CRÓNICAS PARTISANAS
Seguimos qué
Cuando se llama, en 2021, a la unidad de las izquierdas contra el fascismo, se está escenificando una pulsión de martirio que es, y siempre ha sido, síntoma de debilidad
Xandru Fernández 3/10/2021
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Por las noches, en función del grado de insomnio que uno experimente, se pueden escribir los versos más tristes o anticipar el resultado de las próximas elecciones generales. Si uno se ha abonado a los debates digitales de la nueva política en los últimos años, puede hacer las dos cosas a la vez, incluso llegar a creer que son la misma cosa. Versos, tuits, muletillas que fueron ingeniosas la primera vez: “Solas no podemos, juntas sí”, “gobernar para la gente”, “no son todos iguales”, “seguimos”... ¿Seguimos qué? Efusiones militantes, abrazos públicos, mirada larga, “vamos despacio porque vamos lejos”, y en seguida la mano tendida a pretenderse sin entenderse o a lo mejor es al revés: ofertas de adquisición de convicciones, no de acciones. Si al final hay una candidatura única para las izquierdas españolas, muy españolas, será porque se haya expurgado por fin todo el lirismo del cortejo prenupcial y, saltándose los preliminares, los capitanes y las capitanas se hayan sentado a negociar. Y ni con esas.
Cuando se llama, en 2021, a la unidad de las izquierdas contra el fascismo, se está escenificando una pulsión de martirio que es, y siempre ha sido, síntoma de debilidad. Se le entrega la yugular a alguien para que haga con ella algo sucio y probablemente doloroso, y no es lo mismo, por supuesto, que ese alguien sea la extrema derecha o un PSOE hegemónico (“Somos la izquierda”) en el campo antifascista, pero el resultado es que la sangre te la vacían igual. Si, además, la presuntamente deseable unidad de las izquierdas viene precedida por el rumor cuartelero de la militancia encendida, volcada en la intriga versallesca y en el cálculo de cuántos asesores le tocarán a cada uno, la alianza antifascista fracasa antes de que la lucha haya empezado. Por no haber entendido que esa lucha no se gana en las urnas sino en las frías praderas de la cotidianidad.
En términos de política espectáculo, no parece que haya muchas dudas de que no quedará nadie a este lado del PSOE si no se rentabiliza la agónica contribución de UP al gobierno de Sánchez
La crisis, si lo es, no lo es de liderazgos, sino de tejidos rotos, y quizá también de confianza: cómo convocar una fe que era valiosa no por la ofuscación que caracteriza al creyente sino por la energía oculta que contiene, esa fuerza nuclear del entusiasmo que permanece enterrada, si es que permanece, debajo de capas y más capas de vergüenza.
Porque ha sido una vergüenza cómo se ha manejado el ansia de cambio que se expresó por primera vez tímidamente en las europeas de 2014 y que obtuvo como premio la abdicación de un rey. Tuvimos que conformarnos con eso. Ni siquiera fuimos capaces de creernos que lo habíamos hecho nosotros. Ni siquiera supimos aprovechar el medio metro de ventaja que se nos concedía por haber movido ficha cuando nadie se lo esperaba. Y, si no pudimos ni supimos entonces, a ver qué heroicidades nos exigimos ahora, cuando desconfiamos hasta del vecino porque no es la primera vez que el vecino nos vende por una concejalía imaginaria.
En términos de política espectáculo, no parece que haya muchas dudas de que no quedará nadie con vida a este lado del PSOE si no se rentabiliza de algún modo la agónica contribución de Unidas Podemos al gobierno de Sánchez. Pero también se corre el riesgo de ser la víctima propiciatoria de un voto masivo de castigo a ese gobierno (algo que no sé por qué no debería computar en los cálculos, toda vez que se lo ve venir por toda Europa como un meteorito: pasar la página de la pandemia negándolo todo, sacrificando en el altar del olvido a los gobiernos que la gestionaron, sin importar cómo la hayan gestionado). En cualquier caso, lo que en verdad me parece preocupante es que ahora mismo, en este artículo, debería haber otro párrafo, un párrafo espejo, alternativo al que empieza con lo de la política espectáculo, y no se me ocurre qué podría ser ahora mismo lo contrario o tal vez lo complementario de esa política espectáculo. No parece que haya otra.
Deberíamos estar discutiendo cómo parar a la ultraderecha ahora, con la fuerza de las leyes y las mayorías parlamentarias, no en un futuro
También los espumarajos de rabia ultranacionalista son política espectáculo, como lo es la ayusocracia mediática, esa obsesión de la izquierda por convertir Madrid en el centro de sus ambiciones y sus ruegos, incomprensible salvo cuando se ha reducido la tarea de la izquierda al reto empresarial de obtener cargos en la capital del reino. No es, entendámonos, que la extrema derecha no suponga una amenaza, y de las chungas. Pero precisamente por serlo es por lo que deberíamos estar discutiendo cómo pararla ahora, con la fuerza de las leyes y las mayorías parlamentarias, no en un futuro en el que, incluso conteniéndola en las urnas, seguiríamos sin saber cómo evitar que siga marcando la agenda política, incrementando su influencia, volviéndose hegemónica.
Por las noches, en función del grado de insomnio que uno experimente, se pueden escribir los versos más tristes o anticipar el resultado de las próximas elecciones generales. Si uno se ha abonado a los debates digitales de la nueva política en los últimos años, puede hacer las dos cosas a la vez, incluso llegar a...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí