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En el año 1480 a.C no existía nadie más poderoso que la faraón Hatshepsut. Ningún contemporáneo gozaba de mayor autoridad, poseía un ejército a sus órdenes más numeroso, acumulaba riquezas o reinaba sobre mayor número de personas que esta mujer que logró ser coronada como faraón sin que nadie osara oponerse a su voluntad. Hatshepsut se hacía representar con la doble corona del alto y bajo Egipto y la falsa barba de faraón, siempre joven, benevolente, plácida y poderosa en sus estatuas. Así era como la veían e imaginaban la mayoría de sus súbditos, pero los que lograban ver a la verdadera mujer se encontraban con una imagen muy distinta. La verdadera Hatshepsut era una mujer obesa, dueña de una dentadura desastrosa y aquejada de una desagradable enfermedad cutánea, que generación tras generación de incesto se había convertido en el legado de la dinastía tutmósida. La verdadera reina estaba muy lejos de ser aquel ser divino que se hacía representar en los templos como la hija del dios Amón.
La máscara funeraria de oro de Tutankamón ocultaba a un muchacho de pies deformes, columna desviada y que padecía dos cepas distintas de malaria. Ambos faraones, al igual que sus antecesores y sus predecesores, sustentaron su poder gracias a un complejo sistema, toda una estructura política, militar, religiosa y económica que se sostenía simbólicamente a través de la ficción. Solo el faraón, un dios en vida, podía garantizar la crecida anual del Nilo; sin embargo, miles de años después de ser enterrados en sus tumbas del desierto, cuando sus nombres ya habían sido olvidados por casi todos, el Nilo seguía inundando las orillas de Egipto llenándolo de vida y kemet. Cuando los arqueólogos comenzaron a levantar las vendas en las que estaban envueltas sus momias se encontraron con seres humanos llenos de taras y defectos físicos.
Pero la ficción no solo servía para sostener monarquías hace miles de años. Sin el relato fantástico de la Transición Que Nos Dimos Entre Todos y del Borbón campechano que hizo frente a los golpistas del 23-F, difícilmente podríamos sostener el bipartidismo actual que se resiste a desaparecer, mucho menos tolerar a la actual monarquía. Una vez apagado el ruido de los aplausos cortesanos, cuando la ficción sobre Juan Carlos I se fue desdibujando de nuestros templos, pudimos contemplar el verdadero rostro del(os) Borbón(es).
Necesitamos de la ficción también para sostener nuestros relatos personales. Todos aspiramos a ser los héroes en nuestra propia historia, y si el papel del héroe se desvanece de nuestro relato, el papel de víctima y mártir acaba siendo el sustituto perfecto. Un constante desfile de señores maduros en plena decadencia personal y laboral no dejan de lamentarse del pánico que les provoca hablar, de lo muy cancelados y mucho cancelados que se sienten por culpa de la dictadura de lo políticamente correcto, del mal gusto de que les echen en cara sus pésimas decisiones personales. Todo esto mientras reciben premios en festivales de cine que blindan las ruedas de prensa para evitar preguntas incómodas, reciben ovaciones de varios minutos en pie a pesar de haber reconocido que lo suyo era acosar a mujeres en el trabajo o les conceden espacios en distintos medios para que puedan seguir quejándose de lo cancelados que están.
Hay que reconocer que esto de la cancelación no es un invento woke, que viene de bastante atrás pero solo ha resultado un problema cuando afecta a los (algunos) señores. Una parte importante de la prensa de comienzos de milenio se sustentó en la burla constante hacia las mujeres, Winona Ryder o Lindsey Lohan pagaron caro varios traspiés personales. El colapso mental de Britney Spears fue un espectáculo público inmoral que acabó con la cantante bajo una tutela legal que impide siquiera que pueda decidir sobre sus derechos reproductivos. Alicia Silverston pasó al ostracismo entre burlas públicas sobre su peso. Hace unos años un grupo de incels pajilleros inundaron las redes de comentarios negativos sobre Capitana Marvel antes de su estreno simplemente porque Brie Larson no les gustaba. Kelly Marie Tran tuvo que abandonar las redes sociales porque un montón de señores adultos no supieron distinguir entre ficción y realidad.
Personalmente, llorar porque ya no te ríen todas las gracias me parece algo patético. Al que no le baste con ser académico, siempre le quedará el recurso de hacerse pasar por una feminista sensata para seguir alimentando la ficción personal de ser un héroe de la libertad de expresión. Mientras tanto, el resto nos dedicamos a ir levantando las vendas de las momias.
En el año 1480 a.C no existía nadie más poderoso que la faraón Hatshepsut. Ningún contemporáneo gozaba de mayor autoridad, poseía un ejército a sus órdenes más numeroso, acumulaba riquezas o reinaba sobre mayor número de personas que esta mujer que logró ser coronada como faraón sin que nadie osara oponerse a su...
Autora >
Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego. Todas las verdades de esta vida se encuentran en Parque Jurásico.
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