No ni ná
Mujeres borradas
Me pregunto qué pasaría si toda esa fuerza que se usa contra personas, contra mujeres trans, se utilizara para luchar contra la ley de extranjería, o para reclamar el convenio de la OIT sobre trabajadoras del hogar, o por más dinero para dependencia
Vanesa Jiménez 19/10/2021
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El mundo está lleno de mujeres borradas. No ni ná. [Recuerden que ese es el nombre de estas columnas: una triple negación que encierra una afirmación absoluta. Maravilla gaditana]. En cualquier rincón de la Tierra, pero también a la vuelta de su esquina. La mayoría de las veces no las vemos, porque están, pero habitan burbujas que apenas miramos. Ellas malviven, por ejemplo, en los campos de Huelva. Lo han contado mis compañeras de CTXT Justa Montero y Pastora Filigrana. En ese rincón del sur, unas 13.000 mujeres recogen fresas durante tres meses al año, con salarios de hambre, sin apenas derechos laborales, en un contexto patriarcal, capitalista y ecocida, y con una ley de extranjería que las anula. Son esclavas del siglo XXI.
Esas mujeres borradas también están en el trabajo doméstico. Lo ha explicado muchas veces Nuria Alabao en esta revista. Según Oxfam Intermón, más de medio millón de mujeres realiza este tipo de trabajos en España, y casi un tercio vive por debajo del umbral de la pobreza. Son trabajadoras de tercera, con un régimen laboral especial en el que no hay prevención de riesgos, ni prestación por desempleo, ni protección por despido. En los peores meses de la pandemia se quedaron sin nada.
Ellas, esas mujeres borradas, ocupan además el ámbito de los cuidados, en el que la brecha de género se hace infinita. El INE refleja que el 94% de los trabajadores que reduce su jornada para cuidar personas dependientes son mujeres. Aquí viven nuestras madres y nuestras abuelas, y nosotras mismas, heroínas silenciosas de los cuidados.
El mundo está lleno de mujeres borradas y de mujeres que pelean por evitarlo. Hace ahora tres años, CTXT reunió a un buen puñado de ellas en un gran congreso feminista celebrado en Zaragoza. De esas luchas que nos contaron, que fueron muchas, rescato la de Sara Cuentas, de la Iniciativa Colectiva por los Derechos Humanos de las Mujeres Esterilizadas durante el Gobierno de Alberto Fujimori en Perú; la de María José Jiménez, activista de Gitanas Feministas por la Diversidad, que nos cuestionó a todas: “Vengo aquí a demostraros que vuestro Yo te creo, cuando se trata de excluidas, cuando se trata de las negras, de las mujeres árabes, cuando se trata de las gitanas, cuando se trata de las racializadas, se convierte en un Yo te callo. Servimos a la causa de las payas, servimos al feminismo de las payas”; la de Katerina Sergidou, activista e investigadora griega, que habló de la tragedia del plan de la Troika para su país, y de la omisión de los intereses de la mujer en todo el proceso; la de Lorraine Leete, abogada y coordinadora de Lesbos Legal Centre, entidad encargada de denunciar las vulneraciones de derechos humanos contra las y los refugiados; y la de Lolita Chávez, refugiada política, amenazada por luchar contra el extractivismo y por su defensa de las mujeres indígenas.
Las luchas del feminismo son ingentes porque son todas y a la vez es una sola: impugnar un sistema extremadamente violento con nuestras vidas, más con las de las mujeres, y con la vida del planeta y de los seres que lo pueblan. Por ello, porque en esa batalla nos va el mundo, no consigo entender algunas rupturas. El disenso, sí. Yo estoy en contra de la venta de niños, creo que la paternidad no es ningún derecho; y cuando pienso en la prostitución, lo primero que me gustaría abolir es el capitalismo salvaje, y ya después hablábamos. Quizá usted piense lo contrario, y podamos debatir ambos asuntos con argumentos válidos por ambas partes. Pero sobre los derechos de las personas trans no acepto debate posible, porque son derechos humanos, y sobre eso no discuto. Solo defiendo. Es mi línea roja vital.
Hace algunos días, CTXT organizó el primer gabinete feminista con la comunidad suscriptora. Tras sus pantallas estaban cuatro consejeras de la revista –Nuria Alabao, Marina Saénz, Elizabeth Duval y Pastora Filigrana–, que durante una hora larga respondieron las preguntas de nuestras y nuestros suscriptores. Fue una charla enriquecedora. Al día siguiente colgamos algunas de esas intervenciones en Twitter y todas, la revista y ellas mismas, sufrimos –y el verbo es sufrir– el mayor ataque en nuestros casi siete años ya de vida. Venían mayoritariamente de mujeres, feministas según sus biografías, que defienden que no todas somos mujeres. Y que lo hacen, en muchos casos, con violencia. Tuvimos que bloquear cuentas como nunca antes lo habíamos hecho.
De teoría feminista sé poco, no me enorgullezco, pero el sensor del odio lo tengo activado a la máxima potencia. Y lo que ocurrió aquel día fue eso, odio, por más que nos cueste aceptarlo. No llego a entender cómo se puede causar daño a una persona en nombre del feminismo. Cómo se puede ignorar que esas mujeres trans a las que atacan llevan una vida entera de discriminación, incompresión y un laberinto legal para poder vivir como mujeres. No me explico por qué se agrede a una parte pequeña de nosotras que solo demanda los derechos que merece, y que elige además exponerse en las luchas de todas, aunque sea al final de la cola. ¿Acaso pensáis que ser mujer es un chollo?
Lo peor es que algunos de esos ataques vienen desde atalayas privilegiadas y muy privilegiadas, que eligen restar y no cuidar. Hoy me pregunto qué pasaría si todas esas voces, toda esa energía, toda esa fuerza que se usa contra personas, contra mujeres, se utilizara, por ejemplo, para luchar contra la ley de extranjería, o para reclamar al Gobierno que ratifique el convenio 189 de la OIT sobre trabajadoras del hogar, o para exigir más dinero para la ley de dependencia… No faltan luchas. Y no sobramos ninguna. En CTXT seguiremos hablando de feminismo. Todas las mujeres. Y, también, todos los hombres que quieran acompañarnos.
Esta columna está dedicada a las mujeres que se exponen, que se acuerpan, para mejorar las vidas propias y ajenas. Y, en especial, a mis compañeras de CTXT. Sois mujeres ejemplares. No ni ná.
El mundo está lleno de mujeres borradas. No ni ná. [Recuerden que ese es el nombre de estas columnas: una triple negación que encierra una afirmación absoluta. Maravilla gaditana]. En cualquier rincón de la Tierra, pero también a la vuelta de su esquina. La mayoría de las veces no las vemos, porque están, pero...
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Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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