Land of Lincoln
Entre el desconcierto y la gloria
Muchos republicanos critican a Biden por ser demasiado débil con Putin. Mientras, la extrema derecha del partido y los estertores del trumpismo hacen equilibrios para colocar a Rusia en una posición de legítima defensa
Diego E. Barros 30/01/2022
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El presidente de los EE.UU., Joe Biden, comiéndose un helado en Ohio.
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Suenan tambores de guerra en Europa y suenan a película ya vista pese a que la lógica –y la económica– dice que no es posible una; más que nada porque no nos la podemos permitir. Lo confesó Biden el pasado martes 25 de enero. Tras colocar en alerta a unos 8.500 soldados bajo bandera de la OTAN y advertir de que habría serias consecuencias económicas para Rusia si se atrevía a poner un pie en territorio ucraniano, el presidente de EE.UU. aseguró que de ninguna manera habría tropas estadounidenses sobre el terreno. Después se dedicó a lo que más le gusta: comerse un helado ante las cámaras.
Entretanto hemos vuelto a agotar los lugares comunes: Afganistán como “tumba del imperio” (soviético, aunque no hayan sido precisamente los últimos en salir por patas de allí), la crisis de los misiles de 1962 y hasta la presencia del temible General Invierno porque a quién se le ocurre meterse en peleas con Rusia en enero. El hipotético conflicto llena páginas de periódico y minutos de telediario pese a que el suflé parece haberse desinflado un poco en los últimos días entre el pasatiempo de la comisión sobre el golpito del pasado 6 de enero (no irá a ningún lado) y el golpazo real (las legislaciones que dificultan el voto que el Partido Republicano está sacando adelante en los estados que controla, con el próximo noviembre en mente).
Transcurrido apenas un año del inicio de la Administración Biden hay quien considera que su presidencia está agotada
El primer cambio ya lo hemos visto mientras escribo estas líneas: la invasión (sic) de Ucrania por parte de Rusia ha pasado de “inminente” a “potencial”, mientras los analistas siguen sin explicarnos por qué es más amenaza que un país mueva tropas dentro de sus fronteras –conviene recordar que el primer puñetazo encima de la mesa vino del lado ruso–, mientras otro lo hace fuera de las suyas. Las partes implicadas, EE.UU. (OTAN) y Rusia, saben que el equilibrio solo es posible en la mesa de negociaciones.
Transcurrido apenas un año del inicio de la Administración Biden hay quien considera que su presidencia está agotada. De la gloria a la nada. Lo hacía presagiar, en realidad, lo apretado de la contienda por cuyo resultado final hubo que esperar varios días. Solo una vez disipados los efluvios de la fiesta se pudo ver que los efectos de la resaca dejada por el Hombre Naranja eran permanentes; es decir, los mismos de siempre, pero a calzón quitado. La sensación es que el gran problema del Partido Demócrata, en especial del actual inquilino de la Casa Blanca, es que se mira al espejo, no le gusta lo que ve y no sabe ya qué hacer para cambiarlo.
Joe Biden se presentó como el único hombre capaz de “unir” a un país nunca antes –mentira– tan dividido. El único, repetía su incansable bonhomía adornada con gafas de aviador, capaz de “cruzar el pasillo” –del Congreso– para volver a sacar adelante políticas bipartidistas por el bien “de todos”. Biden, con la popularidad por los suelos y la inflación por las nubes, sabe que la crisis ucraniana ha vuelto a disparar las contradicciones –y los fantasmas– de EE.UU. Con la deshonrosa retirada de Afganistán aún en la retina, según la encuesta de Rasmussen, solo el 31% de estadounidenses apoyaría el despliegue de tropas americanas sobre el suelo de Ucrania en caso de invasión rusa. Por eso, tras la zozobra de la semana pasada, Biden quiso cerrar el debate el martes.
La opinión pública estadounidense, una vez más, observa con una mezcla de incredulidad y desinterés lo que pueda suceder con un país que apenas sabe colocar en el mapa.
Según la perspectiva norteamericana del pasado, Estados Unidos no es la clásica potencia imperialista, sino quienes deshacen los entuertos de este mundo, persiguen las tiranías y defienden la libertad, no importa dónde ni a qué precio. Esto llevaba siendo así más o menos desde que el presidente Monroe invocara su célebre doctrina, allá por 1823. La diferencia entre Occidente –sea lo que sea esto– y Rusia es que a la segunda le importa entre cero y nada mantener una apariencia democrática y le sobra paciencia, mientras espera a que el primero termine por hacer las cuentas de pros y contras. También, si las cosas se ponen mal, hay quien sugiere que Moscú no tomará decisión alguna antes de que acaben los JJ.OO. de invierno porque en el fondo nadie quiere incomodar a China, que estrecha lazos con su rival histórico. El país asiático observa esta crisis expectante, con buena parte de las cartas de la baraja en la mano, y aliviada de que las piezas vuelvan a su posición natural: derrotado por decreto el terrorismo islámico (no, pero quién se acuerda ya de ello) dentro de los esquemas de “en la guerra fría todos vivíamos mejor”. Coinciden en EE.UU. en señalar que ni está la UE ni se la espera, solo Alemania, dependiente del gas ruso como el comer, sigue haciendo buenas las enseñanzas de Otto von Bismarck, quien ya en 1863 advertía de que el secreto de la política consiste en firmar un buen tratado con Rusia. A nadie se le escapa que a Alemania todavía le duelen las heridas.
La diferencia entre Occidente y Rusia es que a la segunda le importa entre cero y nada mantener una apariencia democrática y le sobra paciencia
Pese al desinterés general, paradójicamente Ucrania ha centrado buena parte de la política exterior estadounidense durante los últimos doce años. Un poco de historia reciente: Rusia se anexionó la región de Crimea en 2014 en una operación relámpago que pilló desprevenida a la Administración de Obama, que solo pudo responder con sanciones económicas. Tanto el exjefe de campaña de Trump, Paul Manafort, como el hijo del actual presidente, Hunter Biden, se han visto asociados con el país. Manafort fue asesor del primer ministro de Ucrania, Victor Yanukovich, prorruso, y fue acusado de ser la vía de entrada de la “injerencia rusa” en la política estadounidense, teoría que siempre planeó sobre la presidencia de Trump. Con posterioridad, Trump trató de alegar un quid pro quo entre las actuaciones de Biden como vicepresidente de Obama y el trabajo de Hunter Biden para una compañía de gas ucraniana. Finalmente, en 2019, se filtró una conversación telefónica entre Trump y el presidente electo de Ucrania –Volodímir Zelenski– en la que le amenazaba con retrasar un enorme paquete de ayuda militar para el país si no investigaba a su por entonces rival a la presidencia de EE.UU. Trump acabó siendo sometido a un proceso de impeachment, fue condenado en la Cámara de Representantes y finalmente absuelto por el Senado. Ahora esto.
Con el GOP concentrado en prenderle fuego al país en otros ámbitos –la interminable pandemia, la llamada guerra cultural, frenando cualquier iniciativa legislativa de calado que salga de la Casa Blanca y preparando una ofensiva ultraconservadora desde los bancos del Tribunal Supremo en el que goza de una holgada mayoría– la sensación es de desconcierto. La política exterior de EE.UU. solía ser cuestión de Estado, un por mí y por todos nuestros intereses a mayor gloria de la libertad y de la democracia.
Es posible que el presidente Donald Trump se haya ido de Washington, pero sus coincidencias con Putin –el convencimiento de que la apariencia democrática nos importa cero o nada, son solo negocios, y sobre todo su ultranacionalismo– persisten en al menos una parte del Partido Republicano. Para muestra, un botón: la oficina de Nueva Jersey del congresista demócrata Tom Malinowski comenzó a recibir llamadas telefónicas de electores que argumentaban que Rusia solo busca la paz concentrando fuerzas en la frontera con Ucrania y que Estados Unidos debería mantenerse al margen del conflicto. Así lo confirmó el propio congresista en su cuenta oficial de Twitter. Es el argumentario del ala más derechista y aislacionista del GOP. Su portavoz, el popular presentador de Fox News, Tucker Carlson, sugiere cada noche desde su atalaya en prime time que Estados Unidos debería apoyar a Moscú en lugar de a Kiev.
Muchos republicanos en el Capitolio critican a Biden por ser demasiado débil con el líder ruso Vladimir Putin. Es el caso del GOP clásico, encabezado por el líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, quien pidió el envío urgente de más armamento a Kiev. Michael McCaul, el principal republicano en el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, también instó este domingo a la Casa Blanca a aplicar sanciones contra Rusia antes de cualquier invasión, tal y como había solicitado el gobierno de Ucrania.
Es posible que el presidente Donald Trump se haya ido de Washington, pero sus coincidencias con Putin persisten en al menos una parte del Partido Republicano
Mientras, la extrema derecha del partido y los estertores del trumpismo hacen equilibrios para colocar a Rusia en una posición de legítima defensa al tiempo que acusan a Biden de provocar a Moscú entrando en su zona de influencia. El caso más llamativo es el de Mike Pompeo, secretario de Estado de Trump, quien hace unos días, también en Fox News, se dedicó a elogiar efusivamente la inteligencia del líder ruso. “Teníamos respeto por él y su poder. Es un estadista con mucho talento, fue agente del KGB, por el amor de Dios, sabe cómo usar su poder, debemos respetar eso”.
Ver a un ex alto cargo estadounidense elogiar a un adversario de Estados Unidos que actualmente amenaza con intervenir un país aliado y apoyado por Washington es algo que desde luego no esperábamos.
Suenan tambores de guerra en Europa y suenan a película ya vista pese a que la lógica –y la económica– dice que no es posible una; más que nada porque no nos la podemos permitir. Lo confesó Biden el pasado
Autor >
Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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