TIRANDO DEL HILO, I
Leer a Sally Rooney
La autora irlandesa sufre falsa categorización y la consecuencia directa es que se subestima su obra, se aíslan sus logros y se la expone a una crítica atroz, incompetente y fabricada
Carmen G. de la Cueva 1/10/2021
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Reconozco que el día que salió a la venta la última novela de Sally Rooney salí corriendo a la librería de mi barrio. No me costó encontrarla, pues estaba dispuesta en la mesa de novedades: un montoncito de hermosos libros con fondo azul, uno encima de otro en una pequeña montaña hacia el techo. Los últimos días todos los artículos de prensa cultural que leía tenían que ver con ella, con su fama, con la supuesta sobrevaloración de sus libros, con las famosas que se hacen fotos con el material promocional de sus libros, con los millones de ejemplares que ha vendido, pero no con su obra. Estos son algunos de los titulares que apunté en mi cuaderno para un futuro artículo sobre la recepción de la obra de Sally Rooney en España: “Por qué deberías empezar a quedarte con el nombre de Sally Rooney”, “Guía para leer el fenómeno Sally Rooney”, “El fenómeno Sally Rooney”, “La millennial supeventas”, “El fenómeno literario de la generación millennial”, “¿Realmente hay para tanto con la escritora millennial?”. Supongo que era porque nadie había leído todavía el libro, pero todo el mundo necesitaba hablar de ella, juzgarla. Eso me pareció: un gran juicio a la escritora joven que vende. Me hizo preguntarme si algunos de esos titulares no eran sintomáticos de una misoginia muy estilizada y subterránea que, por un lado, considera que vender mucho es algo que puede deslegitimar la calidad literaria de su obra y, por otro, que el hecho de que sea una autora mujer y joven que escribe sobre relaciones es algo que nunca captará la atención de los críticos –la mayoría de ellos todavía hombres– que ocupan las páginas de los suplementos culturales con sesudas interpretaciones del último libro de Arturo Pérez Reverte. Hasta la entrevista que le hizo Anatxu Zabalbeascoa en El País Semanal me creó un profundo malestar y me hizo acordarme de una entrevista que le hicieron a Carmen Laforet, en ambas se alude al marido y se pide una coherencia extrema:
P. En el Trinity College organizó el club de debates. Y allí conoció a su marido.
R. Las dos cosas son ciertas.
P. ¿Debaten mucho en casa para tomar decisiones?
R. [Risas] No. Lo siento. No voy a hablar de nada personal.
P. Por entonces defendía cosas del tipo: el capital privado debería abolirse. ¿Siendo rica piensa lo mismo?
R. Claro que sí. Me hace feliz que mucha gente se interese por mis libros. Intento escribirlos lo mejor que puedo y me gusta que me paguen por hacerlo. Lo que no entiendo es por qué yo tengo que ganar mucho más que personas que realizan trabajos fundamentales para la sociedad, como mi marido, que es profesor de matemáticas, o los profesionales en primera línea de la pandemia: médicos, enfermeras, limpiadores o repartidores. Es imposible imaginar dónde estaríamos si todos hubieran dejado de trabajar y hubieran decidido que iban a ser novelistas. No es que piense que no merezco ser recompensada por mi trabajo. Me pregunto si merezco multiplicar tanto el sueldo de los otros. Y creo que no.
P. ¿Y qué hace al respecto?
R. ¿Qué puedo hacer? Cojo el dinero. Lo mínimo que puedo hacer es no cambiar de opinión simplemente porque ahora gano mucho. He pasado épocas sin blanca y ahora cobro mucho más que la mayoría de las personas. Pero mis opiniones son las mismas.
P. ¿Se puede pensar lo mismo teniendo mucho que teniendo poco?
R. Es una cuestión de coherencia. O de decencia. Creo que todo debería estar más justamente repartido.
¿Le han preguntado alguna vez a Mario Vargas Llosa si se puede pensar lo mismo teniendo mucho que teniendo poco? ¿O si discute de sus novelas con Isabel Preysler? ¿Le han preguntado alguna vez a un escritor hombre por lo que habla en casa con su mujer? La entrevista de Laforet a la que me refiero es una que le hizo Manuel Arco y que se reproduce en la biografía Una mujer en fuga de Anna Caballé e Israel Roldón:
⎯ ¿Por qué tardas tanto? [se refiere a por qué tarda tanto en publicar una segunda novela]
⎯ Primero fue por falta de ganas, ahora por falta de tiempo…
⎯ ¿Falta de ganas después de un gran éxito?
⎯ Si hubiera tenido un fracaso, me hubiera estimulado.
⎯ ¿Volverías a escribir Nada?
⎯ No, ¡por Dios!
⎯ ¿Por qué este rotundo no?
⎯ Porque ya está escrita.
⎯ ¿Es buena?
⎯ Sinceramente, no lo sé.
⎯ ¿Sientes ser escritora y prefieres ser solo madre de familia?
⎯ A temporadas he sentido ser escritora; ahora creo que se pueden ser las dos cosas.
⎯ Casada con un escritor…
⎯ No metas a Manolo en esto -interrumpe.
⎯ De todas maneras, él te admira.
⎯ Yo le admiro a él.
⎯ ¿Por qué?
⎯ Esto pertenece al orden privado.
Me cabrearon todos esos artículos porque me acordaba de Joanna Russ, de una de las razones que la autora expone en su ensayo Cómo acabar con la escritura de las mujeres para demostrar las fuerzas que, sistemáticamente, impiden el reconocimiento al trabajo creativo de las mujeres: la anomalía. Es decir: lo escribió ella, pero no debería haberlo hecho, o lo escribió ella, pero no es una artista de verdad y no es serio ni del género literario correcto, o lo escribió ella, pero hay muy pocas como ella. Supongo que llevo años cabreada con la recepción que tiene la obra de Sally Rooney porque apenas he leído artículos que hablen de sus libros, de su narrativa, de los bellos y honestos mundos que crea a través de la voz de sus personajes. Hay algo que, al menos a mí, me resulta evidente y tiene que ver con lo que cuenta Russ: Sally Rooney sufre falsa categorización y la consecuencia directa es que se subestima su obra, se aíslan sus logros y se la expone a una crítica atroz, incompetente y fabricada. No cuesta hacer una lista de autoras a las que el mundo literario quiso ver como anomalías, entre ellas, Carmen Laforet. A la escritora catalana, aquel juicio constante en los medios de la época la dejaron temblando. Sally Rooney, de momento, ha conseguido lidiar con ello, pero no es inocente que una de las protagonistas de Dónde estás, mundo bello, su último libro, sea una escritora que se retira a un pueblo de la costa inglesa con el propósito de sobrevivir a la constante exposición. Así lo expresa Alice: “Todos los días me pregunto por qué mi vida ha terminado yendo de esta manera. No me puedo creer que tenga que soportar estas cosas: que se escriban artículos sobre mí, ver fotografías mías en internet, leer comentarios sobre mí misma. Dicho así, pienso: ¿Eso es todo? ¿Y qué más da? Pero la verdad es que, aunque no sea nada, me tiene amargada, y no quiero vivir esta clase de vida. Cuando mandé el primer libro a la editorial, lo único que quería era ganar dinero suficiente para escribir otro. No me vendí nunca como una persona psicológicamente fuerte, capaz de aguantar indagaciones públicas y exhaustivas en torno a mi educación y personalidad. La gente que se hace famosa de forma intencionada –me refiero a la gente que, después de probar una gota de fama, quiere más y más– está, y lo creo con toda sinceridad, profundamente desequilibrada (…) Cualquier cosa que sepa hacer, cualquier talento insignificante que pueda tener, la gente espera que lo venda: me refiero a venderlo literalmente, por dinero, hasta que acabe teniendo un montón de dinero y no me quede ni pizca de talento. Y entonces: fin, acabada, y entrará en escena la siguiente sensación literaria de veinticinco años con un colapso mental inminente”.
Este último libro de Rooney está en sintonía, de alguna manera, con un ensayo de la escritora Olivia Sudjic que se llama Expuesta. Un ensayo sobre la epidemia de la ansiedad (Alpha Decay, 2019) al que recurro con frecuencia porque expresa algo que atormenta a muchas escritoras: el peaje emocional que parece necesario pagar si queremos escribir y que nos lean. “En nuestra época de exposición constante (desde las redes sociales al capitalismo de datos)”, comenta Sudjic, “ese anonimato, incluso como ciudadana particular y lectora, es imposible (…) Por supuesto, hay excepciones a la regla. Elena Ferrante evita emparejar esa exposición profesional con su vida privada a toda costa (…) Cuanto menos dinero hay en la edición, más extraño es el concepto de intimidad, mayores son las presiones para la autoexposición. Incluso Ferrante pasa una gran cantidad de tiempo defendiendo su ausencia y siendo cuestionada o animada a desenmascararse”.
Cuando salí de la librería ya casi era de noche y, al llegar a casa, no pude evitar tumbarme en la cama y empezar a leer. Mi novio y mi hijo todavía andaban por el parque y postergué el momento de ponerme a hacer la cena porque necesitaba ese ratito de salvación. De eso quería hablar en este artículo, de algo que dice Rooney en la entrevista de Zabalbeascoa: “Aunque puedas tener muchas dudas sobre la industria editorial, permite encontrar un libro que todavía puede cambiarte la vida”. Un libro que todavía pueda cambiarte la vida o quizá sea suficiente con que pueda cambiarte la noche y envolverte en una pequeñita burbuja mullidita, como si estuvieras entre cojines de plumas, y leer, leer, empujada por las voces de Alice y Eileen, olvidándote de todo aquello que no salió como esperabas, de las tensiones del primer día de colegio de tu hijo.
Hasta ahora, lo mejor que he leído sobre cómo son los libros de Sally Rooney y cómo es Dónde estás, mundo bello –por cierto, qué hermoso título y qué brillante traducción la de Inga Pellisa, nuestra voz de Rooney en español– ha sido en Instagram, sí, en los perfiles de esas lectoras que, necesitadas de un libro que les salve la vida o el día, se han lanzado a leer esta novela y no han podido dejarla. Sally Rooney tiene algo que conecta conmigo como lectora, pero también que conecta con mi generación, o con las lectoras que hay en mi generación: una capacidad para describir una sensación de inmensa soledad y pérdida y la necesidad de poner en el centro de la vida la amistad y los cuidados.
Sally Rooney escribe sobre la amistad, el amor, sobre ideología y clase, sobre la crisis climática y la idea de dejar un mundo bello para nuestros hijos, sobre nuestra propia intrascendencia en el mundo y, a la vez, la necesidad de no vivir en balde, de entregarse a los otros, de cuidar y ser cuidada, del síndrome de la impostora, de los fenómenos editoriales, de la insustancialidad de la novela contemporánea, de la necesidad de levantar un muro entre la vida y la obra, de la búsqueda de la felicidad, del miedo, de la inseguridad, de todo aquello que nunca llegamos a decir y que va creando un abismo insondable entre nosotros. Rooney escribe sobre nuestra vida, sobre la vida real, sobre nuestra pequeña y ordinaria vida, sobre las propias expectativas, las ideas de éxito y de fracaso, el deseo de escribir, de leer, de vivir, de ser feliz, de encontrar algo que le dé sentido a la propia existencia en un mundo carente de referentes y, a cada minuto que pasa, más caótico e insensible. Rooney escribe sobre el dinero, el género, la violencia, la ansiedad, la depresión y la locura, sobre las relaciones entre hombres y mujeres, sobre las luchas de poder y sobre la violencia. Hay una violencia muy sutil y cotidiana en todas y cada una de las novelas de Sally Rooney.
Eileen y Alice, Simon y Felix, son los protagonistas de Dónde estás, mundo bello (Literatura Random House), personajes que no se lanzan, que esperan y se quedan a la zaga, como si no se atrevieran a dar el salto, preguntándose qué demonios habría podido llegar a ser todo esto, qué es el amor, qué es la entrega sino abrazar a otro ser con los ojos cerrados sin saber qué nos espera y qué miedo da todo eso, saberse sola, saberse perdida y vulnerable, porque nos han enseñado a desconfiar tanto de los demás que pocas veces llegamos a conocernos y saber que la entrega profunda puede conllevar cierto dolor. Y hay belleza, mucha belleza poética en las páginas de este libro.
Cuántas veces, cuántas se queda una diciéndose estoy sola en el mundo, como en unos versos de Adrienne Rich: “Estoy perdida, / por momentos, me siento deslumbrada / por el sol que da zarpazos entre los árboles”. De algo así va este libro: dos mujeres algo perdidas, frustradas, cobardes por momentos, sensitivas, apasionadas que están todavía intentando averiguar qué quieren hacer con sus vidas o qué pueden llegar a hacer y de lo bellos que son esos rayos de sol que se cuelan entre las ramas de los árboles y nos hacen amar el mundo.
Reconozco que el día que salió a la venta la última novela de Sally Rooney salí corriendo a la librería de mi barrio. No me costó encontrarla, pues estaba dispuesta en la mesa de novedades: un montoncito de hermosos libros con fondo azul, uno encima de otro en una pequeña montaña hacia el techo. Los últimos días...
Autora >
Carmen G. de la Cueva
Periodista, escritora y editora. Ha publicado varios libros y fue directora de la editorial feminista La señora Dalloway.
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