La izquierda reaccionaria
La retórica distópica que nos habla de una “sociedad degenerada”, de un mundo “en decadencia” o de la necesidad de “volver a tiempos mejores”, es siempre una retórica que derechiza o retrotrae
Elizabeth Duval 19/08/2021
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Elizabeth Duval.
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Tengo la siguiente teoría: lo que define a ese subgrupo al que podríamos denominar izquierda reaccionaria no es la defensa de ciertas ideas políticas concretas, que podríamos abanderar desde un lado u otro del espectro, ni de ciertos métodos de redistribución, reforma o transformación radical; tampoco encuentra su definición en una actitud particular en relación con el Estado y las instituciones. Los rasgos fundamentales de la izquierda reaccionaria son dos: lo primero, la caracteriza un posicionamiento estético particular capaz de asumirse casi como un disfraz o camuflaje, por encima de cualquier predisposición moral, que no necesariamente ética; se exhiben modos de vida como estilizaciones particulares o se apuesta todo a una teatralización permanente del yo. Lo segundo: su principal diferencia con otras tendencias políticas radica en una cuestión metodológica, que tiene más que ver con la forma y el proceso a través del cual conforma su visión del mundo que con el contenido de sus decisiones.
¡Menudo rollazo! Hace unas semanas escribía mi bitácora de verano entre Aperol y gin-tonics, viviendo la buena vida, siendo disfrutona, provocando al personal –siempre tan fácilmente irritable–, observando cómo mis divertimentos eran interpretados como auténticas encíclicas y posicionamientos firmes, categóricos, genuinos mandamientos. Hoy, tras decir que ya había acabado, hago una pirueta en el aire, peligrosa maniobra de vuelo, y vuelvo hablando de posicionamientos estéticos, estilizaciones del yo, o diferencias procedurales. ¿No estábamos en verano?, pregunto. ¿No sigue siendo aún el momento de que no pase nada, de que todos estemos tranquilitos, de ver cómo las personas más pijas a las que sigues van por ahí en barquito, velero o hacen variedades de piragua? ¡No! La vida beata –dice la RAE: feliz o bienaventurada– no se acaba, pero el mundo sigue ahí, insistente, y me pide –me pido yo–, tras escribir sobre Dios, España, el orden y la ley, la libertad o lo que hemos de conservar que explique por qué, aunque algunos tolilis rancios defiendan todas esas cosas, yo sigo sin ser una tolili rancia. Aclaraciones hechas: volvamos al meollo.
La voluntad de la izquierda reaccionaria no es la universalización condiciones mejores, sino la denuncia de que cierta imagen vital “es mentira”
Explicar los dos rasgos anteriormente descritos nos ayudará a entenderlos un poquito mejor. Podríamos especular, en cuanto a la cuestión metodológica o de forma, que el pensamiento de la izquierda reaccionaria sólo puede eclosionar en momentos de crisis o malestar social, cuando existe al menos una parte de la población que necesita certezas a las cuales agarrarse; sería mentir. El pensamiento de la izquierda reaccionaria comparte pasarela con uno de los sentimientos o impulsos que motivaron hace años el surgimiento de Podemos: la sensación de que un cierto tipo –o estilo– de vida que se había constituido como promesa para un cierto grupo o colectivo les está ahora siendo negado, y la rabia ante esta negación. Pero la respuesta en ambos casos difiere: si el proyecto de Podemos podía partir de esa misma insatisfacción vital o indignación para luego esbozar la demanda de “quererlo todo para todos”, por más que no se delimitaran bien los caminos para llegar a ese “todo”, el proyecto de la izquierda reaccionaria señala y convierte esa promesainicial en un chivo expiatorio, haciendo de ella el origen de todos los males y extrayendo ya no un deseo o motivación, sino el sentimiento casi conspiranoico del engaño. La voluntad de la izquierda reaccionaria, en cuanto a los actos que desea, no es la universalización de unas mejores condiciones, sino la denuncia de que cierta imagen vital “es mentira” con tal de que todo un grupo de “engañados” acabe “despertando”.
La verdad absoluta que se contrapone a la mentira maniquea necesita un presunto tiempo mítico en el cual lo que ahora es gaseoso, líquido, posmoderno o mentiroso aún no se hubiera desvanecido en el aire; se combinan aquí dos rasgos o características profundamente posmodernos de cualquier tipo de izquierda reaccionaria. Por una parte, nuestro nuevo modo estético, que es, por retomar a Jameson, “un pastiche o simulacro del pasado estereotípico”, emerge como síntoma de un tiempo en el que, por la complejidad del presente o el calado en él de la idea de que un futuro distinto es imposible, se es incapaz de construir “representaciones de la experiencia actual”.
Por otra parte, y para retomar ahora a Hobsbawm, se “inventan” tradiciones –que luego se afirmarán como realmente existentes desde los albores de los tiempos– para construir lealtades y afianzar la cohesión de diversos grupos sociales, elaborando la fantasía de que fenómenos relativamente recientes “siempre han sido así”, o sustituyendo la realidad compleja de épocas anteriores –que se idealizan hasta devenir postales exóticas, bonitas, mejores– por una Arcadia inventada en la que el hombre aún era bueno, noble y bello, como si las maneras de definir el mundo –o, por ponernos pedantorras, decir el ser– no llevaran discutiéndose desde que se inventó la discusión. La izquierda reaccionaria quiere matar el disenso, porque concibe la existencia de una verdad absoluta –la que sea más útil a sus presupuestos ideológicos– y entiende que hay un método –igual de mitificado, inventado o construido que sus tradiciones– a través del cual llegar hasta ella: se piensa infalible, auténtica, definitiva.
La izquierda reaccionaria quiere matar el disenso, porque concibe la existencia de una verdad absoluta y entiende que hay un método a través del cual llegar hasta ella
Se habrá dado cuenta el lector de que hablando del método entramos de lleno en la estética, de que son senderos revertientes. Lo que opera la izquierda reaccionaria es un recurso metodológico que tiene una consecuencia estética: la misma inversión histórica que Bajtín describía como hipérbaton histórico, es decir, la representación en el pasado de lo que sólo puede o debe ser realizado en el futuro, lejos, lejísimos de la realidad anterior; o, si queremos, la ausencia de algo en el presente –estabilidad, fortaleza de los sindicatos, lazos sociales poderosos, poder adquisitivo, trabajos fijos– que reaparece como proyección ficticia en un pasado; proyección tan poderosa que llega a alterar la auténtica memoria que de ese pasado se pueda haber tenido. El éxito que esa retórica de la izquierda reaccionaria llegue a tener es un éxito completamente comprensible, porque esa nostalgia también forma parte del ser profundamente posmoderno de esa izquierda –y de todos nosotros, amén–: inventamos tiempos pasados para añorar que puedan consolarnos cuando las cosas van mal en el presente y los inventamos en parte porque somos incapaces de imaginarnos futuros mejores.
¿Ha quedado ya lo suficientemente claro por qué el término reaccionario es el más útil para describir a esta “izquierda”? Si la denomináramos algo así como izquierda tradicionalista, estaríamos cayendo en la trampa de aceptar su fantasía o reelaboración de las tradiciones como la realidad de las tradiciones en sí mismas; si habláramos de izquierda conservadora, la cual yo creo, en cambio, que es una corriente muy defendible e incluso sensata, simplemente hablaríamos de una voluntad de conservar ciertas cosas presentes hoy e incluso reforzarlas, pero en ningún caso de una izquierda que se declare en contra de todo el mundo moderno o busque rebobinarlo. ¿La apelación izquierda nos sirve para la izquierda reaccionaria? He aquí otra cuestión.
