PENSAMIENTO BINARIO
La vida es un capítulo de “Black Mirror”
Sobre la filosofía apocalíptica de Byung-Chul Han
Pablo Caldera 7/01/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
En un artículo anterior, a propósito del giro reaccionario de la filosofía francesa, mencionaba cómo la apelación a la materia constituía un argumento de autoridad que pretendía deslegitimar ciertas teorías contemporáneas. Paradójicamente, estos autores que atacan, por ejemplo, a Judith Butler, por su “idealismo”, se encuentran alejados del espectro de la metodología materialista, y asumen sin descaro, como Geroges Politzer en sus Principios elementales de filosofía –un libro que educó a miles de marxistas ortodoxos en el materialismo– la identificación absoluta entre lo material y lo tangible o lo visible. Este nuevo episodio de psicosis material, que algunos autores han venido en llamar “materialismo ingenuo”, no solo es el sostén argumental de la reacción anti-queer: también sirve de fundamento para la corriente tecnófoba que clama contra la revolución digital.
Le faltaba a Byung-Chul Han (Seúl, 1959), el filósofo hiperproductivo, que, como buen neoheideggeriano, en más de una ocasión ha hecho gala de su tecnofobia, un libro sobre la materia. Y en No-Cosas (Taurus, 2021) presenta su apocalíptico análisis de la comunicación y la fotografía digital, la verdadera consagración filosófica del materialismo ingenuo.
El pensador coreano es el rey del pensamiento binario. En las primeras páginas ya presenta una dicotomía errática sobre la que va a cimentar su argumentación: sostiene Han que, enfrentada a la información, caracterizada por ser rápida, líquida y digital, está todo aquello que se conserva y almacena, que se guarda y que se toca: la cultura material. A partir de esos dos conjuntos, Han va tejiendo el concepto principal del libro: la no-cosa, una bola que se alimenta de todos los prejuicios asociados a la tecnología: inestabilidad, apariencia de verdad, control disciplinario, desrealización, inhumanidad, etcétera. La no-cosa, como ya supondrán, es ese primer conjunto al que pertenece la información, los datos, que sirve de elemento legitimador de lo tangible y maleable. En el meollo argumental de Byung Chul-Han, donde ejemplos y conceptos van apareciendo como en una partida de cartas trucada, la información es equivalente al vacío, los datos al horror. Así se saca de la manga una especie de ley universal que especifica que, a más información, menos cosas; a más datos, menos materia.
Byung-Chul Han (Seúl, 1959) publicó en 2021 su nuevo libro No-Cosas. / @ByungChulHan
Una de las tesis más repetidas a lo largo del libro busca las consecuencias antropológicas: “El ser humano ya no es un Dasein, sino un inforg”, afirma Han repetidas veces. Y suponemos, porque no lo explica, que con inforg se refiere a un sujeto atiborrado de información que no le llena, y que ni siquiera usa; información que no es conocimiento sino un vete-tú-a-saber-qué, pero que no alimenta al sujeto, sino que lo destruye, lo fragmenta y lo cansa. Ese sujeto, además, habita un mundo desmaterializado en el que las cosas no importan, y solo queda el intercambio de selfies como elemento de socialización.
Todo lo sólido se desvanece en la nube digital. Pese al creciente consumismo –que se hizo global en los últimos treinta años, poco tiempo si lo comparamos con cualquier lógica cultural anterior– el filósofo no deja de afirmar que hay un desprestigio por las “cosas”: “La digitalización, sobre todo, exacerba la desrealización del mundo al descosificarlo” (p.65). Pero descosificación refiere más en el ensayo de Han a un quiebre antropológico fruto de un vacío sagrado en nuestra relación con la mercancía objetual que a un empobrecimiento del número de cosas en el mundo; a una pérdida de interés por lo que nos rodea y no a un creciente movimiento anticonsumista. El consumo, pese a ser el núcleo objetivo del capitalismo, no es mencionado en el ensayo. A Han no le interesa el análisis social, sino la deslegitimación del modelo digital, entendido como un todo. Las consecuencias que normalmente se aplican al consumo –el sometimiento, la persuasión, la pérdida de sentido– adjetivan aquí lo digital, crítica abstracta que demuestra un desinterés por el conocimiento histórico y técnico de dicho medio. Es más, Han esboza una risible defensa de la posesión contra la liviandad digital, sin atender a las consecuencias climáticas de la basura sino a las ontológicas, preocupado más por la duración de las cosas en nuestras manos, del momento estético del trabajo, que del almacenamiento asesino de plástico procedente de nuestras cosas.
La tecnofobia de Han, presentada como una ofrenda a la retaguardia, no es más que una muestra de ignorancia
El smartphone encarna la irrealidad del mundo, la pérdida de lo sagrado, de la mano heideggeriana, ¡de las extremidades! Afirma que la etapa de desarrollo antropológico ha pasado de homo faber al homo ludens, del homo sapiens al phono sapiens. Una de las claves del éxito de Han es esta admirable capacidad para hacerse con conceptos dinámicos y fácilmente reconocibles, casi títulos descriptivos de cuadros de Banksy. Este pensamiento “de viñeta” no está reñido, sin embargo, con la terminología academicista y oscura, jerga principal de la tradición en la que el filósofo coreano-alemán se enmarca. Sin embargo, utiliza los mismos mecanismos y argumentos que cualquier producción distópica. Pese a que no lo nombra –no vaya a ser que, entre tanta referencia heideggeriana, se intuya una influencia pop que ensombrezca su discurso–, la realidad para Han es un capítulo de Black Mirror: en una sola página (39) se afirma que el smartphone “nos controla y nos programa”, que “estamos a merced de ese informante digital, tras cuya superficie diferentes actores nos dirigen y nos distraen” o que este “funciona como un confesionario portátil”, sin olvidar que “el like es el amén digital”. No olvida la pérdida de confianza en la verdad –entendida en un sentido casi coercitivo–: el orden digital pone fin a la era de la verdad y da paso a la sociedad de la información postfactual”. Está claro que para Han la verdad implica facticidad, pero ¿por qué lo digital implicaría irrealidad? Han menciona, a lo largo de su ensayo conceptos tales como autonomía, libertad o conocimiento que rechaza definir, pues su significado aparente es tan abierto que se convierte en comodín del discurso. De su argumentación difiere un prejuicio elitista, el que identifica información con ignorancia y conocimiento con saber. Se afirma que la rebelión de las máquinas y los algoritmos persigue la autonomía del ser humano, pero no se explica en qué consiste tal cosa. Extiende Han sus ejemplos hacia lo universal, y los maquilla con cursilería columnista: “La mano de un propietario da a un libro un rostro inconfundible, una fisonomía. Los libros electrónicos no tienen rostro ni historia. Se leen sin las manos. El acto de hojear es táctil, algo constitutivo de toda relación. Sin el tacto físico, no se crean vínculos”. Abundan las frases simples y categóricas, los juicios morales y los conceptos escapistas. Uno puede escribir un libro à la Byung Chul-Han si sigue coherentemente esta estructura: “La + _____(concepto en extinción) sin ______(concepto abstracto aleatorio) es _______(palabra de tintes catastróficos)”.
La tecnofobia de Han, presentada como una ofrenda a la retaguardia, no es más que una muestra de ignorancia. Trata todo lo tecnológico por igual, con la pereza intelectual de quien no quiere ahondar en las diferencias entre Tinder y Facebook, o entre el ‘Candy crush’ y la app de The Guardian. Esconde, en definitiva, la glorificación de un pasado en el que lo táctil estaba sacralizado –¿cuándo? ¿cómo? ¿por qué?–, en la que no había “compulsión háptica” y en el que la belleza ornamental reinaba. En la página 38 afirma que “el smartphone es el símbolo de nuestro tiempo. Nada en él aparece guarnecido. La tersura y las líneas rectas dominan. También la comunicación a través de él carece de la magia de las formas bellas”, como si el impulso de toda comunicación hubiera de ser meramente estético, bello y desinteresado. Desde ese punto de partida tan cerril y desvergonzado, en el que la materia es solo lo tangible cercano, y la belleza el modelo de todas las cosas, es comprensible que internet sea inmaterial, irreal, invisible. Cada diez páginas, Han reitera su tesis, añadiéndole a las cosas particularidades generales que ahora les faltan: frialdad y calidez, solidez, rostro, alma, vida, deseo…
El misticismo material se hace patente en el capítulo dedicado al selfie, donde Han elabora una esquelética teoría de la fotografía digital basada en un criterio de calidad únicamente fotoquímico: la fotografía analógica es mejor en tanto que es una cosa que envejece, se guarda, se rompe. Por su parte, en la fotografía digital, numérica e inmaterial no hay luz que valga, y lo que es un evidente principio metodológico-científico, en Han supone una verdad devastadora: “El medio digital rompe la relación mágica que conecta el objeto con la fotografía a través de la luz”. Sabemos que, como dijera Jordi Alberich, “cada día que pasa, la promesa emancipadora que Internet y el conjunto de la cultura digital parecían proponer en sus orígenes, se aleja más de su implementación efectiva”, pero justamente eso convierte a la esfera digital en un objeto de estudio difícil, dinámico e inaprensible desde una sola óptica.
Sostiene Han una tesis realista fuerte: que todo existe con independencia del sujeto, pero nos es ya indiferente, y que la realidad que percibimos no es tal sino una capa de información que la falsea y hace las veces de esta. Entiende Han por cosa lo mismo que Lacan o Freud, una singularidad opaca e imposible de representar no exenta de misterio. La cerrazón materialista lleva a Han a concluir que todas “las obras de arte son cosas” (p.80), excluyendo así a la performance, la música, el happening o incluso el cine. El pensamiento reduccionista y orgullosamente escapista de Han encuentra aquí su descripción paradigmática: la elusión de fenómenos y parcelas que, por constituir una gran excepción en su sistema, se eliminan del mundo. Nunca un pensamiento tan ortopédico se había teñido de academicismo, jamás un autor tan simple y refutado se había identificado con el aura mundial de filósofo campeón. Y yo con estas dos últimas frases podría elaborar una teoría sobre el mal estado del mundo, pero no sigamos la metodología de Han.
En un artículo anterior, a propósito del giro reaccionario de la filosofía francesa, mencionaba cómo la apelación a la...
Autor >
Pablo Caldera
Pablo Caldera (Madrid, 1997) es graduado en filosofía e investigador en epistemología y cine en la Universidad Autónoma de Madrid. 'El fracaso de lo bello' (La Caja Books, 2021) es su primer libro.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí