Memoria
Éxodo: la voz urgente de una exiliada española
Se cumplen 80 años de la publicación en México del diario de Silvia Mistral, conmovedor testimonio de los primeros meses del exilio de una joven refugiada
César G. Calero Madrid , 24/01/2020
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La banda de música Madrid interpreta el himno mexicano y el de Riego. En el muelle, organizaciones obreras saludan con banderas y cohetes a los recién llegados. La emoción se apodera del ambiente. Es el 8 de julio de 1939. El Ipanema, con unos mil refugiados españoles a bordo, había fondeado la tarde anterior en el puerto de Veracruz después de una accidentada travesía de casi un mes desde que partiera de costas francesas. “Se pisa tierra mexicana. Venimos con la ilusión de empezar una vida deshecha por los horrores de la guerra. Somos todos pobres. Traemos solamente el recuerdo de las cosas que quisimos formar y que se perdieron en la guerra o en el éxodo”. Una joven escritora de 24 años, de formación autodidacta y bandera libertaria, toma las últimas notas en su diario. Se hace llamar Silvia Mistral aunque en su pasaporte figure el nombre de Hortensia Blanch. Su testimonio estremece. Ha visto cómo se desploman hombres, mujeres y niños en los senderos de La Retirada bajo las bombas de la aviación franquista. Ha presenciado la humillación y el ultraje en los campos de concentración franceses. Ha sentido la ilusión de los que se embarcan hacia América y la desdicha de los que se quedan. Y ha decidido plasmarlo todo por escrito para que el olvido no le gane a la memoria. Éxodo, diario de una refugiada española, uno de los primeros libros impresos por el exilio, verá la luz en 1940, hace ahora 80 años.
Ha sentido la ilusión de los que se embarcan hacia América y la desdicha de los que se quedan. Y ha decidido plasmarlo todo por escrito para que el olvido no le gane a la memoria
Nada más llegar a México, Silvia Mistral (adoptó ese seudónimo en homenaje al poeta francés Frédéric Mistral) se establece en Ciudad de México junto a su compañero, el dirigente ácrata Ricardo Mestre, un alma inquieta que no pierde el tiempo y funda enseguida una editorial, Minerva. Mestre había sido durante la guerra director del diario Catalunya, comisario cultural y miembro del comité de Defensa de la CNT. El primer libro que publicará Ediciones Minerva será Éxodo, con prólogo de León Felipe, una prestigiosa voz (acababa de publicar Español del éxodo y del llanto) que le otorgó un sello de calidad a la obra de Mistral. Previamente, el diario de Mistral se había publicado por entregas en el semanario mexicano Hoy. La escritora reelaboró luego el texto –en el que se combina el dietario y la crónica urgente de un desarraigo colectivo– para introducir referencias literarias y políticas. La portada es obra de otro transterrado de la primera hora, el artista sevillano Francisco Carmona. Pese a su calidad literaria y su valor testimonial, Éxodo pasará sin pena ni gloria por el mundo editorial mexicano. Apenas se vendieron unos pocos libros de los 3.000 ejemplares editados. La precaria edición realizada por Mestre jugó en su contra. Pero sin duda la doble condición de mujer y exiliada poco conocida también le pasó factura a Mistral. La autora achacaría también más tarde la escasa repercusión de la obra a motivos políticos, como recordaba en una carta enviada a la escritora Anna Caballé en 1996: “Fuera por la modestia de la edición hecha por mi esposo o por otros factores como el hecho de estar los suplementos culturales en manos de los comunistas y yo haber incluido en el relato los interrogatorios del representante mexicano en Burdeos, no tuvo (la obra) mucha difusión”. La reedición del libro tendría que esperar 70 años hasta que la editorial Icaria lo diera a conocer en España en 2009 bajo la edición crítica del catedrático José Colmeiro. (Un ejemplar de la edición de 1940 puede verse en la exposición sobre el exilio de la Arquería de Nuevos Ministerios de Madrid, abierta hasta el 31 de enero).
Asentados en la ciudad de México, Mistral y Mestre comienzan a frecuentar las tertulias de los exiliados españoles en la capital mexicana. El Café París, el Papagayo, el Tupinamba… Es en una de esas tertulias donde Silvia conoce a un periodista mexicano que le pone en contacto con Regino Hernández Llergo, editor del semanario Hoy, de gran difusión, donde se publicarán sus diarios en seis entregas (entre octubre y diciembre de 1939): “Eso fue algo realmente maravilloso para mí y además fue el primer dinero que entró, diríamos, en el matrimonio; me pagaron 80 pesos mensuales”, le cuenta Mistral a la escritora Enriqueta Tuñón en una serie de entrevistas realizadas en 1988. El matrimonio (se habían casado por lo civil antes de abandonar España) se había gastado previamente los 70 pesos que le dieron a Ricardo en Veracruz. Vieron en una estafeta de correos libros de la editorial madrileña Cénit y no se lo pensaron: “Bueno, qué más da comenzar con 70 pesos o comenzar sin nada”.
