CRÓNICAS PARTISANAS
Lo venerable
La historia está llena de familias que hicieron sacrificios para que la futura premio Pulitzer pudiera tener su primera cámara. Pero no sabemos nada de los cineastas y dibujantes de cómic que no llegaron a serlo porque nadie invirtió 400 euros en ellos
Xandru Fernández 10/10/2021
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Por de pronto, “bono cultural” suena mucho mejor que “cheque bebé”. ¿Se acuerdan? Fue una prestación de 2.500 euros por maternidad que el gobierno de Rodríguez Zapatero aprobó en 2007. También entonces los mercaderes del ruido especularon con que muchas familias se pondrían a gestar y parir para pasar por caja, así sin amor ni planificación ni nada. Luego todo quedó en agua de tertulias y las arcas del Estado no se vaciaron. Al contrario, parece que estas cosas sirven para acrecer la confianza en las cuentas públicas: que si al Estado le alcanza para dar a la chavalada 400 euros y que se lo gaste en videojuegos, es signo de que le alcanzará también para otros caprichos de la ciudadanía, como la luz o el transporte público.
¿Sarcasmo? Ninguno. Es más: creo que 400 euros son pocos, pero, con la tendencia al servilismo que nos gastamos por aquí abajo, tampoco pediría mucho más, no sea que nos los hagan devolver con intereses. Tampoco cuestiono la etiqueta “cultural”, todo lo discutible que se quiera desde patrones lingüísticos friquis, pero más clara y cristalina que las intenciones del juez Llarena: no, no son cultura los toros, como tampoco lo son los huevos con chorizo que hace tu tía Enriqueta ni el cucharón de Sancho Panza que tus abuelos tienen colgado en la pared del cuarto de estar. No vivimos en un manual de antropología, que es donde todas esas prácticas adquieren, y con razón, la condición de cultura. En la mayoría de las conversaciones sobre el tema, se asume que la cultura es o tiene que ver con las artes y el amejoramiento de la humanidad. Que es asunto de “elevación del alma al orden sobrenatural”, que diría Santo Tomás de Aquino: pastoreo intelectual que se obra en nosotros por medio del arrebato místico o, más modestamente, mediante la educación y la formación del carácter. Todo muy medieval, concedo. Pero con lenguaje moderno y requerimientos notariales posmodernos: la cultura es lo que el Estado percibe como cultura sin que los demás pongamos excesivas pegas. Y ya.
El periodista Luis Ordóñez preguntó en Twitter en qué nos gastaríamos los mayores de cuarenta, si pudiéramos volver con ellos a nuestra ya lejana adolescencia, esos 400 euros. Convertidos en pesetas y saltando de revalorización en revalorización, yo diría que equivalen a unas 20.000 pesetas de los años 80, los añorados, aunque no descarto haber pasado por alto alguna devaluación. Las respuestas fueron mayoritariamente del orden de comprar cosas de música, libros y cine. Eso da una idea de cómo identificamos la cultura con los productos de las llamadas industrias culturales: arte y asimilados. He de decir que mi respuesta (que no di en Twitter) no es fruto de mi imaginación, sino de lo que realmente hice cuando, con diecisiete años, conseguí reunir esa exorbitante suma. Se lo diré al final del artículo, no se impacienten. Entre tanto, preguntémonos por qué consideramos que la cultura y el arte son mercancía, exclusivamente mercancía, y no, por ejemplo, patrimonio.
André Malraux definió la cultura como “todo lo que sobre la tierra ha pertenecido al amplio dominio de lo que ya no es, pero que ha sobrevivido”. Y fue ministro de Cultura, como Iceta, quien también pertenece al dominio de lo que ya no es pero ha sobrevivido. Con Malraux, Francia se llenó de “casas de la cultura”, museos, obras de restauración del patrimonio artístico. Siempre he creído que lo que le impulsó a proponer una ley que todavía lleva su nombre y que convirtió grandes áreas de las ciudades y villas francesas en “sectores a salvaguardar” fue lo mismo que lo movió, de joven, a traficar con antigüedades: la veneración. Puede que se pasara de frenada, pero sin la intuición de que la cultura es algo venerable y por tanto costoso no hay política cultural que valga. Y no hay nada de venerable en la cultura entendida como una mercancía que se adquiere por correo y se disfruta en privado: no sé qué hacemos discutiendo si los videojuegos y el cómic son cultura cuando tendríamos que estar planteándonos si lo son, en estas condiciones, la música y el cine. Si me permiten el símil religioso, es como si un católico pidiera hostias a domicilio: sin su contexto ritual, la hostia no pasa de ser una galleta sin flow.
Por si queda alguien despierto que quiera saber en qué me gasté las 20.000 pesetas, se lo diré: en una guitarra. Podría habérmelas gastado en discos de Paco de Lucía, Albert King y Stevie Ray Vaughan, pero me pudo el deseo de ser ellos en vez de escucharlos. No lo conseguí, pero aprendí intentándolo. Siempre me pareció más divertido participar que observar, hacer que consumir. Y siempre tuve muy claro que hasta los grandes guitarristas tuvieron que poder comprarse su primera guitarra. La historia está llena de familias sin recursos que hicieron sacrificios sin cuento para que la futura premio Pulitzer pudiera tener su primera cámara, pero no sabemos nada de esas otras familias que no lo hicieron, de los cineastas y dibujantes de cómic que no llegaron a serlo porque nadie invirtió 400 euros en ellos, en locales de ensayo, en talleres de cine y dibujo, en bibliotecas públicas bien surtidas, en enseñarles a crear sin llevarse tantas hostias.
Por de pronto, “bono cultural” suena mucho mejor que “cheque bebé”. ¿Se acuerdan? Fue una prestación de 2.500 euros por maternidad que el gobierno de Rodríguez Zapatero aprobó en 2007. También entonces los mercaderes del ruido especularon con que muchas familias se pondrían a gestar y parir para pasar...
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Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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