NOTAS DE LECTURA (XIX)
Contra las guerras culturales
Uno de los peligros pasa por olvidar que la función crítica e intelectual es alborotar, provocar y matizar a los de tu propia trinchera
Gonzalo Torné 6/02/2022
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Más triste que lo tuyo. Si Hidrogenesse se decidiese a actualizar su “No hay nada más triste que lo tuyo” quizás incluiría al opinador cultural de derechas entre las cosas más tristes, al lado de “una tienda de animales, con los perros en sus jaulas o un turno de noche en la cadena de montaje, esperando la sirena”. Aunque quizás no superen a los tristísimos “Caballitos pony”, menuda vida se dan, girando alrededor de la piedra de moler a ver si sacan harina de una serie de asuntos que oscilan entre lo inexistente y lo irrelevante: la cultura de la cancelación, la izquierda woke, las formas más pastosas de nostalgia, el fin del espíritu, la corrección política, los límites del humor… y vuelta a empezar. Un trabajo de Sísifo, por ponernos estupendos, cuya única ventaja (además de un modesto jornal) quizás sea la de no tener que ejercitar el pensamiento, basta con aplicar una plantilla. Contrasta que siendo potencialmente inagotable el campo de las novedades que esperan una réplica crítica una parte considerable de la energía y la inteligencia de la “opinión de izquierdas” se desgaste replicando a estos espectros insistentes. Se obtiene una victoria fácil, pero se pierde un tiempo precioso. ¿No sería mejor redirigir al lector (al estilo de las implacables páginas web caídas) a una elaborada respuesta automática?
Contra las guerras culturales. Uno de los peligros de las así llamadas “guerras culturales” pasa por olvidar que la función crítica e intelectual no supone tanto la confrontación con el adversario, siguiendo las directrices de los partidos y las consignas de los medios, como alborotar, provocar y matizar a los de tu propia trinchera. Para lo primero, al fin y al cabo, no se necesita pensar, basta con tener buena voz y un ánimo insistente.
¿Cómo explicar que las novelas de Dickens las escribía un hombre que daba conferencias contra el sufragio universal y a favor de la esclavitud?
Escribir contra uno mismo. Aunque parece de sentido común dar por hecho que los autores con un comportamiento público “de derechas” escriben novelas “conservadoras” y los autores con un comportamiento público “de izquierdas” escriben novelas “valientes e innovadoras”; el riesgo de esta superposición acrítica ha relucido en las páginas de la prensa más rutinaria que ha calificado de “conservadora” a una novela tan audaz y sofisticada como Mazurca para dos muertos, y ha señalado como “progresista” un libro tan conservador y tantas veces leído como La madre de Frankenstein.
Esta clase de divergencia no es para nada insólita en la historia de la novela, donde con muchísima frecuencia los autores no las escriben para darse la razón, ni para defender sus opiniones públicas, sino para tensionarse, explorar sus propias contradicciones y dar espacio a ideas contrarias a las que suelen defender en público. Muchas de nuestras creencias desprenden sombras atractivas, que suelen ser un combustible de primera para poner en marcha la ficción. ¿Cómo explicar que las novelas de Dickens, reformistas y saturadas de comprensión por los desfavorecidos, las escribía un hombre que daba conferencias contra el sufragio universal y a favor de la esclavitud? ¿O que Tolstoi terminase un prolongado ataque contra Shakespeare y las falsedades del arte y luego se sentase en su dacha a escribir nada menos que Anna Karenina? ¿O que Dostoievski escribiese en los periódicos una cosa, explorase la contraria en su ficción, y a día de hoy nadie sepa cuál es su palabra definitiva sobre algunos asuntos, sencillamente porque algunas inteligencias solo se detienen (y dejan de absorber y de tentarse e inquietarse) cuando están muertas? Tampoco nos faltan los ejemplos contrarios, ¿no sería mejor El agente secreto si Conrad hubiese reprimido el ansia por expresar cada dos páginas el desprecio que sentía por los anarquistas?
