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Lo hemos visto un millón de veces en las películas norteamericanas. Alguien que tiene un contratiempo y al que no le están saliendo las cosas decide volver al hogar familiar para recomponer su vida. Un lugar sin encanto y que nadie conoce, localizado seguramente en algún remoto pueblo costero de Nueva Inglaterra, pero que huele a conocido y en el que una vez fue feliz. Va allí para recuperar un calor que ya no siente; el sentido que de repente parece perdido. Y algo así es lo que ha hecho el Atlético de Madrid esta tarde frente el Rayo Vallecano. Volver a casa. A ese lugar confortable en el que la madera cruje y que no gusta a los fabricantes de tendencias, pero en el que una vez fue feliz. Y no me parece una mala idea si de lo que se trata es de sumar puntos mientras se recupera la confianza.
Después de cuatro derrotas seguidas, la presión que había sobre el conjunto colchonero era seguramente mucho mayor de lo que ellos mismos estaban dispuestos a reconocer. En unas circunstancias nada fáciles, con varios jugadores fuera por problemas de covid, la decisión de Simeone ha sido la de volver al viejo esquema y apuntalar las reglas básicas. Defensa de cuatro adelantada, laterales clásicos, doble pivote, bloque estrecho, interiores viniendo al centro y, sobre todo, un nivel alto de intensidad. Y funcionó. El Atleti dominó el tempo, el juego y el balón. Llevó el partido al lugar que más le interesó en todo momento y consiguió reducir a cero las intervenciones de Oblak. El Rayo Vallecano, que venía al Metropolitano plagado de ausencias, no fue capaz de encontrar su sitio en ese esquema y es una pena, porque me parece uno de los equipos que mejor está jugando al fútbol en lo que llevamos de temporada.
Los rojiblancos tardaron unos minutos en asentarse en el viejo traje, pero antes del primer cuarto de hora ya se habían hecho con la manija. Kondogbia actuaba de mediocentro defensivo y eso parecía una brújula para el resto del equipo. Lemar, Carrasco y De Paul completaban un centro del campo eficaz y equilibrado. Solamente faltaba el gol, que no parecía que fuese a llegar por mediación de un Luis Suárez al que se veía muy participativo, pero fallón. Raro en él. Entonces apareció el mejor jugador del partido, un Ángel Correa que volvió a ser el más listo de la clase metiendo la pierna tras el barullo en el que había acabado una genialidad de Carrasco en la línea de fondo. El argentino no sólo abrió el marcador, y después lo cerraría, sino que completó otro gran partido atacando y defendiendo. Rompiendo líneas, ofreciéndose y generando magia, pero también cerrando huecos, presionando y jugando para el equipo. Correa lleva demasiado tiempo siendo relevante como para tener que seguir aguantando esa especie de desdén con el que muchas veces se juzga su trabajo. Quizá su problema sea sonreír todo el tiempo, incluso cuando no le salen las cosas. Bendito problema, por cierto. O quizá es que no esté bien visto eso de seguir trabajando en lugar de quejarse.
Entonces apareció el mejor jugador del partido, un Ángel Correa que volvió a ser el más listo de la clase
El dominio siguió siendo colchonero con el marcador a favor, lo que es muy de agradecer. Habrá quien diga que eso fue así porque esta vez no hubo una directriz desde el banquillo que les invitara a ello, pero yo, que no soy muy creyente en esa hipótesis, creo que tuvo más que ver con un tratamiento más saneado de la pelota de lo que últimamente venía siendo habitual. En lugar de especular con él o soltarlo de mala manera cuando el Rayo incrementó su intensidad para intentar empatar el partido, lo que hizo el Atleti con el balón fue seguir jugando al fútbol. Sin especular. Sin dudar entre si soplar o sorber. Sin miedo. Y así, como por arte de magia, todo siguió igual que lo había sido antes del gol.
El Atleti dominaba y llegaba al área mientras el Rayo seguía sin comparecer en el partido. Luis Suárez volvió a fallar y Carrasco envió un balón al poste, pero Correa no perdonó una excelente llegada de Lodi por la izquierda. 2-0. Ahí, técnicamente, se terminó el partido. Con cualquier error o contratiempo podían haber aparecido los fantasmas que todos conocemos, pero lo que veíamos en el campo no tenía ese aspecto. Los jugadores rojiblancos parecían especialmente comprometidos e intensos y apenas cometían errores. Viendo la actuación de Simeone en la banda, que celebró un robo de Kondogbia como si hubiese sido el tercer gol, tiendo a creer que eso venía desde el banquillo.
Pero no me gustaría terminar esta crónica sin destacar dos cosas más. La primera es el maravilloso detalle que ha tenido el Club Atlético de Madrid con uno de sus aficionados, que es como si lo hubiese tenido con todos los demás. Hace unos días nos estremecíamos en las redes con un vídeo en el que se veía a un señor anónimo llorando de emoción al recibir una camiseta rojiblanca. Hoy ese señor estaba en el palco. Se agradece el que el Club esté pendiente de este tipo de cosas porque no siempre ha sido así. La otra es la ovación cerrada que se ha llevado Radamel Falcao cuando ha saltado al césped. Sí, el delantero del equipo rival. Eso es fútbol. Eso también es Atleti.
Lo hemos visto un millón de veces en las películas norteamericanas. Alguien que tiene un contratiempo y al que no le están saliendo las cosas decide volver al hogar familiar para recomponer su vida. Un lugar sin encanto y que nadie conoce, localizado seguramente en algún remoto pueblo costero de Nueva...
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