VENA CAVA
Rimbaud y el infierno de la crisis humanitaria en Etiopía
Etiopía, diría Edward Said, no es un espejo de Occidente. Tampoco es su doble. Pero, si no es eso, ¿qué es? ¿Qué significa ser mujer en Etiopía hoy?
Solange Behoteguy 14/01/2022
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Una temporada en el infierno es el título de un largo poema que el poeta francés Arthur Rimbaud escribió en 1873. También podría ser el título para el terror que vive Etiopía, desde noviembre de 2020, cuando el primer ministro Abiy Ahmed, a pocos meses de haber ganado el premio Nobel de la Paz, lanzara una acción militar en el Tigray.
La crisis humanitaria en Etiopía no es algo nuevo; es más, casi se podría decir que la lleva atrincherada en la piel como una garrapata que se alimenta de sangre. Lo que ha hecho la guerra es simplemente su trabajo: profundizarla, inyectarle quince meses de horror y “mala sangre”. Según la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Ayuda Humanitaria (OCHA), este año, más de 6,4 millones de personas podrían necesitar asistencia alimentaria. Es una de las crisis humanitarias más profundas del planeta y si vives en Etiopía no la ves en la tele ni la escuchas en la radio: estás en la crisis y terminas siendo tú mismo la crisis.
Cuando Rimbaud escribió Una temporada en el infierno aún no había estado en Etiopía, pero al leerlo una se pregunta si acaso la habría visitado ya en sueños.
¡Hambre, sed, gritos, danza, danza, danza, danza!
Muero de sed, me ahogo, no puedo gritar. Es el infierno, ¡la pena eterna! ¡Mirad cómo asciende el fuego! Ardo como es debido. ¡Vaya, demonio! ¡Tengo sed, tanta sed! ¡Ah! la infancia, la hierba, la lluvia, el lago sobre las piedras, el claro de luna cuando el campanario daba las doce...
(Traducción del francés por Oliverio Girondo y Enrique Molina)
Rimbaud se conectó con Etiopía a través de la escritura mucho antes de instalarse en el país del café. En Mala sangre dice:
“He cumplido mi jornada; abandono a Europa. El aire marino quemará mis pulmones; me curtirán los climas perdidos. Nadar, pisotear hierba, cazar, sobre todo fumar; beber licores fuertes como metal hirviente, a semejanza de aquellos queridos antepasados alrededor del fuego. Regresaré, con miembros de hierro, la piel ensombrecida, la mirada furiosa: por mi máscara, se supondrá que pertenezco a una raza fuerte. Tendré oro: seré ocioso y brutal. Las mujeres cuidan a esos feroces lisiados reflujo de las tierras cálidas. intervendré en política. Salvado”.
Rimbaud siempre quiso estar ailleurs, lejos, en otro lado. Su obsesión por marcharse donde fuera y como fuese lo condujo en 1878 a Chipre y de allí a Egipto, y posteriormente a Harare, donde fue nombrado jefe de la sucursal Bardey, que trataba con pieles y café.
La vida del poeta da lugar a toda suerte de hipótesis y especulaciones. “Se sabe” que tuvo dos mujeres abisinias, que mantuvo relaciones homosexuales con su joven sirviente Djami Wadai, y que no solo vendió pieles y café, sino que en 1886, en la época en que se publicaban sus Iluminaciones, le vendió armas a Menelick, emperador de Abisinia. Un amigo incluso llegó a decirme que gracias a eso el rastafarismo se impuso. Así que el cuadro está completo: poeta maldito, homosexual, escandaloso, traficante de armas… (A propósito: ¿de dónde salen las armas que alimentan el conflicto en el norte del Tigray?)
Otro detalle curioso es que en el capítulo “Hambre” de Una temporada en el infierno hay una referencia a Salomón, y sin ser rimbaldiana ni mucho menos infiernóloga, llama la atención la ausencia de referencias a la reina de Saba, soberana del incienso y de la mirra, quien vivió por ahí, en algún lugar entre Yemen, el norte de Etiopía y Eritrea. No importa mucho saber si realmente existió o si es fruto de la imaginación. Como decía John Ford en The Man Who Shot Liberty Valence, si tienes que escoger entre la verdad y la leyenda, escoge siempre la leyenda. Y la reina de Saba es eso: pura leyenda, capital simbólico. Lo importante es el “efecto Saba”, la fascinación que genera su imagen. En 1934 el escritor francés André Malraux se montó en una avioneta y decidió sobrevolar el desierto en busca de la mítica ciudad. Falló en su excursión, quizás porque buscaba un ideal, una ciudad fantasma. Hoy, Malraux se quedaría sin palabras contemplando los cuerpos áridos, secos y desprovistos de connotaciones místicas de sus habitantes. En Etiopía, el cuerpo de las mujeres se ha convertido en arma de guerra, por eso no es excesivo decir que las nuevas reinas de Saba son mujeres quebradas, violadas, refugiadas.
El conflicto en el norte de Etiopía ha provocado desplazamientos a gran escala, 100.000 desplazados internos, según la agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). Es la primera vez en dos décadas que se ve a tanta gente huyendo de la región del Tigray, más de 3.000 por día. Desde que comenzó la violencia han estado huyendo hacia los puestos fronterizos cerca de Sudán, caminando durante largas horas para sobrevivir. ¿Se están desplazando de un infierno hacia otro?
La gente se ha quedado sin medios de subsistencia, sin alimentos ni servicios básicos y con acceso limitado a los mercados. Y como casi siempre ocurre en las crisis humanitarias, los más afectados son las poblaciones civiles y, entre ellos, las mujeres y los niños. Estas nuevas reinas de Saba son de carne y hueso y no huelen a incienso sino a muerte. Su historia está siendo escrita en el desierto.
Etiopía, diría Edward Said, no es un espejo de Occidente. Tampoco es su doble, mucho menos un reflejo exótico de nuestros propios complejos e inseguridades. Si no es eso Etiopía, ¿qué es? ¿qué significa ser mujer en Etiopía hoy? No tengo las respuestas a esas preguntas, pero sí la certeza de que, donde hay espejos, sobre todo si éstos son místicos, mágicos y dramáticos es imprescindible romperlos para mirar de frente a la realidad.
En palabras de Rimbaud:
El mundo no tiene edad. La humanidad se desplaza, simplemente. Te encuentras en Occidente, pero eres libre de habitar en tu Oriente, tan antiguo como te haga falta –y de habitarlo a gusto. No seas un vencido. Filósofos, sois de vuestro Occidente. (“Lo imposible”).
Cuando Arthur Rimbaud llegó a Harare, ya lo había escrito todo; en cuatro años, desde los dieciséis hasta los veinte años. Y lo que escribió de alguna manera anticipó lo que viviría más tarde.
Cuando Rimbaud llegó a Etiopía ya estaba muerto. Fue una especie de refugiado de la poesía. Su silencio poético quizás sea un regalo, un signo de su resistencia al mito romántico de Oriente.
Sucede que después de la muerte algunas vidas se convierten en leyenda, generan una especie de polvo de mito que vuela como arena en el desierto. Al igual que la Reina de Saba, Rimbaud es un mito de los pies a la cabeza y no es casualidad que eligiera vivir los últimos años de su vida en un lugar habitado por imágenes legendarias.
Rimbaud no escribió nada mientras vivió en Harare, y aunque se ha escrito mucho y sobre todo especulado, sobre su vida durante esos años (1878, 1891), su pasaje por Etiopía sigue siendo un enigma. Algunos habitantes del país confunden su nombre con el de Rambo, el personaje de Sylvester Stallone.
No quedan rastros de las tres casas en las que se estableció, pero a fines del siglo XIX un comerciante indio hizo construir el Centro cultural Arthur Rimbaud. En las paredes se pueden leer algunos versos de Le bateau ivre, traducidos al amharique.
En las últimas semanas el gobierno etíope ha liberado a presos políticos, incluidos figuras claves de la oposición, lo que ha generado esperanza en algunos, aunque para la mayoría, esto sea solo un chorro delgado de agua en la hoguera. La paz no es una solución mágica. Sobre todo, cuando transita entre el infierno y el purgatorio.
En 1891 Rimbaud regresó a Francia enfermo, le amputaron una pierna y el 10 de noviembre de ese mismo año, a los 37 años, murió por última vez.
He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He tratado de inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevos idiomas. Creí adquirir poderes sobrenaturales. ¡Y bien! ¡debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos! ¿Bella gloría de artista y de narrador perdida!
Mientras tanto, en el cuerno de África, Etiopía, la segunda nación más grande del continente, con ochenta grupos étnicos y cien millones de personas, sufre las consecuencias de la guerra, entre balas que llegan de ambos bandos, sequía, pandemia y millones de refugiados que huyen a donde sea y como sea: ailleurs.
Una noche en el infierno es suficiente para morir varias veces.
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Solange Behoteguy es escritora y dramaturga. Trabaja en Naciones Unidas, pero obviamente lo que aquí escribe es su opinión personal.
Una temporada en el infierno es el título de un largo poema que el poeta francés Arthur Rimbaud escribió en 1873. También podría ser el título para el terror que vive Etiopía, desde noviembre de 2020, cuando el primer ministro Abiy Ahmed, a pocos meses de haber ganado el premio Nobel de la Paz, lanzara...
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