La vida de Silvia Mistral (La Habana, 1914-Ciudad de México, 2004) estuvo marcada por el éxodo. De padre catalán y madre cubana de origen gallego, se crió hasta los seis años en La Habana. La familia se estableció después en Galicia hasta 1926, fecha en la que regresan de nuevo a Cuba, de donde saldrán definitivamente, rumbo a Barcelona, en 1931. Atrás dejaban una crisis económica y el autoritarismo de Gerardo Machado. En España acababa de nacer la Segunda República. La joven Hortensia se empapó del ambiente libertario que se respiraba en Cataluña. Su padre se afilió a la CNT, algo que ella acabaría haciendo al estallar la guerra, aunque se definiera como “liberal y republicana”. Interesada por el cine, comenzó a colaborar con la revista Popular Film. Escribía en los ratos libres que le dejaba su trabajo en la fábrica de papel de fumar Smoking, en la barriada del Besós. Sus artículos en Popular Film, donde no cobraba “ni una peseta” le abren las puertas a otras publicaciones. Escribe en Films Selectos y Proyector y redacta gacetillas de los estrenos cinematográficos para la distribuidora Paramount. En esa época realizará también reseñas literarias en Las Noticias y El Día Gráfico. En la Paramount le ofrecen el puesto de directora de publicidad pero la joven autodidacta, que ha abandonado los estudios a los 17 años, no se siente preparada para el reto. Acude a conferencias, cine clubs, exposiciones, bibliotecas… Y cuando por fin se siente confiada para asumir la responsabilidad, el destino se rebela contra su fortuna. El verano de 1936 es mal momento para cambiar de trabajo. En esos días de guerra y revolución conoce a Mestre en el cenáculo libertario que se formaba en el bar Turia, en la Rambla de Cataluña, y comienza a escribir en Solidaridad Obrera y Umbral. La pareja se verá forzada a la separación al llegar a Francia en enero de 1939 y se reencontrará unos meses más tarde al abordar el buque Ipanema.
Silvia Mistral.De éxodo en éxodo
El dietario de Mistral abarca casi seis meses, de finales de enero a principios de julio de 1939. Un tiempo en el que medio millón de españoles han abandonado su tierra. A finales de enero la República ya ha dado la guerra por perdida. La narración de Silvia Mistral arranca el 24 de enero. No hay tranvías en Barcelona, las fábricas están sin luz y el derrotismo se impone: “En las azoteas hay grandes hogueras, piras trágicas que sobrecogen el ánimo y por la vía pública vuelan papeles y libros rotos. Miro algunas portadas al azar y hay obras de Marx, Bujarin, Rousseau, Blasco Ibáñez, Pío Baroja, Remarque, Barbusse, y toda la colección de obras de José Martí (…) Recibos, cartas, pasquines, informes, todo se lanza a la calle, como símbolo blanco de una organización que se descompone”.
Al día siguiente, el 25 de enero, Silvia abandona Barcelona bajo el recuerdo de su hermano, muerto en el frente de Aragón a los 17 años. Se despide de sus padres, a los que no volverá a ver, y parte a Francia junto a los restos de la España antifascista. Ha comenzado La Retirada, la odisea infernal de un ejército de desheredados: soldados derrotados, civiles harapientos y exhaustos, viudas, ancianos, niños sin familia… Mistral es parte de ese desolador paisaje humano. Y también su cronista. Escribe donde puede, “en las rodillas, en una piedra, una mesita, en una silla”. Escribe sobre las caravanas de “soldados dispersos y campesinos fugitivos”, los coches que trasladan a escritores, políticos y militares (“van cansados y ojerosos”), los enfermos que van muriendo en el camino (“los vemos encorvarse en un rinconcito cualquiera, con el rostro lleno de esa dulce serenidad de los recién fallecidos”). Pero también registra escenas que destilan ironía y un irreverente desprecio a la tragedia: “¿A dónde vais?”, pregunta alguien. “Vamos ganando posiciones hacia la frontera”, se le responde. El diario es también una forma de sobreponerse al drama de la derrota con la fuerza de unos ideales todavía intactos: “Marcha toda la fuerza vital de España. Nadie quiere quedarse. Se pierde la guerra; pero algo conmueve a todos: saber que una masa de cuatrocientas mil personas desprecian el fascismo”.
Los pocos kilómetros que separan de la salvación a esa inmensa romería de vencidos están jalonados de dificultades. La aviación franquista no da tregua: “El terror nos invade a todos cuando una escuadrilla de aviones aparece sobre el mar y ametralla a los carros de campesinos y a los camiones llenos de gente. No hay ninguna defensa: por un lado, el precipicio, y por el otro, la alta montaña”. No hay perdón posible, ni olvido, anotará Silvia en su cuaderno. Lo que no imagina todavía es el recibimiento que les aguarda al otro lado de la frontera.
El campo de refugiados de Argelès-sur-Mer –donde arribará antes de ser ubicada con otras mujeres en la aldea de Les Mages– es una cárcel gigantesca: “En Argelès es más fácil entrar que salir. Una playa inmensa, y nada más. Ni caseta, ni agua, ni comida, ni enfermeros, ni medicinas. Sólo arena y el mistral. Y los senegaleses. Altos y negros, semejan niños a los que se ha dado un fusil y un uniforme y una orden de matar. Nadie puede imaginar cómo es esta playa con el frío y en la noche. No hay una venda para los heridos ni un poco de agua hervida para los enfermos. Nada. 75.000 o 100.000 hombres duermen bajo el rocío, sin mantas muchos de ellos. Por la mañana algunos amanecen secos, congelados por el frío”.
En esas condiciones, casi sin comida, tratados “como bestias”, no es extraño que algunos refugiados se enajenen, como ese teniente que anuncia su partida hacia México, recoge su maleta y su abrigo y se adentra en el mar ante el estupor de sus amigos, que corren a detenerlo: “Marchaba a México, por el mar, como Jesucristo, sobre las olas. Había perdido la razón”.
Mistral pasó varios meses refugiada en la Maison du Peuple de Les Mages, en la región de Languedoc-Roussillon. Mientras los hombres eran recluidos en campos de concentración (Argelès-sur-Mer, Le Barcarès, Saint-Cyprien, Le Vernet-d’Ariège, Gurs…), las mujeres iban a parar a refugios o casas comunales. Una segregación por género que la escritora denuncia en sus páginas. Ante la avalancha de exiliadas, las autoridades francesas permitieron la entrada de espías franquistas que alentaban a las mujeres a regresar a España o a prostituirse en Marsella. La salvación para Silvia llega de la mano de su esposo, confinado en Argelès. El 1 de junio recibe una carta en la que le anuncia la buena nueva: han sido admitidos para embarcarse en el carguero Ipanema, que partiría a México en breve desde Pauillac, un pequeño puerto próximo a Burdeos. Una vez más, la discriminación de la mujer se hacía patente por parte del SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles), el organismo encargado de los traslados de los exiliados a terceros países, principalmente latinoamericanos. Las mujeres debían viajar como acompañantes de los “cabezas de familia”. Era casi la única posibilidad de conseguir un billete hacia la libertad.
El 12 de junio parte el Ipanema rumbo a México. Un mes antes ya había realizado esa travesía el Sinaia, y poco después lo hará el Mexique. En Los barcos del exilio (Oberon, 2005), Emilio Calle y Ada Simón dan cuenta de las numerosas expediciones marítimas que se pusieron en marcha para trasladar a los refugiados a varios países desde el inicio de la guerra y hasta finales de los años 40. A México, el país latinoamericano que más exiliados acogió gracias al impulso del gobierno de Lázaro Cárdenas, llegaron cerca de 20.000 refugiados republicanos, según Dolores Plá, una de las grandes investigadoras del exilio español en México. Los diplomáticos mexicanos Narciso Bassols y Fernando Gamboa fueron los gestores sobre el terreno de esos embarques en coordinación con el SERE. Mistral recoge en sus diarios las suspicacias de los refugiados sobre las entrevistas que se realizaban antes de completar la lista de pasajeros. La filiación política fue determinante. Se privilegió a socialistas y comunistas frente a los anarquistas. Muchos refugiados, al ser interrogados, se declararon apolíticos, alertados por otros que ya habían sido rechazados por no estar adscritos a determinadas corrientes políticas.
