Violencia machista
Niñas vivas nos queremos
El castigo vicario está al alcance de cualquiera. Es la forma última de control, y lo que tiene más cerca el agresor es el niño o la niña que ha resultado de la relación
Carolina León 11/01/2022
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Hay personas que no saben enfrentar las pérdidas cotidianas o los procesos normales de la vida adulta y castigan a quien menos capacidad tiene de defenderse. Hay adultos que nunca han madurado ni madurarán lo suficiente y buscan hacer pagar las injusticias que sufren (lo que consideran injusticias) a cualquiera más débil que ellos. Hay una forma de ejercer el control sobre otras personas, cuando ya has perdido del todo el control, que consiste en hacer daño de forma indirecta, destrozando cualquier objeto del amor de tu víctima, porque no puedes permitir que esa persona ame a cualquier otra cosa más que a ti. Hay quien simplemente no sabe lo que es el amor, solo conoce el castigo.
Hay una forma de machismo criminal que utiliza el abuso, la tortura y el asesinato sobre quienes menos pueden defenderse, con el solo objetivo de hacer daño a las mujeres que, a menudo, solo desean empezar otra vida o, mucho más humildemente, alejarse del maltrato. Si bien el maltratador machista es un cobarde en el sentido más pleno de la palabra, en ningún caso se plasma esa cobardía de forma tan preclara como cuando utiliza a los niños.
Diecisiete años han pasado desde la aprobación de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género 1/2004 en España, y ninguna política pública ha resultado en la erradicación de los asesinatos machistas. Ninguna política pública, aparte, ha logrado hasta hoy que nos tomemos en serio a los niños como víctimas, directas e indirectas, de esta violencia. Hasta hace apenas unos meses, prácticamente ningún discurso público se planteaba las experiencias de los niños y niñas que han de vivir en el centro del maltrato y la violencia, tanto en su calidad de testigos como en su cualidad de víctimas.
Ante la denuncia (si llega a haberla), los derechos del progenitor sobre las criaturas continúan vigentes hasta que se demuestre lo contrario, las medidas cautelares para los niños no llegan con la velocidad que se toman otras precauciones, la suspensión de visitas o cualquier otro tipo de protección quedan fuera de la ecuación y, en medio de un proceso de separación con denuncia de maltrato, estos niños suelen ser el único vínculo que ata al violento con la mujer que intenta salirse de la situación.
Pero antes de las leyes vienen las transformaciones sociales: en situaciones como las descritas arriba, se trata del “padre” y “el padre” es sagrado. Nada se revisa ni cuestiona en cuanto a los derechos del progenitor con respecto a las criaturas, y todas y cada una de las personas de esta sociedad somos cómplices de las consecuencias más macabras que, en ocasiones, llegan. Saltan a la cara entonces todos esos momentos en los que permitimos que el colega, primo o hermano se saliera con la suya, todas esas escenas en las que el violento contiene apenas el tortazo, todas esas extorsiones suavecitas con los niños de por medio, las amenazas veladas o explícitas. No hay nada más sencillo que castigar a un niño, o que castigar a través de un niño.
Cerca, muy cerca, están pasando cosas así, y en general no sucede nada. Si alguna, bajo la amenaza creciente y para prevenir males mayores, se rebela, es posible que acabe entre rejas: Juana Rivas está en la cárcel todavía por llevarse a sus hijos durante unas semanas e intentar alejarlos del maltratador que es su padre (sentenciado, sin mayores consecuencias). Sus hijos siguen viviendo con ese hombre. El juicio social y el castigo siguen recayendo en ella.
Esta es la cruda verdad: nadie quiere tocar al padre, al derecho del padre
El castigo vicario está al alcance de cualquiera, hasta del tío-majo-aliado-concienciado-amigo de las mujeres si la situación se le escapa de las manos (si la realidad le está llevando la contraria): ese castigo es su forma última de control, y lo que tiene más cerca es el niño o la niña que ha resultado de la relación. Es accesible, está permitido, tiene derechos. En algunas ocasiones, no habrá daños visibles, las secuelas quedarán en los supervivientes en formas varias de trauma; en otras se llega a dar muerte a un niño.
Y esta es la cruda verdad: nadie quiere tocar al padre, al derecho del padre. Si se ha logrado estigmatizar hasta cierto punto al maltratador machista, en el caso de ser padre no hay casi nada que le impida continuar ejerciendo la violencia en este otro ámbito, donde no contará con supervisión alguna y sí con toda la legitimidad. El abusador o maltratador conserva el acceso a las criaturas en casi cualquier circunstancia (no se revisan los derechos de visitas o pernoctas ni siquiera en casos de abuso sexual), la “patria potestad” no se toca incluso cuando los niños piden no estar con esa persona. Si escuchamos miedos o quejas de su boca, el primer resorte viene dictado por el prejuicio machista de las “madres manipuladoras”, en lugar de creer o escuchar a las criaturas. Han pasado diecisiete años desde la ley y ya hemos regresado a los tiempos del negacionismo de la violencia de género, cuando apenas se han empezando a contabilizar a los niños que quedan huérfanos por asesinatos machistas y, desde hace muy poco, a los que pierden la vida víctimas de esta misma violencia.
El penúltimo día del año 2021, se contabilizaba a la séptima víctima menor de edad en un caso de violencia vicaria. Tres años tenía. Fue en Lavapiés y él era uno-de-los-nuestros, un chico majo que siempre saludaba en el portal. Tenemos una deuda inmensa con las mujeres que denuncian maltrato en sus relaciones de pareja, pero tenemos además una deuda infinita con los niños y niñas que sufren las consecuencias más infames de esa violencia.
Hay personas que no saben enfrentar las pérdidas cotidianas o los procesos normales de la vida adulta y castigan a quien menos capacidad tiene de defenderse. Hay adultos que nunca han madurado ni madurarán lo suficiente y buscan hacer pagar las injusticias que sufren (lo que consideran injusticias) a cualquiera...
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Carolina León
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