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TIRANDO DEL HILO, V

Apuntes sobre la escritura de Elena Ferrante

Ferrante habla del cuerpo, de la violencia que sufren los cuerpos de las mujeres, habla de cuidados y de las condiciones materiales de las mujeres, en definitiva, de dinero

Carmen G. de la Cueva 1/04/2022

<p>Fotograma de 'La amiga estupenda' (HBO), serie adaptación de las novelas de Elena Ferrante</p>

Fotograma de 'La amiga estupenda' (HBO), serie adaptación de las novelas de Elena Ferrante

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1. Leo cada libro que publica Elena Ferrante con urgencia. Los devoro con ansiedad, con desasosiego. Sus historias funcionan como espejos, unas veces capaces de devolvernos una imagen hermosa de nosotras mismas y otras, la más terrible de las fealdades. Me lancé a leer el breve volumen que acaba de publicarse En los márgenes (Lumen, 2022, traducción de Celia Filipetto) con el deseo de encontrar claves, respuestas, como si los libros pudieran salvarla a una. Y debo confesar que, por primera vez desde que empecé a leerla allá por 2011 cuando se publicaron sus Crónicas del desamor, me ha surgido la duda: ¿es Elena Ferrante un hombre? ¿Importa realmente la identidad de quien escribe? De entrada, diría que sí, sobre todo si bajo el seudónimo millonario se esconde un escritor hombre. Sentiría una grandísima decepción, me sentiría profundamente engañada, lo confieso. Tal es el alcance de la cuestión de la identidad de Ferrante, que hasta en el último libro de Deborah Levy, Una casa propia (LRH, 2022), la autora ironiza sobre ello. Levy está recién llegada a Londres y decide colarse en una fiesta del mundillo editorial. No tiene invitación y fantasea con la idea de su identidad: “Decidí que, si había alguien en la puerta tachando nombres de una lista de invitados, diría que yo era Elena Ferrante. O quizá diría que era Lila, que había desaparecido en la oscuridad pero había reaparecido brevemente para comer patatas fritas y tomar unos cócteles en Bloomsbury”. Elena Ferrante podría ser cualquiera pero, ¿y si es un hombre? Voy a recapitular un poco para aquellas lectoras que no conozcan del todo su trayectoria.

2. Escribir bajo seudónimo

La persona que se esconde bajo el seudónimo de la escritora Elena Ferrante nunca ha sido fotografiada. Tampoco ha sido vista en público y sólo ha concedido entrevistas por correo electrónico, en contadas ocasiones y siempre a través de sus editores italianos. La más extensa de ellas se la hicieron sus editores Sandro y Sandra Ferri y se publicó en The Paris Review en 2015. También respondió a un cuestionario colectivo de traductores y libreros de distintos países tras la publicación de su última novela La vida mentirosa de los adultos (Lumen, 2020). En una época en la que la promoción de la figura del escritor está, en ocasiones, muy por encima del espacio que se le dedica a sus libros, Ferrante se atreve a no revelar su identidad. Autora de ocho novelas donde las protagonistas siempre son mujeres, Elena Ferrante, sea quien sea, ha conseguido gracias a su excepcional narrativa, huir de la fama que otros escritores ansían devotamente. Los pocos datos que circulan sobre ella dicen que nació en Nápoles, que vivió algún tiempo en Grecia y que se instaló definitivamente en Turín. Cuando le preguntan por qué siente la necesidad de esconderse, se defiende así: “No he elegido el anonimato. Mis libros están firmados. Más bien me he retirado de esos rituales que los escritores están más o menos obligados a representar con el fin de mantener sus libros sujetos a la imagen vendible del autor. Y hasta ahora esto ha funcionado bien. Mis libros han demostrado cada vez más su independencia, de forma que no veo razón para cambiar mi postura. Sería algo funestamente incongruente”.

3. Los inicios

El amor molesto, su primera novela, apareció en 1991. Su éxito fue tan abrumador que la autora tardó once años en publicar la siguiente, Los días del abandono: “Dos décadas son un tiempo largo, y las razones por las decisiones que tomé en 1990, cuando consideramos por primera vez mi necesidad de evitar los rituales de publicación, habían cambiado. En aquel entonces, yo estaba asustada ante la idea de tener que salir de mi caparazón. La timidez prevaleció. Más tarde, llegué a sentir hostilidad hacia los medios, los cuales no prestan atención a los libros por sí mismos y valoran el trabajo de acuerdo con la reputación del autor”. La tercera novela no se hizo esperar tanto, en 2006 apareció La hija oscura que acaba de ser adaptada al cine bajo la dirección de Maggie Gyllenhaal. En España, los tres títulos fueron publicados en el volumen Crónicas del desamor (Lumen, 2011).

