1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

SHAKESPEARE

Una escena de ‘Macbeth’

La manipulación inconsciente de los recuerdos vitales obedece a la existencia de categorías estéticas firmemente instaladas en los abismos: la memoria sacrifica siempre la verdad en favor de la coherencia narrativa y la vividez literaria

Santiago Alba Rico 23/02/2022

<p>Detalle del cuadro 'Sarah Siddons como Lady Macbeth' de Robert Smirke.</p>

Detalle del cuadro 'Sarah Siddons como Lady Macbeth' de Robert Smirke.

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

He leído a Shakespeare muchas veces en mi vida, la última durante el verano de 2021. Entre sus obras, obviamente, he vuelto una y otra vez a Macbeth, algunos de cuyos pasajes he citado a menudo en libros y conferencias. Creo conocerlo bien. No. No es cierto. He descubierto aterrorizado que lo conozco “demasiado” bien. 

Me explico. A Ana y a mí nos ha entrado de pronto un fervorín shakesperiano, de manera que hemos dedicado nuestras últimas veladas cinematográficas a ver distintas versiones de las piezas más conocidas del genio de Stratford. Después de disfrutar la semana pasada del ciclo de los reyes a través de la serie de la BBC, The hollow crown, decidimos ver el Hamlet de 1948 de Laurence Olivier antes de abordar Macbeth a través de la mirada de diferentes directores. El jueves vimos la horrenda versión de 2021 de Joel Cohen; todo nos espantó en ella, incluso las desafortunadas interpretaciones de Denzel Washington y Frances McDormand. Acabamos, la verdad, muy cabreados; yo muy especialmente, porque Cohen se había saltado una de mis escenas favoritas, aquella en la que se cifra, a mis ojos, el genio shakesperiano: el fulcro mismo de su potencia dramática. Me acosté, pues, de mal humor y ayer, viernes, para enjuagarnos la mente decidimos ver la versión de Orson Welles, también de 1948, con la seguridad de que sería más sobria y más fiel al espíritu original. No nos decepcionó, salvo porque, para mi estupor, tampoco Orson Welles incluía la célebre escena. Tanto me sorprendió que, como quiera que la versión de Cohen evocaba, como su figura incusa, la de Welles, concluí que se había basado en esta última a la hora de elaborar el guión escénico de su bodrio.

¿Cuál era, en todo caso, la “célebre” escena, cifra del genio shakesperiano? La escena en la que, mientras Macbeth se desliza en la habitación del rey Duncan para matarlo, sus soldados, a los que lady Macbeth ha suministrado vino mezclado con somníferos, mantienen una grosera conversación jocosa antes de perder el conocimiento. Se trata de una conversación filosófico-cómica sobre el tiempo, el alcohol, el sexo y el poder, completamente banal y completamente bufonesca, casi fasltaffiana, y todo ello mientras el monarca sucumbe a las puñaladas del regicida. Seguro que muchos de mis lectores también la recuerdan. Yo había hablado muchas veces a Ana de esta escena, que he citado incluso en algún artículo, y del maravilloso contraste y colusión entre la sangrienta tragedia del interior y la frivolidad plebeya del exterior; entre el mal y la normalidad; entre el destino y el pueblo. Se la había anticipado a Ana el jueves y no llegó; la esperábamos ya el viernes y de nuevo nos sentimos frustrados. ¿Cómo Orson Welles había suprimido esa suprema maravilla de equilibrio y contradicción? Al acabar la película, estaba furioso. Corrí a mi cuarto a coger el libro, diciéndome que por lo menos –diablos– tenía que leérsela a Ana en voz alta antes de irnos a la cama.

Yo había hablado muchas veces a Ana de esta escena, del maravilloso contraste y colusión entre la sangrienta tragedia del interior y la frivolidad plebeya del exterior

Pues bien, no encontré la escena. La busqué y la busqué y no la encontré. Porque resulta que esa escena, ¡no existe! Pocos sucesos en mi vida me han parecido tan extraños, perturbadores e inexplicables. No sólo se la había descrito a Ana con pasión exhaustiva sino que la importancia que yo le atribuía se fundaba en una irrefutable autoridad exterior. Esa escena –le decía yo a Ana– había sido el objeto de un famoso ensayito seminal del estrafalario Thomas de Quincey, el primero en observar, en el siglo XIX, el potencial dramático de esta simultaneidad escénica entre lo trágico y lo cómico. Mi interpretación de la escena –y, por supuesto, la incuestionabilidad de su existencia misma– procedían de ahí. 

Pues bien, ese ensayo de Quincey, ¡tampoco existe! De Quincey escribió, sí, un ensayito que enseguida localicé y recordé, Sobre los golpes en la puerta de Macbeth, que analiza no la escena anterior a la muerte de Duncan sino la inmediatamente posterior, ésa en la que una sucesión de golpes retumbantes e imperativos en la puerta del castillo sobresaltan a los esposos asesinos, que siguen paralizados mirándose las manos manchadas de sangre. Es probable que, cuando yo evocaba la autoridad de de Quincey, estuviese pensando por error en ese ensayito, en el que se aborda un momento nada jocoso de la obra y que le sirve al extravagante inglés para enfatizar la vertiente más estremecedoramente efectista de Shakespeare. A la espera de poder acceder a mi edición de los ensayos de de Quincey –por si hubiese mezclado dos de ellos–, me pregunto con estupor de dónde he podido sacar esa escena inexistente y cómo he llegado a relacionarla con el ensayito citado, el cual demuestra precisamente que esa escena no existe –pues se ocupa de otra con un significado apenas aledaño.

Una posibilidad es que yo haya desplazado de sitio y transformado la escena III del segundo acto, en la que el portero borrachín, en respuesta a los golpes imperiosos, abre la puerta a McDuff y lo acompaña luego, con Duncan ya muerto, sin dejar de perorar sobre los efectos del vino. Ahora bien, Thomas de Quincey no comenta en su ensayito la intervención del portero, al que de hecho no menciona; él se centra en los golpes, cuya función dramática, dice, es la de reanudar la vida humana interrumpida por la irrupción del mal, petrificado, con el tiempo mismo, en las manos ensangrentadas de los asesinos. ¿Habré convertido esa “reanudación” en una “simultaneidad”, adelantando la perorata del portero al momento inmediatamente anterior al asesinato y distribuyéndola además entre varios soldados, y todo ello para sostener una tesis shakesperiana sin relación con la de de Quincey? Un falso olvido, paralelo al falso recuerdo, vendría a abonar esta hipótesis. Pues viendo el jueves la película de Cohen, y tras protestar mentalmente por la supresión de la escena de los soldados, me molestó enseguida la aparición y parlamento del portero, colindante en el tono, y acusé –a Cohen– de haberse inventado un personaje y un parlamento innecesarios. ¿Para qué inventarse esa escena si la anterior, que él había ignorado, era más compleja, más reveladora, más densa y atinada? El problema es que la “mala” existía y la “buena” no.

Mi memoria habría realizado dos proezas simultáneas: habría cambiado la obra de Shakespeare y habría cambiado la obra de de Quincey

¿Ocurrieron así las cosas? ¿Olvidé una escena e inventé otra, inspirándome en la olvidada, para colocarla en otro lugar y con otros personajes? Si fuera así, mi memoria habría realizado dos proezas simultáneas: habría cambiado la obra de Shakespeare y habría cambiado la obra de Quincey. Para cambiar la de Shakespeare con alguna autoridad, se entiende, tenía que cambiar también la de de Quincey. El portero, del que no se habla en el texto quinciano, entra en el escenario después de esos golpes en la puerta que a mi interpretación no le sirven para nada; esos golpes, en todo caso, anuncian la comparecencia del portero, cuya chusca chabacanería –podría pensarse– me habría proporcionado parte del contenido de la inexistente conversación entre los soldados. ¿Y por qué forzar estos cambios? Porque a mi metódica imaginación se le antojaba la escena inventada mucho más necesaria, mucho más verdadera, mucho más trágica y, se quiere, mucho más shakesperiana. El portero, es verdad, no habría aparecido sin los golpes, pero es el portero, y no los golpes, el que reanuda la vida normal, asociada a la luz del nuevo día que ahora comienza. No es esa la idea que explora de Quincey, centrado en la marca sonora de la reanudación, pero no es una mala idea. Mi memoria entiende, en todo caso, que la escena inventada es superior: no contempla ninguna interrupción y, por lo tanto, ninguna reanudación; la “vida normal” no ha cesado nunca, prosigue siempre en la habitación de al lado, coexiste con el crimen a lo largo de la noche. Mi memoria bricolea Macbeth sin salir de Shakespeare. Introduce, si se quiere, una reestructuración que “mejora” la obra de Shakespeare. Ahora bien, ¿es esto posible? ¿Es Shakespeare mejorable? No lo es. Y porque Shakespeare es inmejorable, esa escena –como ocurre con Dios en el argumento ontológico de San Anselmo– no me la he podido inventar yo: tiene que existir por fuerza: por la fuerza de su propia calidad dramática.

