Jonás Trueba / Cineasta
“No puede ser que casi siempre mostremos a los jóvenes en situaciones dramáticas”
Jesús Cuéllar Menezo 16/11/2021
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Tras una serie de películas que han ido retratando los conflictos y sinsabores de su propia generación (La reconquista, La virgen de agosto), con Quién lo impide Jonás Trueba (Madrid, 1981) se ha lanzado a una desinhibida fusión de documental y ficción para hablar de adolescentes. Como él mismo recalca en esta entrevista, su propuesta –espontánea y de afán idealista–, no tiene pretensiones sociológicas (el adjetivo parece casi peyorativo, en boca de Trueba), ni aspira a perfilar un “retrato generacional”. Más bien, citando al francés Jean Rouch, trata de “inventar una realidad propia”. Y lo hace con una delicadeza y un respeto extremos hacia esos jóvenes que de alguna forma también son autores de esta magnífica película.
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Cómo se gesta el proyecto de Quién lo impide. Después de La reconquista, en 2016, querías cambiar de orientación. ¿En qué sentido?
La reconquista miraba hacia atrás, Quién lo impide es puro presente
Hasta ahora he tenido la suerte de ir haciendo las películas que he querido. La reconquista es de las películas con las que más satisfecho estoy, pero al mismo tiempo necesitaba quizá quitármela de encima. Quién lo impide nace de esta necesidad de enmendarme a mí mismo la plana, pero sin La reconquista no habría existido Quién lo impide. La reconquista me abre la puerta de la percepción. Necesitaba concentrarme en algo que fuera el puro presente de los jóvenes que había conocido. La reconquista miraba hacia atrás, Quién lo impide es puro presente.
Pablo y Candela estaban en La reconquista, ¿cómo llegas a los demás chavales?
Hay unos cuantos a los que ya encuentro en La reconquista, cuando tienen 13 años, que ahora tienen 20 y que ya son como amigos. Luego hay otros muchos que van apareciendo. Unos me llevan a otros. Caemos en diferentes institutos de Madrid y van surgiendo nuevas afinidades, y así va creciendo el proyecto.
Los institutos que aparecen son tres de Madrid, Gran Capitán, Carlos Bousoño y Mariano José de Larra...
En realidad fueron más. Fuimos mucho al Carlos III, de San Blas. En algunos nos ceden mejor el espacio... es un poco al azar. Depende de que haya una directora, un director, que comprenda el proyecto bien. El Carlos III, el Larra en Aluche, el Gran Capitán, el Bousoño, son institutos que atraen a jóvenes de muchas partes de la ciudad.
No hay ningún centro privado ni concertado.
Yo tenía más interés en los públicos, intuitivamente. Pero no estaba cerrado a privados o concertados. Mandamos solicitudes, pero no nos contestaron o no nos abrieron las puertas.
Y para toda esta aproximación a los jóvenes, ¿en qué medida te ayudaron los talleres que has impartido en institutos con el programa Cine en curso?
Ese proyecto lo quiero mucho. Me ha servido como aprendizaje de vida y como cineasta. Te enseña a estar con esos chavales. Uno de los chicos de la película, el ecuatoriano Silvio Aguilar, fue alumno mío en uno de esos talleres. Pero Quién lo impide es un proyecto más loco que Cine en curso, que es un programa muy bien pensado por Núria Aidelman y Laia Colell.
¿Hay alguna otra película que tuvieras en mente como referencia al abordar Quién lo impide? Se me ocurren La clase, de Cantet, o Boyhood de Linklater.
Esas dos me gustaron mucho. Pero no son películas que he tenido en la cabeza. Son más ordenadas. Boyhood es una peli de ficción más clara, y esa es su belleza. Parte de una idea bastante cerrada, pero filmada en 15 años, con un mismo chaval. Y lo mío es todo lo contrario. Y la de Cantet es una peli que me encantó cuando la vi. Películas en las que pude pensar más, en realidad, eran sobre todo las del canadiense Michel Brault, que hizo toda una serie sobre jóvenes de su país, en los años 70, financiada por la televisión pública canadiense, que me maravillaron. Eran retratos bellísimos, con una mezcla de ensayo y ficción que me interesaba mucho. Quizá ese sea mi mayor referente. A la vez, Michel Brault es un discípulo del cineasta francés Jean Rouch. Brault había trabajado con el cámara de la mítica La pyramide humainede Rouch, y esa peli obviamente sí es un referente claro, porque parte de la experiencia de juntar a dos grupos de adolescentes. Es más un experimento sociológico, que no me interesaba tanto. Pero sí esa idea de Rouch de inventar una realidad propia con la película.
Tratándose de adolescentes, en tu película me ha llamado la atención la poca presencia de móviles.