4. Cómo acabar con la escritura de las mujeres

Muchos periodistas han jugado a adivinar quién se esconde bajo el seudónimo de Elena Ferrante. Algunos hasta más allá de lo moralmente aceptable, como el periodista de investigación Claudio Gatti que en 2016 publicó un estudio donde concluía que esa persona era Anita Raja, traductora y mujer del autor italiano Domenico Starnone. Había seguido las filtraciones de las cuentas bancarias de la editorial Edizione e/o y la compra de varios inmuebles en Roma y la Toscana hasta llegar a ella. Algunos críticos creen que una escritora nunca podría narrar con tanta violencia y erotismo la relación entre las mujeres de sus novelas, pero ella quiere transgredir los límites que se le presuponen a la escritura de mujeres: “No he oído a nadie decir recientemente acerca de cualquier libro escrito por un hombre: ‘¿Lo ha escrito realmente una mujer, o tal vez un grupo de mujeres?’. Debido a su exorbitante poder, el género masculino puede imitar al género femenino, incorporándolo en el proceso. El género femenino, por otro lado, no puede imitar nada, porque es traicionado inmediatamente por su debilidad, lo que produce no puede fingir la potencia masculina”. Curiosamente, en 2018, varios titulares de la prensa cultural abrían sus artículos sobre Carmen Mola así: “¿La Elena Ferrante española?”. El tiempo ha dado la razón a Ferrante.

5. Dos amigas

La saga que ha consagrado como talento literario a Elena Ferrante está compuesta por cuatro novelas: La amiga estupenda, El mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida, todas ellas editadas en España bajo el sello de Lumen. Casi dos mil páginas de una narrativa palpitante que te deja sin aliento. Sus dos protagonistas poseen los rasgos de los grandes personajes de la novela decimonónica: dolor y locura; oscuridad y pureza al mismo tiempo. Esta historia narra desde 1944 hasta el presente la historia de dos amigas íntimas, Lila (Raffaela Cerullo) y Lenù (Elena Greco), nacidas en un humilde barrio de Nápoles. La vida de las dos amigas durante más de sesenta años a través del contexto social infame en el que viven. Lenù, influenciada por Lila, la más rebelde de las dos, lo apuesta todo a los estudios y se aleja del barrio. Son los ojos de Lenù los que miran hacia dentro de sí misma y hacia fuera para contarnos el relato de dos mujeres que sufren por las expectativas y exigencias tradicionales que se les imponen: “Gran parte de la historia depende de las diferencias entre Elena y Lila. Elena es muy disciplinada. Ella muestra un compromiso intenso con el mundo. Y también le gusta hacer hincapié en que Lila ha quedado atrás. Elena siempre insiste en que ella ha dejado atrás a Lila. Pero de vez en cuando su historia se rompe y Lila aparece mucho más ferozmente. Si el ritmo de Lila se vuelve insostenible, el lector agarra a Elena. Pero si Elena se cae a pedazos, entonces el lector se aferra a Lila”.

6. Los personajes femeninos protagonistas

Delia, Olga, Leda, Lila y Lenù y Giovanna (protagonista de la última novela, La vida mentirosa de los adultos, Lumen, 2020) tienen en común la libertad y la obligación de ser felices porque ellas, a diferencia de sus madres, han podido elegir. Pero la ausencia de modelos y la desorientación que sufren es una amenaza en sus vidas. Mujeres que no se conocen del todo a sí mismas y que arrastran consigo un mundo de prejuicios, violencia y secretos. “Ellas tienen las herramientas para pensar sobre sí mismas. El lenguaje detallado y reflexivo que utilizo es el suyo. Entonces algo rompe y los lazos de esas mujeres se disuelven, y el idioma con el que están tratando de decir algo sobre ellas también se suelta, se desata. A partir de ese momento, el problema es el de cómo redescubrir, paso por paso, el lenguaje mesurado con el que ellas empezaron”.

7. Feminismo

Convencida de que las mujeres siguen luchando contra los límites impuestos por una sociedad patriarcal, Ferrante se cuestiona acerca del papel que la literatura les ha reservado: “La industria editorial y los medios de comunicación están convencidos de este lugar común: ambos tienden a encerrar a las mujeres que escriben, apartadas en un gineceo literario. Hay buenas escritoras, no tan buenas, y algunas grandes, pero todas ellas existen dentro de la zona reservada para el sexo femenino, solo deben abordar ciertos temas y en ciertos tonos que la tradición masculina considera conveniente para el género femenino”. La crítica literaria Michiko Kakutani comparó a Ferrante con Alice Munro y Doris Lessing porque en sus novelas es capaz de reflejar el esfuerzo que cuesta mantener un sentido esencial de una misma ante las interminables tareas domésticas y las exigencias de los cuidados. Ferrante habla del cuerpo, de la violencia que sufren los cuerpos de las mujeres, habla de cuidados y habla de las condiciones materiales de las mujeres, en definitiva, de dinero. “La dificultad, para las que tienen ambiciones artísticas, de dejar espacio libre en la mente frente a preocupaciones más prosaicas como pagar el alquiler y hacer la cena a los niños. La brecha, a menudo mareante, entre las convicciones férreamente mantenidas –políticas, filosóficas, feministas– y los compromisos de sus vidas diarias”, expone Kakutani.

