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Enrique Morente es uno de los tipos más sofisticados y difíciles de analizar que he conocido. Forma parte de mi memoria musical desde que, siendo muy joven, mi tío Pepe Limón me lo mostró en un vinilo antiguo en su bar de mi querido y andevaleño San Bartolomé de la Torre en la provincia de Huelva. Creo recordar que el tema era Aunque es de noche, muy apropiado para un niño aspirante a jesuita, quién me lo iba a decir a mí. Así quedó en mis recuerdos hasta que, iniciada mi etapa flamenca, comencé a seguirle más regularmente, como fan en los conciertos y groupie incondicional. No fue hasta que entablé amistad con mi comadre Estrella, por entonces de unos 16 años –y que tiene para otro artículo ella solita– cuando Enrique supo de mi existencia. Por aquella época, Estrella era una joven súper divertida, y la relación con su padre era sobre todo la de un amigo de su hija.
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Daba igual una conversación, un cuadro, un tercio de banderillas, un discurso político o una receta. Cualquier pedazo de vida con algo especial le valía para inspirarse y crear
El disco con El Cigala, Vareta y Canasta, tan imperfecto como valiente, y tan agresivo como rompedor, llamó la atención de algunos maestros sobre nosotros: el Piraña, Josele, o el mismo Cigala. De ahí nació el interés de Trueba o del propio Paco por nuestro sonido. Enrique fue uno de los que llamaron a mi puerta por entonces. Primero, para producir un proyecto en Mallorca llamado África/Cuba/Cai. Una suerte de encuentro entre las tres culturas, muy bien planteado e intencionado, pero lleno de altibajos. Tal fue el esfuerzo y la energía soltada en el concierto que, aunque todo se grabó con multipistas, Enrique, una vez finalizado el evento, nunca más quiso saber nada del proyecto. Muy graciosos los chicos de la compañía de discos pidiéndome, años después, los masters del disco, que obviamente yo no tenía, e insinuando la contratación de un detective para encontrarlos. ¡Sí, sí, un detective! Como en las películas. Morente hubiera llorado.
La cuestión es que el genio granadino acabó harto de la fusión y me propuso grabar un disco íntimo de creación que, para mucha gente, mi querido Arcángel por ejemplo, es el mejor disco de Enrique Morente: El pequeño reloj.
La grabación, qué pasó por miles de aventuras, desde el borrado de todas las voces sin copia de seguridad por problemas técnicos, culpa mía, hasta la titánica tarea de coordinar guitarras centenarias de Manolo de Huelva con las actuales de Pepe Habichuela o Tomatito, es una reflexión constante sobre el paso del tiempo y su relación con la música. A mí siempre me ha interesado más el movimiento físico y el espacio que el tiempo como metáfora creativa, pero de alguna manera la obsesión de Morente por el ritmo, soniquete, aire, compás, groove, swing o como ustedes prefieran, le hizo buscar en los relojes y en el pulso temporal de las palabras el clavo donde colgar la ropa para construir una casa sonora sin precedentes.
El disco cuenta con momentos brillantes, todos consecuencia directa de ideas o locuras que le pasaban por delante, y que él de manera ejemplar transformaba en arte. Porque para mí ese era el talento mayor de Enrique: su capacidad para transformar la vida en arte. Daba igual una conversación, un cuadro, un tercio de banderillas, un discurso político o una receta de cocina. Cualquier pedazo de vida con algo especial le valían para inspirarse y crear.
Por ejemplo, una de las noches de grabación acabamos tarde de trabajar y nos fuimos al antiguo Berlín a tomar una copa. Allí tocaba el trío de mi amigo Caramelo con Alain Pérez y el Piraña. Caramelo solo tiene un tema realmente histórico en su repertorio como compositor, pero el tema es soberbio. Enrique quedó tan impresionado con la interpretación que se levantó en medio de la noche rompiendo a aplaudir como un poseso, solo él, todo el bar le miraba atónito. Al día siguiente, se levantó con la misma impresión y me hizo coordinar una grabación con el trío al que, por si no había ya suficiente ritmo, le añadimos a un Jerry González pletórico y un Horacio Hernández ‘el Negro’ que, casualmente, pasaba por Madrid. El resultado fue una obra maestra, “Caramelo de cuba” que con las palabras de Enrique y un servidor en la melodía de Caramelo alcanzó un nivel increíble de belleza.
Otro ejemplo de cintura fue cuando, al llegar a la iglesia de Haarlem (Holanda) donde íbamos a tocar un concierto para celebrar la exposición de su amigo José María Sicilia, el párroco le pidió perdón porque durante la prueba de sonido el organista se puso a practicar. Enrique, que sabía que en el antiguo órgano el mismísimo Mozart había compuesto algunas de sus obras, no solo no se enfadó sino que le pidió al organista que siguiera; se puso a improvisar y le acabó invitando a tocar con nosotros unas horas más tarde en el concierto. Fue lo mejor del espectáculo.
Las anécdotas con Enrique son infinitas. Todos los que le conocimos tenemos cientos de ellas para contar en primera persona, yo mismo cuento unas pocas en el libro que estoy preparando, pero lo más importante es destacar que su presencia sigue intacta. Sí, le echamos de menos constantemente, sobre todo su familia, claro, pero su energía y manera de hacer las cosas, y su legado musical, sigue presente en la forma de afrontar muchas de las situaciones que aparecen cada día.
Ahora tengo mucha relación con Kiki, el menor de sus tres hijos. A mí me parece el cantaor más importante de su tiempo. Realmente su único problema es que lo tiene todo, ritmo, corazón, presencia, bondad e inteligencia. A poco que oriente sus caballos en la misma dirección lía una gorda.
En fin, que Enrique no está pero nos quedan sus hijos, que no es poco. Hay artistas que nacen miembros de grandes e históricas familias, de grandes estirpes, pero solo algunos genios como él crean, de la nada, la suya propia.
¡Viva Enrique!
Enrique Morente es uno de los tipos más sofisticados y difíciles de analizar que he conocido. Forma parte de mi memoria musical desde que, siendo muy joven, mi tío Pepe Limón me lo mostró en un vinilo antiguo en su bar de mi querido y andevaleño San Bartolomé de la Torre en la provincia de Huelva. Creo...
Autor >
Javier Limón
Francisco Javier López Limón (Madrid, 1973), más conocido artísticamente como Javier Limón, es un compositor, productor y guitarrista español. Ahora es el director artístico del Instituto de Música Mediterránea de la Universidad de Berklee.
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