Cartas moriscas
Ofendidos, cancelados y otras especies endémicas en el reino del bulo
Cuando la toxicidad, el veneno y la falsedad son la base de las noticias, y cuando los políticos se enfangan en esa agenda falsa, no es fácil extraer otra conclusión que no sea que algo muy profundo se ha jodido en nuestras democracias
Miguel Mora 10/01/2022
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La pandemia del coronavirus parece en vías de convertirse en endemia, y esa es una noticia estupenda. Para que no crean que hemos venido aquí a ser felices, déjenme añadir que la pandemia de los bulos, los presuntos ofendiditos, los cancelados que copan la esfera pública y los rojipardillos que entran al trapo no para de empeorar. El virus de la mala prensa, de la prensa deshonesta, de la desinformación a sabiendas, de la manipulación permanente, de la distorsión, la mentira, la cloaca y la equidistancia entre santos y criminales sigue extendiéndose, y ya ha pasado de la extrema derecha al extremo centro –el arco ideológico que domina el 95% de los grupos de comunicación privados y públicos del país, y del Ibex–, y desde ahí, sin la menor dificultad, esa cepa ha contagiado también a algunos barones socialistas, al propio presidente del Gobierno, al entero Colegio de Tertulianos y Presentadoras de Magazines Matutinos, a los directivos y cuerpos parlantes de los Telediarios y a no pocos tuiteros desocupados que presumen de ser la true left mientras adoptan sin pudor alguno las peores ocurrencias y métodos de los neofascistas.
Ni siquiera Chomsky, Kapuściński y Woodward juntos podrían ayudarnos a deshacer esta madeja
Si hubiera que explicar cómo hemos llegado a este estado de cosas, cuándo se jodió el Perú, en qué animal se creó este virus y por qué no deja de crecer necesitaríamos acudir a los mejores historiadores y epidemiólogos, pero el verdadero drama es que ni siquiera Chomsky, Kapuściński y Woodward juntos podrían ayudarnos a deshacer esta madeja que cada vez hace más difícil distinguir los hechos de los inventos, la verdad de la patraña, los tabloides de la prensa seria, el periodismo del activismo antidemocrático, la memoria de la desmemoria.
Lo único que puedo contarles es que los que escribimos desde medios incontaminados, que solo dependen de sus lectores para vivir y que tratan todavía de contrastar las informaciones que publicamos y de sobrevivir al alud de mierda diaria refugiándonos en el compromiso del servicio público y el respeto al derecho de los lectores a disfrutar de una información rigurosa y profesional, estamos asustados. Y sobre todo, estamos desesperanzados. Sabemos que siempre hemos sido una gota en un océano, una pequeña comunidad en medio de la jungla neoliberal de los grandes grupos de prensa y sus agencias de publicidad; sabemos que nuestra apuesta por la artesanía informativa y el análisis lento no podrá imponerse al modelo de la macrogranja de pollos y bots que sube 4 posts amarillos a Facebook por hora para forzar el pinchazo inmediato y masivo y convertir la esfera pública en un vertedero.
Bueno, con eso ya contábamos; los tabloides han existido toda la vida desde que Gutenberg inventó la máquina de imprimir papel. Pero cuando el poder económico y político tolera, comparte, alienta e incluso promueve, entrando al juego, el esparcimiento de basura como método principal de (des)informar a la ciudadanía; cuando los peores príncipes de las tinieblas mediáticas se convierten en la referencia de todas las televisiones y casi todas las radios; cuando la toxicidad, el veneno y la falsedad interesadas se erigen en la principal base de todas las noticias, y cuando los políticos se enfangan en esa agenda falsa y negra como si fuera la realidad, no es fácil extraer otra conclusión que no sea que algo muy profundo se ha jodido, y de forma irreparable, en nuestras democracias.
La imparable escalada del bulo como nuevo baremo de éxito y conversación social, sumada a la creciente tendencia de algunos jueces y algunos próceres institucionales a condenar (y cesar) sin pruebas a gente inocente, mientras absuelven o dejan de investigar a un jefe del Estado que apesta indiscutiblemente a culpable, constituye una pinza letal para la afección a la democracia. Bulos + Lawfare = reino de la impunidad. ¿Una democracia plena con muchas instituciones podridas y sin unos medios capaces de contarlo? Albert Camus decía que un país vale lo que vale su prensa. Saquen ustedes sus propias conclusiones.
La pandemia del coronavirus parece en vías de convertirse en endemia, y esa es una noticia estupenda. Para que no crean que hemos venido aquí a ser felices, déjenme añadir que la pandemia de los bulos, los presuntos ofendiditos, los cancelados que copan la esfera pública y los rojipardillos que entran...
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Miguel Mora
es director de CTXT. Fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010, obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros 'La voz de los flamencos' (Siruela 2008) y 'El mejor año de nuestras vidas' (Ediciones B).
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