fenómenos extremos
Lo que esconde ‘Don’t look up’ en el año del caos climático
La metáfora del cometa que se acerca sirve como motor de este resumen de las catástrofes climáticas y humanas del año que acaba (contiene algunos ‘spoilers’)
Juan Bordera 28/12/2021
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A casi nadie se le escapa ya que en este año hemos observado un aumento inusual en la potencia y frecuencia de los fenómenos climáticos extremos. Hemos padecido récords de temperatura fuera de toda lógica, como el de Canadá (49,6º) o el europeo registrado en Siracusa, Italia (48,8º). También nos han acompañado huracanes terriblemente destructivos e inundaciones con cientos de víctimas, incendios gigantescos y sequías que han golpeado a países enteros como Taiwán –y con ello a sectores como el de los microchips y a toda la cadena de suministros. Son señales obvias del agravamiento acelerado del caos climático y del impacto que va a tener en nuestras vidas. Menos lo de la cadena de suministros, que en realidad es sobre todo una cuestión energética que nos sitúa en una crisis de civilización.
Pero comencemos por el principio: con Filomena. La histórica nevada tiñó de blanco media España al comienzo de 2021. Este año se ha vivido también un pequeño terremoto en el organismo climático más importante del mundo (IPCC) y acaba con una película estrenada hace pocos días (Don’t Look Up/ No mires arriba), que se ha convertido en un fenómeno viral como pocas veces ocurre. Tampoco se le escapa a casi nadie que esta película usa otro impacto –el de un cometa– como metáfora para hablar de la crisis climática. A casi nadie, excepto a Juan Carlos Girauta.
Pero dejemos la ficción y a las personas que parecen sacadas de ella, y volvamos a lo serio. Tormentas como Filomena son cada vez más probables por el debilitamiento de la crucial corriente en chorro o Jet Stream. Uno de los ríos de aire que sobrevuelan a gran altura y que mantienen –cada vez peor– el equilibrio de temperaturas en el hemisferio norte. También se deben a la creciente amplificación ártica –en el Ártico el calentamiento es entre dos y tres veces más rápido que en la media del resto del mundo–, y a la relación entre estos dos hechos y el debilitamiento de la corriente termohalina. No te preocupes si no entiendes algo de lo escrito. En realidad es simple: el planeta es un todo. Un sistema complejo repleto de interacciones y bucles de realimentación, parecido a tu cuerpo con sus distintos órganos. Una maravilla como no hay otra, que estamos maltratando y que nos va a devolver más y más golpes cada vez más fuertes si seguimos despreciándola. No puede ser de otro modo. Acción-reacción.
Todos estos sucesos son señales inequívocas de que saltos abruptos, no lineales e inesperados nos acecharán cada vez con más frecuencia
Sin duda, todos estos sucesos son señales inequívocas de que saltos abruptos, no lineales e inesperados nos acecharán cada vez con más frecuencia. Sin duda señalan lo cerca que estamos de cruzar un ‘punto de vuelco’ o ‘de no retorno’ (tipping point) del termostato global, que nadie puede saber exactamente dónde se encuentra, pero que cada vez más gente intuye lo cerca que está.
Las noticias sobre Groenlandia, donde ya llueve en su cumbre, o sobre el Amazonas, que ya emite más carbono del que es capaz de almacenar, deberían no solo alarmarnos, sino obligarnos a tirar del freno de emergencia con determinación. La locomotora amenaza con descarrilar debido a la codicia, tal y como ocurre en la película. Y en la realidad, como advirtieron algunos de los mejores científicos que tenemos, eso nos llevaría a un nuevo estado climático catastrófico que denominaron Tierra Invernadero, en el cual nada será seguro.
Que este tenebroso relato sea cada vez más palpable ha ido ayudando a que se dieran tímidos pasos en lo ejecutivo, como cuando en abril se logró aprobar la insuficiente Ley de Cambio Climático y Transición Energética de nuestro país, y otros más valientes en lo judicial. En febrero, el Estado francés fue condenado por incumplir sus compromisos con el clima, y en mayo un tribunal en Holanda condenó a la petrolera Shell a reducir drásticamente sus emisiones. Dos sentencias históricas. Otras muchas demandas contra gobiernos y empresas seguirán haciendo ruido por todas partes, y esperemos que logrando victorias, porque en ese mismo mes de mayo se registró el récord en el promedio mensual de emisiones: 419,13 partes por millón de CO2. Ni la pandemia lo ha frenado. O logramos esas conquistas que solo demandan algunos movimientos sociales, o nos vamos a cocer a fuego lento por la incapacidad de nuestros gobernantes. Otro símil con la película. Pero no será el último.
Fuente: Nasa.gov
Porque entonces llegó junio. Y al calor de la brutal ola que asoló Canadá, parte de Estados Unidos y media Europa, justo en esa semana, se fraguó la primera de las tres filtraciones en el seno del último informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC). En la película, tras informar al poder político y ver que no hay respuesta, los científicos que interpretan Jennifer Lawrence y Leonardo DiCaprio hacen exactamente lo mismo: filtrar el contenido a la prensa. Aquella primera filtración de la agencia de prensa francesa (AFP) dio la vuelta al mundo gracias a este titular: “La vida en la Tierra puede recuperarse de un cambio climático importante evolucionando hacia nuevas especies y creando nuevos ecosistemas. La humanidad, no”. El informe filtrado, del Grupo II del IPCC que mide los impactos, no fue puesto a disposición del público ni por el filtrador desconocido ni por la agencia.
Dos meses después, en agosto, mientras el Mar Menor agonizaba en una suerte de microcosmos de lo que está ocurriendo a gran escala, llegaron las otras dos filtraciones, que conciernen al movimiento de científicos desobedientes Scientist Rebellion, una rama de Extinction Rebellion, quienes nos hicieron llegar a quien escribe y a este medio las otras dos filtraciones restantes. Del que probablemente es el grupo más importante de los tres que componen el IPCC, porque es el que se la juega. El que tiene que proponer medidas concretas y al que más se le ven las vergüenzas/injerencias.
Las filtraciones, además, ocurrieron por los mismos motivos que en la película: por la angustia de los científicos y científicas del propio IPCC, que saben mejor que nadie hasta qué punto estamos ya con el agua al cuello.
La primera parte nos mostró que el decrecimiento es cada vez más evidente para la comunidad científica y la segunda que en algunas partes del informe se empieza a recoger una verdad que es visible como un cometa en un cielo despejado, como un elefante en la habitación, pero es importantísimo que el consenso científico la remarque: el capitalismo es insostenible y hay que intentar transitar hacia un sistema que no necesite crecer y crecer en un planeta finito, porque, cosas que pasan, eso suele dar problemas.
De ese informe sabemos ahora, gracias a Greenpeace, que sufrió 32.000 intentos de modificación. En parte de la comunidad científica (legítimos), y en parte de grupos de presión y gobiernos (no legítimos), para cambiar alguna palabra del contenido del resumen. Un documento de aproximadamente 40 páginas que se presenta a medios y gobiernos, una vez consensuado el borrador final, que es el que la gente lee. El informe suele tener entre 3.000 y 4.000 páginas. Cada uno de los tres grupos. ¿Quién va a leer esas 12.000 páginas? Por eso hay tanta pelea por cada una de esas palabras de las 40 páginas que sí se leen periodistas y gobernantes.
En marzo de 2022, cuando vea la luz, podremos comparar entre borradores y con más datos que nunca, y podremos saber quién cambió qué en el IPCC en tiempos de emergencia planetaria. Y lo haremos. Aquí tienen el informe filtrado para que puedan comprobar ustedes mismos si les parece suficiente lo que la comunidad científica proponía, o si se queda corta.
Porque quizá las presiones tienen su efecto, y acaban ejerciendo un cierto tipo de autocensura, que se suma al inevitable sentimiento de no querer equivocarse, ni ser tildado de catastrofista hasta por tus compañeros. También es cierto que las grandes empresas suelen tener la mala costumbre de retirar la financiación a quien las desafía.
Ya le ocurrió a James Hansen –probablemente la referencia principal de la película a la hora de inspirar a los protagonistas–, uno de los climatólogos más ilustres, adscrito a la NASA, que en 1988 testificó ante el Senado estadounidense levantando una pionera voz de alarma que le costó varios años de ataques e intentos de desprestigio. Me recuerda a alguien que en nuestro país ha dado una alarma similar en el mismo lugar sobre el otro tema crucial que comentábamos al principio.
Necesitamos mentalidad de especie. Todo esto también vale para esa pandemia en la que el sistema capitalista es estúpidamente incapaz de liberar las patentes
Y entonces, tras el terremoto de las filtraciones que buscaban adelantar los informes a tiempo para la cita, llegó la Cumbre del Clima de Glasgow (COP26). Con escándalos de corrupción previos y bastantes dudas sobre su capacidad para maniobrar al ritmo necesario. Desgraciadamente las expectativas previas no fueron defraudadas, porque el acuerdo final, como era de esperar, sí lo hizo.
Y todo esto ocurre porque, aunque tenemos al cometa delante, seguimos instalados en la fase de negación / negociación del problema. En las cinco fases del duelo, nos resistimos –sobre todo las grandes empresas que presionan a los gobiernos– a superar esa aparentemente beneficiosa tercera fase: el negocionismo, que tan irónicamente bien describe la película de Adam McKay con ese personaje odioso que es una mezcla de Musk, Bezos, Gates, Jobs y tantos otros.
Ahora mismo estamos igual. Negociando para ver si podemos aprovechar el cometa en nuestro beneficio, sin comprender que la búsqueda del beneficio individual a corto plazo es justo lo que nos ha traído hasta aquí, y que sin un cambio de mentalidad, de cultura, no hay nada que hacer.
Esa cultura emergente debería ser respetuosa y regenerativa con los ecosistemas, tolerante con la diversidad e implacable con la desigualdad para poder asumir de una forma justa el inevitable decrecimiento energético y material que ya es evidente, y hasta presente en los informes científicos de vanguardia. Necesitamos mentalidad de especie. Todo esto también vale para esa pandemia en la que el sistema capitalista es estúpidamente incapaz de liberar las patentes y las vacunas para que el problema se gestione de la manera más efectiva posible.
Estamos atrapados en el relato que nos han ido contando los vencedores para perpetuarse en la cima, sin darse cuenta de que, como en todo buen dilema del prisionero, si solo ganan ellos, a corto plazo acabarán perdiendo, o como mínimo sus descendientes.
Buena prueba del atasco antropológico en el que estamos atrapados es que parte de la gente que tendría que darse por aludida con la reflexión de la película, la defiende pensando que “los malos son los otros”. Es lo que tiene la idiocracia fomentada por el poder económico, que nos quiere ignorantes, y lo alimenta a través de esos medios de masas que la película también refleja al milímetro.
Desde luego, si algo prueba el éxito de Don’t Look Up es que estamos saturados de datos y seguimos amando un buen relato. Quizá hacen falta más como esta película –mejores, más profundos– para hacernos entender el tamaño de la encrucijada en la cual nos encontramos.
[Spoiler] Justo antes de que el cometa llegue, el profesor interpretado por DiCaprio dice la que es sin duda frase de la película: “Realmente lo teníamos todo, ¿no?”
A casi nadie se le escapa ya que en este año hemos observado un aumento inusual en la potencia y frecuencia de los fenómenos climáticos extremos. Hemos padecido récords de temperatura fuera de toda lógica, como el de Canadá (49,6º) o el europeo registrado en Siracusa, Italia (48,8º). También nos han...
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Juan Bordera
Es guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició. Es coautor del libro El otoño de la civilización (Escritos Contextatarios, 2022). Desde 2023 es diputado por Compromís a las Cortes Valencianas.
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