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Alzamiento en el Burger

Veinte minutos viendo salir glutamato que no es tuyo son muchos minutos. Un recurso escaso que nos es robado por otros

Gerardo Tecé 5/01/2022

<p>Máquinas de autopago y zona de recogida en un Burger King de Nueva York. </p>

Máquinas de autopago y zona de recogida en un Burger King de Nueva York. 

Tdorante10 (CC BY-SA 4.0) / Wikimedia Commons

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La vida se abre paso en los lugares más inesperados. Lo sabemos porque Instagram nos tiene acostumbrados a preciosas fotos de vegetación que brota entre adoquines y el telediario nos enseña de vez en cuando animales salvajes a los que les da por pasear por grandes ciudades. Con los movimientos sociales, aunque más complejos de observar que la foto fija de una flor naciendo entre basuras, también ocurre. De repente, en el lugar más insospechado, prende una chispa, un líder se autoproclama y una réplica a pequeña escala de la sociedad ve la luz con éxito. Me contaba la anécdota un amigo. La noche del 1 de enero hacía parada en un Burger King de camino a casa porque lo sensato es traicionar los propósitos del nuevo año antes de que se alarguen y se conviertan en autoengaño. Por eso y porque, hay que reconocerlo, el punto de las hamburguesas rebosantes de glutamato, aromas artificiales y conservantes malísimos para la salud, no lo tiene una sopa de apio. Venga, vale. El amigo era yo.

Diez de la noche y local a rebosar. En la sala de máquinas de la hamburguesería, doce, trece, quizá catorce trabajadores, la mayoría mujeres jóvenes que, hacinadas en un minúsculo espacio para tanta gente, no corren sino vuelan. De cocina a caja, de caja a cocina, dándole salida a los muchos pedidos pendientes. Seiscientos diecisiete: doble cheese bacon. Aquí lo tiene, gracias. Cuatrocientos veintiuno: menú crispy chicken con aros de cebolla, caballero. El sistema ya no es el de antes. Ahora la cola tradicional para pedir comida basura ha sido sustituida por enormes pantallas táctiles distribuidas por el local en las que uno elige su glutamato, lo paga con tarjeta y recibe un ticket con el número de pedido. Un número que alguna doctora en filosofía cantará en los próximos minutos. El espacio central del local, que antes estaba ocupado por la fila de homo sapiens ansiosos de conservantes y colorantes, se ha reconfigurado. Ahora ese espacio lo ocupa una especie de U abierta en sentido a la caja en la que los clientes, ticket en mano, esperan a que alguien cante su número sin quitar ojo a cada movimiento de la sala de máquinas en la que los trabajadores vuelan, entregan comida y atienden las quejas de quienes no se entendieron bien con la máquina: aquí pone doble crunchy chicken, pero yo le di a la tecla de la cheese doble bacon con un poquito de crunchy.

Tras quince minutos de espera, un homo sapiens con tantas ganas de glutamato como el resto de allí presentes, pero con prisas tamaño Big Size a juzgar por su lenguaje corporal –mirada al reloj, brazos pidiendo penalti, chasquido, mirada al reloj–, provoca un conato de rebelión en uno de los extremos de la gran U. Al parecer, el tipo ha descubierto un posible escándalo que afecta a la multinacional norteamericana y comienza a compartirlo con sus vecinos cercanos de la gran U. Murmullos bajo las mascarillas por la zona rebelde. Unos cuantos parecen darle la razón asintiendo con las cabezas mientras otros se encogen de hombros en plan qué quieres que te diga, chico. Animado por la buena acogida de dos o tres vecinos cercanos, el cliente con prisas Big Size decide ampliar su revelación compartiéndola a voces con el resto de la gran U. Al parecer, en un lateral de la cocina del Burger King hay una puerta que da a la calle. Por ella, los repartidores en moto están recogiendo pedidos. Se llama reparto a domicilio, me planteo aportar mi visión del asunto a la charla, pero en los establecimientos de comida basura soy más de comer que de opinar. 

“Señores, con la cantidad de gente que estamos aquí esperando, esta gente –señala a los trabajadores– está sacando pedidos para las casas”, alza la voz, ya con tono de rebelión imparable, de España que madruga. Aunque la mayor parte de la gran U recibe la exclusiva con indiferencia, hay quienes deciden que la causa merece la pena. Entre ellos, un tipo que momentos antes había interrumpido las carreras de una doctora en filosofía para denunciar que le habían entregado antes los helados que la comida. ¿Ha hecho usted dos pedidos distintos? Sí. ¿Por un lado los helados y por otro las hamburguesas? Sí ¿Y acaso tengo yo forma de saber que esos dos pedidos distintos eran para usted?, respondió la chica aplicando el método socrático sin ningún éxito. A esas horas, el afectado por los helados ya se había echado al monte y no sólo se unió a la rebelión, sino que se convirtió en número dos del partido, aportando argumentario a la causa a base de voces: “Los de casa tranquilitos recibiendo los pedidos y nosotros, los de aquí, esperando sin comer”, denunció, logrando aumentar la base de votantes. Veinte minutos viendo salir glutamato que no es tuyo son muchos minutos. Los de aquí contra los de allí. Un recurso escaso, el glutamato, que nos es robado por otros que son invisibles, oscuros, élites calentitas en el brasero. La idea triunfó en parte de la gran U. Visto que aquello tenía pinta de ser un éxito mayor que el whopper, el precursor del alzamiento –Prisas Big Size– volvió a tomar las riendas quitándoselas a Helados Derretidos, compañero de cruzada, pero también potencial amenaza interna a la hora de liderar el partido.