Si lo piensas estamos más con el móvil los adultos que los jóvenes. A los jóvenes con los que he filmado no los veo tan colgados del móvil como a algunos de mis amigos de 40 años. En todo caso, esto me lo ha dicho más gente... se crea una confusión, como si en la película o el cine tuvieras que ser esclavo de la realidad. Lo que te decía antes de Jean Rouch, en la Pyramide humaine, que la película genera una nueva realidad. Que puede ser una realidad incluso idealista. ¿Porque estamos todo el día con móviles tienes que estar todo el rato presentes en la película? En el fondo haces la peli para escapar del móvil. Casi que se convierte en un reproche que no muestre la realidad tal cual.
Me ha gustado la idea de inventar la realidad, aunque estés trabajando con un formato documental...
A los jóvenes con los que he filmado no los veo tan colgados del móvil como a algunos de mis amigos de 40 años
Esto daría para toda una conferencia. ¿Hasta qué punto tenemos que obedecer a la realidad? Creo que en la realidad encuentras la verdadera magia, siempre y cuando no te conviertas en esclavo de ella. Está bien partir de la realidad, pero también elevarse de alguna manera, incluso mejorarla. A lo mejor otro cineasta me diría que la estoy falseando. Quizá en eso yo soy un cineasta... más irresponsable. Por ejemplo, veo cine de los Dardenne, que son muy realistas, pero me vería incapaz de hacer ese tipo de películas. Yo los admiro mucho. Pero me han ido interesando más en su evolución, cuando han ido tratando... de elevarse, de hacer películas donde había un espacio para la fe. De pronto han empezado a hacer, sin perder ese contacto con la realidad, pelis más bellas, como puede ser El niño.
En tu cine se ve que nunca cargas las tintas con el dramatismo, y eso entronca con una afirmación que hace una chica en Quién lo impide, que se queja de que a veces a los adolescentes se los retrata de una forma muy dramática.
Yo sé que existe esa realidad, pero yo no he ido a por eso en la película. En parte porque pienso que ya otros lo hacen mejor y que cuando se retrata a los jóvenes parece que si no es en una situación extrema no merece la pena retratarlos. Esa es un poco la única tesis que he tenido desde el principio al hacer esta película: no puede ser que casi siempre que mostramos a los jóvenes sea por motivos extremadamente dramáticos. Aunque luego es verdad que ellos también participan de eso, porque las pelis que eligen ver son así.
En tu película me han parecido especialmente emocionantes las escenas de relaciones sentimentales entre los chavales. ¿Cómo las has construido?
La idea de retratar esos primeros acercamientos, esos primeros amores, surge de algunas conversaciones con Candela y Pablo. Luego evidentemente yo les voy proponiendo cosas. Siento que lo hacemos juntos. Muchas veces los estimulo a hacer cosas que ellos mismos no se hubieran atrevido. Por ejemplo, fuimos a rodar al pueblo de Candela. Todo viene de pasar tiempo juntos, igual que lo del viaje de fin de curso surge porque están todo el rato contándome la anécdota de lo que pasó en ese viaje, y yo también conecto con mis propias anécdotas. Al final es un compendio, pero casi siempre surge de un pacto previo, y a veces eran ellos los que acababan generando la situación y hasta la puesta en escena y yo era un poco el cameraman.
La película produce la sensación de que puedes empatizar con lo que les ocurre a estos chavales, independientemente de tu edad. Es un retrato intemporal de la adolescencia.
Es importante eso que dices, aunque los protagonistas son todos nacidos en el siglo XXI. Aunque es una peli hecha en puro presente, tiene que apelar a todos. Fíjate que hasta en el cartel hemos jugado con una estética un poco retro. Yo creo que un problema que puede tener la película es que se entienda simplemente como un retrato generacional, que no lo es. Yo la entiendo más como una peli “existencialista”. No se diferencia tanto de otras mías. Me encanta que tú la veas como una película sin más, una película que retrata sentimientos.
¿Cómo has evolucionado tú con la película? ¿Qué diferencia hay entre lo que pretendías al principio y la sensación que tienes ahora cuando se ha estrenado?
Está bien partir de la realidad, pero también elevarse de alguna manera, incluso mejorarla
Han pasado muchas cosas y han sido años muy intensos. Entre medias he hecho otra película. Pero estoy muy orgulloso de haberme atrevido a hacer Quién lo impide. Claro, por el camino te transformas, me han entrado muchas dudas... en el 2018, cuando presentamos el proyecto, es en parte porque yo necesitaba reponer las pilas, porque te das cuenta de que trabajando así a lo loco, sin un plan claro, corres el riesgo de desdibujarte, de decir “qué coño es esto”. Fue muy bonito porque esas piezas se empezaron a ver y la gente que las veía nos animaba. Y ahí pudimos empezar a testear mucho con otros institutos.
Lo que planteas a los chavales, en institutos y a los protagonistas de la película, sobre todo en la escena de la cocina, ¿eran cosas que te interesaban a ti o cosas que tú creías que les interesaban a ellos?
