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Laboratorio.
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Últimamente he tenido que leer y consultar libros y artículos sobre ciencia, feminismo y teoría del conocimiento. En esta rama del feminismo es habitual encontrar críticas contundentes a la pretensión de generalización y universalización de la ciencia. Pretensión significa intención o propósito, pero también destila lo que peyorativamente designamos como pretenciosidad, es decir, una intención excesiva, un propósito desmesurado. O sea: mucha insolencia patriarcal y occidental, y poca humildad judeocristiana. A veces la crítica feminista se convierte en denuncia de la (supuesta o real) pretenciosidad científica. En lo que sigue quiero explicar que, en mi opinión, la intención de generalizar que la ciencia efectivamente tiene se malinterpreta algunas veces en buena parte de la crítica feminista.
Expondré lo que quiero decir por medio de algunos ejemplos. Imaginemos a alguien que se ha roto la muñeca y que tiene que someterse a una operación. Podría necesitar que le colocaran una placa de titanio fijándola al hueso mediante tornillos. O pensemos en alguien a quien hay que intervenir quirúrgicamente para extraerle un cálculo renal que se ha quedado atascado en el uréter y que produce mucho dolor. No voy a entrar en las bondades ni en las deficiencias de la sanidad pública, ni en las formas de tratamiento o en la prevención, ni en todo lo que habría que mejorar en ese terreno. Quiero centrarme en la medicina en tanto que conjunto de conocimientos.
En realidad, como explicaba el filósofo de la ciencia Mario Bunge, la medicina puede entenderse como cuerpo de conocimientos o como actividad. En ambos casos –dice– puede considerarse ciencia, técnica o una combinación de ambas. Efectivamente, la medicina combina saberes procedentes de distintas disciplinas científicas (bioquímica, biología, biomecánica, fisiología, etc.). Utiliza una tecnología puntera y responde a un interés práctico, no teórico, aunque se apoya en investigación teórica básica. Su objetivo es curar la muñeca fracturada consiguiendo que el hueso suelde. O eliminar las formaciones calcáreas que dificultan el paso de la orina desde el riñón hasta la vejiga por el uréter. Puede haber debate entre especialistas sobre la conveniencia de intervenir, teniendo en cuenta los costes y beneficios para la salud de ese organismo en particular, contando con su historial médico, edad, condición física, etc. A la hora de explicar por qué y cómo se ha roto la muñeca o cómo se ha formado el cálculo de oxalato cálcico, la medicina (tirando en cada caso del tipo de conocimiento que corresponda, por ejemplo biomecánica o bioquímica) aconsejará la forma de prevenir futuras lesiones.
La cuestión es la siguiente: lo que la medicina sabe de las muñecas (de los nervios y vasos sanguíneos que las atraviesan, de las articulaciones óseas, de las inserciones musculares, de la capacidad de sutura de los huesos rotos, etc.), lo sabe en general de las muñecas humanas (o, afinando más, de las muñecas de mujeres postmenopáusicas de estas o aquellas características). Luego, con la debida prudencia, aplica este conocimiento general al caso particular, sin dejar de observar los efectos que la propia intervención puede producir en el organismo o los equilibrios que pueden alterar anestesias y analgésicos (equilibrios fisiológicos, bioquímicos, mecánicos) en este caso, extrapolando para ello y guiándose también por la experiencia de lo ocurrido en casos similares antes. Es decir: generalizando.
Como decía Aristóteles (con razón aquí, aunque en otros casos no la tuviera), no hay ciencia de lo particular. La ciencia no hace afirmaciones sobre esta vaca concreta, sino sobre las vacas en general (en tanto que mamíferos, herbívoros, etc.). Pero lo que la ciencia dice de las vacas en general debe poder aplicarse, obviamente, a esta vaca concreta. Si la teoría no se puede aplicar a la realidad está mal, es mala teoría; hay que adecuarla, introduciendo ajustes, para adaptarla a las vacas concretas. Y si eso no fuera posible, hay que descartar la teoría y sustituirla por otra que sí dé cuenta debidamente de la realidad. Una teoría general sobre las vacas no será una teoría científica sobre las vacas si no consigue explicar esta vaca concreta que pasta y mira impasible al tren que pasa.
La medicina, como actividad práctica que también es, se sirve de un saber científico universal y general. ¿Cómo iba a curar, si no, una muñeca concreta el equipo de traumatología de un hospital que no sabe nada de esa muñeca particular y que nunca la ha visto? Simplemente: no podría. Y si puede es, precisamente, porque la ciencia es un saber general y universal.
