AGRANDAR LA LEYENDA
Diez años son el doble de nada
Cuando uno se ha deslizado por la pendiente de la mediocridad y ha visto el abismo ahí, mientras a los lados rechiflaban los consuetudinarios desde sus torres de La Castellana, puede dar mucho valor a quien detuvo la caída
Jose Antonio Martín Otín “Petón” 22/12/2021
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Diez años son el doble de nada, turbadora conclusión de la sentencia de Le Pera y Gardel que cantó Carlitos: “que veinte años no es nada”… y saquen la cuenta.
Excepto en el fútbol. Año y medio más y Diego Pablo Simeone habrá dirigido el banquillo del Atlético de Madrid durante la décima parte de la historia del club. En términos futbolísticos la cifra es abrumadora, adquiere carácter fergusoniano y equilibra otra de jaez opuesto, crecida por el temperamento de Jesús Gil y que tendía a definir a la institución como oscilante, insegura y trituradora: una bacaladera de técnicos. El prestigio mermaba con cada cese, se sucedían las secuencias bufas, incompresibles, caprichosas; el Atlético de Madrid achataba sus perfiles hasta encarnarse en la caricatura de sí mismo. Mala cosa. La consecuencia inmediata era la llegada al país de los equipos vulgares a los que ningún futbolista destacado quiere viajar. Sólo el milagro del alumbramiento de una estrella propia quebraba la monotonía. Pero Fernando Torres nace una vez cada medio siglo. Eran aquellos tiempos en los que el presidente del Sevilla F.C., Del Nido, disfrutaba con el abandono del tercer lugar histórico del fútbol español por su legítimo dueño y voceaba: “el Atlético de Madrid es el Lleida”.
Cuando uno se ha deslizado por la pendiente de la mediocridad y ha visto el abismo ahí, inacabable y gris, mientras a los lados rechiflaban los consuetudinarios desde sus torres de La Castellana, puede terminar dando mucho valor a quien detuvo la caída. A mí me pasa.
Desde el primer cero a cero malagueño, hemos jugado con el Cholo unos cuantos partidos perfectos, pocos. De esos en los que tras un gol buscas el siguiente y así sin parar. Con un juego que no alcanza la altura, ni mucho menos, del equipo de Marcel Domingo. Si atendemos a Griffa, tampoco llega al vuelo del que se llevó la Copa dos veces seguidas en Chamartín contra ellos, porque ese equipo, dice nuestro central legendario, es el que mejor vio jugar al fútbol a lo largo de toda su vida, como futbolista y como espectador. Ni siquiera ha subido el equipo de esta década al ras de las eliminatorias de la Copa de Europa con Lorenzo, ni a la Liga de Luis alzada en el Bernabéu, ni a la Copa vacilona con Futre en el Olimpo y Chendo en Cuenca, que todavía no ha vuelto. Ni a la par de tantos partidos del Atleti (dígase Aleti, que esto es como México que se escribe de un modo y se pronuncia de otro) con Rado en el Doblete. Veamos con Simeone: la final de Bucarest, sin duda. Buenísima. La paliza al Chelsea en la Supercopa de Mónaco, tremenda exhibición. Los cuatro al Madrid y que no se acabe nunca… y los siete de New Jersey en la International Champions que jamás igualarán. Recuerdo estas pequeñeces últimas porque llevábamos 14 años sin ganarles, querida familia, cuando volvió el Cholo a casa.
No nos ha hecho disfrutar muchísimo con el balón, el Cholo. Sólo nos ha hecho felices. Hemos ganado partidos imposibles, eliminatorias hundidas y ligas en corral ajeno
No nos ha hecho disfrutar muchísimo con el balón, el Cholo. Sólo nos ha hecho felices. Hemos ganado partidos imposibles, eliminatorias hundidas y ligas en corral ajeno, Barcelona, como el torazo de Martín Fierro. Hemos perdido finales de Champions, hasta ahí llegamos, sin caer derrotados en el partido, muy fieles a aquella tradición que empezó en Heysel; sólo que si Arda juega aquella tarde aún estamos borrachos. Excuso decir con Diego Costa sin placenta de yegua, un poco sano nada más. Pero como todo puede empeorarse, mejorarse, y las dos cosas a la vez, faltaba, en lenguaje de Miguel San Román, el soplapollas de Clattenburg para tatuarse una trampa en el brazo, esa que le recordará eternamente que el Atlético de Madrid fue el único que marcó un gol legal en la noche de San Siro y no levantó la Copa.
¿Que tiene manías el hombre? Tiene, tiene. Algunas poco sufribles como cuando la toma con un futbolista y no hay manera. Que hemos visto a Fernando Torres mandar a Pepe a buscar a Chendo, en Cuenca, ya saben, hacerles dos, echarles de la Copa, y pasar al banquillo inmediatamente. Lo cual, por aquellos tiempos, nos costó una triste semifinal de Champions. Y más, sin duda.
Observarán que he aludido a aquellos que solicitaban derbis decentes y ahora odian al jefe de nuestro banquillo. Se les fastidió la ironía. Aprovechan para opinar sobre la falta de excelencia del juego que hace nuestro equipo. Lo hacen porque el Cholo les toca mucho las narices, no porque deseen que el Atlético de Madrid juegue bien. Quieren que juegue mal, espantoso, más feo que el atardecer de un polígono industrial en la parte árida de Vladivostok. Pretenden crear un estado de opinión, y es razón suficiente para que servidor no les dé el placer de jalear su coro. No dividiré con ellos. Me limitaré a pedirle a nuestro entrenador que reflexione sobre las potencias que sus jugadores tienen y les dé la constancia que solo hace un año consiguió. Le instaría a que se la quitáramos arriba y les ahogáramos como de cuando en cuando hacemos. Lo digo porque me parece que al Metropolitano le gusta ese fútbol, agresivo y atacante; en ocasiones lo hemos hecho nuestro y nos ha funcionado. El último cuatrimestre de 2020, entero.
Si uno lleva diez años y ya le ha ganado su batalla a la Historia, puede permitirse agrandar la leyenda para que dentro de nada, veinte años, digan quienes escriban leyendas colchoneras: yo vi jugar a aquel equipo como a ningún otro. El Atleti de Simeone.
Diez años son el doble de nada, turbadora conclusión de la sentencia de Le Pera y Gardel que cantó Carlitos: “que veinte años no es nada”… y saquen la cuenta.
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Jose Antonio Martín Otín “Petón”
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