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Lectura cruzada

“¿Cómo salir del tablero político?”

Un debate entre José Luis Moreno Pestaña y Amador Fernández-Savater sobre la democracia actual y la posible

Amador Fernández-Savater / José Luis Moreno Pestaña 10/10/2021

Acacio Puig / http://acaciopuig.blogspot.com/

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[Este artículo recoge el debate organizado por la Librería La Fuga (Sevilla), y que tuvo lugar el sábado 18 de septiembre en el espacio de La Carbonería, entre José Luis Moreno Pestaña, autor de Los pocos y los mejores. Localización y crítica del fetichismo político, y Amador Fernández-Savater, autor de La fuerza de los débiles. El 15M en el laberinto español. Un ensayo sobre la eficacia política, tras una lectura cruzada de sus últimos libros, ambos editados por Akal. El audio entero (exposiciones y discusión posterior) puede consultarse aquí.] 

Amador Fernández-Savater:

José Luis (Moreno Pestaña) y yo nos hemos planteado hacer una lectura cruzada de nuestros dos últimos libros. Ambos tratan de pensar qué podría ser esa “democracia real ya” que el 15M exigía (y practicaba) en las plazas contra la política de los políticos, devenida mera gestión de las necesidades de la economía capitalista.

Una lectura cruzada es un ejercicio de atención mutua: prestarnos atención. Escuchar el discurso del otro y disentir o discutir, pero buscando un carril común. Es algo raro en estos tiempos de polémicas de mala leche y sin escucha del otro; y tiene que ver de alguna manera con el contenido de la deliberación democrática que se propone en los dos textos.

Pero, ¿qué es leer? La tradición judía dice que “leer es torcer un texto”. Torcer: curvar, girar, doblar, imprimirle una torsión. Leer es un ejercicio activo de reapropiación de lo leído: no sólo se trata de entender el sentido, sino de entender desde lo sentido. Hay que pasar por el cuerpo lo que se lee para hacerlo propio, para hacer cuerpo con él.

No sé qué piensa José Luis de esto, tal vez diferimos en nuestras “estrategias de lectura”, la suya siempre más rigurosa y la mía mucho más desaliñada. En todo caso, quería avisar de que voy a exponer mi propia “torcedura” del libro de José Luis, no es una presentación objetiva.

La crítica del fetichismo

Arranco desde lo que pienso como una de las mayores potencias del libro: la idea de usar las herramientas de la tradición marxista para aplicarlas a la política. Pasar de la “crítica de la economía política” a la “crítica de la política” (o de la política devenida economía). Mediante el uso de una herramienta muy particular: la crítica marxista del fetichismo.

¿Qué es el fetichismo? ¿Cómo se despliega la crítica marxista del fetichismo de la mercancía? La mercancía capitalista es un fetiche, dice Marx, en tanto que dice ser algo obvio y transparente, cuando en realidad es “un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas”. Pensamos que el valor de la mercancía es un atributo directo del producto, pero en realidad es un jeroglífico que tiene origen en las relaciones de producción capitalistas (de explotación) y su temporalidad propia (abstracta, cuantitativa).

La crítica del fetichismo implica devolver la apariencia de la forma al proceso efectivo, remitir el valor de la mercancía al trabajo efectivo en condiciones capitalistas, aterrizar las cosas. Por eso resuena en la tradición marxista con la crítica del cielo, de la religión, de lo teológico: inscribir en procesos histórico-sociales determinados lo que se presenta como yendo “de suyo”.

La crítica del fetichismo implica devolver la apariencia de la forma al proceso efectivo, remitir el valor de la mercancía al trabajo efectivo en condiciones capitalistas

Si el valor se atribuye a los productos, explica José Luis, entonces se supone que es el capital quien crea la riqueza, borrando el proceso de cooperación colectiva. Todo irá bien, se nos dice, si se obedecen las normas del marco capitalista creador de riqueza. ¡Hasta qué punto nuestra mirada está fetichizada hoy! ¡Hasta qué punto Marx es aún actual contra todos los que repiten lo que él ya desmontó hace 150 años! ¡Hasta qué punto somos aún religiosos!

¿Cómo se traduce esta crítica del fetichismo de la mercancía a la política? Por un lado, en el “mercado electoral” tomamos a los candidatos por lo que dicen ser (sinceros, comprometidos, etc.), en lugar de tener en cuenta el “proceso de producción” de un líder político. Ese fetichismo se llama “culto a la personalidad”, vemos personalidades autónomas donde hay complejos procesos de fabricación de líderes.

Por otro lado, la política existente se nos presenta como “lo único que puede haber”. Del mismo modo que el capital crea supuestamente la riqueza, y haremos bien en obedecer sus mandatos, la democracia es creación de los políticos y sería un desastre salirnos de ese marco (“o nosotros o el caos”). Se borra la cooperación colectiva como hecho democrático y se restringe la participación al voto serializado de ciudadanos aislados.

Las repúblicas elementales

Los pocos y los mejores no se limita a la crítica, sino que esboza también una propuesta. Se condensa en la fórmula de Jefferson sobre las “repúblicas elementales”: el mejor sistema es una democracia cotidiana, donde los sujetos múltiples puedan hacerse protagonistas en la elaboración de las normas de la vida común.

¿Cómo podrían construirse hoy esas repúblicas elementales? Una virtud del libro es huir de los modelos: no hay receta, pero contamos con un “archivo” de experiencias de democracia real a nuestra disposición. Hay un pragmatismo, una impureza, un bricolaje en la propuesta de José Luis que me parece muy atractivo: podemos usar diferentes instrumentos para crear democracia, herramientas que vienen de muy diversas tradiciones y que pueden tener cada una su momento y su oportunidad. Desde la representación al sorteo, pasando por el “salario político” o distintos modos de rendición de cuentas.

 Una virtud del libro es huir de los modelos: no hay receta, pero contamos con un “archivo” de experiencias de democracia real a nuestra disposición

Pero, ¿con qué criterios? ¿Cómo juzgar el uso? Yo diría que para José Luis es positivo todo lo que promueve la rotación y la circulación del poder, mientras que es dañino todo lo que fomenta la acumulación y la concentración. Por ejemplo, la aportación de los expertos en tal o cual cuestión puede ser positiva si supone un insumo para la toma de decisiones de la colectividad, pero es un problema si el experto acumula todo el poder de decisión en nombre de un saber que poseería en exclusiva. No hay receta, hay que ir caso por caso. Es positiva la complejización y la valoración de la multiplicidad de los saberes, los modos de compromisos y las dimensiones de lo social, mientras que es dañina la “reducción al uno” y la jerarquización: un sólo tipo de saber reconocido, el académico por ejemplo, prima sobre los demás saberes, experienciales, etc.

Fuerzas y afectos: dos puntos de discusión

Finalmente, quiero plantear dos líneas de discusión. ¿Qué disimula el fetichismo de la mercancía? Las mercancías, en condiciones capitalistas, no son mercancías como cualquier otra (en especial la fuerza de trabajo). El mercado capitalista no es un mercado como los demás. Lo que produce condiciones capitalistas de mercado es un proceso que Marx llama “acumulación originaria”: la expropiación y privatización, mediante la violencia, de todo lo que era común y permitía modos de subsistencia autónomos. Así nace la fuerza de trabajo como mercancía, a pesar de las fábulas liberales sobre la oferta y la demanda. Es decir, el fetichismo de la mercancía borra también que hay una violencia fundadora: el capital nace “a sangre y fuego”.

Y lo mismo puede decirse de nuestras democracias políticas. Se abren desde el terror. La democracia norteamericana nace en y por el exterminio de los indios que habitaban el territorio. Y el consenso transicional español cristaliza límites indiscutibles heredados de la dictadura. La experiencia histórica nos dice que cuando hay cuestionamiento de esos límites, la violencia resurge (es la tradición de golpes de Estado, desde Allende hasta Evo Morales). Por tanto hay un problema de relaciones de fuerza, no sólo de buenas herramientas democráticas. Hay que pensar el problema (político) de la fuerza, de otro modo reproducimos el fetichismo.