Sin importar que la realidad fuese que en ese tiempo de espera la proporción de pedidos entregados en local vs saliendo a domicilio fuese aproximadamente diez a uno a favor del local, la idea de George Soros, Javier Bardem y algún negro multimillonario birlándonos la cena a base de telefonazos había calado en el ambiente. Creyéndose su propia estadística inventada sobre la marcha, Prisas Big Size dio un paso al frente y decidió abandonar la gran U para plantarse en la zona de cajas y exigir la inmediata paralización de salida de glutamato a domicilio mientras allí hubiera gente esperando. La gran U vibraba. Unos por excitación revolucionaria y otros arrepintiéndonos de no comer más sopa de apio. “Niña –los líderes suelen ser campechanos–, escúchame porque esto no puede ser: es que es puro sentido común –intentaba Prisas Big Size reorganizar el funcionamiento de la multinacional con sede en Miami– que primero coman los que estamos aquí y luego, cuando ya la gente de aquí haya comido, los que están calentitos en sus casas”. “Claaaro”, repetía alargando la A desde la gran U Helados Derretidos mirándonos a todos, uno a uno, no sé si como queriendo cobrar royalties porque la idea de los calentitos en casa era suya u orgulloso de que ya no le perteneciese a él, sino al pueblo. Pero la niña, que no tenía tiempo para rellenar el cartón de patatas y realizar modificaciones estructurales de la multinacional norteamericana al mismo tiempo, ni caso. Disculpe, caballero, no debe quedarle mucho a su pedido. Pero es que no es ya mi pedido, es el sentido común, insistía Prisas Big Size molestando a la trabajadora, ya sin tanta prisa, ya entregado a una causa que era jaleada por aproximadamente el 20% de los que esperábamos nuestro glutamato.

Podría inventarme que aquello terminó en un secuestro del Burger King con gritos de todos los whoppers al suelo y toma de la caja por parte de Helados Derretidos –colocándose los conos en la cabeza en forma de cuernos a lo Capitolio–, pero lo cierto es que la doctora en filosofía cantó mi número, recogí mi glutamato en bolsa de papel y, como un traidor y una marioneta de las élites calentitas en el brasero, me fui a casa quedándome con la duda de cómo acabaría aquello. Sin saber si aquello era el comienzo, visto el gran éxito, de la carrera política de Prisas Big Size y Helados Derretidos. Con la satisfacción, eso sí, de haber sido testigo de una escena descartada de Don't Look Up, de cómo funciona un mundo en el que la estupidez se contagia y se extiende con la facilidad de ómicron. Un buen regalo para comenzar el año. La hamburguesa, como siempre, tan buenísima como indigesta.

La vida se abre paso en los lugares más inesperados. Lo sabemos porque Instagram nos tiene acostumbrados a preciosas fotos de vegetación que brota entre adoquines y el telediario nos enseña de vez en cuando animales salvajes a los que les da por pasear por grandes ciudades. Con los movimientos sociales, aunque...

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Gerardo Tecé

Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).

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1 comentario(s)

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  1. jmfoncueva

    Los que vivimos al alcance de Portugal tenemos -a veces- la fortuna de que nos caiga en los aledaños de casa uno de esos establecimientos que venden pollo al carbón. En su versión original, la brasileña, recibe el nombre de "frango atropelado" (pollo atropellado), por la similitud visual (plumas aparte) con esas palomas que no tuvieron tiempo de cruzar la calle al cambiar el semáforo. (El pollo se asa completamente abierto y parece aplastado en el asador giratorio). El funcionamiento de estos negocios es simple: una empresa portuguesa te monta una gran parrilla y te suministra unos pollos pequeños, el carbón y tres tipos de salsa. El propietario del negocio lo complementa con la venta de litronas, patatas fritas congeladas y otros complementos "alimentarios". Hace unos años, abrieron un asador de estos frente a mi casa. Pega: era imposible conseguir un par de pollos sin esperar media hora. Un domingo me acerqué a la una de la tarde y le encargué dos pollos al que estaba organizando el trabajo del día. Me citó la retahíla: se despachan pollos desde la una y media hasta las cuatro. Bien -respondí-, yo quiero dos, te los pago ahora si quieres, y los recojo a las dos y media. Me dijo que, si hacía eso, se enfadaban los de la cola. No atendió a mis argumentos de que yo era el primero de la cola y que pagaba por adelantado, que vivía enfrente y me parecía estúpido perder media hora de mi vida esperando allí. Ni flores. Comimos comida china. El negocio duró escasos meses más. Era un negocio diseñado a la medida de Prisas Big Size.

    Hace 2 años 10 meses

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