ANNA CABALLÉ / BIÓGRAFA
“Escribir las biografías de nuestros personajes históricos es una obligación moral con nuestro pasado”
Sebastiaan Faber 10/10/2021
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“Al español no le interesa el prójimo”. Así de contundente explicó José Ortega y Gasset la poca importancia que han tenido las biografías en España. Los españoles, mantenía, carecen colectivamente de “curiosidad para lo humano”. Incluso –o quizá sobre todo– en el caso de sus compatriotas más ilustres: escritores, artistas, políticos.
La filóloga Anna Caballé también cree que España ha sufrido un importante déficit biográfico. Pero lo explica de otra forma. Según ella, la raquítica tradición del género en España –sobre todo comparado con su florecimiento en otras partes, como el mundo anglosajón– se debe, en primer lugar, a la crónica “falta de libertad moral” en un país controlado durante largos períodos por fuerzas sofocantemente conservadoras, desde la Contrarreforma hasta el franquismo. En un ambiente así, escribe, “la escritura centrada en la verdad del individuo” se convierte en un “espacio infestado de peligros y más que probable ocasión para acabar en un calabozo”: “¿cómo escribir de la propia vida o la de otros con verdad sintiendo permanentemente en la nuca el aliento fétido de la sospecha y la persecución inquisitorial?”.
Caballé (L’Hospitalet de Llobregat, 1954) es profesora titular de Literatura Española en la Universitat de Barcelona, donde dirige desde hace varias décadas la Unidad de Estudios Biográficos. Es autora de biografías sobre Paulino Masip, Francisco Umbral, Concepción Arenal (Premio Nacional de Historia) y, en coautoría con Israel Rolón-Barada, de la novelista Carmen Laforet. Su ensayo El saber biográfico. Reflexiones de taller acaba de ganar el Premio Jovellanos.
¿Hay personas más o menos merecedoras de que se narren sus vidas?
Cuando el contexto político y cultural impiden acercarse a la verdad humana, no puede haber ni biografía ni autobiografía dignas de ese nombre
Sí, indudablemente. Por más que la microhistoria haya mostrado que la vida de una persona corriente puede ser muy interesante a la hora de explicar una época, un conflicto o una forma de ver el mundo, como biógrafa considero que las vidas humanas son muy distintas unas de otras. Algunas personas ejercen o han ejercido, con su acción o su pensamiento una gran influencia en los demás, para bien o para mal. Y estas son las que merecen que nos detengamos a estudiarlas. Isaiah Berlin se confesaba adorador de las grandes personalidades. Es lo que me ocurre a mí también.
Suena un poco orteguiano, por no decir elitista.
No creo, porque la personalidad es un concepto transversal que no distingue en términos de clase social, etnia, género... A mí lo que me interesa es el valor heurístico de la existencia y ese valor no sabe de clasificaciones. Una persona corriente, quiero decir sin una posición histórica, puede tener una vida apasionante que merece escribirse.
Sin embargo, concuerda con Ortega cuando constata la debilidad de la tradición biográfica en España. Para usted, tiene sus raíces en la Contrarreforma.
Escribir del yo de una forma veraz –del mío o del de otra persona– resulta una empresa imposible si no dispones de una cierta libertad moral. Cuando el contexto político y cultural impiden acercarse a la verdad humana, no puede haber ni biografía ni autobiografía dignas de ese nombre, me parece a mí.
También señala que ha habido problemas metodológicos y de estilo. Muchas biografías españolas, dice, fracasan por un exceso de erudición.
Claro, porque esa falta de libertad para exponer los accidentes de una vida condujo a la biografía a refugiarse en la acumulación de datos, de fuentes, de información. Pero con eso no construyes un relato de cómo fueron las cosas.
Pero usted también rechaza la escuela biográfica anti-erudita que promovió Ortega en los años 20.
La considero un proyecto intelectualmente fallido. Aquella incipiente escuela biográfica nacida en torno a la colección de Vidas españolas e hispanoamericanas tendió a prescindir de los datos, centrándose en el estilo. En hacer literatura. Cuando leo que el libro de Antonio Marichalar sobre la vida del Duque de Osuna es la mejor biografía española del siglo XX, me parece un solemne disparate. A Marichalar no solo es que se le escape el personaje, ¡es que no se lo toma en serio! El resultado es un ejercicio literario que solo roza con la punta de los dedos el material que tiene entre manos.
A pesar de todo, es optimista de cara al futuro.
