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Escribo esto desde el escritorio de mi piso compartido en Madrid por el que yo solita pago 550 euros religiosamente cada mes, precio increíblemente bueno si tenemos en cuenta que la vivienda tiene ventanas y está en una de las “zonas tensionadas” de la capital que, al ritmo que van, acabarán siendo la mayoría de las zonas menos aquellas que se encuentran a 30 kilómetros del centro. Seré clara: estoy contenta. Esto es lo mejor que he conseguido en diez años viviendo en la capital, porque además puedo ir andando al trabajo y me ahorro el transporte. Agua, luz y gas aparte, mes de agencia y dos meses de fianza y chimpún, pisazo. Ahora a rezar porque la casera no nos lo suba, una preocupación que me ronda constantemente.
Cuando la mayoría nos hayamos ido a plantar tomates, siempre habrá una Villacís que especule con otro bien esencial; la comida
Begoña Villacís, vicealcaldesa de Madrid, se ha llevado las manos a la cabeza (o al pelazo, más bien) al conocer el acuerdo para la futura Ley de Vivienda. Resumiendo, le parece mal la subida del 150% del IBI a las viviendas vacías –y eso que se ve que en Madrid no debe de haber muchas, porque siempre nos dicen que los okupas entran todos los días en casas habitadas por familias– y limitar o bajar el precio del alquiler en las zonas donde los precios de la renta hayan aumentado de forma continuada cinco puntos por encima de lo que subió el IPC y en aquellos barrios en los que el precio medio de las viviendas supere el 30% de la media de ingresos por hogar de la zona.
Concretamente, las palabras de Villacís han sido “Spoiler: Madrid no aplicará la ley intervencionista del Gobierno”. Gastándome prácticamente la mitad del sueldo en el alquiler y pudiendo ser una de las beneficiadas de las medidas propuestas por el Gobierno, tengo que decir: Begoña, estoy contigo. El intervencionismo es para pobres.
Apelo a esa empatía que siempre se nos achaca a las personas que votamos a opciones de izquierdas. Hagan el favor de ponerse un momento en la piel de la vicealcaldesa madrileña: Begoña, 43 años, licenciada en Derecho por el CEU. Posee seis viviendas, cuatro de ellas en Madrid, según el portal de transparencia de su propio Ayuntamiento. Su madre, Marisol Sánchez Alonso, gestiona decenas de inmuebles en las zonas tensionadas de Madrid. Gran parte del patrimonio de madre e hija se sustenta en bienes inmuebles. Villacís, probablemente, nunca ha tenido que alquilar un piso en la ciudad en la que ahora gobierna, bajo las alas de Vox, José Luis Martínez Almeida e Isabel Díaz Ayuso, esa presidenta de la Comunidad a la que su amigo Kike Sarasola le deja áticos en hoteles de lujo a un precio irrisorio. A la vicealcaldesa, seguramente, nunca le han pedido un contrato indefinido de trabajo, las nóminas de los tres últimos meses y la declaración de la renta para ir a visitar un piso en alquiler (basado en hechos reales). La primera compraventa de un inmueble que hizo fue en 2004, con 27 años, poco después de terminar su máster en la Universidad de Comillas. La segunda compraventa se produjo dos años después, con 29. Begoña, en fin, con todo ese dinero que se ha ahorrado en alquileres y que los y las que pagamos una renta tenemos que gastarnos en comida, ha invertido en pisos. Y quiere ganar dinero con esos pisos. El problema, entonces, no es Begoña Villacís. El problema es (perdón por el cliché) el sistema.
Un sistema que permite que gobiernen comunidades autónomas con competencias en vivienda polític@s con intereses particulares en el mismo mercado de la vivienda que se intenta regular es un sistema que no vela por el bienestar de sus ciudadan@s. Anteponer los intereses de una sociedad que, en su mayor parte, está ahogada por los precios de la vivienda es incompatible con querer enriquecerse a través del mercado inmobiliario. No se puede ser juez y parte. Las ciudades en las que más ha aumentado el precio del alquiler durante los últimos años (Barcelona, San Sebastián, Madrid, Palma de Mallorca, Sevilla)… no son ciudades que ahogan. Esa sensación de asfixia no es otra cosa que la consecuencia directa de las políticas que aplican quienes se apoyan en el sistema para su propio beneficio. Que no les engañen: esto no se arregla volviendo a vivir en pequeñas ciudades o mudándose a una casa en mitad de la nada a poner tu propio huerto y plantar tomates. Porque, cuando la mayoría nos hayamos ido a plantar tomates, siempre habrá una Villacís que especule con otro bien esencial; la comida.
Escribo esto desde el escritorio de mi piso compartido en Madrid por el que yo solita pago 550 euros religiosamente cada mes, precio increíblemente bueno si tenemos en cuenta que la vivienda tiene ventanas y está en una de las “zonas tensionadas” de la capital que, al ritmo que van, acabarán siendo la mayoría de...
Autora >
Marina Lobo
Periodista, aunque en mi casa siempre me han dicho que soy un poco payasina. Soy de León, escucho trap y dicen que soy guapa para no ser votante de Ciudadanos.
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