Hay un problema de relaciones de fuerza, no sólo de buenas herramientas democráticas. Hay que pensar el problema (político) de la fuerza, de otro modo reproducimos el fetichismo

Acabo con un comentario crítico sobre la crítica marxista del fetichismo: ¿no hay un residuo racionalista de fondo? Es la idea de que la crítica nos permite mirar las cosas “con ojos desengañados”. Bastaría con la razón y el conocimiento científico para salir del fetichismo. Pero, ¿cuál es el “proceso de producción” de la razón? Spinoza dice: pensamos a partir de la capacidad de un cuerpo de afectar y ser afectado. La crítica racional y el conocimiento científico no bastan. Hay una cuestión de fondo relativa a los afectos. Pensamos distinto si sentimos distinto. Sólo otros afectos pueden permitirnos pensar de otro modo y ensayar otra democracia.

Quería entonces, para terminar, ampliar la crítica del fetichismo introduciendo la pregunta sobre estas dos cuestiones: la fuerza y los afectos. ¿Cómo los pensamos?

José Luis Moreno Pestaña:

Hegel escribía: “El individuo sólo puede tener la conciencia de un traducirse o trasladarse a sí mismo de la noche de la posibilidad al día de la actualidad, del en-sí abstracto al significado de ser-real y tener la certeza de que aquello que en este le ocurre no es otra cosa que lo que en aquella noche dormía”. La traducción de algo lo saca de lo que era una posibilidad abstracta a una realidad.

El libro de Amador Fernández-Savater se organiza sobre esta idea. Solo que Amador no ve la traducción como algo positivo, que especifica, sino como algo que domestica, domina y que, por tanto, lejos de sacar a la posibilidad de su noche, la deja aparcada en un lateral de la historia. La deja aparcada y luego la oculta, porque la traducción nos dice: esa posibilidad ni siquiera existía, estabais soñando con lo imposible.

El campo político es una gran máquina de traducción que transcribe toda fuerza social en sus propios términos. Y, ¿cómo es la gramática que articula ese campo? Lo primero que hay en ella es el miedo. El otro es el caos, no hay nada que hablar con él, porque es sencillamente estúpido o malvado. El miedo puede apaciguarse siempre porque las amenazas son muy fuertes y nadie quiere alterar el juego. Amador considera que ese es el subtexto permanente de la política y, por tanto, marca las reglas básicas. No existe más que un tablero y debe uno elegir con qué piezas juega. Vox es solo una figura posible de dicha cultura podrida pero no es la única: la cultura de denuncia masiva, de que los otros son casta, también forma parte de ella.

Con las reglas estabilizadas por el miedo solo queda el juego de la polarización, aunque sea por nimiedades. La consigna del campo, que siguen de manera mimética los que pretenden cambiarlo, es: ¡polaricemos! ¡Allí donde existen diversas posiciones y un conjunto complejo de salidas, establezcamos solo dos: la nuestra y la de los otros! ¡E insultemos al que pretenda otra cosa, digamos es un agente encubierto de los otros! Las diferentes alternativas ni se discuten porque son ridículas.

Con las reglas estabilizadas por el miedo solo queda el juego de la polarización, aunque sea por nimiedades

Existen muchos ingredientes que concursan en la polarización: está la cultura de guerra fría, está la idea neoliberal de que el espacio público solo puede admitir la aplicación del capitalismo, está la cultura derechista de reevangelización del mundo y de robar espacio a la izquierda, está la cultura revolucionaria que sueña con un mundo de divisiones simples, está la tendencia de los profesionales de la política a no reconocer otras necesidades que las que le proporcionan rentabilidad... La clave es que la polarización, explica Amador, requiere de un pueblo encogido por el miedo y que opte siempre por unos o por otros; y sobre todo de un pueblo desmovilizado o que solo se moviliza de acuerdo con las líneas de fractura dibujada por el campo.

Me parece muy importante la idea de que la transformación social requiere evitar la polarización. Puede rastrearse su presencia en el prólogo que Engels coloca a Marx en Las luchas de clases en Francia. El modelo de la rebelión ya no son las barricadas o los golpes de mano, en los que solo se involucran minorías que se suceden a sí mismas, en una rueda infernal de denuncias a los que están en el poder y de renuncias cuando los pretendientes acceden al mismo. El modelo de la rebelión exige el largo plazo, no acepta la guerra de movimientos, las máquinas de guerra electorales. Exige una cultura de oposición de aliento largo, que pruebe la fuerza de las instituciones alternativas y, al final, es lo que concluye Engels, pasará como con los soldados romanos que, ante las medidas anticristianas de los emperadores, se colocaban cruces en sus cascos.