Quienes en la izquierda reaccionaria se reconocen harían bien en revisar si aspiran a formar parte de la izquierda conservadora o si pronto se alistarán entre las filas de la derecha
La división entre la izquierda y la derecha surge, ante todo, por una cuestión de sillas, pero también por un giro en el eje a través del cual se conciben las divisiones políticas: la descripción típica del Antiguo Régimen es una división vertical, que enfrenta a los de arriba contra los de abajo, con tres estamentos –la nobleza, el clero, el tercer estado o común–; en agosto de 1789, tras la constitución de la Asamblea Nacional en Francia y la abolición del sistema feudal, la división se convierte en un cisma horizontal, en el cual los partisanos del Rey, el orden, la constitución y las cosas como son –o como eran– se sientan a la derecha, con los moderados que llegarán después en el centro; aquellos que creen en ideales como la libertad y la igualdad y quieren propulsar las fuerzas de la historia, el cambio o el progreso se quedan a la izquierda; hay otras divisiones, y también hay verticalidad en la izquierda, como recuerdan los montañeros –Marat, Robespierre y otros– que llegaron a dominar la Convención y que quedaron en el recuerdo de cierta “extrema” (otra vez: en lo horizontal) izquierda. El significado de todos estos términos se enriquecerá por sus mutaciones, se extenderá a otros países perdiendo y sustituyendo su sentido inicial y tomará mil formas, pero sus orígenes son geométricos y permiten ubicarse con facilidad en un espacio.
¿Se merece la izquierda reaccionaria, pues, llevar la palabra izquierda? Si no adoptamos el punto de vista de que la palabra en sí misma está tan vacía que cualquiera podría reclamarla, punto de vista en absoluto inválido, diremos… que sí o que no, que depende –ay, el relativismo, la posmodernidad–, y que depende de los casos individuales que se den en esa izquierda reaccionaria. Así, la defensa por parte de algunos “izquierdistas reaccionarios” del Antiguo Régimen o de los primeros siglos después de Cristo los situaría ya no a la derecha, sino a la derecha del origen mismo del término derecha, con lo cual sería agradable que admitieran de una vez su auténtica filiación política en lugar de pretender que atruena la razón en marcha y que quieren transformar radicalmente el futuro; en cambio, estoy segura de que habrá otros “izquierdistas reaccionarios” que sí que pretendan llevar a cabo transformaciones de la realidad, y que se sirven de herramientas tan posmodernas como la nostalgia, la reinvención de las tradiciones o la inversión histórica para marcar el camino a su futuro deseado y deseable en el que ideales incluso parecidos a la libertad, la igualdad o la fraternidad serían capaces de transformarlo todo.
Podemos pensar, con todo esto, que hay una contradicción entre los conceptos de izquierda y derecha similar a la que podríamos encontrar entre la utopía y la distopía, respectivamente, y que el hecho de que en una época se tienda más al pensamiento distópico funciona casi como reflejo de un inconsciente político colectivo que se inmiscuye en asuntos ideológicos que a veces ni siquiera sabríamos explicitar. Está claro que la izquierda puede derechizarse, y que el análisis crítico nunca es una herramienta para repartir o no carnets; contemplando esa derechización, también parece evidente que la retórica distópica que nos habla de una “sociedad degenerada”, de un mundo “en decadencia” o de la necesidad de “volver a tiempos mejores” es siempre una retórica que derechiza o retrotrae, rebobina, a la cual sólo puede oponerse una visión de cómo lidiar con un tiempo histórico que no se para, sino que sigue avanzando, y con el avance del cual hay que lidiar de forma conservadora o progresista.
¿Consideraciones finales sobre esto? Puede existir una cierta izquierda progresista y otra izquierda conservadora, y creo que en algunos casos la izquierda conservadora puede ser más revolucionaria –y mejor– que la progresista, aunque ambas sean necesarias; lo que resulta mucho menos coherente es una izquierda reaccionaria, y quienes en ese sintagma se reconocen, sin que yo haya mencionado a nadie en todo este texto, harían bien en revisar si aspiran a formar parte de la izquierda conservadora o si pronto se alistarán entre las filas de la derecha, abierta –porque sus deseos más profundos son los mismos, tanto como lo es su voluntad de hacer retroceder las agujas del reloj– a recogerlos con la misma alegría con la que el padre celebra el regreso del hijo pródigo, aquel que estaba perdido y ha sido hallado.
Tengo la siguiente teoría: lo que define a ese subgrupo al que podríamos denominar izquierda reaccionaria no es la defensa de ciertas ideas políticas concretas, que podríamos abanderar desde un lado u otro del espectro, ni de ciertos métodos de redistribución, reforma o transformación radical; tampoco...
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Elizabeth Duval
Es escritora. Vive en París y su última novela es 'Madrid será la tumba'.
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