Crónicas de pánico y circo (I)
Satán lanza los dados
En 1994, tras un asesinato en Madrid, los medios dispararon contra los aficionados a los juegos del rol. Imaginen el pavor de un padre o una madre al descubrir que su hija se pasaba la tarde jugando con sus amigos a ‘Dragones y Mazmorras’
Silvia Cosio 15/07/2021
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El 30 de abril de 1994, Carlos Moreno caminaba de madrugada por el barrio de Manoteras de Madrid cuando Javier Rosado y Félix Martínez se le acercaron cerca de la parada del autobús y, fingiendo un robo, acabaron asesinándolo a puñaladas detrás de unos arbustos. En un principio nada podía hacer sospechar que el asesinato de este obrero de 52 años acabara llamando la atención de la prensa, especialmente en 1994, que fue un año bastante loco. Lejos quedaban ya las fiestas y los esplendores de nuevo rico de la Expo de Sevilla y de las Olimpiadas de Barcelona, las 22 medallas olímpicas del equipo español y las lágrimas de la infanta al paso del heredero ondeando la rojigualda. Faltaban dos años todavía para enterrar la era González y para que la beautiful people que hacía negocios en la Bodeguilla se viera obligada a reciclarse y convivir con los compañeros de pupitre de Aznar. En aquel mes de abril Aznar todavía rumiaba su derrota en las generales del 93 y gritaba aquello de “Váyase, señor González”. ETA seguía asesinando, lo de los GAL y la corrupción política ocupaba todas las portadas y las conversaciones de barra de bar, los feminicidios quedaban sepultados bajo el término de “crimen pasional”. Si todo esto no era suficiente, el 5 de abril Kurt Cobain se pegaba un tiro –yo estuve casi un mes vistiendo de luto– y el 29 Luis Roldán se daba a la fuga y los ministros del Interior dimitían tan rápido que apenas daba tiempo a leer sus nombramientos en el BOE.
Nunca sabremos si Carlos Moreno iba pensando en todo esto o quizás solo en las ganas que tenía de llegar a su casa cuando se cruzó con Rosado y Martínez aquella madrugada. Lo que sí sabemos es que Moreno fue asesinado y que, a pesar de que sus asesinos se creían muy inteligentes, en el fondo eran tan arrogantes como chapuceros, por lo que la policía no tardó en dar con ellos. Lo que la policía no esperaba era que su detención diera lugar a un pánico moral que sacaría las vergüenzas de todo un país, especialmente las de la prensa. En Estados Unidos habían experimentado algo muy parecido unos años antes.
Comenzó en 1980 con la publicación del libro Michelle remembers, pero creció exponencialmente tras el asesinato en 1988 de Betty Ann Sullivan por su hijo Thomas, un adolescente que supuestamente adoraba a Satán y que se suicidaría después de matar a su madre. Este pánico moral, conocido como The Satanic Panic, nos dejó como legado universal la etiqueta del Parental Advisory y se tradujo en miles de horas de televisión y de páginas escritas en la prensa alertando del auge del satanismo entre los adolescentes americanos que, seducidos por el diablo, el rock, los juegos de rol y los videojuegos, se dedicaban a cometer todo tipo de delitos y atrocidades. El pánico satánico se materializó en múltiples acusaciones públicas infundadas y condenas judiciales que destrozaron las vidas de muchos inocentes. Las más relevantes fueron las de los trabajadores de la Escuela Infantil McMartin, toda una familia acusada y condenada en 1987 por cientos de cargos de abuso infantil que se demostraron falsos en un segundo juicio en 1990, y el caso de Echols, Baldwin y Misskelley en 1994. Los tres jóvenes, conocidos como los Tres de West Memphis, fueron acusados del asesinato satánico de tres niños pequeños y condenados sin pruebas simplemente por ser pobres, llevar eyeliner, el pelo largo y pintarse las uñas de negro. Este caso fue muy relevante para mi generación gracias a Paradise Lost, el documental de la HBO que lo divulgó, cuya banda sonora era de Metallica y que llegaría a tener dos secuelas contando todas las novedades judiciales, y por la implicación en la liberación de los jóvenes de bandas de rock como Pearl Jam que durante años recaudaron dinero para pagar la defensa y las apelaciones de los adolescentes. Los Tres de West Memphis fueron liberados en el 2011. El asesinato de Branch, Byers y Moore, por el que fueron erróneamente condenados, sigue sin resolverse aunque todas las evidencias apuntan hacia el padre de una de las víctimas.
