Niñering
El último día en la guarde
Voy a echar de menos a todos los niños, pero qué inmenso alivio haber dejado de trabajar sin derechos ni salario
Adriana T. 19/03/2022
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Pese a los vibrantes colores de la fachada, la enorme bajera pasaba desapercibida para los viandantes, pues la puerta principal daba a una plaza interior. Una vez dentro, sin embargo, lo anodino se transformaba en pura vida en ebullición. Casi tres docenas de niños menores de tres años pasaban allí un tercio del día mientras sus familias se entregaban a la noble tarea de trabajar para poder traer el pan a casa. Allí desayunaban, dormían, lloraban, jugaban, aprendían y, a veces, incluso aplaudían de puro éxtasis. Crecían. Me pareció un lugar tan bueno como cualquier otro para quedarme a hacer las prácticas obligatorias. Y allí pasé un buen puñado de meses.
Llevé bizcocho de postre el último martes, así que los niños, confundidos, pensaron que debían cantarme el cumpleaños feliz. Les expliqué, sin disimular mi regocijo, que el inopinado dulce se debía a que era mi último día en la guarde. “Mañana ya no vengo más –intenté allanar el asunto–, pero sé que os seguiréis portando muy bien”, añadí con una risita malévola.
Hubo ronda de abrazos tras el último cambio de pañales. Los seres humanos de dos años no entienden bien qué significa no venir más. Uno que había hecho ya los tres, y en consecuencia era mucho más espabilado que el resto, sí que mostró algún signo de congoja. “¿A dónde te vas?” preguntó insistente con su quejosa y adorable vocecita de pito. Le abracé, le recordé que era un campeón y le llevé a dormir la siesta. Sabía que al día siguiente entraría en el aula buscándome, pero también sé que, después de no verme una vez, ya no insistiría más. En la guardería te convierten rapidito en un tipo o una tipa dura. Tanto a los niños como a las educadoras.
Las prácticas no remuneradas son, en el momento en el que escribo estas líneas, obligatorias para obtener un título de formación profesional en España. En mi caso, el de Técnico Superior en Educación Infantil. Lo pongo ahí todo lo largo que es, porque me ha costado un esfuerzo inhumano llegar a conseguirlo. Trabajar gratis siempre es duro. Trabajar gratis durante cuatro meses para obtener un papel, a mi edad, es lisa y llanamente vejatorio. Pero aun así lo hice. No sólo eso: lo he hecho lo mejor que he podido. Le puse cariño, algo de entusiasmo, buen humor. Palmé pasta al no poder compaginarlo siempre con mi trabajo de verdad. Me puse enferma un millón de veces, el covid planeó sobre mí durante todo el tiempo, gasté dinero en medicinas, test de antígenos y tratamientos diversos por las inevitables infecciones contraídas al trabajar estrechamente con una treintena de niños muy pequeños. Sin derecho a baja laboral. Día de prácticas que no te presentas, día que tienes que recuperar. Gratis. Como entrenamiento para la semiesclavitud capitalista que te espera ahí fuera no está mal, pero yo ya tenía la mili hecha de antes, y acabó resultando agónico.
Me lo pasé bien, sin embargo. No hubo un día en el que no me riera con ganas. Tampoco hubo un día en el que no quisiera salir de allí a media mañana atravesando el cristal de la ventana. Los críos son la mejor cosa del mundo. Aquel último martes se mezclaron el alivio intenso con la pena más sincera. Sabía de antemano cuánto los iba a echar de menos a todos.
Echo de menos al enano que se negaba por sistema a comer, aun cuando el menú era de su agrado. Un día me escupió todo el yogur como si su boquita fuera el aspersor de una manguera, y acto seguido me dedicó una sonrisa tan radiante como el sol de una mañana de junio.
Y al gordito tragantúa que intentaba robarles las galletas a sus compañeros y me saludaba dándome alegres cabezazos, como si fuera un perrete. Y a su amigo, el renacuajo mandón y cariñoso que se pasaba las mañanas besando extasiado a todos los bebés porque… los encontraba monos.
Me acuerdo de la bebota que, con un año recién cumplido, en un arrebato de fiera pasión me arrancó la mascarilla de la cara y empezó a besuquearme con fervor antes de que me diera tiempo a reaccionar. Le regañé y se rió muchísimo, satisfecha de su hazaña.
Me llena de pena no ver más al crío que era un pedazo de pan como pocos he conocido. Tan bueno, tan bueno, que no lloraba ni se quejaba cuando otro venía a quitarle un juguete, o a destrozarle la hermosa torre de bloques que con tanto denuedo había levantado. Tan bueno, que nunca se impacientaba si tardabas en atenderle. Tan bueno, que yo a veces le buscaba signos místicos, por si se trataba de una reencarnación de Jesucristo de incógnito.
No me olvido del que se sentó a hacer pis, se agarró el pito, y se apuntó el chorro con decisión hacia los ojos. O del otro que, un día, se cagó entero desde la nuca hasta los tobillos y se limitó a cogerme de la mano y asentir con una sonrisa cuando le sugerí, sin poder disimular del todo mi horror, que me acompañara de inmediato al baño.
También estaba el que agitaba las manos en un aleteo hilarante cuando era feliz, como si quisiera volar. Y la que venía siempre enfurruñada y no se dejaba tocar, hasta que un día decidió que ya estaba lista, y entonces su sonrisa sentada en mi regazo iluminaba todo el aula.
Y la que me decía con una sonrisa descarada que yo era su sofá, o la que insistía en querer conocer a mis –inexistentes– hijos, y aquella otra que venía a contarme desencajada todos los días que nadie quería jugar con ella –nunca era verdad–.
Los críos son estupendos y las guarderías lugares fascinantes y agotadores. Hubiera estado bien cobrar por ese trabajo, pero la formación práctica de las FP sigue siendo una excusa excelente para que muchísimas empresas de este país encuentren curritos gratis por unos meses año tras año. En algunos casos se evitan así uno o dos contratos laborales, cubriendo puestos estructurales con contratos de colaboración no remunerados.
Les voy a echar de menos a todos, pero qué inmenso alivio haber dejado de trabajar sin derechos ni salario.
Pese a los vibrantes colores de la fachada, la enorme bajera pasaba desapercibida para los viandantes, pues la puerta principal daba a una plaza interior. Una vez dentro, sin embargo, lo anodino se transformaba en pura vida en ebullición. Casi tres docenas de niños menores de tres años pasaban allí un tercio del...
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Adriana T.
Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).
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