Cuando el feminismo señala y denuncia los sesgos androcéntricos de la investigación científica (en farmacológica, por ejemplo) está diciéndole a la comunidad científica que no ha hecho bien su trabajo
Sé que me dirán: “No, no es eso lo que queremos decir cuando criticamos la universalización de la ciencia y su afán de generalización”. ¿Y qué es, entonces, exactamente, denunciar o criticar la pretensión de universalidad y de generalización de la ciencia? La ciencia hace afirmaciones generales, sí, y cuando observa que no son verdaderas o exactas, las corrige, las modifica. Tarde o temprano, pero las corrige. (Quienes sostienen contra toda evidencia dogmas inamovibles son las religiones, tan poco criticadas, por cierto, por algunas feministas hipercríticas con la ciencia).
Cuando el feminismo señala y denuncia los sesgos androcéntricos de la investigación científica (en farmacológica, por ejemplo) está diciéndole a la comunidad científica que no ha hecho bien su trabajo. Los ensayos de medicamentos llevados a cabo exclusivamente en hombres pueden no ser extrapolables a mujeres, ya que los organismos de sapiens machos y los de sapiens hembras presentan muchas similitudes, pero presentan también diferencias importantes (por ejemplo, en la estructura ósea o en los niveles de algunas hormonas en sangre). Está señalando a la comunidad científica que tiene que hacer adaptaciones para poder explicar las vacas realmente existentes, ya que no son todas idénticas, ya que existen varias clases, y la ciencia debe dar cuenta de esta diversidad en su teorización general.
El Romanticismo (primera crítica contra la Ilustración y coetánea de ella) puso en marcha la reivindicación de lo concreto y lo particular. Muchas feministas (y otras gentes) comparten hoy con entusiasmo la visión romántica. Poner en valor lo concreto, lo particular y lo pequeño, frente a la grandilocuencia de la exaltación ilustrada del progreso, puede tener sentido en ciertos contextos y con los debidos matices. Pero la defensa acrítica y sistemática de lo concreto y lo particular puede conducir también a disparates. Es lo que ocurre, en mi opinión, con algunas críticas feministas contra la ciencia. Porque la crítica feminista de la ciencia tiene sentido cuando se propone denunciar lo patriarcal de la actividad humana que la ciencia es. Pero no lo tiene si lo que busca es poner en cuestión lo que tal actividad tiene de científico, aquello que la define, cosa que equivaldría a impugnarla en su totalidad.
Sé que todo esto se puede y se debe matizar mucho. La ciencia en general, y con ella la medicina, han sido muy arrogantes. Han marcado distancias con otros saberes no codificados en lenguajes formalizados y no legitimados como científicos, despreciándolos sin miramientos. Y algunos hallazgos que han tenido lugar en esas zonas del saber humilladas se pueden aprovechar. Es posible que no todo sea esoterismo barato en el conocimiento de las plantas medicinales y en el gusto por las energías. Pero de ahí a cuestionar la aspiración de universalidad y la generalización que caracteriza a la ciencia hay un trecho demasiado grande para saltarlo tan alegremente.
¿Por qué algunas corrientes feministas no dedican a desmontar dogmas religiosos todo el esfuerzo que invierten en cuestionar la legitimidad del trabajo científico? ¡Ahí sí que iban a encontrar una pretenciosidad desmedida y arrogante! El filósofo italiano Maurizio Ferraris se preguntaba “¿qué ocurriría si el descrédito de la ciencia se empleara para apoyar las verdades de la fe, como ha sucedido con la reutilización del anarquismo epistemológico de Feyerabend por parte de Ratzinger?”. Podríamos hacernos runa pregunta similar respecto a cuánta legitimidad está dando la crítica feminista a la superstición religiosa.
Pero, dejando a un lado esa cuestión ahora, la razón de querer explicar todo lo anterior está en la preocupación por un fenómeno que tiene lugar en el feminismo hoy con frecuencia: muchas opiniones empiezan a rodar por su cuenta demasiado rápido y luego no hay quien las pare. La crítica que hacen algunas corrientes feministas a la aspiración universalista y generalizadora de la ciencia no es más que un botón de muestra.
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Teresa Maldonado pertenece a FeministAlde y es profesora de Filosofía.
Últimamente he tenido que leer y consultar libros y artículos sobre ciencia, feminismo y teoría del conocimiento. En esta rama del feminismo es habitual encontrar críticas contundentes a la pretensión de generalización y universalización de la ciencia. Pretensión significa intención o propósito, pero...
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Teresa Maldonado
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