El modelo de la rebelión no acepta la guerra de movimientos. Exige una cultura de oposición de aliento largo, que pruebe la fuerza de las instituciones alternativas

Se encuentra también la crítica de la polarización en uno de los científicos marxistas más serios; Erik Olin Wright explicó que la polarización y la violencia requieren de tales medidas de transformación que inevitablemente harán que estas se descarrilen y pierdan apoyo popular. Se encuentra también en este libro, brillantemente explicada en las coordenadas filosóficas de Amador y, sin embargo, no permea la cultura política crítica, que vive fascinada por lo contrario. De hecho, una de sus principales tareas es dividirse, señalar traidores, gente que no se entera, cómplices objetivos. Y es importante lo que promueve la polarización: encogimiento, incapacidad de discutir de política si no es en los términos dispuestos por el tablero.

El 15M rompe con la dinámica del tablero y señala que los términos de juego no son los de la izquierda y la derecha y que la política no se hace en los espacios acondicionados por las elites. Amador convoca aquí la idea de una resistencia permanente de los dominados, de un principio republicano que se expresa en la separación de los de abajo y que obliga a los de arriba a moderarse, a pactar.

Es Maquiavelo en lectura de Claude Lefort; mas esta idea de la plebe se organiza según el modelo que nos dejó la república de Roma, donde los oprimidos tenían un portavoz de excepción que podía bloquear las decisiones del Senado: el Tribuno de la Plebe. Me pregunto y le pregunto a Amador si es así cómo considera al 15M y si es desde ese punto de vista desde donde debería haberse pensado la renovación democrática: mantener la fuerza de los débiles que no desean conquistar sino, como los soldados romanos descritos por Engels, demostrar la ineficiencia de las órdenes imperiales, la presencia de las prácticas nuevas por debajo de las instituciones y los símbolos de Roma.

Erik Olin Wright habla de una lucha intersticial que pretende construir alternativas al margen del Estado hasta que este caiga, hasta que ya no tenga legiones que le defiendan. Pero no es la única lucha necesaria. Y, además, esta idea de un pueblo que solo irrumpe como acción expresiva me resulta sugerente pero limitada. Sin un control permanente de sus tribunos, cabe esperar que estos vuelvan a proyectar el tablero sobre todo lo que no controlan.

Acompaño a Amador en su excelente diagnóstico de la cultura de la simplificación política. También le acompaño en la crítica de la lógica de la guerra, asunto fundamental para abandonar esa cultura. Por supuesto, creo que hay que mostrar que se pueden hacer cosas distintas, y debe afirmarse la originalidad de instituciones alternativas. No creo que para eso nos ayude del todo la imagen de la plebe levantisca. De hecho esa cultura de la excepcionalidad de la acción popular es el denominador común de todos los programas aristocráticos, ya sean los populistas de izquierda o derecha, ya los del beaterio alrededor de la democracia de competencia entre partidos.

Se requiere, y puede generarse, una intensificación de la presencia popular, lo cual supone ampliar la capacidad de acogida en instituciones modificadas, el establecimiento de nuevos programas eficaces de incorporación de la gente en la gestión cotidiana, otra manera de construir el saber político y de probar la calidad y la aptitud política de la ciudadanía común. Y en ese trabajo la imagen de la plebe desaparece, porque es una imagen construida por los dominantes. 

[Este artículo recoge el debate organizado por la Librería La Fuga (Sevilla), y que tuvo lugar el sábado 18 de septiembre en el espacio de La Carbonería, entre José Luis Moreno Pestaña, autor de Los pocos y los mejores. Localización y crítica del fetichismo político, y Amador...

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Autor >

Amador Fernández-Savater

Es investigador independiente, activista, editor, 'filósofo pirata'. Ha publicado recientemente 'Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política' (Ned ediciones, 2020) y 'La fuerza de los débiles; ensayo sobre la eficacia política' (Akal, 2021). Su último libro es ‘Capitalismo libidinal; antropología neoliberal, políticas del deseo, derechización del malestar’ Sus diferentes actividades y publicaciones pueden seguirse en www.filosofiapirata.net.

Autor >

/ José Luis Moreno Pestaña

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1 comentario(s)

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  1. Aramis

    ¡¡¡Mulgere Hircum!!! decían los romanos... Simplemente soporífero, digo yo.

    Hace 3 años 1 mes

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