Pues una mezcla. Esa escena que citas es muy importante, porque ya llevábamos mucho tiempo trabajando juntos y se nota. Era la cocina de mi casa, y de pronto ellos se pueden permitir estar hablando entre sí con una cámara delante, a veces me miran, me hablan, luego se olvidan de mí y siguen hablando. Hay una mezcla de ensayo, documental, ficción, y creo que es muy representativo de lo mejor de la película. Esa escena comienza con que yo les estoy contando que he leído un artículo, una encuesta sobre los jóvenes en España... pero yo renuncio a hacer la película a partir de estudios sociológicos, yo intento hacerla a partir de unos pocos chavales. También me daba cuenta de que yo estaba trabajando con un grupo que no se veía representado en ese estudio... y a partir de eso surge una conversación en la que ellos acaban hablando de lo que quieren.
Es una de las escenas en las que más patente queda tu presencia. En otras queda menos clara tu intervención.
En general la tercera parte de la película pertenece a un tiempo en el que ya somos más conscientes de lo que estamos haciendo, es la parte en la que rompemos la cuarta pared. Entonces yo, inevitablemente, aparezco ahí. Tampoco me podía ocultar del todo, porque sería deshonesto. De hecho está ese momento, que para mí es muy importante, en el que no sé qué le pregunto yo a Candela y me dice: “Eso no te lo voy a decir”. Que me corta. Muchas veces ellos me ponían límites. Por momentos me podía llegar a entristecer eso. Pero luego lo entendía.
Respecto al papel de Candela Recio, ¿dirías que de alguna forma es la portavoz de lo que querías decir en la película?
Candela no creo que sea muy representativa. Es única. Y me gusta precisamente por eso. Aunque es una película coral, podríamos decir que tiene una protagonista que puede ser ella. Sin ella no hago esta película. Yo en ningún momento estoy en mi casa y me digo voy a hacer una película sobre los jóvenes... Puede ser que alguien la vea como un trabajo sociológico, pero así la peli no se sostiene. Candela es alguien que yo conozco con once años. Ella estaba trabajando en teatro con la Tristura, en Materia prima. Cuando veo esa obra me quedo perplejo. Y cuando hago La reconquista en parte es porque calculo que Candela tendrá catorce años y que puedo trabajar con ella y con Itsaso [Arana]. Y eso al final me lleva hasta Quién lo impide. La película nace de un deseo muy fuerte de retratar a Candela. Yo le digo a veces, en broma, que podría escribir sus memorias desde los diez a los veinte años. Estamos con una persona que ha vivido muy intensamente. Ha tenido su vida normal, pero en paralelo ha estado trabajando de una manera muy intensa con personas, como puedo ser yo, como puede ser el colectivo de la Tristura, de otra generación, que estábamos intentando hacer cosas que no eran tan evidentes.
Para terminar, quería preguntarte por tus próximos proyectos. Sé que tienes dos, uno de bastante presupuesto y otro más modesto. ¿El que tienes con Itsaso Arana y Francesco Carril, la pareja de La Reconquista, es el de más presupuesto?
A ellos les ha tocado el de poco presupuesto. En realidad, puedo hablar de esos dos proyectos, pero hay otro que igual acabo haciendo antes. Me gusta la idea de que, como pudiera hacer un pintor, de pronto haces una película con lo que te surge en cada momento. Sí que tenemos una película, un poco a medias. Es una cosa muy pequeñita, con Francesco e Itsaso, Víctor Sanz e Irene Escolar. Y luego tengo un proyecto para filmar el año que viene, hacia el otoño, que, por diferentes motivos, necesita algo más de presupuesto... a veces a mí mismo me cuesta entender lo que voy a hacer.
¿Vas a seguir combinando el documental con la ficción o vas a abandonar el documental?
Yo no me considero un documentalista en el sentido puro de la palabra. Pero en algunos momentos he sentido que he estado más cerca del documental que de la ficción. Los exiliados románticos en cierta manera es un documental. La Reconquista quizás algo menos, pero tiene bastante de documental, igual que La virgen de agosto. Por eso Quién lo impide tampoco se aleja tanto de eso. Lo que pasa es que, como son jóvenes, descaradamente no actores, se ve más ese costado documental. Y no descarto hacer cine documental, de una manera más clara. Quizás es lo que acabe haciendo. El cine nace con los Lumière... y es muy bonito cómo la ficción va apareciendo sutilmente, ya casi desde la primera vista Lumière. Yo me siento muy ligado a esa idea de poner la cámara en un sitio real y, a partir de ahí, ir obteniendo algo que no es exactamente la realidad pura y dura.
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Quién lo impide se proyectará todos los domingos en los cines Golem de Madrid.
Tras una serie de películas que han ido retratando los conflictos y sinsabores de su propia generación (La reconquista, La virgen de agosto), con Quién lo impide Jonás Trueba (Madrid, 1981) se ha lanzado a una desinhibida fusión de documental y ficción para hablar de adolescentes. Como él mismo...
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