Memoria
La doble insubordinación de Elvira Hernández
Notas y fotorreportaje sobre la poeta chilena que recupera estos días Ediciones Sin Fin
Daniela Farías 20/11/2021
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Santiago de Chile, 1979. Una mujer de veintiocho años sale del metro en medio de un allanamiento llevado a cabo por la Central Nacional de Informaciones (CNI o siniestra policía secreta de Pinochet). La calle está rodeada y decide regresar al metro, lo que es considerado como sospechoso por los agentes y la detienen. Consigo lleva propaganda antidictadura. Uno de los miembros de la CNI la estudia tras las gafas oscuras y esboza una sonrisa bajo el mostacho. Les comunica a sus colegas que han capturado a la Mujer Metralleta, buscada militante perteneciente al grupo armado de izquierda Mapu-Lautaro. El encargado del allanamiento celebra la captura. Igual lo ascienden. A la mujer la dirigen al cuartel Borgoño, centro de detención y tortura de esos años.La retienen por cinco días y la liberan al advertir que no se trata de la guerrillera que buscaban sino de la poeta Elvira Hernández, seudónimo de Rosa María Teresa Adriasola Olave.
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A pesar de haber sido liberada, los agentes continúan acosándola, la vigilan, la llaman por teléfono a su casa. Pero ella sigue asistiendo a sus clases universitarias de estudios humanísticos, aun con el terror en el cuerpo de ser interceptada por los militares nuevamente. Sin embargo, no se rinde: “Resistir es evitar ser anulada”[1], como dirá años más tarde.
En este periodo, Elvira Hernández comienza a escribir La bandera de Chile (1981), libro de poesía fundamental de la resistencia a la dictadura, y que circuló clandestinamente hasta ser publicado en Argentina, en 1991, por la editorial Tierra Firme.
La experiencia vivida por la poeta en el cuartel Borgoño cambia su manera de expresarse. Hernández se cuestiona la forma en que se pretende dar cuenta del horror en el que está sumido Chile. Pero no quiere hacerlo como testimonio únicamente personal[2], sino como poeta que observa, sigilosa, sin ser vista, la violencia de Estado y los dolores compartidos impuestos desde 1973.
La bandera de Chile (1981), Carta de viaje (1989) y Santiago Waria (1992) son tres obras que llegan por primera vez a España recogidas en un solo libro, a través de Ediciones Sin Fin (2020). En ellas destaca, entre otras cosas, la crítica al discurso hegemónico imperante durante la dictadura y postdictadura de Pinochet, así como también la reflexión metapoética.
La selección de textos ha estado a cargo de los editores Ana María Chagra y Bruno Montané Krebs, quienes escogieron estos tres títulos tras revisar meticulosamente la obra de la poeta. Como dice María Ángeles Pérez López en su prólogo, los tres conforman “una trilogía del territorio en la que se reescriben y trizan las formas culturales dominantes”[3], donde está presente “la apelación al cuerpo en su sentido personal, social y simbólico”[4].
Y en la que la bandera, la ciudad y el territorio son usados como soportes. El resignificar y ocupar estos espacios es un acto político, poético y de memoria, como la misma poeta señala:
“Hay que volver a transitar por los lugares, a horadar el cemento. Volver a recorrer la ciudad, bajar a los subsuelos. Hay que interrogar porque siempre hay alguien que recuerda”[5].
El tránsito de Elvira Hernández por la ciudad trasciende el flâneur tal y como lo describe Walter Benjamin: “Salir cuando nada te obliga y seguir tu inspiración, como si el solo hecho de torcer a derecha o a izquierda fuera en sí mismo un acto esencialmente poético”[6]. Sin quitarle a esta figura de la modernidad el carácter subversivo que le atribuye el autor alemán, conviene advertir que su perfil no contemplaba la perspectiva de género. La mujer era, siempre, el objeto a ser visto en la ciudad, no el sujeto que observa. Por lo tanto, Elvira estaría más cerca de la flâneuse que señala Anna María Iglesia en La revolución de las flâneuses, donde postula que esta figura tiene una ética que es la de la resistencia que se plasma ocupando el espacio, pero que nunca se desliga de la escritura[7]. De esta manera el relato queda indeleble y no pasa desapercibido. Como escribe Elvira en el poema “Letras & Letrinas”: “El alma no ha sido más que un viejo refrán* / Le oí decir a ese hombre harto / no es el vacío es el vaciado / Solo queda la rabia / Las excretas/ y el rayado de muros. (*Artaud)”[8].
El relato queda indeleble también en las paredes. El discurso en soportes no institucionales en un país en que la justicia y la institucionalidad habían sido “vaciadas”, quebrantadas con el golpe militar.
La poeta que no solo recorre sino que ocupa la ciudad, resistiendo el miedo, la violencia, transgrediendo el relato hegemónico y el silencio impuesto por la dictadura. Es una doble insubordinación la de Elvira Hernández, ya que, en primer lugar, entrega una narrativa urbana desde su propio género, en un rol de observante y crítico, recuperando la palabra tradicionalmente signada en masculino. Lo hace en la ciudad, espacio por el que durante años las mujeres no hemos podido transitar libremente, sujetas a códigos masculinos de control. Un control, además, ejercido en aquella época por una dictadura militar que no tuvo miramientos a la hora de ejercer violencia sexual y de género contra las mujeres.
Tal como advierte el prólogo, en La bandera de Chile son numerosas las metáforas de la bandera como Patria-Mujer-Cuerpo violentado y voz silenciada. Así se ve en los versos del epígrafe “La toma de la bandera”: “No se dedica a uno / la bandera de Chile / se entrega a cualquiera / que la sepa tomar”[9], y en los siguientes versos del poemario: “La bandera de Chile es usada de mordaza / Y por eso seguramente por eso / nadie dice nada”[10].
Con respecto al lenguaje, en el cuerpo del texto las elipsis y los silencios son usados como herramientas que corporizan la censura de esos años. Porque, en Elvira Hernández, la elección de cada palabra, la extensión de cada verso, su sonido, el uso de los tiempos verbales, tienen una historia y una implicancia política y cultural. La misma poeta ha señalado que nunca quiso ser hermética, más bien es lo que tenía a mano, la manera que encontró de expresarse en un contexto de escritura vigilada.
El control de la ciudad es esencial para ejercer el poder, así como también el de los espacios de creación para acallar el contra discurso: “Come moscas cuando tiene hambre la Bandera de Chile / en boca cerrada no entran balas / se calla / allá arriba en su mástil”[11].
En el trayecto por la ciudad que muestra Santiago Waria, Elvira construye, habita y piensa ese espacio[12], lo dota de sentido. En el mismo título, la poeta juega con el lenguaje y da señas de la reflexión sobre la propia concepción como pueblo mestizo, al contraponer a Santiago, el nombre que los conquistadores españoles eligieron para denominar la ciudad recién fundada, en 1541, y waria, palabra que en mapudungun significa ‘ciudad’. Al caminar, la voz poética habita la ciudad, y al pensarla, la reconstruye como relato propio, en lugares marginales post dictadura que aún resisten al olvido que pretende instaurar “la democracia en la medida de lo posible” de Patricio Aylwin y de los gobiernos venideros. Así ocurre, por ejemplo, con el poema “Ciudad interior”: “No puedo ser otra que la pensativa del Patio de los / Callados, la llorosa del Parque de los Reyes, / la olvidadiza / ni la otra / que la que recoge papeles con sangre / ni / aquella que no quiere el balazo solipsista / porque nada desaparecerá / A ratos soy la misma, la Una, la del espejo / Que camina con una araña en el ojal”[13]. Qué duda cabe, Elvira Hernández trasciende el flâneur decimonónico por las razones ya señaladas, no obstante, conserva la idea de contemplar y estar en el mundo, pero mantenerse oculto para él. En palabras de la misma poeta: “El poeta pasa a ocupar un lugar marginal. Más que hacerse notar, es alguien que tiene que notar lo que está ocurriendo, y no al revés. Observar, pero no ser observado”[14].
He acompañado este escrito con fotografías de otra doble insubordinada: Susana Adriasola Salazar, fotógrafa y sobrina de la poeta, hija del hermano en el exilio a quien dedica Carta de Viaje, y que “viene de vueltas de su viaje forzado y de su misión” desde Upsala a Santiago. Para la Susana adolescente, el retorno fue hacia a colegio en la comuna de La Florida, al suroriente de la capital, el mismo en el que yo estudiaba. Un día, para una presentación de tema libre que debíamos hacer para una clase, y con un español chileno y un tintineo sueco a lo Liv Ullman, nos habló sobre su tía poeta y recitó sus versos. A Susana le debo haberme descubierto a Elvira Hernández a los dieciséis años, porque poco nos enseñaban de poetas mujeres en aquella época en el colegio, más allá de la gran Gabriela Mistral, cuyo retrato habíamos pintado en uno de los muros del patio. Habían de pasar años para que Susana, al igual que su tía, recorriera las calles de Santiago y registrara la ciudad de la revuelta social, iniciada en octubre del 2019, con su cámara fotográfica. Porque la Gata, como le llamábamos en esos años –por lo sigilosa y observadora–, como la poeta, camina, sin ser vista, por la ciudad, habitándola y capturándola para construir una urgente memoria colectiva.
Notas:
1. Luz M. Astudillo y Guido Arroyo, “Entrevista a Elvira Hernández: Desplazamientos por la memoria”, Grifo, núm. 17, 2009, p.24.
2. Pedro Pablo Guerrero, “Elvira Hernández: ‘Nunca me he sentido neovanguardista’”, Revista de Libros de El Mercurio, 13 de noviembre de 2016.
3. María Ángeles Pérez López, prólogo a Elvira Hernández, La bandera de Chile, Carta de viaje, Santiago Waria, Ediciones Sin Fin, Barcelona, 2020, p.12
4. Ibídem, p.11.
5. Luz M. Astudillo y Guido Arroyo, “Entrevista a Elvira Hernández: Desplazamientos por la memoria”, Grifo, núm. 17, 2009, p. 24.
6. Walter Benjamin, El libro de los pasajes, trad. Luis Fernández Castañeda y Fernando Guerrero, Akal, Madrid, 2005, p.439.
7. Anna María Iglesia, La Revolución de las flâneuses, WunderKmmer, Girona, 2019, p.76
8. Elvira Hernández, La bandera de Chile, Carta de viaje, Santiago Waria, Ediciones Sin Fin, Barcelona, 2020, p.125.
9. Ibídem, p.57.
10. Ibídem, p.83.
11. Elvira Hernández, La bandera de Chile, Carta de viaje, Santiago Waria, cit., p.64.
12. Martin Heidegger, Construir Habitar Pensar, trad. de Jesús Adrían Escudero, La Oficina, Madrid, 2015.
13. Elvira Hernández, La bandera de Chile, Carta de viaje, Santiago Waria, cit, p. 115.
14. Pedro Pablo Guerrero, “Elvira Hernández: Nunca me he sentido neovanguardista”, Revista de Libros de El Mercurio, cit.
Santiago de Chile, 1979. Una mujer de veintiocho años sale del metro en medio de un allanamiento llevado a cabo por la Central Nacional de Informaciones (CNI o siniestra policía secreta de Pinochet). La calle está rodeada y decide regresar al metro, lo que es considerado como sospechoso por los agentes y la...
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