CALCOMANÍA
Somos de colores
Sobre cómo las palabras y las expresiones viajan acríticamente de los Estados Unidos a España, alterando su significado político
Azahara Palomeque 7/11/2021
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Lo hemos vuelto a hacer. Puede leerse en los medios desde hace tiempo, se escucha por la calle, aunque la alerta más sonada llegó cuando, el verano pasado, Ray Zapata se autodefinió como “de color” y una elocuente Ana Peleteiro le respondió que de eso nada, que ellos eran negros, si acaso el calificativo debería aplicarse a los demás: “Que cambian de color más que el sol”, lo que le granjeó hacerse viral por desvelar la absurdidad del eufemismo. Hace cinco o diez años a nadie se le habría ocurrido emplearlo. No tiene arraigo en la cultura oral española ni sentido para quienes, como Peleteiro, son capaces de identificar la extrañeza de la expresión. Sin embargo, en un mundo cada vez más globalizado e hiperconectado, no es raro que haya calado también en nuestras fronteras y, quizá, venido para quedarse tras su viaje desde Estados Unidos. En el gran saco de expresiones, métodos de comunicación y hasta programas electorales traducidos directamente del contexto yanqui, esta destaca en un momento en que España está comenzando a cuestionar el relato de la Hispanidad –al menos, desde algunos sectores– y la gesta de 1492 va poco a poco interpretándose, en la cultura popular, desde la crítica a la colonización y no tanto desde el heroísmo de los conquistadores y su supuesto papel civilizatorio. Es posible que en esta actitud haya influido, hasta cierto punto, el movimiento norteamericano que ha conseguido declarar el segundo lunes de octubre como Día de las Culturas Indígenas –aunque la academia llevara décadas estudiando y denunciando el imperialismo–, pero también el racismo genera correspondencias transatlánticas y ser “de color” es una de ellas.
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“People of color”: así se define en la maraña social estadounidense a quienes no encajan en un patrón muy restringido de lo blanco que, en general, sólo incluye a personas de ascendencia europea, y no siempre de la Europa del sur. A grandes rasgos, la expresión sustituye a otras que, desde fuera de estos grupos, suelen emplearse con un tono despectivo: black, brown y yellow, es decir, negros o de cierto origen africano, marrones o latinos, y amarillos o asiáticos. “De color” los engloba a todos pero sin explicitar, lo que favorece una comunicación muy difícil en un país sumamente segregado, mientras recubre el habla con una pátina de corrección política. En los últimos tiempos, incluso los sectores que pertenecen –o pertenecemos, pues está en cuestión la blanquitud de lo español– a esa otredad a menudo discriminada han adoptado ese lenguaje hegemónico con el fin de promover cierta inclusión que suele ser más cosmética que factual, lo que no quita para que la expresión sea racista, pues si el “color” nunca se refiere al blanco, entonces este se alinea con lo universal, el paradigma dominante. Además, las particularidades de cada colectivo que compone la heterogeneidad racial, nacional, lingüística, etc. de Estados Unidos pasan a ser fusionadas en el modismo que se pretende neutral, nunca problemático.
Las traducciones, mucho más si son literales, vienen con trampa. Lo hacen asimismo las culturales, porque trasplantan, más que palabras, códigos de comportamiento, maneras y hasta iniciativas políticas específicas a contextos que no les son propios, con la consiguiente carga de confusión y, a veces, efectos dañinos que puedan derivarse de esa extrapolación arbitraria. A raíz del Black Lives Matter, de la fuerza que ha ganado el indigenismo como campo de estudios cada vez más abrazado por el activismo, y al abrigo del boom mediático que propulsó la inefable Era Trump, en España no solo se dice “de color” sino que se comparten afirmaciones inexactas del tipo “aquí el racismo es igual que en Estados Unidos”, lo que echa por tierra siglos de prácticas políticas, económicas e idiosincrasias muy diferentes, a pesar de que el origen común se encuentre en lo que el pensador peruano Aníbal Quijano llamó “colonialidad de poder”, a saber, la teorización y el empleo sistemático de la raza como herramienta de clasificación de los cuerpos y su explotación para el trabajo, de la que España sería pionera.
No obstante, en la Península aún es imposible negar el derecho al voto de los ciudadanos según el tono de la piel, como ocurre en Estados Unidos. No existe el mismo grado de institucionalización de la discriminación ni a nivel sanitario ni educativo, tampoco la ingente maquinaria carcelaria ni una violencia policial parecida. El racismo, entiéndase, es pernicioso en cualquiera de sus facetas, pero el despliegue que se efectúa de él, cómo se concretiza el odio, varía dependiendo de la nación e incluso dentro de ésta –los estados del Sur son más agresivos–. Siguiendo con los ejemplos, Estados Unidos no cuenta con la herencia cultural que supuso el mestizaje en lo que hoy se conoce como América Latina, una tradición con representantes como Fernando Ortiz en Cuba o Gilberto Freyre en Brasil que, a pesar de su subyacente desprecio al indio o al negro, amplió el margen de tolerancia hacia los colectivos mixtos, haciendo de la “mezcla” un paradigma nacional en una época, los años 30, en que la Alemania nazi se encontraba lubricando sus engranajes eugenésicos. Por otra parte, los cimientos históricos de Estados Unidos, país fundado como república esclavista sobre tierras de tribus prácticamente exterminadas, siguen estando presentes en su configuración política actual, mientras que España dejó externalizadas muchas de las consecuencias de la colonización en los actuales países latinoamericanos.
Si bien no cabe aquí un tratado sobre los distintos racismos, vale la pena destacar lo que esconden los calcos, subrayar su raíz y trayectos, y cómo al transferir términos y fenómenos culturales locales a hábitats ajenos se incurre en sinsentidos que, menos mal, a veces alguien corrige con desparpajo.
Lo hemos vuelto a hacer. Puede leerse en los medios desde hace tiempo, se escucha por la calle, aunque la alerta más sonada llegó cuando, el verano pasado, Ray Zapata se autodefinió como “de color” y una elocuente Ana Peleteiro le respondió que de eso nada, que ellos eran negros, si acaso el calificativo debería...
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Azahara Palomeque
Es escritora, periodista y poeta. Exiliada de la crisis, ha vivido en Lisboa, São Paulo, y Austin, TX. Es doctora en Estudios Culturales por la Universidad de Princeton. Para Ctxt, disecciona la actualidad yanqui desde Philadelphia. Su voz es la del desarraigo y la protesta.
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