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Leyendo Wolcott Field esta semana, he recordado una escena de la película Hoosiers que me encanta. En ella, los miembros del equipo de baloncesto del instituto de Hickory, un minúsculo pueblo de la Indiana más rural, contra todo pronóstico, consiguen llegar a la final del campeonato estatal. La cara de esos chicos al entrar en el inmenso Butler Fieldhouse donde se va a disputar el partido es de asombro. De miedo, incluso. Desubicados, sienten el peso de la trascendencia. En ese momento el entrenador del equipo le da una cinta métrica a uno de los capitanes y le pide que mida la distancia que existe desde la línea de tiro libre a la canasta y desde la canasta al suelo. Después de hacerlo, el entrenador les hace ver a sus jugadores que esas medidas son exactamente las mismas que las que hay en su modesta cancha del pueblo. Que ahí dentro, en el campo, no existen diferencias.
Desgraciadamente, la realidad es diferente a las películas. Desconozco si las medidas reglamentarias de Anfield son iguales o no a las del Metropolitano, pero saliéndome de la literalidad y agarrándome a la metáfora, lo que tengo claro es que la distancia que existe entre el Liverpool y la UEFA es muy diferente a la que existe entre el Atlético de Madrid y esa misma entidad opaca que controla el negocio. Y eso, guste o no, condiciona lo que pasa en la cancha. ¿En qué medida? No lo sé y cualquier respuesta entraría en el terreno de la especulación.
Podemos analizar lo que ocurrió ayer desde varios ángulos. Lo suyo, eso dicen, sería limitarnos a valorar los veinte minutos de fútbol que vimos y entender que el resto de las variables involucradas son simplemente parte de la naturaleza o del libre albedrío. Podríamos mirar a otro lado, alabar al rival como hacen los coleccionistas de nombres y concentrarnos en los errores propios, que los hubo y de intensidad significativa. Cada uno es muy libre de hacer lo que quiera, pero yo también. Personalmente no creo que tengamos que asumir la queja como un acto proscrito. No creo que nadie tenga que morderse los pensamientos para evitar ser llamado llorica, como si llorar fuese algo malo. ¿Qué problema hay con llorar? ¿De dónde viene esa idea tan masculina de entender la vida? Quizá por eso, buscando una cura (y tirando de ironía), me he levantado esta mañana escuchando a Robert Smith: “Traté de reírme de ello escondiendo las lágrimas de mis ojos porque los chicos no lloran”.
El sistema de tres centrales, unido a tener solamente cuatro jugadores inscritos en esa posición, ha provocado que los rojiblancos jueguen a la ruleta rusa
Pero volvamos al fútbol. Antes de viajar a la ciudad del Mersey, el Atleti andaba preocupado por esos inicios de partido sin intensidad que tantos disgustos le habían dado últimamente. Quizá por eso, esta vez fue diferente y saltó al campo con un plan muy bien trazado. Lo hizo con personalidad, compactando el equipo y tratando de no ceder el control a su rival. Y funcionó, más o menos. Los primeros minutos de partido fueron básicamente de ida y vuelta, aunque las llegadas colchoneras, sin resultar letales, parecieron más profundas. Hasta que saltó uno de los parches mal rematados que tiene la plantilla de Simeone. El Atleti se ha caracterizado los últimos años por la homogeneidad de sus jugadores y por lo poco que se notaban las ausencias, especialmente en lo que respecta al esquema y al apartado defensivo. Desgraciadamente, eso ya no es así. El sistema de tres centrales, unido a la cerrazón de tener solamente cuatro jugadores inscritos en esa posición, ha provocado que los rojiblancos jueguen a la ruleta rusa cada temporada. Especialmente cuando el monstruo de la UEFA te anula a tu mejor pilar durante cuatro partidos. Especialmente cuando el cuarto central está deportivamente a años luz del resto.
Felipe llevaba varias semanas dando muestras de su mala forma. Ayer simplemente fue la confirmación. Una que llegó en el peor momento y en el peor escenario. Es decir, cuando más se ve. El primer gol del Liverpool es un centro lateral que no es especialmente incisivo y que un central que juega en la élite debería anticipar siempre. No lo hizo. El segundo gol, sin ser tan exagerado, entra dentro de una categoría parecida. Más allá de un error puntual, que puede tener cualquiera, el problema fue la sensación de vulnerabilidad que apareció en esa zona crítica y que se transmitió al resto del equipo como si fuera fuego en un paño seco. El Atleti se rompió y por ahí entró un Liverpool desatado.
Muéstrenme una sola vez en la que hayan echado en el minuto 20 de un partido de Champions a un jugador del Liverpool, del Bayern, del Real Madrid o de la Juventus
Es muy probable que el conjunto Red, que es un gran equipo, hubiese ganado el partido si éste se hubiese disputado en igualdad de condiciones. Es más, es muy probable que el roto hubiese sido legendario, porque todo apuntaba en esa dirección. Desgraciadamente, nunca lo sabremos. En una jugada absurda, el propio Felipe provocó el tropiezo de un jugador inglés que iniciaba el contraataque desde su propia área. Una jugada torpe, protagonizada por un jugador aturdido, que todo el mundo asumió que acabaría en una merecida tarjeta amarilla. Pero no. El árbitro no estaba dispuesto a correr riesgos y decidió expulsarlo por roja directa. Sé que hoy saldrán los puristas del reglamento a demostrar que todo es correcto. Ya me sé el cuento. Yo simplemente les diría una cosa: muéstrenme una sola vez en la que hayan echado en el minuto 20 de la primera parte de un partido de Champions a un jugador del Liverpool, del Bayern, del Real Madrid o de la Juventus por hacer lo que ayer hizo Felipe. Después seguimos hablando del sexo de los ángeles.
El resto del partido, que no lo fue, resultó intrascendente para el que esto escribe. Aun así, los de Simeone no sólo consiguieron mantener la portería a cero (lo que podría entrar dentro de la categoría de acto heroico), sino que remataron a puerta y marcaron un gol que después anularon por fuera de juego previo. Lo que sí me va a costar olvidar es sin embargo la actitud altiva y soberbia de algunos jugadores del Liverpool. Algo completamente gratuito, especialmente dadas las circunstancias, que confirma mi escepticismo respecto a esa idea romántica del fútbol inglés que a veces asumimos desde el complejo.
Centrándose en lo que realmente se puede cambiar, quedan dos partidos y el Atleti depende de sí mismo. Esa es la mejor lectura que se puede hacer ahora mismo. Eso sí, creo que el Club debería apuntalar cuanto antes una plantilla que hace agua en una de sus zonas más críticas. Fue un error abordar la temporada con un grupo tan reducido de futbolistas y sería un error no remediarlo. También me gustaría que la institución colchonera reclamase un poco más de respeto por parte de los que hablan de ella, pero imagino que no querrán molestar. Ya saben: boys don’t cry.
Leyendo Wolcott Field esta semana, he recordado una escena de la película Hoosiers que me encanta. En ella, los miembros del equipo de baloncesto del instituto de Hickory, un minúsculo pueblo de la Indiana más rural, contra todo pronóstico, consiguen llegar a la final del campeonato estatal. La cara de...
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