NOTAS DE LECTURA (XVIII)
Muertos, trincheras, constreñir
En la lectura, como en la experiencia, vamos un poco a ciegas, dando tumbos y de sorpresa en sorpresa
Gonzalo Torné 27/12/2021
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Escribir para los muertos. Da igual si uno se dedica a la novela o al aforismo, al poema épico o al verso libre, la pregunta ¿para quién escribe?, a poca fortuna que tenga, le espera agazapada en algún momento de su futuro. La pregunta es imposible de responder de manera exhaustiva en el sentido que los destinatarios de la escritura son variadísimos y cambiantes. Pero esta variedad contribuye a la diversión, pues parece como si se nos propusiera una prueba de ingenio. ¿Escribimos para los amigos? ¿Para seducir a un desconocido? ¿Para los enemigos? ¿Para un lector sofisticado? ¿Para los críticos? ¿Para el lector corriente? ¿Para la posteridad? Las respuestas no son del todo contradictorias, y pueden compatibilizarse, al menos de manera sucesiva. Pero hay una posibilidad que no suele anunciarse y que a veces aprecia uno en los textos, cuando el autor parece escribir para los muertos, no los muertos célebres y famosos, sino los suyos y privados. Como si retomase así una conversación interrumpida, el único modo en el que seguir transmitiendo las noticias del mundo que interesaba a los dos, y en el tono que era suyo y que quizás no compartían con nadie. Por supuesto se trata de una clase de comunicación muy especial, descrita con gran precisión por Jaime Gil de Biedma: “Qué me agradeces, padre, acompañándome / con esta confianza / que entre los dos ha creado tu muerte? // No puedes darme nada. No puedo darte nada, / y por eso me entiendes”. Precisamente Biedma es el destinatario de la conversación que Marsé establece en sus diarios con un viejo amigo, como si tantos años después de muerto siguiese siendo inimaginable guardarse información o entender el mundo sin la complicidad de su interlocutor privilegiado.
Trinchera. Le debemos a Harold Bloom una útil taxonomía crítica: la del escritor con el que estamos de acuerdo en todo lo que sostiene y afirma, y cuyos libros no nos interesan nada. La clasificación admite, por supuesto, gradaciones. Bloom se refiere principalmente a las ideas vertidas en la novela, con cuya intención política coincidimos. Y señala a novelistas perezosos cuyo propósito es refrendar nuestras ideas y nuestra sensibilidad (incluida la moral), ni siquiera se trata de la “calidad literaria”, sino de la exposición, sutileza y modulación de estas ideas, de manera que no sean demasiado categóricas, simples, previsibles… que no atiendan a la complejidad cambiante de lo político. La categoría de Bloom parece particularmente útil en tiempos de guerras culturales, donde la sencilla declaración de “ser de izquierdas” por parte del autor parece levantar adhesiones inquebrantables, uno sospecha que poco meditadas. Nota mental: seguramente esta nota merezca detallarse y ampliarse.
Critica y lectura. Suele decirse del crítico que es un “buen lector”. “¡Qué buena lectura ha hecho Pepito! ¡Qué buena lectora es Pepita!” Y lo cierto es que es aceptable hasta cierto punto tomarlos como sinónimos en un sentido general, siempre que no llevemos demasiado lejos la identificación. Las relaciones entre lectura y crítica se parecen un poco a las que se establecen entre la experiencia y la escritura. En la lectura, como en la experiencia, vamos un poco a ciegas, dando tumbos y de sorpresa en sorpresa. La escritura y la crítica se parecen en que deben hacer recuento de lo experimentado/leído hasta obtener un sentido más o menos estable. De manera que la crítica parece decantarse más hacia la escritura que hacia la lectura. Desde luego sería asombroso que un buen crítico fuese un pésimo lector (aunque sabemos que un gran crítico puede prescindir de la lectura atenta de según qué libros); y aunque la categoría de “buen lector” es necesariamente borrosa (en la medida que no deja marca escrita), uno puede imaginar a un buen lector (alguien que comprende mientras lee y que establece relaciones con otras lecturas y vivencias) sin llegar a sentir el impulso de encauzar y recortar todo ese magma continuo e impreciso de sensaciones en un discurso de página y media. ¿O es que solo leemos bien aquellos libros sobre los que hemos escrito bien? Antes al contrario parecería que la crítica supone una cierta violencia contra la lectura, derivada de la obligación de constreñir un caudal variado de ideas e impresiones a un espacio estrecho, de relaciones argumentales. Una violencia del sentido.
Escribir para los muertos. Da igual si uno se dedica a la novela o al aforismo, al poema épico o al verso libre, la pregunta ¿para quién escribe?, a poca fortuna que tenga, le espera agazapada en algún momento de su futuro. La pregunta es imposible de responder de manera exhaustiva en...
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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