Cuando el ruido de los medios se apaga, permanecen en la memoria de la sociedad y acaban afectando a las vidas de aquellos sobre los que recae la sospecha
El caso de los Tres de West Memphis es paradigmático en muchos aspectos, tanto por su repercusión nacional y el juicio paralelo al que fueron sometidos los acusados, como por el hecho de que en muchas ocasiones los pánicos morales se alargan en el tiempo y sobreviven más allá de la atención mediática que en un principio puedan despertar. Cuando el ruido de los medios se apaga, permanecen en la memoria de la sociedad y acaban afectando a las vidas de aquellos sobre los que recae la sospecha de estar subvirtiendo la moralidad establecida. Muchos de estos pánicos morales pasan a formar parte del imaginario colectivo popular y acaban alimentando teorías de las conspiración. Los defensores de QAnon, por ejemplo, han incorporado parte de los delirios satánicos, especialmente todo lo relacionado con los abusos a menores. En España el asesinato de Carlos Moreno se convirtió en un espectáculo denigrante que puso en el punto de mira a los jugadores de rol, mayoritariamente adolescentes pero no exclusivamente. Si bien es cierto que Javier Rosado se había inventado una especie de juego llamado Razas, y que él y su cómplice salieron aquella noche con la intención de asesinar, ni Moreno ni Martínez eran jugadores de rol –el propio Moreno había manifestado su desprecio por este tipo de juegos–, pero eso no impidió a la prensa española, que ya había traspasado todas las fronteras de la deontología con el crimen de las niñas de Alcasser en 1992, iniciar una campaña de acoso y derribo basada en rumores, leyendas urbanas, exageraciones y mentiras. El periodista de El Mundo Rafael Torres publicó el 9 de junio de 1994 un artículo que todavía se cita y que es el ejemplo perfecto de cómo se enfocó todo este asunto. En “Una necrosis similiar”, Torres afirma sin rubor que los juegos de rol provocan en sus jugadores “necrosis fulminantes en los tejidos de la cabeza y del corazón, aparte de desprecio por la realidad e ignorancia” y que promueven la psicopatía. Después de leer este tipo de afirmaciones solo nos queda imaginar el pavor que podía sentir un padre o una madre si descubría que su hija se pasaba la tarde jugando con sus amigos a Dragones y Mazmorras. El pánico moral con respecto a los juegos de rol ocupó meses de la conversación pública y puso en el disparadero a gente pacífica a la que se acusó de todo tipo crímenes, y también hizo peligrar una industria que empezaba a despuntar en España. Casi cinco años después del crimen, el Tribunal Superior de Justicia descartó por completo que los juegos de rol tuvieran que ver con el asesinato de Carlos Moreno en la sentencia que confirmaba las penas contra Martínez y Rosado. A pesar de ello, los jugadores de rol todavía sentían la necesidad de justificarse en público porque aún pesaba sobre ellos el reproche social y la sospecha.
Más allá de las circunstancias particulares de este caso, existe a lo largo de la historia un patrón claro de criminalización de las conductas que se apartan de la normatividad moral, especialmente en períodos convulsos. Este se alimenta de los miedos sociales pero también de rumores y mentiras interesadas, bien sea para provocar un cambio político o para salvaguardar una moralidad y una forma de vida tradicional que se siente amenazada. La mayoría de estos pánicos morales ponen el foco en sectores vulnerables: jóvenes, extranjeros, minorías étnicas o religiosas y mujeres (que a pesar de que somos la mitad de la población a todos los efectos seguimos siendo unas parias). Lo hemos visto en este año y medio de pandemia, en el que la prensa, pero también las instituciones públicas, ha contribuido a criminalizar a ciertos sectores: los runners, los jóvenes, las familias con niños en los primeros días de la desescalada, a los que se les ha ido atribuyendo la responsabilidad de los contagios. Se ha establecido una especie de consenso moral retorcido y peligroso según el cual hay gente que se ha contagiado de forma inocente mientras otros se contagian y contagian de forma irresponsable, creando así una dicotomía morbosa que en un futuro el capitalismo de demolición puede utilizar como excusa para negar la asistencia sanitaria a aquellos que considere que no han hecho lo suficiente por preservar su salud. Pero no dejemos que la realidad nos desvíe de un buen titular. Siempre son más entretenidos el pánico y el circo.
El 30 de abril de 1994, Carlos Moreno caminaba de madrugada por el barrio de Manoteras de Madrid cuando Javier Rosado y Félix Martínez se le acercaron cerca de la parada del autobús y, fingiendo un robo, acabaron asesinándolo a puñaladas detrás de unos arbustos. En un principio nada podía hacer sospechar que el...
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Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego. Todas las verdades de esta vida se encuentran en Parque Jurásico.
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