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El Atlético de Madrid no ha ganado en Mallorca porque ha realizado un partido infame, en el que no recuerdo un solo tiro a puerta o jugada que pueda entrar dentro de la definición de fútbol. Ha sido uno de los peores partidos de la temporada y el dato es significativo, teniendo en cuenta que la temporada ha estado plagada de partidos malos. Ahora bien, el Atlético de Madrid ha perdido en Mallorca por formar parte de una Liga mentirosa, fiel reflejo de esto que llamamos fútbol español, donde los estamentos que lo gestionan y promocionan, que no siempre es fácil saber cuáles son, consiguen tener una influencia totalmente desproporcionada. ¿Es una excusa? No, porque nada puede excusar el juego del equipo colchonero. Es simplemente una evidencia.
El caso es que el Atleti salió al campo mandón. Instalando al equipo en la zona de juego del rival y adueñándose del balón. ¿Por qué ahora sí y en Manchester no?, dirán los de siempre. Pues porque la labor del entrenador, algo que Simeone tiene muy claro, es llevar el partido hasta una situación en la que tu equipo sea mejor, o en la que se igualen las fuerzas del contrario. Aguirre, que tampoco acaba de llegar a esto del fútbol, también lo sabe. El mejicano sabía perfectamente que darle espacio al Atleti o darle velocidad al juego era potenciar a su enemigo, así que se concentró en hacer todo lo contrario. Lógico, porque el fútbol es exactamente eso: competir con las herramientas que tienes y hacer que tu conjunto sea mejor que la suma de las individualidades. Y si para eso hay que dejar la hierba alta o no regar para que la pelota corra poco, pues oye, que sea así.
El Atleti salió mandón, pero duró poco. Un par de buenas combinaciones por la derecha hacia Llorente fue todo lo que consiguió generar
El Atleti salió mandón, como decía, pero duró poco. Un par de buenas combinaciones por la derecha hacia Llorente fue prácticamente todo lo que consiguió generar. Apenas vimos a Rico en toda la primera parte (y después tampoco lo vimos mucho). Carrasco se enfangaba en el lado contrario contra la tupida red balear y los mallorquines se asentaban en el césped según avanzaban los minutos. El juego se fue ralentizando hasta alcanzar una espesura contagiosa, digna de las peores tardes.
Simeone trató de arreglar el problema cambiando de sistema, fluctuando del 5-3-2 al 4-4-2, incluso cambiando jugadores de posición, pero el problema no estaba ahí. El problema estaba en la falta de velocidad para mover la pelota y la incapacidad del equipo para generar espacios. Algo recurrente en lo que va de temporada y uno de los talones de Aquiles más evidentes del equipo rojiblanco. La sensación al descanso era que solamente un error no forzado desequilibraría la balanza. Y así fue. Lo que no tengo claro es que fuese un error no forzado.
El inicio del segundo tiempo no modificó mucho el panorama. Lemar saltó al campo para intentar enderezar ese centro incapaz de crear fútbol y que está lastrando al equipo hasta límites inéditos, pero el francés simplemente se contagió de lo que ya había y su entrada apenas se notó. Simeone intentó aportar ganas y calidad con la entrada de Cunha y adelantando a Llorente, pero, quitando el espejismo inicial provocado por las ganas del brasileño, todo volvió a la situación anterior en poco tiempo. Esa en la que no pasaba nada; en la que el balón lo sacaba Savic, en la que los jugadores parecían estar sujetos a las barras de un futbolín y en la que la velocidad del juego era la misma que se puede apreciar en una fotografía.
Y entonces apareció el árbitro. O el factor de equilibrio que precisa todo negocio suculento. O el agente designado. O lo que quiera que sea eso. Una jugada entre mil, de esas en la que dos futbolistas llegan a la vez a un balón, acabó en el punto de penalti por obra y gracia de un aparato que necesita reinventar las reglas del fútbol cada semana. Hace pocos días, en la Europa League, hubo un jugada similar con Busquets que el árbitro, avisado por el VAR, revisó en la pantalla y anuló: un penalti que no era. Hoy no. El personaje, el trencilla, un viejo conocido en esto de ajustar cuentas, no se dignó a ver en la pantalla algo que hubiese sido muy difícil de mantener llegado el caso.
Una jugada entre mil, de esas en la que dos futbolistas llegan a la vez a un balón, acabó en el punto de penalti por obra y gracia de un aparato que necesita reinventar las reglas del fútbol cada semana
El Mallorca se encontró con un gol que no había merecido y se acabó el partido. Apenas se jugó cinco minutos más. Vahídos, tirones, desmayos… Ya saben, esos recursos dramáticos tan típicos de la Liga española y que tan bien acepta el estamento arbitral. Lesiones, deshidrataciones milagrosas, recogepelotas con gafas que pateaban los balones a la grada para deleite de unos narradores a los que debía parecerles normal (“un mal entendido”, dijo la periodista a pie de campo). En fin. Todo eso mezclado además con la inoperancia futbolística de unos rojiblancos que, aparte de colgar balones como un equipo de regional o dar patadas sin sentido, no hacían otra cosa que pulular por el césped balear como el alma de Fiz de Cotovelo.
El Atleti se complica la vida cuando nadie contaba con ello. Quizá por tener la cabeza en otro sitio, lo que hablaría muy mal de este colectivo. Quedan cuatro días para adentrarnos en esa otra historia que, por suerte o por desgracia, poco tiene que ver con esta. Una historia que ahora mismo me preocupa bastante menos que la que acabamos de dejar mal aparcada.
Por cierto, el tanto por ciento de posesión del Atlético de Madrid ha sido del 68% en este partido. Del 68%, sí. Al nivel de lo que marcan los estetas del balompié. ¿Se dan cuenta? El fútbol que nos cuentan, la mayoría de las veces, es mentira.
El Atlético de Madrid no ha ganado en Mallorca porque ha realizado un partido infame, en el que no recuerdo un solo tiro a puerta o jugada que pueda entrar dentro de la definición de fútbol. Ha sido uno de los peores partidos de la temporada y el dato es significativo, teniendo en cuenta que la...
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