SEMILLAS DE OKRO
Si digo que la película ‘Adú’ no me gusta me mirarán raro
L. Elisa Cebrián Sale 3/12/2021
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La pandemia ha puesto en boga hablar de salud mental y autocuidados, protegernos en momentos vulnerables, pero nuevamente las personas blanques son las que merecen ese trato, ese respiro, esa protección. Sin más me remito a las imágenes de cuerpes negres inertes sobre el mar y las playas, momentos de desesperación de una madre por su bebé durante un naufragio-rescate, o situaciones en las que las imágenes de personas no blanques son instrumentalizados para confirmar la bondad de la blanquitud –#Nabody #graciasLuna–; mientras al mismo tiempo un jugador de fútbol blanco en parada cardiorrespiratoria es protegido de las cámaras cuando es atendido por los servicios sanitarios. Recuerdo las imágenes de George Floyd y pienso en Francisco Rivera “Paquirri”: el sensacionalismo de la muerte ha recorrido caminos dispares cuando asumimos que hay un privilegio blanco que muestra lo negro como producto de consumo.
Se justifica el uso del dolor de les cuerpes negres en pos de una justicia de la noticia, pero al final, la noticia es el trauma. El ángulo es el racismo. La conclusión es que las personas no blanques somos clones, un bloque de la experiencia de la otredad: extranjera/migrante/sin papeles/iletrada/sin hogar/seropositiva. Contra esta narrativa, personalidades del antirracismo español como Lucía Asué Mbomío Rubio, Youssef M.Ouled o Moha Gerehou han hablado de alejarnos de este relato mediático de la pornomiseria o verdaderamente rellenar de contenido –aunque suene obvio, de humanidad– ese dolor.
Y aquí la división es clara: frente a las personas que adoran la película Adú, hay otras tantas, especialmente pertenecientes a colectivos minorizados, que la denunciamos. Es una argucia del sistema caer en su propia ignorancia y asumir que las historias de las personas no blanques deba ser contada por gente blanca porque no se habían contado antes, o que las personas migrantes no pueden contar en España sus propias historias –aquí señalo la labor de Omer Oke o Santiago Zannou–. Es decir, la invisibilización de creadores no blanques para olvidar su legado. Además, recrearnos en las penurias de Adú y Massar y no exigir responsabilidad al resto de personajes blanques y con poder de cambio demuestra que la blanquitud academicista se excusa en su propia inercia –especialmente cuando hablamos de la defensa de las fronteras–. El deseo del guión de mantenerse neutral es una falacia. El género documental ya demostró que el alejamiento científico de lo narrado es impostado y, además, la propia identidad artística nos invita a tomar partido cuando narramos. Pretender imparcialidad y mostrar el statu quo como ajeno, en este caso, significa justificar la violencia sobre les cuerpes negres. Especialmente cuando se muestran los matices de la personalidad de un polémico salvador de elefantes –con toda la connotación religiosa y colonial–, y obviamos su actitud agresiva sobre la comunidad en la que trabaja, o su desentendimiento formal a que miembros de esa comunidad como Adú y su familia sean perseguides por el extractivismo operado a distancia de la caza furtiva. O cuando el Guardia Civil decide ser cómplice del sistema y no conlleva represalias –ni siquiera morales–; pero los peligros del viaje que afrontan dos menores, con todas sus estereotipadas situaciones, tiene consecuencias fatales y de por vida.
El relato desequilibrado de que para realizarse como personaje, el migrante debe viajar a/huir de, cuando en Occidente, existir es suficiente. Para las personas no blanques, existir también es suficiente. Habitar lo cotidiano es suficiente. Rubén H. Bermúdez lo retrata en su producción A todos nos gusta el plátano. Nos recuerda que en nuestro quehacer diario somos humanos, siempre.
La pandemia ha puesto en boga hablar de salud mental y autocuidados, protegernos en momentos vulnerables, pero nuevamente las personas blanques son las que merecen ese trato, ese respiro, esa protección. Sin más me remito a las imágenes de cuerpes negres inertes sobre el mar y las playas,
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L. Elisa Cebrián Sale
Licenciada en Medicina por la Universidad de Valladolid. Especializada en Medicina Intensiva. Activista afrofeminista, disidente sexual. Colaboradora en radio y medios digitales sobre música, cine y literatura.
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