En el barco viajan intelectuales y campesinos, artistas y obreros, políticos y maestros. En total, 994 personas. No hay espacio físico para tanta gente. La organización es un caos, la higiene una quimera. La tripulación, de nacionalidad indochina, no habla ni una palabra de español. Varios periodistas presentes en el pasaje deciden editar un diario de información llamado Ipanema. Pero se le tacha de oficialista y no tardan en aparecer “hojas de oposición”: La Ruta de las Anguilas, La Voz de las Bodegas, El Tiburón, El Sargazo. Es la viva imagen de la eterna división de la izquierda. El diario “oficialista” se impone. Para relajar tensiones, lanza unos ypanemismos, breves textos socarrones sobre la rutina del periplo. Esta se quiebra el 25 de junio, cuando el barco debe hacer escala en Martinica para reparar una hélice averiada. El 5 de julio, muy cerca ya de las costas de Veracruz, Mistral anota en su diario el nacimiento de un niño y la muerte de otro: “Sobre la luz de una nueva vida, la sombra de la muerte tiende su amargura sobre otro niño. Agoniza. Sobre el llanto de unos padres, se escuchan los gritos de una madre. Es una canción de vida y muerte sobre nuestros recuerdos de penas, de sangre, de guerra”. Tres días más tarde, los refugiados desembarcan en tierra mexicana. El último éxodo de Silvia Mistral ha terminado: “Cuando emprendo la ruta, bajo el cielo del puerto jarocho hay una inmensa emoción en mi corazón y un recuerdo hacia los que aguardan, en los campos inhóspitos de Francia, el horizonte de una nación libre”.
Cultura y anarquía
La trayectoria de Mistral y Mestre en México siempre estuvo ligada a la cultura. Además de su labor editorial, Mestre (Vilanova i la Geltrú, 1906-Ciudad de México, 1997) fundará en 1978 la biblioteca social Reconstruir. En los años 90, apoyado en su bastón “de mariscal” (como solía decir con ironía), el viejo anarquista todavía acudía regularmente a su “oficina” de la avenida Morelos. En esa época estaba rodeado de jóvenes mexicanos que mantenían vivo el espíritu de los antiguos ateneos libertarios. Tras Éxodo, Silvia Mistral publicaría Madréporas en 1944, una aproximación lírica a la maternidad, la identidad femenina y el exilio. Comenzó a escribir el libro en 1942, durante su primer embarazo. La editorial Cuadernos del Vigía va a publicar en estos días una reedición de la obra con prólogo de la ensayista Mónica Jato.
La carrera literaria de Mistral se vio condicionada por varios factores. Proveniente de una familia obrera, cuando marcha al exilio, con 24 años, no es una dirigente política ni pertenece a la intelligentsia republicana. Su caso no es el de Federica Montseny ni el de María Teresa León. Y el hecho de ser mujer también pesará en su ostracismo. El paternalismo de sus propios compañeros de viaje es una constante para las mujeres que el exilio no ha borrado. Colmeiro lo hace notar incluso en el prólogo de León Felipe. Escribe el poeta: “Las mujeres saben ustedes contar bien y con sencillez. Usted tiene una voz inocente y maternal para contar cuentos”. Mistral se ganará la vida con la publicación de novelas rosas e infantiles, y con colaboraciones en diarios y revistas. Será el caso de otras escritoras exiliadas, como Ana Muriá, Cecilia Guilarte o María Luisa Algarra.
Fueron muchas las mujeres que recurrieron a la literatura para superar el exilio. La mayoría, como Mistral, ha caído en el más triste olvido. La ensayista Josebe Martínez ha rescatado su labor en Exiliadas, escritoras, guerra civil y memoria (Montesinos, 2007), donde analiza la vida y la obra de algunas de las escritoras que han aportado a la literatura del exilio mucho más que una voz inocente y maternal: Mada Carreño, María José de Chopitea, Luisa Carnés, Margarita Nelken, Isabel de Palencia y la propia Mistral. Como sostiene Pilar Domínguez Prats en De ciudadanas a exiliadas, un estudio sobre las republicanas españolas en México(Ediciones Cinca, 2009), “la trayectoria profesional de las escritoras que salieron de España en edad adulta estuvo condicionada en gran parte por su género. El hecho de ser mujeres les daba menos posibilidades de encontrar acomodo en el medio intelectual”. En una entrevista mantenida con la autora del libro a mediados de los años 90, Silvia Mistral explicaba así esta anomalía: “Éramos jóvenes, vinieron los hijos, la formación de la familia… yo primero tuve la niña, a los cuatro años el niño, y claro, estaba el mantenimiento de la casa, el trabajo… Yo vivía una vida más retraída, siempre escribiendo algo, pero nunca figurando mucho, ni cosas muy importantes”.
La banda de música Madrid interpreta el himno mexicano y el de Riego. En el muelle, organizaciones obreras saludan con banderas y cohetes a los recién llegados. La emoción se apodera del ambiente. Es el 8 de julio de 1939. El Ipanema, con unos mil refugiados españoles a bordo, había...
Autor >
César G. Calero
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