No me convence del todo la hipótesis de una confusión y remontaje de escenas. ¿No es demasiado rebuscada? Es peor: es una aceptación de que la escena más shakesperiana de Macbeth es una invención mía. Mi memoria la recuerda con tanto detalle –nítidas imágenes en blanco y negro de los soldados sentados en un poyete con las lanzas reposando a un lado y una jarra de vino en las manos, contrapunto de la sangre que vierten los Macbeth– que me resisto a creer que sea fruto de mi imaginación lectora. He vuelto una y otra vez a las obras completas de Shakespeare buscándola con desesperación, pasándome la lengua con el dedo por si dos páginas se habían quedado pegadas para ocultarme la verdad. No me creo que esa escena no exista. No lo acepto. No lo contemplo ni como conjetura. Pero, ¿y si no existiera? ¿Y si realmente me la hubiera inventado? Si no existiera, si me la he inventado, el misterio es tan estimulante como inquietante. ¿Cómo, a partir de qué, por qué la ha construido mi memoria?

La escena es tan buena, tan verosímil, encaja tan bien en el espíritu shakesperiano, está tan fresca en mi cabeza, que no puedo resignarme a este disparate narcisista. Tiene que existir

Resulta, sí, que lo mejor de Shakespeare, esa escena en la que se cifra su genio sin parangón, ¡me la he inventado yo! La escena es tan buena, tan verosímil, encaja tan bien en el espíritu shakesperiano, está tan fresca en mi cabeza, que no puedo resignarme a este disparate narcisista. Tiene que existir. La voy a seguir buscando el resto de mi vida; no pararé, al menos, hasta que consiga reunir los pecios dispersos de esa criatura mental y resolver el misterio de su construcción. Si no existe, quiero saber con qué materiales de desecho la he forjado y en qué momento de mi existencia –y por qué vías– se incorporó a la obra de Shakespeare como uno de los motores vivos de su genio dramático. Pero estoy seguro de que existe. No descarto que un día se descubra un manuscrito de Shakespeare que la incluya. 

Hay algo maravilloso e inquietante en esta obstinación de la memoria en un objeto que ella misma ha creado. La invención de un Shakespeare más shakesperiano me maravilla, pues ilumina la intervención del lector en las obras de los grandes genios: nos demuestra que el recuerdo es ya interpretación y –al revés– que nuestras interpretaciones modifican nuestros recuerdos. Pero también me inquieta. Porque si la memoria puede cambiar la obra de Shakespeare, ¿qué no hará con nuestra propia vida? ¿Puedo estar seguro de que he vivido lo que recuerdo? ¿De que aquella traumática y decisiva disputa familiar se produjo antes y no después de que yo me cayera del árbol? ¿De que, tras el accidente de coche en el que pereció mi padre, mi madre vino a verme al hospital con un vestido rojo? ¿De que el día en que mentí por primera vez, a los siete años, hubo un atentado terrorista en Madrid? Estamos seguros, sí; lo estamos puesto que lo recordamos así. Me pregunto cuántos falsos recuerdos habrán llevado a un enamoramiento, un sacrificio, un suicidio, un crimen. O a una revolución. O a una dictadura.

La invención de un Shakespeare más shakesperiano nos demuestra que el recuerdo es ya interpretación y –al revés– que nuestras interpretaciones modifican nuestros recuerdos

Sospecho que la manipulación inconsciente de los recuerdos vitales funciona, en todo caso, de la misma manera que mi manipulación de la obra de Shakespeare: quiero decir que no obedece –o no solo– a subterráneas conspiraciones de orden freudiano sino a la existencia de categorías estéticas firmemente instaladas en los abismos: la memoria sacrifica siempre la verdad en favor de la coherencia narrativa y la vividez literaria, que constituyen, por eso mismo, su verdad última. Olvidamos y recordamos con criterio; y ese criterio hay que buscarlo en la neurología y el psicoanálisis, sí, pero también en las grandes obras de la literatura. Recordamos siempre con sentido. Trágicas o felices, nuestra memoria solo franquea el paso a las “buenas escenas”.

Ahora bien, a diferencia de lo que ocurre con Shakespeare no podemos recurrir a ningún libro original –mal que le pese a la psicoterapia– con el que cotejar nuestros recuerdos. Tampoco serviría de nada. Me temo que, si pudiéramos hacerlo, tras tocar la realidad desnuda seguiríamos rememorando nuestros montajes literarios y no los acontecimientos sucedidos. Con Shakespeare me pasa precisamente eso: cada vez que busco en su obra la célebre escena de los soldados no la encuentro; cada vez que leo Macbeth sigue inalterablemente ahí.

He leído a Shakespeare muchas veces en mi vida, la última durante el verano de 2021. Entre sus obras, obviamente, he vuelto una y otra vez a Macbeth, algunos de cuyos pasajes he citado a menudo en libros y conferencias. Creo conocerlo bien. No. No es cierto. He descubierto aterrorizado que lo conozco...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Santiago Alba Rico

Es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte de su obra. Sus últimos dos libros son "Ser o no ser (un cuerpo)" y "España".

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí