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El Atlético de Madrid está mal y tiene un problema. Eso parece evidente. Lo que no me parece tan evidente es describir en novecientas palabras cuál es el origen de ese problema. El aficionado súper enfadado, ese que parece ser el único que está dolido por la situación, dirá que está claro y lo explicará en menos de 280 caracteres. Si el lector está interesado en esta línea de pensamiento ingrese en twitter y navegue un rato por ese fascinante lugar. Quedará saciado. El profesional avezado, ese cuya nómina está proporcionalmente vinculada a la venta de determinado producto, les dirá también, con rotundidad, que el problema tiene nombre y apellidos. Sin aclarar, eso sí, que pensaba lo mismo cuando el aficionado súper enfadado estaba celebrando algún título del Atleti. Si el lector está interesado en esta línea de pensamiento ponga la tele o encienda la radio. Quedará igualmente saciado.
Yo, lo siento, no lo tengo tan claro. Soy capaz de detectar un montón de cosas que ahora mismo no funcionan en el Atleti. Desde una defensa de chicle a una desesperante falta de efectividad. Desde algunas lagunas de concentración incomprensibles en profesionales de cierta talla a una preocupante falta de intensidad. Desde errores impropios de una escuela de fútbol infantil hasta un claro déficit de carácter. Todo ello viene regado además por esa especie de justicia asimétrica que imparte la cuadrilla que tiene secuestrado el arbitraje español. Todas esas razones acaban provocando el estado de bloqueo con el que el equipo de Simeone salta al campo, pero creo que ninguna de ellas explica el problema por sí misma. Es más, tiendo a pensar que están relacionadas entre sí, lo que hace más difícil localizar el origen de la avería. Para mí, estamos delante de un fallo multiorgánico en el que no basta con sustituir un elemento que aparentemente no funciona. No, porque muy probablemente el nuevo elemento acabaría también por no funcionar. No, porque muy probablemente, el elemento original ni siquiera estaba estropeado, sino condicionado por un sistema que no carbura.
Un ejemplo. Leía esta semana que Oblak es uno de los porteros de la Liga que menos disparos recibe y a la vez el que peor índice de acierto tiene de toda la Liga (paradas por disparos a puerta). Este dato, que es real, habla muy bien de la defensa y muy mal de Oblak. Curioso. ¿Significa eso que la solución es cambiar de portero? Pues un razonamiento parecido se puede hacer con Koke o con Simeone.
El resumen del partido contra el Granada es relativamente sencillo si lo reducimos a los hechos. Los rojiblancos salen bien, con un João Félix estelar, y se ponen por encima en el marcador gracias a una genialidad del portugués. Los andaluces aumentan la intensidad para recuperar el balón y lo hacen. De hecho, dejan al descubierto uno de los grandes defectos del equipo de Simeone: su incapacidad para sacar el balón jugado. De Paul sigue sin ser capaz de enseñar en el campo la buena pinta que tiene fuera, Koke parece una sombra del peor Koke y Lemar tampoco estuvo particularmente fino. Incapaces de retener el balón, el equipo tuvo que echarse atrás y ahí aparecieron las dudas. El rival apenas llegó a puerta, pero Machís, igual que le ocurrió a Rakitic, se disfrazó de Pelé para meter el balón por la escuadra. Empate a uno. El Granada frenó su ímpetu y el Atleti se recompuso. Empezó a jugar con más criterio y marcó un segundo gol. Pero entonces apareció otro de los grandes dramas del Atleti de este año: el arbitraje. Que el señor colegiado que estaba en el césped anulara ese gol por falta João Félix, que el señor colegiado que estaba en el VAR aprobase esa decisión después de verlo repetido por televisión, no puede catalogarse de decisión dudosa, ni de interpretación original, ni de error. Eso, según la RAE, se llama prevaricación.
El equipo colchonero jugó mejor la segunda parte y, sin hacer un buen partido, hizo más que su rival. Más allá de un tiro de João que saca Maximiano in extremis todavía en la primera parte, recuerdo un remate de Correa a las nubes, otro de Cunha delante del portero, otro par de remates del propio João, además del famoso tiro al palo que condiciona el partido. Parece un chiste, pero no lo es. El balón salió despedido de la madera con tanta fuerza que casi llegó hasta el medio campo. Kondogbia no es capaz de controlarlo y lo pierde. El Granada contraataca. Hermoso, otra vez, hace lo que hasta un defensa de una liga municipal de veteranos sabe que no hay que hacer: entrar a un rival en campo abierto cuando te atacan en superioridad numérica. Falló, lógicamente. El centro lateral de los andaluces acabó dando en Oblak para que el balón se metiese en su propia portería. Todo lo que podía salir mal en esa jugada, como viene siendo habitual, salió mal.
Paciencia, fuerza mental y capacidad de sacrificio. Me temo que no queda otra
Y se acabó el partido.
El Atleti ha perdido en Granada tres puntos que no debería haber perdido, si nos atenemos a lo que ocurrió en el campo, pero eso es algo que ya dijimos en Sevilla y en algún que otro sitio. Un error puntual es un error puntual. Varios errores puntuales lo que hacen es marcar una tendencia y las tendencias no se explican desde el error.
¿Y ahora qué? Pues no lo sé, aunque no creo sinceramente que la solución esté fuera. Está dentro. En la cabeza, que desgraciadamente es el lugar más difícil de rastrear. Paciencia, fuerza mental y capacidad de sacrificio. Me temo que no queda otra.
El Atlético de Madrid está mal y tiene un problema. Eso parece evidente. Lo que no me parece tan evidente es describir en novecientas palabras cuál es el origen de ese problema. El aficionado súper enfadado, ese que parece ser el único que está dolido por la situación, dirá que está claro y lo...
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