Sí, y mucho. Durante el franquismo las restricciones impuestas por la censura generaron una desconfianza hacia la cultura biográfica que, en otras condiciones, hubiera evolucionado a partir de la escuela orteguiana. Eso no pudo ser. Entonces el hispanismo internacional asumió la tarea de escribir las biografías de nuestros personajes históricos, desde Carlos V y Felipe II hasta el propio Francisco Franco. Esto me duele, y lo digo con el mayor respeto por los hispanistas. Pero estoy convencida de que ya estamos en condiciones de asumir esa tarea con la mayor objetividad posible. Diría que es una obligación moral que tenemos con nuestro pasado.
“Estamos en condiciones”, dice. ¿Ya no hay trabas que vencer?
Por supuesto que las hay. En mi opinión, el principal problema es el sectarismo y la excesiva politización que se hace de la cultura. Para Berlin y Edgar Morin, el ser humano es de naturaleza compleja e indivisible. Los compartimentos estancos no existen en el interior del individuo, todo fluye e influye en todo. No puedes pensar en escribir una biografía de Julián Besteiro, por ejemplo, teniendo en cuenta solo su condición republicana y socialista. Era un hombre de una gran entereza al que no creo que le hayamos hecho la justicia debida, todavía. En España, donde la memoria colectiva está muy politizada, es fácil que se abandone el ámbito de la reflexión y el conocimiento para buscar el adoctrinamiento. Es lo que ocurrió durante el franquismo: se utilizó la biografía como una herramienta al servicio de una ideología, el nacionalcatolicismo. Y el género perdió toda credibilidad. Así que algunas trabas nos quedan todavía.
En su libro explica que las hagiografías no son biografías propiamente dichas porque presentan la vida de sus sujetos de forma puramente positiva y, además, predestinada. Pero su visión de la biografía moderna, ¿no mantiene parte de la intención didáctica, ejemplarizante, de la tradición hagiográfica? Si la leo bien, dice que narramos las vidas de los demás, y las leemos, para aprender a ser mejores personas.
En España, donde la memoria colectiva está muy politizada, es fácil que se abandone el ámbito de la reflexión y el conocimiento para buscar el adoctrinamiento
Entiendo que esta postura mía, en nuestro contexto posmoderno, puede resultar chocante. Pero la biografía, hasta donde sabemos, arranca en la Grecia clásica y entonces se le da un valor ejemplar. Porque nada mejor para explicar qué es la bondad, o la usura o la heroicidad que poner un ejemplo, contar una historia. Eso hace Plutarco invitando a reflexionar sobre la importancia de adquirir en la vida las virtudes necesarias para el buen funcionamiento de la polis. Y, salvando las distancias, esa creencia en el poder civilizatorio del humanismo me parece una actitud inspiradora.
Esa dimensión ejemplar usted la vivió como joven lectora.
En los años sesenta, setenta a las mujeres en la España franquista se nos abría un horizonte muy reducido. Leyendo las vidas de mujeres como Simone de Beauvoir, Virginia Woolf o George Sand comprendí que había mujeres en otros países y contextos que habían sido atrevidas, valientes, con existencias muy libres y apasionantes. No todo era Genoveva de Brabante, para entendernos. Lo que yo defiendo, por tanto, es la legitimidad del conocimiento biográfico. Porque el esfuerzo por entender una vida distinta de la tuya me parece una posición muy operativa para la convivencia y la tolerancia. La biografía traza una horquilla entre la opacidad que late en nuestras vidas, con todos sus puntos ciegos, con todas sus contradicciones y lo que podemos descubrir de cómo se ha resuelto esa opacidad en otras vidas distintas a la nuestra. En este sentido, la biografía es una herramienta para entender la vida.
Pierre Bourdieu tiene un famoso ensayo en el que critica lo que llama la “ilusión biográfica”. Entiendo que el sociólogo francés no es santo de su devoción…
El problema es que, con el tiempo, esas 18 páginas del artículo de Bourdieu se han convertido en una especie de arma arrojadiza contra una disciplina que cuenta con una larguísima presencia en el mundo de la cultura. Además, Bourdieu defiende un cientificismo que, aplicado a las humanidades, resulta muy problemático, incluso diría que equivocado.
Un punto central de Bourdieu es que la biografía sirve como puro vehículo ideológico. Esto no creo que usted lo desmienta, precisamente. Como me acaba de explicar, su visión del género lleva implícitas ideas muy concretas sobre la naturaleza humana y sobre la humanidad como un ente histórico capaz de avances morales.
El esfuerzo por entender una vida distinta de la tuya me parece una posición muy operativa para la convivencia y la tolerancia
Sí, sí. Pero es que la ideología –entendida aquí como el conjunto de ideas que vive en nuestra mente, interactuando con ella y moldeando nuestra vida– es inevitable. ¿Cómo vamos a prescindir de nuestras ideas en lo que hacemos? Como dice el psicólogo José María Ruiz Vargas, la vida de todo ser humano es significación, intención y trascendencia. Cualquier ejercicio de la cultura contiene un punto de vista sobre el mundo. ¿Por qué la biografía no debería tenerlo? Otra cosa, como ya he dicho antes, es que queramos convertir nuestras ideas en un dogma para los demás.
Esa objetividad de la que hablaba, ¿usted siempre la ha sabido mantener?
Mi punto de inflexión fue la biografía de Francisco Umbral, donde creo que cometí algunos errores. En el capítulo sobre su relación con las mujeres, me dejé llevar por mis convicciones feministas. Umbral tiene páginas absolutamente soeces y humillantes para la mujer. ¿Qué haces en esta situación? Es fácil pensar que yo debía de haber dejado que los lectores sacaran sus propias conclusiones, evitándoles el énfasis mío. Un biógrafo no es un juez, es un intérprete. Mi problema fue que leyendo un libro de Umbral tras otro se me hizo muy evidente esa condición misógina que caracteriza parte de su obra. Y allí se resintió mi objetividad.
Pues yo diría lo contrario. ¿Dejar claro el punto de vista desde el cual uno escribe una biografía no es un ejercicio de transparencia? La objetividad forzada también puede ser alevosa. Si, como feminista, le subleva la misoginia de Umbral, pues que quede claro.
Tienes razón. El caso es que me hubiera gustado poder haber sido más sutil: dejar que el lector llegara a esa conclusión sin habérselo subrayado con el lápiz amarillo.
¿Hace falta cierta complicidad entre la biógrafa y su sujeto? Me imagino que hay una diferencia entre escribir la biografía de un Umbral y, por ejemplo, de Concepción Arenal.
La relación con la persona biografiada evoluciona con el tiempo, como en cualquier relación humana. A medida que profundizas en el conocimiento de algo o de alguien tu interés aumenta o decrece, depende. Con Arenal aumentó muchísimo. Me enamoré del personaje, de su convicción de que la ética es la única disposición de ánimo que puede salvar a la humanidad.
En su libro, defiende la biografía como un instrumento eficaz para rescatar a figuras históricas dignas de nuestro interés o admiración que sin embargo han sido olvidadas. Entre ellas hay muchísimas mujeres.
Mi punto de inflexión fue la biografía de Umbral, donde creo que cometí algunos errores. En el capítulo sobre su relación con las mujeres, me dejé llevar por mis convicciones feministas
Así es. ¿Dónde están las mujeres? se preguntaba Virginia Woolf en relación a la historia del mundo. Nos hemos formado en una cultura donde parece que solo los hombres hayan dispuesto de ella. Tenemos verdadera necesidad de reconstruir la historia en una clave feminista –es decir, con la voluntad explícita de rescatar a las mujeres del silencio, del olvido–. Eso está pasando, por ejemplo, con la generación de los años 20, tantas escritoras olvidadas: Ernestina de Champourcín, Carmen Conde, Elisabeth Mulder, Elena Fortún y tantas más. ¿Por qué no hablar de la generación del 26, año de fundación del Lyceum Club, en lugar de generación del 27? ¿Por qué estudiamos a Gabriel Miró y no a Concha Espina, cuando tienen una prosa tan parecida? La cultura no es una galería de trofeos, es el cultivo del conocimiento.
Confiesa usted que le irrita el tic orteguiano de subrayar siempre la inferioridad española frente a otros países. ¿Cree que hay una conexión entre ese complejo de inferioridad nacional y la falta de tradición biográfica?
Sí, sinceramente, sí. La biografía trabaja con la épica de los individuos frente a sus circunstancias y por tanto puede facilitar un sentimiento de orgullo, de admiración. Y eso hace que, como ciudadano, puedas pisar más firmemente tu propio suelo. Pero también creo que hemos cambiado mucho y ese sentimiento de inferioridad que tanto hace sufrir a Ortega va quedando atrás. Y cada vez hay más sensibilidad hacia la preservación de documentos públicos y privados, de edificios. Sin ir más lejos, la Biblioteca Nacional de España, que años atrás no mostraba mayor interés por este tipo de documentación, ahora acoge todos los legados de escritores que le es posible obtener.
Quizá harían falta más esfuerzos divulgativos también. ¿Qué opina una serie como The Crown, que, a pesar de todos sus atajos narrativos, no deja de ser un riguroso proyecto biográfico sobre la monarquía británica?
Ante todo, me ha impresionado la inteligencia con que está hecha la serie: cómo combina las luces y las sombras de los personajes, cómo trabaja los personajes secundarios, para, en el fondo, preservar la institución monárquica y, de paso, convertirla en un referente.
¿Qué tendría que pasar para que se hiciera una serie así en España?
Tenemos que aprender a trabajar con los matices que puedan ofrecer los personajes –trabajarlos psicológica y humanamente– y … ¡rendirse de vez en cuando a la admiración! Hay que ir más allá de la crítica sistemática de las cosas. Las personas tenemos muchísimos matices. En mi opinión, todavía nos falta una cierta madurez emocional en la comprensión de los personajes históricos. Pero la serie sobre los Reyes Católicos fue fantástica.
Esa renuencia a entrar en la psique ajena, ¿a qué se debe? ¿Es una forma de respetar la intimidad del otro, en una cultura que aún mantiene un fuerte sentido del honor? ¿Es una simple falta de interés por los demás, como diría Ortega? ¿O queda algo de ese miedo a la verdad íntima, peligrosa, que impuso la Contrarreforma?
Hay algo de todo lo que señalas. Si la literatura con la Contrarreforma se refugia en el hermetismo del barroco, la historia se refugia en la erudición. Para mí, barroco y erudición son como las dos caras de un mismo conflicto, el que tiene la sociedad española en relación a la verdad o, mejor dicho, a la aspiración a la verdad. En lo que concierne a la vida íntima, la hemos mantenido excesivamente oculta y falta de franqueza. Esto, a su vez, produce otros fenómenos, como la explosión televisiva de programas obsesionados con el juicio de la intimidad ajena, que no buscan el menor enriquecimiento del espíritu. Son puro negocio.
¿Como biógrafa, ha sentido la tentación de ese morbo del chismorreo?
Más bien no, porque –paradójicamente– soy poco curiosa en relación a la vida de los demás. (Risas.) Me refiero a la vida cotidiana. Pero cuando observas una vida ajena sientes la necesidad de explicarla en profundidad y eso requiere adentrarse en un terreno pantanoso. Hay biógrafos como Hermione Lee que sostienen que en una biografía no debe ocultarse nada porque el o la biógrafa no tiene derecho a censurar qué puede interesar a los lectores y qué no. Es un asunto obviamente muy delicado.
De hecho, en su libro sobre Laforet creí notar cierta decepción o desaprobación de su parte por el potencial artístico y vital no realizado. ¿A usted y su coautor les costó manejar afectivamente esa sensación de lástima?
Sí, y fue difícil. En algún momento, en los últimos años de su vida, me afectó el hecho de no poder decir nada positivo del personaje, no disponer de ningún triunfo en la mano que permitiera darle a Laforet mayor luminosidad. Solo podíamos contar cómo iba perdiéndose a sí misma. Y entiendo que a parte de la familia la biografía no les haya gustado. Pero si te planteas la pregunta de qué le pasó a una escritora que a los 25 años consigue un éxito espectacular y tiene un declive larguísimo pues debes responderla. ¿Qué motivó ese inesperado declive?
Lo que no deja de introducir, en el mismo corazón del proyecto, un elemento subjetivo.
Claro. Pero es lo que ocurre también con todo discurso histórico. La biografía, en ese sentido, es una empresa poco agradecida. En la medida en que es una tentativa de interpretación de una vida humana, en cualquier momento puede surgir una tentativa de mayor entidad que supere a las anteriores. Cosa que no ocurre, por ejemplo, con una novela. En todo caso, así funciona la epistemología en las humanidades, ¿no? Así avanzamos, y también retrocedemos a veces.
“Al español no le interesa el prójimo”. Así de contundente explicó José Ortega y Gasset la poca importancia que han tenido las biografías en España. Los españoles, mantenía, carecen colectivamente de “curiosidad para lo humano”. Incluso –o quizá sobre todo– en el caso de sus compatriotas más ilustres: escritores,...
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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