agresiones y los que perpetran esos mismos discursos. Están dispuestos siempre al curioso funambulismo de la equivalencia, que les permite erigirse por encima de todos: se creen sabedores de la auténtica verdad moral, que es políticamente neutra e instala la falsa concordia. Les dan igual las mentiras si les permiten el rédito personal.
El equidistante lleva en sí el germen permanente del trepa, el veneno y la mirada emponzoñada, los ojos con las cuencas irrigadas de desprecio. Mira los fenómenos contemporáneos y no le sale la compasión, por más que la finja: observa con la frialdad calculada del columnista, y permanentemente mancanza di finezza; no piensa en sus análisis en el bien común, ni en lo mejor para la discusión pública, sino en aquello que bien podría servirle para lo suyo y para quedar mejor posicionado.
Cree estar por encima del griterío al mismo tiempo que rellena la discusión pública de diatribas insoportables; tolera cualquier expresión crítica siempre y cuando la crítica pública no esté dirigida hacia él, en cuyo caso, desde una multitud de tribunas y micrófonos, siempre bien dirigidos y apuntados, afirmará ser víctima de los más viles ataques, capaces de poner en jaque los fundamentos mismos de la democracia y del periodismo. Afirma que todo es activismo y política salvo la equidistancia que él practica, que esconde una posición pública mucho más perversa y retorcida: la de quien oculta la malicia entre vestidos de tranquilidad ceremoniosa.
Nuestro debate público está trufado de equidistantes y de mala baba. Hay una parte que es analizable en términos puramente mercantiles: gente que no exageraría tanto sus posturas si no tuvieran que convertir su próximo artículo viral en un nuevo libro a 18,95 repitiendo las mismas tesis que ya ha contado de forma insistente mil veces, justificándola en artículos y reportajes de los demás, construidos con la misma mala baba como pegamento y setenta enlaces a noticias sin fundamento en los hechos reales. Las palabras del discurso público, por más que ellos pretendan lo contrario, son importantes: sientan las bases de la realidad con la que luego tendremos que lidiar el resto. Y la suya es una telaraña de trampas, de medias verdades manoseadas y tonos grises que sustituyen los intentos de claridad del resto.
Si en una época se estila el odio a un colectivo, lo justificarán en sus textos como el reflejo de lo que todos piensan, pero nadie dice; si en algún momento ese odio deja de estar en boga, parecerá que nunca han sido ellos los responsables. La única esperanza que nos queda a nosotros, partisanos, que no partisanos de partidos, sino de ideas y convicciones, es señalar a esas equidistancias cuando precisamente están proliferando; conservar la inteligencia en su ánimo de desentrañar la verdad pública.
Quizá, tras esta columna, se erijan los equidistantes como supuesta minoría perseguida, grupo de columnistas en peligro de extinción, señoritos con demasiado apego a su cortijo: dirán que esto es discurso de odio, al fin, discurso de odio a los equidistantes, porque han sido incapaces de señalar la culpabilidad del resto de discursos. Reiteramos: la equidistancia es el peso muerto del columnismo y opera potentemente en la historia. Nuestra misión, si nuestra misión es alguna, es exponer visiones sobre la realidad que no sean equidistantes, que sí que asuman la importancia de sus acciones y la responsabilidad de sus palabras. No es poco. Comparado con lo que ellos hacen, ya es muchísimo.
Vamos a versionar, como si esta columna fuera una banda tributo que toca en las fiestas del pueblo. Odio a los equidistantes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La equidistancia es el peso muerto del columnismo y opera potentemente en...
Autora >
Elizabeth Duval
Es escritora. Vive en París y su última novela es 'Madrid será la tumba'.
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