8. La “frantumaglia”

En 2003 apareció La frantumaglia (traducida en Lumen en 2017), un pequeño volumen donde se recoge todo lo que su misteriosa autora quiere que sepamos sobre ella: cartas y textos personales acerca de su manera de entender la vida y la literatura. “Mi madre me ha dejado un término en su dialecto que usaba para decir cómo se sentía cuando era arrastrada en direcciones opuestas por impresiones contradictorias que la herían. Decía que tenía dentro una frantumaglia (…) La frantumaglia es un pasaje inestable, una masa aérea o acuática de escorias infinitas que se muestra al yo, brutalmente, como su verdadera y única interioridad”. Esa frantumaglia es el hilo que une a todas las mujeres de Ferrante, un hondo malestar del que nunca podrán deshacerse que ha conseguido conmover a millones de lectores.

9. El torbellino

Después de saber todo esto y de haber leído con total devoción todas sus obras, especialmente, la tetralogía, me encuentro con el último libro, En los márgenes, una compilación de tres conferencias que le pidieron a Ferrante desde la Universidad de Bolonia: “La pena y la pluma”, “Aguamarina”, “Historias, yo”. Hay un lenguaje más frío y académico, por momentos, la voz parece impostada. Hay un uso excesivo de la palabra “jovencita” para referirse a sí misma que sale hasta 11 veces en el texto. El último texto, “La costilla de Dante”, que fue escrito para un congreso sobre Dante en 2021, creo que ni siquiera tendría que ir en este volumen. En estas conferencias se tratan temas que ya se han abordado en La frantumaglia, pero con un lenguaje distinto, menos desbordado y visceral. Hay partes en las que he llegado a pensar que quien escribía era un señoro que quería hacerme creer que era una autora, por ejemplo, en este fragmento:

“Leía muchísimo, y todo lo que me gustaba casi nunca había sido escrito por mujeres. Mi sensación era que de las páginas surgía una voz de hombre, una voz que me ocupaba y que yo trataba de imitar por todos los medios. A los trece años, por atenerme a un recuerdo nítido, cuando tenía la sensación de haber escrito bien, me parecía como si alguien estuviera indicándome lo que debía poner por escrito y cómo hacerlo. A veces era de sexo masculino, pero invisible. No sabía siquiera si tenía mi edad o era mayor, tal vez viejo. Más en general, he de confesar que me imaginaba convertida en varón sin dejar de ser mujer. Esta impresión, menos mal, desapareció casi por completo al final de la adolescencia. Digo ‘casi’ porque, si bien la voz masculina ya no está, me quedó un impedimento residual, la impresión de que mi cerebro de mujer actuaba de freno, de límite; era como si fuese una lentitud congénita. Escribir no solo era difícil en sí, sino que a ello se añadía el hecho de ser yo mujer y que por eso jamás conseguiría escribir libros como los de los grandes escritores. La calidad de la escritura de aquellos textos, su fuerza despertaba en mí ambiciones, me dictaba intenciones que consideraba muy por encima de mis posibilidades”.

Ya planteó esta idea de la grandeza de la literatura masculina en una entrevista que Andrea Aguilar le hizo por correo electrónico para Babelia en 2015. A la pregunta de si las mujeres son más críticas con su trabajo que los hombres, la autora respondió que “nos enfrentamos a gigantes. La tradición literaria masculina es milenaria, sumamente rica con obras extraordinarias, y tiene su propia forma de plantear todas las posibilidades. Quien quiera escribir debe conocer esta tradición a fondo y debe aprender a replantearla forzándola según sean sus necesidades”. Y más adelante confiesa que cree que su generación es la primera que ha dejado de pensar que para escribir grandes libros hacía falta ser un hombre. “Hoy podemos pensar con serenidad que es posible salir del gineceo literario en el que se tiende a encasillarnos y que podemos enfrentarnos a la comparación”.

Hay cierto paralelismo con el ensayo Una habitación propia de Virginia Woolf (1929): dos escritoras que reflexionan sobre la escritura de las mujeres y su lugar en el canon literario a raíz de unas conferencias. Pero En los márgenes se queda lejos, muy lejos de la comparación. Hay un momento en el que Ferrante dice que “una mujer que quiere escribir debe vérselas, inevitablemente, no solo con todo el patrimonio literario del que se ha alimentado y en virtud del cual quiere y puede expresarse, sino con el hecho de que ese patrimonio es en esencia masculino, y por su naturaleza no prevé frases femeninas verdaderas” y ahí coincide con Woolf en la idea de que las escritoras estaban encerradas en las palabras que eran “obscenamente de ellos”. Pero en ese texto, Woolf se mostraba irónica, desinhibida, firme y atrevida. La mejor de todas las Woolf posibles. Aquellas que conocen su obra más allá de las novelas –sus cartas, diarios, artículos de opinión– sabrán que en Una habitación propia se ve a Woolf en todo su esplendor como conferenciante, lectora y escritora. Pero En los márgenes, la voz de Ferrante no es la misma que la de sus entrevistas, la de sus novelas, la de su Frantumaglia, parece otra. La tradición de la que habla en este libro no parece ser la misma que la que se aprecia en sus obras. ¿Por qué no nombra a Elsa Morante ni a Natalia Ginzburg?

Pienso en voz alta quizá… Por momentos, parece que quiere tomarme el pelo, es decir, parece decirme “soy un escritor hombre, pero quiero que creas que soy una autora”. Y, de repente, surge una voz de hombre, una voz que ocupa la página y me confunde hablándome de lentitud congénita, de la fuerza de la escritura masculina. ¿Dónde está aquí la niña, la adolescente que leía Mujercitas tal y como hacen Lila y Lenù en La amiga estupenda? En el primer libro de la saga “Dos amigas”, Lila y Lenù compran un ejemplar de Mujercitas, un ejemplar propio. Lila ya lo conocía, lo había leído y quería tenerlo para devorarlo una vez tras otra. En cuanto fueron propietarias del libro, explica Lenù, comenzaron a verse en el patio para leerlo unas veces en silencio y otras, en voz alta, pero siempre una junto a la otra. La lectura de Mujercitas les duró meses, lo leyeron tantas veces que el ejemplar terminó rompiéndose, desgajado como una mandarina, perdió el lomo y comenzaron a salírsele los hilos hasta su total fragmentación. Pero, al fin y al cabo, era suyo, el primer libro que poseyeron. Seguramente sea en ese momento exacto cuando las dos niñas que eran entonces se hicieron amigas. Sin esa lectura conjunta de Mujercitas, no habría saga, se hubieran ido cada una por su lado. ¿Qué hay de ese momento de La frantumaglia cuando habla de que, en los momentos de crisis, las mujeres nos calmamos escribiendo? “Una escritura privada cuyo objetivo es controlar el desasosiego, escribimos cartas, diarios. Yo siempre he partido de este supuesto, mujeres que escriben sobre sí mismas para entenderse”. Es como si la voz que leo En los márgenes fuera una voz distinta, que no se desborda de su cauce. Me acordaba de que Olivia Sudjic hablaba de ella en su ensayo Expuesta (Alpha Decay, 2019) y decía que Ferrante cree que existe una “colonización masculina de nuestra imaginación”, que nosotras conocemos todo del sistema de símbolos masculino y ellos no saben nada del nuestro, no nos ven, no nos leen. Y sigue Ferrante: “No creo que exista tal cosa como una conciencia literaria universal, pero, si la hubiera, las mujeres no tendrían menos derecho a reivindicarla”.

Coda. La conferencia que lleva por título “Aguamarina”, me ha gustado especialmente. En ella, Ferrante habla sobre la gestación de las Dos amigas, reflexiona sobre la figura de la amiga como “la otra necesaria”, pone en valor la amistad femenina y su carácter narrativo. Tengo dudas, sé que no importa, pero si mañana me dijeran que Elena Ferrante es un hombre o que Elena Ferrante es un grupo de personas, me sentiría perdida, pensaría que quizá no soy tan buena lectora si no he podido leer entre líneas, ver engaño. Pensaría que hay algo misógino y perverso en la idea de encerrar la literatura en un seudónimo femenino cuando tantas, tantísimas veces a lo largo de la historia las mujeres han tenido que esconderse para escribir. Y al mismo tiempo, poco me importa la identidad de Ferrante porque sus libros estarán siempre conmigo, y Lenù y Lila están tan dentro de mí como la Jo March de Louisa May Alcott, la Elizabeth Bennett de Jane Austen o la Andrea de Laforet, todas ellas “chicas raras” como yo.

1. Leo cada libro que publica Elena Ferrante con urgencia. Los devoro con ansiedad, con desasosiego. Sus historias funcionan como espejos, unas veces capaces de devolvernos una imagen hermosa de nosotras mismas y otras, la más terrible de las fealdades. Me lancé a leer el breve volumen que acaba...

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Autora >

Carmen G. de la Cueva

Periodista, escritora y editora. Ha publicado varios libros y fue directora de la editorial feminista La señora Dalloway.

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