En este sentido, y con independencia del juicio que nos merezcan las actitudes públicas de Cela y Grandes (que por supuesto afectan, y de qué manera, a la lectura), podemos defender que incluso en el aspecto ideológico Mazurca para dos muertos es más “progresista” que La madre de Frankenstein, en la medida que Cela aprovecha (y descubre alguna por su cuenta) las posibilidades formales y confrontativas de la novela para ampliar nuestra visión de una zona del mundo, mientras que Grandes las desaprovecha para refrendar lo que ya sabíamos, con lo que ya estábamos de acuerdo antes de salir de casa. ¿Hay algo más conservador en el juego de la novela que un texto que nos da la razón, que refrenda y masajea los parámetros de nuestra sensibilidad común y de nuestras ideas corrientes?
El roce de las réplicas. Leo casi seguidos dos libros (Desde dentro y El nivel alcanzado) donde sus autores (Martin Amis e Ignacio Echevarría) citan párrafos de un diario y nos previenen de que se trata de palabras no dispuestas para la publicación, por lo que deben ser cogidas con pinzas. Amis se refiere a los latigazos que Virginia Woolf le da al Ulises de Joyce (libro que, por otra parte, se toma en serio, y en el que no puede dejar de pensar) y Echevarría a los amargos recuerdos eróticos que Canetti le dedica a Iris Murdoch. Si nos dejamos llevar por la dichosa sensibilidad común las advertencias de Amis y Echevarría parecen una prevención excesiva, casi sospechosa. Al fin y al cabo, suele considerarse que la verdad de lo que uno opina está en lo íntimo, en los escritos ocultos, pero a poco que lo pensemos dos veces se trata de una asociación insostenible. También hay una verdad de la palabra pública, modulada para la expresión precisa, que no tiene que respetar la palabra privada, donde muchas veces de lo que se trata es de exagerar, de explorar ramas de nuestra opinión de las que no estamos del todo seguros y que necesitamos llevar al extremo, aunque sea para purgarlas de emociones parasitarias, como la envidia, el estupor, la incomprensión o los celos.
¿Hay algo más conservador en el juego de la novela que un texto que nos da la razón, que refrenda y masajea los parámetros de nuestra sensibilidad común?
Si la lectura de un diario queda afectada por la intención del autor, si se pensó para la lectura pública (como los de Jünger) o para el consumo privado (textos, como el de Kafka o el de Plath, con los que suelo avanzar con reparos y pudores), quizás también altere nuestra lectura saber si el autor quería publicarlos en vida, una vez desaparecido él (pero que pudieran leerlo los concernidos) o indicó una fecha de publicación tan lejana que sus palabras ya no pudiesen alegrar ni fastidiar a nadie. Sobre los dos primeros modelos han coincidido en nuestras librerías el de Juan Marsé (que esperaba defenderlo en vida) y el de Rafael Chirbes (que lo programó para una fecha intermedia entre su muerte y la de los concernidos). Y no deja de sorprenderme la discreción con la que ha pasado el diario de Marsé, que dedica muchas páginas a los tartufos culturales de nuestro tiempo, y la catarata de elogios a la valentía de Chirbes. Doy fe de la valentía (al límite de una temeridad jocosa) de Marsé y no dudo de la de Chirbes (en la medida que confluyen en defenderla unas cuantas voces que respeto), pero me inquieta que un escritor con la posibilidad de expresar en libros y en prensa sus ideas sobre la literatura y los literatos haya esperado a morirse para publicarlas, no sin antes asegurarse que los blancos de sus dardos iban a enterarse. Una actitud que me recuerda al del niño que se pone a cantar su verdad en medio del patio con las manos tapándose los oídos, para asegurarse que no le llegan las respuestas a sus argumentos, ni el roce de una réplica.
Más triste que lo tuyo. Si Hidrogenesse se decidiese a actualizar su “No hay nada más triste que lo tuyo” quizás incluiría al opinador cultural de derechas entre las cosas más tristes, al lado de “una tienda de...
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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