VENA CAVA
Mil soles espléndidos para Afganistán
Sombras nada más, eso son las mujeres en Afganistán, golondrinas azules encarceladas en su propio cuerpo. Golondrinas sin alas
Solange Behoteguy 11/02/2022
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Hace poco leí Mil soles espléndidos (2007; Salamandra, 2009) de Khaled Hosseini. Empecé leyendo una novela y terminé sintiéndome testigo de algo terriblemente real: todo lo que les sucedía a las heroínas (Laila y Mariam) lo están viviendo millones de mujeres afganas hoy, ahora.
A seis meses de la toma de Afganistán por los talibanes, el futuro parece más incierto que nunca y una se pregunta: ¿cuándo saldrán los mil soles espléndidos escondidos tras los muros de Kabul?
La compleja crisis humanitaria que oculta los soles en Afganistán no se generó en seis meses ni mucho menos en veinticuatro horas. Es el resultado de cuarenta años de conflictos, y quizás por ello también sea válido preguntar: ¿qué es Afganistán? ¿Un país, una frontera o una pelota a la que se quiere dominar para ganar el Gran Juego? (Término popularizado por Rudyard Kipling en su novela Kim (1901), en la que describe una de las mayores rivalidades de la historia entre británicos y rusos por apoderarse de Asia Central.)
Según el Programa de Alimentación Mundial (PAM), 22,8 millones de afganos, lo que equivale a más de la mitad de la población, padecen niveles extremos de hambre
En Afganistán, el Gran Juego ha sido permanente. Quizás con un sentido más literario, pero no por ello menos temerario, los rusos prefieren hablar de tournament of shadows. Tras la salida de los rusos después de la revolución de Octubre, llegaron los comunistas. “¿Qué? ¿No sabes lo que es un comunista? ¡Todo el mundo lo sabe!”, exclama Rashid a Mariam en Mil soles espléndidos. “Cruzó los pies sobre la mesa y masculló que era alguien que creía en Karl Marxist”. Después de los comunistas, los talibanes, luego los americanos y recientemente otra vez los talibanes. Un juego de poder que parece no acabar nunca, y en el que siempre pierden las mujeres. Sombras nada más, eso son las mujeres en Afganistán, golondrinas azules encarceladas en su propio cuerpo. Golondrinas sin alas.
Igual que Laila y Mariam en Mil soles espléndidos, en 2022 una adolescente afgana puede ser obligada a casarse con un hombre viejo que la violará la noche de bodas y rezará para que le dé un hijo varón.
Más de una vez al leer la novela de Hosseini me pregunté qué más podía sucederles. Pero nunca era suficiente. Después de las golpizas que Raschid, el marido de ambas, les proporcionaba con crueldad inagotable, ocurrió que las comidas se fueron haciendo cada vez más raras. Hoy, según el Programa de Alimentación Mundial (PAM), 22,8 millones de afganos, lo que equivale a más de la mitad de la población, padecen niveles extremos de hambre. Algunas familias venden a sus bebés para comprar comida.
La crisis en Afganistán es millonaria: millones de niños y en especial niñas no van a la escuela, un millón de niños de menos de cinco años son susceptibles de morir de malnutrición y, paradójicamente, se puede decir que en Afganistán no hay niños, porque se convierten en adultos demasiado rápido a fuerza de golpes y hambre. Emily Dickinson diría que viven un funeral permanente en la cabeza.
Este invierno, los 3,5 millones de desplazados internos dormirán en carpas improvisadas bajo sábanas de plástico y algunos venderán sus pertenencias para calentarse.
La población está expuesta no solo al covid sino también a enfermedades mortales prevenibles como el sarampión, la diarrea y la polio. Más del 80% de la población depende de agua potable contaminada, según declaró recientemente el secretario general de Naciones Unidas.
La economía se hunde. Según el Banco Mundial, el 75% del gasto público dependía de la asistencia internacional, suspendida en respuesta a la toma de poder de los talibanes. El país –si existe, al menos tal como lo imaginamos desde nuestra perspectiva occidental– se enfrenta a la peor sequía de las últimas dos décadas y, por si fuera poco, el 17 de enero de este año, Afganistán tembló. Un terremoto de magnitud 5,3 sacudió el distrito de Qadis y la provincia de Badghis.
Las Naciones Unidas han solicitado 5.000 millones de dólares para su plan de respuesta humanitaria urgente. El fondo será destinado a resolver problemas de salud, educación, electricidad, pero también a proporcionar ayuda vital a los países que acogen refugiados afganos.
Según la Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR), Afganistán es el segundo país del mundo por número de refugiados. Cerca del 90% de ellos (unos 2,2 millones de personas) han sido acogidos por países vecinos como Irán y Pakistán. Precisamente es a Pakistán donde Tariq, el amigo de infancia de Laila, y su familia huyen en la novela de Hosseini.
Una mujer puede ser madre, hija, hermana, abuela, profesora, deportista o lo que quiera y ningún proceso de paz puede tener éxito si no se las incluye
Atención: spoiler. Al final de la novela, cuando por fin se reúnen Laila y Tariq, abandonan Kabul y se instalan en Murri. Allí viven una relativa felicidad, temeraria y frágil. Cuando Estados Unidos toma Kabul después del 11 de septiembre, Laila siente que debe regresar a su tierra natal, resuenan en ella las palabras de su padre: “Cuando esta guerra termine, Afganistán te necesitará tanto como a sus hombres, tal vez más incluso. Porque una sociedad no tiene la menor posibilidad de éxito si sus mujeres no reciben educación. Ninguna posibilidad”.
“Laila parpadea para contener las lágrimas, Kabul los aguarda. Los necesita. Al volver a casa, están haciendo lo correcto”. Kabul necesita a sus mujeres para reconstruirse. Y Aziza, la hija de Laila y Tariq, podrá ir a la escuela y ser lo que quiera. Cuantos más derechos se le respeten a una mujer, más identidades poseerá. Porque una mujer puede ser madre, hija, hermana, abuela, profesora, deportista o lo que quiera y ningún proceso de paz puede tener éxito si no se las incluye.
Se puede decir que la novela de Hosseini tiene un final feliz. Tariq, Laila y sus dos hijos Aziza y Zalmai toman un helado de rosas sentados en un banco con las montañas detrás y el sol iluminando tenuemente el camino hacia algo que se parece a la felicidad. Hay esperanza. Lo terrible como lectora, es haber leído la novela en 2022 sabiendo que el 15 de agosto de 2021 los talibanes se apoderaron de Kabul. Y entonces una imagina a Laila, desgastada otra vez, con la memoria adolorida. El pasado lo conoce muy bien, pero no puede evitar las lágrimas al imaginar el futuro. Su hija Aziza ya tiene veintinueve años y ve cómo una vez más los mil soles espléndidos se esconden detrás de los muros y de las montañas.
Las mujeres de ahora, como Aziza, ya no son las mismas de antes, han estudiado, se han apropiado del espacio público y le han dado esperanza a las mujeres escondidas como soles en las áreas más alejadas de la capital. Esos soles se preparan para irradiar su fuerza y de ese futuro femenino emergerán “otros Afganistanes”, “otras Asias” parafraseando a Gayatri Spivak, que nos invita a ejercitar una imaginación informada para pensar una pluralidad de identidades. El futuro de Afganistán será femenino o no será.
Hace poco leí Mil soles espléndidos (2007; Salamandra, 2009) de Khaled Hosseini. Empecé leyendo una novela y terminé sintiéndome testigo de algo terriblemente real: todo lo que les sucedía a las heroínas (Laila y Mariam) lo están viviendo millones de mujeres afganas hoy, ahora.
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Solange Behoteguy
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